Ciabel iba a robar, si es que lograba cruzar la finca vigilada por dobermans entrenados y guardias de seguridad.
Estaba hambrienta y temblaba.El pleno invierno cerca de la montaña no ayudaba, ni tampoco su ropa vieja de verano. Lo que más la abrigaba era un pequeño saco de hilo, translúcido.Su estómago gruñó del hambre y el mareo volvió a atacar. Hacía dos días que no probaba un bocado de nada.En consecuencia, casi trastabilló del árbol en el que estaba trepada y oculta. La pelinegra se agarró con más fuerza de una de las ramas, sin desviar sus peculiares ojos heterocromáticos, uno azul y otro marrón, de su objetivo.No era la primera vez que entraba a un lugar a hurtar cosas, pero sí la primera en la que se metía a una de las mansiones más grandes del mundo. Por lo que había escuchado, pertenecía a un afamado empresario al que por poco no se lo veía por aquel barrio privado llamado Red House.Detestaba con todas sus fuerzas ese lugar. Alguna vez había sido feliz con su pareja anterior, Víctor, en una de esas casas adineradas. Ahora de esa vida solo le quedaban cicatrices, pesadillas y arrepentimientos.Negó. No iba a pensar en lo cálida y protegida que se había sentido con él los primeros tiempos, allí entre las tantas mantas de su enorme cama y sus brazos fuertes. No. Eso había quedado atrás. No volvería, de eso estaba segura.Los moretones del último encuentro con ese hombre aún seguían visibles por sus muñecas, las que trataba de tapar con las mangas de su ropa cuando estaba en público, lo que no era muy a menudo.Haría lo que fuera para que su bebé no corriera ningún peligro. Eso incluía ocultarlo de su padre y pasar hambre y frío de ser necesario para que tuviera todas las comodidades posibles. En las últimas semanas, también convertirse en una delincuente. Incluso había vendido su cabello, pues era hermoso antes de que la ruina la atacara. Si bien solía llegarle hasta por debajo de las rodillas, ahora el largo terminaba en el cuello.Como fuera, no había tiempo para pensar en lo que la había llevado a ese destino. Sabía que lo que estaba por hacer debía ser realizado a la perfección o entonces jamás volvería a ver a su hijo.No era la mejor madre del mundo, pero se desvivía por la única familia que le quedaba de la mejor forma en la que podía y sabía hacerlo.Con eso en mente, respiró hondo y se preparó para saltar el muro.—--------------------------------------------Damián odiaba las cámaras, los sonidos del flash y las multitudes de periodistas que lo fotografiaban y entrevistaban. Estaba seguro de que disfrutaría más su tan admirada mansión, si ellos no aparecieran constantemente en el recibidor de su casa.Su madre adoraba la atención y desde hace mucho tiempo que esta había decidido convertirse en su mánager.Todo lo que tenía que ver con publicidad solía darle igual, si no se trataba de alguna empresa o producto suyo. Sin embargo, estaba empezando a pensar que era demasiado permisivo con ella en ese aspecto.No podía decirle que no. Tal vez era, a los ojos de muchos, una bruja narcisista. Incluso podía llegar a ser real. No obstante, jamás le daría la espalda. No cuando fue la única que estuvo a su lado en uno de los momentos más oscuros de su vida. Por lo tanto, le costaba horrores decirle que no.Emma, su progenitora, consideraba que estaba "curado" porque había logrado mirarse al espejo luego de dejar la secundaria.No comprendería lo mucho que detestaba las cámaras, aun siendo consciente de su atractivo. Tampoco iba a arruinar la ilusión de presumir a un empresario líder, atractivo y multimillonario como hijo.El castaño parecía tener una elegancia innata, que se notaba aún más cuando estaba sentado en el sillón de una de las salas de estar destinada a las entrevistas. Tenía la mandíbula apretada.Las preguntas de la mujer lo iban a enloquecer.—Hay algo que creo que todos nos estamos preguntando —afirmó la reportera.Se mordió la mejilla interna. Sí, lo sabía. Era la razón por la que casi no aparecía en programas de televisión como ese.—¿Qué ocurrió entre usted y la señorita Clarissa? ¿Qué siente al respecto de que esté saliendo con alguien más?Tal vez, pensó, si respondía de una vez, le dejarían de hacer esas interrogaciones.