Hubo una vez dos personas que se buscaron sin saberlo en un inicio. Hubo una vez un dolor, un amor y una necesidad que solventar para sobrevivir. El mundo nunca había dejado de ser cruel, pero en ese momento esas dos almas jamás lo vieron tan desalmado como cuando se conocieron y el dolor de las cicatrices de cada uno escocía sin dejar lugar a los buenos sentimientos, al amor de cada uno, al amor propio que una persona común debería de tener. Las cosas a menudo y difícilmente salían como querían. Ellos nunca dejaron de quererse.Damián Phoenix había sido una persona adolorida, triste. Había crecido sabiendo que sus verdaderos padres estaban muertos, su padre adoptivo falleció antes de que siquiera pudiera tomarse cariño dejándole la enorme carga de mantener una empresa que ni siquiera quería. Damián no sabía que el destino tenía tantas cosas preparadas como cosas por preparar. Decidió cumplir esa promesa a cambio de todas las cosas buenas que había recibido tras ser adoptado por es
Ciabel iba a robar, si es que lograba cruzar la finca vigilada por dobermans entrenados y guardias de seguridad.Estaba hambrienta y temblaba. El pleno invierno cerca de la montaña no ayudaba, ni tampoco su ropa vieja de verano. Lo que más la abrigaba era un pequeño saco de hilo, translúcido. Su estómago gruñó del hambre y el mareo volvió a atacar. Hacía dos días que no probaba un bocado de nada. En consecuencia, casi trastabilló del árbol en el que estaba trepada y oculta. La pelinegra se agarró con más fuerza de una de las ramas, sin desviar sus peculiares ojos heterocromáticos, uno azul y otro marrón, de su objetivo.No era la primera vez que entraba a un lugar a hurtar cosas, pero sí la primera en la que se metía a una de las mansiones más grandes del mundo. Por lo que había escuchado, pertenecía a un afamado empresario al que por poco no se lo veía por aquel barrio privado llamado Red House.Detestaba con todas sus fuerzas ese lugar. Alguna vez había sido feliz con su pareja an
Por un momento, los tres guardaron un silencio abrupto, casi tanto como la noticia falsa que acababa de recibir Ciabel. Mientras tanto, Damián acababa de procesar sus propias palabras. Debía ser por el sueño, se decía, que no pensaba bien todo aquello que estaba saliendo de su boca. Además del agotamiento que le producía la atención de la prensa sobre su vida personal.Por un momento, la ladrona creyó que era buena idea salir corriendo otra vez. Por alguna razón, no lo hizo. Estaba paralizada, sorprendida y ¿Dónde demonios había visto a aquel hombre hermoso? Se había quedado fascinada por sus ojos color miel. No, no. No debía pensar en esas cosas.El hombre en cuestión giró a mirarla con una ligera sonrisa.—Sí. Es mi pareja —pareció confirmar más para sí mismo que para la chica que sostenía el micrófono. Sin preguntar, la tomó de la mano con cierta fuerza.¿Qué podría salir mal si ayudaba a un multimillonario? ¿Y si estuviera casado? Bueno, evidentemente esa posibilidad estaba des
—De la escuela. Éramos compañeros. —Omitió, por supuesto, que alguna vez la había amado y ella se valió de ese amor para destruirlo —¿De verdad no te acuerdas? —cuestionó con incredulidad. Dio una risa baja y suspiró profundamente armándose de paciencia. No podía creer la situación. Ciabel levantó una ceja por la actitud del desconocido. —Si no me dices, no puedo acordarme.Lo meditó unos instantes y terminó por negar con la cabeza. Tal vez no valía la pena decirlo, había pasado mucho tiempo y si no lo recordaba, no veía el motivo para traer eso a colación. O tal vez, pensó, no se atrevía a decirlo en voz alta y ver si le importaría recordar alguna de las cosas que había hecho, si se arrepentía o por el contrario se enorgullecía de sus actos. —No importa, no hablábamos mucho de todos modos. Era extraño estar hablando con esa chica. Ni por un segundo se habría imaginado que volvería a verla, ni la clase de encuentro que estaban teniendo. —¿Puedes irte? —volvió a insistir—O llamaré
La casa de la pelinegra no ocupaba ni una esquina de la fracción que tenía la mansión de aquel hombre. Era muy sencillo limpiarla y también desordenarla. Mientras acomodaba las cosas, el bebé veía videos en un viejo celular. Apenas usaba los dispositivos. Se parecían bastante por las facciones de sus rostros en común. Lo único que tenía de distinto era el cabello pelirrojo y los ojos verdes de su padre.Le tarareaba una canción de cuna por si se aburría. Suspiró agotada. Al menos con el dinero que le había dado pudo comprar la comida suficiente para una semana. Era demasiado. Procuró guardar otro tanto, no sabía cuándo sería la próxima vez que saliera ilesa luego de estar a punto de cometer un crimen. Entonces tocaron la puerta y la poca tranquilidad de ese día se había ido por los trastes. No pudo evitar sentir ansiedad. Aún así, sin miramientos, la abrió. Dos mujeres estaban delante de ella. Una pelirroja y otra rubia. —Buenas tardes, señorita —saludó la pelirroja con simpatía.
