Seis meses.Habían transcurrido seis meses, los más eternos que Ciabel había tenido jamás. Ni hablar de Damian y de Logan. Se podría decir que estaban incluso más preocupados por Ciabel que ella misma. No era esperable que reaccionaran de esa manera, teniendo en cuenta que no conocían los efectos del embarazo en toda su regla. Empero, por este mismo motivo era que estaban detrás suyo cuanto era posible estarlo.Lavaban, limpiaban, hacían todo y ella hacía lo posible por seguir estudiando su carrera y aprobar todas las materias que su cuatrimestre permitiera aprobar. Era esa una de las razones más interesantes del por qué Ciabel dormía tan cómodamente después de tantos años.Bueno, era un decir. No se levantaba de la cama, mas eso no significaba que no diera vueltas cinco mil veces antes de quedarse dormida. Todo por encontrar la posición perfecta para el bebé en su vientre. Era enorme. Era impresionante. Mucho más grande de lo que había estado su vientre cuando se embarazó de Ciro. To
Nueve meses. Ya habían pasado tres meses desde esa fatídica falsa alarma que había puesto a todos los pelos de punta. Llevaba nueve meses de embarazo y con lo que había ocurrido ahora estaban si era posible mucho más preocupados que antes. La realidad era que estaba cerca de tener al bebé y la preocupación era gigante. No podía hacer otra cosa que permanecer en su sitio, preocupada, acostada y sintiendo que su vientre estaba a punto de explotar. Todo estaba bien, nuevamente. No obstante, eso no impedía que estuvieran alerta acerca de todo lo que sucedía y cómo en su embarazo. Logan dormía con el celular prácticamente en la cabeza en caso de que necesitaran ayuda.Logan, ah, el muy desgraciado se había comenzado a acercar a su enemiga. Aunque decirlo de esa manera sonaba muy posesivo y muy poco asertivo con su propia comunidad femenina, no le agradaba. Al menos no para que estuviera cerca de su mejor y único amigo. Era egoísta pensar así, pero sabía que ella en realidad no había term
Tres años después El pequeño Marcus corrió riendo a carcajadas mientras escapaba de su hermano mayor, Ciro, pues le había robado un juguete. Él le siguió la corriente, divertido.Ciabel estaba recostada en la cama con la manta tapando hasta su cabeza. Era un día de lluvia y ninguno quería moverse de la cama. Excepto que Marcus no daba opción a hacer nada que no fuera jugar. No le importaba el día, ni la hora. Jugaba todo el tiempo y eso era lo lindo. Era un niño lleno de luz, tanto como lo eran Ciro y Demian.—Bueno, bien, tengan cuidado. Marcus, no tienes cinco años, se supone que no puedes correr aún —dijo Damian con diversión persiguiéndolos a ambos. Alzó a Marcus y lo subió a la silla para bebés que había en el comedor y que antiguamente había pertenecido a Ciro. —Papá, no entiendo por qué no puede correr. No es como si fuera a caerse. Aun si lo hiciera —argumentó con toda la lógica del mundo—, eso no sería suficiente excusa. Yo siempre podría atraparlo antes de que cayera. ¿Lo s
—¡No puede ser! —gritó incrédula. Sus ojos se pusieron brillosos y se puso a abrazar a cada una de las personas que estaba ahí.Damián se dedicó a mirarla, admirar a la persona con la que se había casado. Estaba feliz. La amaba más a que a nadie en el universo. Había conseguido que financiaran su proyecto. En realidad, era un proyecto en el que la peligris había estado trabajando con mucho esfuerzo. Lo cierto era que le sorprendía que no se hubiera rendido todavía. Él veía potencial, ella no estaba segura de si era lo correcto o no. Se había ofrecido desde un inicio a financiar el dinero necesario para llevar a cabo esa película, puesto que veía un verdadero potencial. De todas formas, Ciabel se había negado a aceptar una cosa parecida. Quería lograrlo por su propio esfuerzo y por fin lo había hecho. Lo único que el castaño tuvo que hacer fue difundir este proyecto en la academia de cine para que los docentes decidieran contactar a una de las cinematografías asociadas. Esta estudió