—Lo que pasó entre nosotros es un asunto privado. Terminamos en buenos términos y es libre de hacer lo que quiera con su vida.—¿Entonces... piensa seguir buscando el amor, señor Damián? Estoy segura de que muchas estamos esperando esa oportunidad.Dio una sonrisa fría.—No está en mis planes, por el momento —respondió evasivo. Desvió la vista a la ventana.La chica, que estaba sentada en un asiento frente al suyo, sonrió con paciencia.—¿O es que ya tiene una misteriosa amada que no quiere dar a conocer? —sugirió.Entrecerró los ojos volviendo la vista a su dirección.—Disculpe, pero ¿en qué momento me va a preguntar cosas que se relacionan a mis empresas o a mi éxito? Estoy seguro de que muchos valorarán más eso que...Al mismo tiempo, Ciabel pasó corriendo a toda velocidad.El hombre frunció el ceño y se volteó bruscamente hacia la ventana creyendo haber visto algo pasar de reojo.—Yo... —balbuceó la entrevistadora con nerviosismo. Se aclaró la garganta y bajó la vista al guión que tenía preparado—¿Cómo fue su primer éxito? Se relamió los labios listo para responder. Para el momento justo en el que abrió la boca, el estruendo de ollas cayendo y chocando entre sí hizo que voltee hacia la cocina. El chef aún no llegaba porque era muy temprano.Se puso de pie de inmediato. Nunca habían entrado ladrones, pero no descartaba la posibilidad. Alerta, caminó directo hacia ese lugar sin darse cuenta de que lo estaba siguiendo el camarógrafo del canal y la entrevistadora.Abrió la puerta de la cocina y también sus ojos más de la cuenta cuando se encontró con una mujer sentada en el suelo entre todos los utensilios caídos, que lo vio como un cervatillo asustado, paralizada. Tenía puesto el uniforme de su chef desabrochado y le quedaba exageradamente grande, si se consideraba la delgadez de Dexter. Estaba despeinada.Con la paciencia casi colmada, él dijo lenta y educadamente:—¿Qué estás...?—¿Está todo en orden? —se interpuso la voz de la entrevistadora.Cerró los ojos con fuerza.Los latidos del corazón de Ciabel amenazaron con salirse del pecho en cuanto se dio cuenta del grave error.Estaba en el suelo, avergonzada y siendo observada por un hombre, una mujer con micrófono y un camarógrafo. Había sido una gran metida de pata.—Sí —respondió Damián. Se acercó con naturalidad a la desconocida y le tendió una mano.Ambos se miraron a los ojos. A pesar de que el lenguaje corporal del empresario denotara calma, la estaba asesinando con la mirada.Dudó, mas finalmente extendió la mano y se agarró de la de él para poder ponerse de pie. Rápidamente se acomodó el uniforme.—Y-yo... —balbuceó la pelinegra.No pudo dejar de verla. No olvidaría esos ojos del infierno por nada del mundo.—Es mi pareja. Ya se fue el misterio —respondió el chico de forma impulsiva.Estaban perdidos.Por un momento, los tres guardaron un silencio abrupto, casi tanto como la noticia falsa que acababa de recibir Ciabel. Mientras tanto, Damián acababa de procesar sus propias palabras. Debía ser por el sueño, se decía, que no pensaba bien todo aquello que estaba saliendo de su boca. Además del agotamiento que le producía la atención de la prensa sobre su vida personal.Por un momento, la ladrona creyó que era buena idea salir corriendo otra vez. Por alguna razón, no lo hizo. Estaba paralizada, sorprendida y ¿Dónde demonios había visto a aquel hombre hermoso? Se había quedado fascinada por sus ojos color miel. No, no. No debía pensar en esas cosas.El hombre en cuestión giró a mirarla con una ligera sonrisa.—Sí. Es mi pareja —pareció confirmar más para sí mismo que para la chica que sostenía el micrófono. Sin preguntar, la tomó de la mano con cierta fuerza.¿Qué podría salir mal si ayudaba a un multimillonario? ¿Y si estuviera casado? Bueno, evidentemente esa posibilidad estaba des