¡¿Casarse con ella?!Tenía que ser una terrible broma.Se le escapó una carcajada. Si fuera ella, estaría agradeciendo que no la hubiese metido tras las rejas después de cruzar el muro, entrar a su jardín y luego a su cocina con la esperanza de fingir ser un reemplazo de su chef.Observó con estupefacción a la madre y luego al hijo, quien se soltó de la mano de ella señalando una pequeña estantería donde había algunos libros y cuadros. Corrió hacia allí por su cuenta. Parpadeó, todavía atónito. Era la primera vez que alguien de esa edad (tal vez unos dos o tres años) aparecía por la puerta de su casa.Por otro lado, Ciabel nunca había sido un ser muy sensato y parecía creer, desde siempre, que el mundo le debía algo. —¿Casarme contigo? Espero que estés bromeando —dijo con lentitud. Respiró hondo, se armó de paciencia y le sonrió sin una pizca de gracia a la invitada inesperada—. No. No, no, no y no. De ninguna manera —recalcó.A la intrusa en su vida. A la que debía mantener alejada
Si no lo hubiera necesitado, ni aquellas mujeres la hubieran ido a buscar para darle una advertencia implícita, si no tuviera tanto miedo de perder lo único que le quedaba e importaba en la vida más que ella misma, no hubiese vuelto nunca en su vida a la mansión de aquel hombre.Parecía mofarse de ella, a pesar de que estaba enteramente serio y se había cruzado de brazos. Aún no podía recordar de quién se trataba y le costaba horrores comprender por qué la veía como si quisiera hacerla desaparecer y su sola presencia resultara insoportable.Estaba reprimiendo las ganas de ir por Ciro, quien estaba tranquilo y ajeno a todo observando y tomando unos cuantos libros para luego descartarlos y seguir revisando más, e irse. No podía hacerlo. Estaba acorralada. Lo necesitaba. Ese compromiso falso podría ser la oportunidad, tal vez la única, de conseguir una vida en paz.Sus ojos se pusieron llorosos y estuvo a nada de quebrarse por completo delante del desconocido, cuando no había llorado d
Parecía como si acabase de firmar su propia sentencia de muerte. Al menos así se sentía Damián después de tomar su mano.La miró por unos momentos.—¿De verdad no me recuerdas? —preguntó en voz baja, como si estuviera diciendo un secreto.Ella frunció el ceño.—No. No en realidad. Tus ojos se me hacen conocidos, pero nada más. Bajó la mirada al agarre de sus manos y le recorrió un escalofrío solo por tocarla, así que lentamente la soltó. Se aclaró la garganta y negó con la cabeza. No tenía caso decirle, pero a la larga se iba a dar cuenta de quién era, si es que alguna vez se le ocurría recordar lo que había sido su tiempo durante la secundaria.—Bueno, cualquiera sea el caso, me llamo Damián. La forma en la que la chica ladeó la cabeza, le dio a entender que ni siquiera con su nombre podía recordarlo. Así de insignificante había sido para su vida. Tomó aire. No. No iba a hacer eso otra vez. No podía sentarse a esperar unas disculpas que nunca llegarían por dos cuestiones: la primer