Hubo una vez dos personas que se buscaron sin saberlo en un inicio. Hubo una vez un dolor, un amor y una necesidad que solventar para sobrevivir. El mundo nunca había dejado de ser cruel, pero en ese momento esas dos almas jamás lo vieron tan desalmado como cuando se conocieron y el dolor de las cicatrices de cada uno escocía sin dejar lugar a los buenos sentimientos, al amor de cada uno, al amor propio que una persona común debería de tener. Las cosas a menudo y difícilmente salían como querían. Ellos nunca dejaron de quererse.Damián Phoenix había sido una persona adolorida, triste. Había crecido sabiendo que sus verdaderos padres estaban muertos, su padre adoptivo falleció antes de que siquiera pudiera tomarse cariño dejándole la enorme carga de mantener una empresa que ni siquiera quería. Damián no sabía que el destino tenía tantas cosas preparadas como cosas por preparar. Decidió cumplir esa promesa a cambio de todas las cosas buenas que había recibido tras ser adoptado por es
Ciabel iba a robar, si es que lograba cruzar la finca vigilada por dobermans entrenados y guardias de seguridad.Estaba hambrienta y temblaba. El pleno invierno cerca de la montaña no ayudaba, ni tampoco su ropa vieja de verano. Lo que más la abrigaba era un pequeño saco de hilo, translúcido. Su estómago gruñó del hambre y el mareo volvió a atacar. Hacía dos días que no probaba un bocado de nada. En consecuencia, casi trastabilló del árbol en el que estaba trepada y oculta. La pelinegra se agarró con más fuerza de una de las ramas, sin desviar sus peculiares ojos heterocromáticos, uno azul y otro marrón, de su objetivo.No era la primera vez que entraba a un lugar a hurtar cosas, pero sí la primera en la que se metía a una de las mansiones más grandes del mundo. Por lo que había escuchado, pertenecía a un afamado empresario al que por poco no se lo veía por aquel barrio privado llamado Red House.Detestaba con todas sus fuerzas ese lugar. Alguna vez había sido feliz con su pareja an
Por un momento, los tres guardaron un silencio abrupto, casi tanto como la noticia falsa que acababa de recibir Ciabel. Mientras tanto, Damián acababa de procesar sus propias palabras. Debía ser por el sueño, se decía, que no pensaba bien todo aquello que estaba saliendo de su boca. Además del agotamiento que le producía la atención de la prensa sobre su vida personal.Por un momento, la ladrona creyó que era buena idea salir corriendo otra vez. Por alguna razón, no lo hizo. Estaba paralizada, sorprendida y ¿Dónde demonios había visto a aquel hombre hermoso? Se había quedado fascinada por sus ojos color miel. No, no. No debía pensar en esas cosas.El hombre en cuestión giró a mirarla con una ligera sonrisa.—Sí. Es mi pareja —pareció confirmar más para sí mismo que para la chica que sostenía el micrófono. Sin preguntar, la tomó de la mano con cierta fuerza.¿Qué podría salir mal si ayudaba a un multimillonario? ¿Y si estuviera casado? Bueno, evidentemente esa posibilidad estaba des
—De la escuela. Éramos compañeros. —Omitió, por supuesto, que alguna vez la había amado y ella se valió de ese amor para destruirlo —¿De verdad no te acuerdas? —cuestionó con incredulidad. Dio una risa baja y suspiró profundamente armándose de paciencia. No podía creer la situación. Ciabel levantó una ceja por la actitud del desconocido. —Si no me dices, no puedo acordarme.Lo meditó unos instantes y terminó por negar con la cabeza. Tal vez no valía la pena decirlo, había pasado mucho tiempo y si no lo recordaba, no veía el motivo para traer eso a colación. O tal vez, pensó, no se atrevía a decirlo en voz alta y ver si le importaría recordar alguna de las cosas que había hecho, si se arrepentía o por el contrario se enorgullecía de sus actos. —No importa, no hablábamos mucho de todos modos. Era extraño estar hablando con esa chica. Ni por un segundo se habría imaginado que volvería a verla, ni la clase de encuentro que estaban teniendo. —¿Puedes irte? —volvió a insistir—O llamaré