—De la escuela. Éramos compañeros. —Omitió, por supuesto, que alguna vez la había amado y ella se valió de ese amor para destruirlo —¿De verdad no te acuerdas? —cuestionó con incredulidad. Dio una risa baja y suspiró profundamente armándose de paciencia. No podía creer la situación. Ciabel levantó una ceja por la actitud del desconocido. —Si no me dices, no puedo acordarme.Lo meditó unos instantes y terminó por negar con la cabeza. Tal vez no valía la pena decirlo, había pasado mucho tiempo y si no lo recordaba, no veía el motivo para traer eso a colación. O tal vez, pensó, no se atrevía a decirlo en voz alta y ver si le importaría recordar alguna de las cosas que había hecho, si se arrepentía o por el contrario se enorgullecía de sus actos. —No importa, no hablábamos mucho de todos modos. Era extraño estar hablando con esa chica. Ni por un segundo se habría imaginado que volvería a verla, ni la clase de encuentro que estaban teniendo. —¿Puedes irte? —volvió a insistir—O llamaré
La casa de la pelinegra no ocupaba ni una esquina de la fracción que tenía la mansión de aquel hombre. Era muy sencillo limpiarla y también desordenarla. Mientras acomodaba las cosas, el bebé veía videos en un viejo celular. Apenas usaba los dispositivos. Se parecían bastante por las facciones de sus rostros en común. Lo único que tenía de distinto era el cabello pelirrojo y los ojos verdes de su padre.Le tarareaba una canción de cuna por si se aburría. Suspiró agotada. Al menos con el dinero que le había dado pudo comprar la comida suficiente para una semana. Era demasiado. Procuró guardar otro tanto, no sabía cuándo sería la próxima vez que saliera ilesa luego de estar a punto de cometer un crimen. Entonces tocaron la puerta y la poca tranquilidad de ese día se había ido por los trastes. No pudo evitar sentir ansiedad. Aún así, sin miramientos, la abrió. Dos mujeres estaban delante de ella. Una pelirroja y otra rubia. —Buenas tardes, señorita —saludó la pelirroja con simpatía.
¡¿Casarse con ella?!Tenía que ser una terrible broma.Se le escapó una carcajada. Si fuera ella, estaría agradeciendo que no la hubiese metido tras las rejas después de cruzar el muro, entrar a su jardín y luego a su cocina con la esperanza de fingir ser un reemplazo de su chef.Observó con estupefacción a la madre y luego al hijo, quien se soltó de la mano de ella señalando una pequeña estantería donde había algunos libros y cuadros. Corrió hacia allí por su cuenta. Parpadeó, todavía atónito. Era la primera vez que alguien de esa edad (tal vez unos dos o tres años) aparecía por la puerta de su casa.Por otro lado, Ciabel nunca había sido un ser muy sensato y parecía creer, desde siempre, que el mundo le debía algo. —¿Casarme contigo? Espero que estés bromeando —dijo con lentitud. Respiró hondo, se armó de paciencia y le sonrió sin una pizca de gracia a la invitada inesperada—. No. No, no, no y no. De ninguna manera —recalcó.A la intrusa en su vida. A la que debía mantener alejada
Si no lo hubiera necesitado, ni aquellas mujeres la hubieran ido a buscar para darle una advertencia implícita, si no tuviera tanto miedo de perder lo único que le quedaba e importaba en la vida más que ella misma, no hubiese vuelto nunca en su vida a la mansión de aquel hombre.Parecía mofarse de ella, a pesar de que estaba enteramente serio y se había cruzado de brazos. Aún no podía recordar de quién se trataba y le costaba horrores comprender por qué la veía como si quisiera hacerla desaparecer y su sola presencia resultara insoportable.Estaba reprimiendo las ganas de ir por Ciro, quien estaba tranquilo y ajeno a todo observando y tomando unos cuantos libros para luego descartarlos y seguir revisando más, e irse. No podía hacerlo. Estaba acorralada. Lo necesitaba. Ese compromiso falso podría ser la oportunidad, tal vez la única, de conseguir una vida en paz.Sus ojos se pusieron llorosos y estuvo a nada de quebrarse por completo delante del desconocido, cuando no había llorado d
Parecía como si acabase de firmar su propia sentencia de muerte. Al menos así se sentía Damián después de tomar su mano.La miró por unos momentos.—¿De verdad no me recuerdas? —preguntó en voz baja, como si estuviera diciendo un secreto.Ella frunció el ceño.—No. No en realidad. Tus ojos se me hacen conocidos, pero nada más. Bajó la mirada al agarre de sus manos y le recorrió un escalofrío solo por tocarla, así que lentamente la soltó. Se aclaró la garganta y negó con la cabeza. No tenía caso decirle, pero a la larga se iba a dar cuenta de quién era, si es que alguna vez se le ocurría recordar lo que había sido su tiempo durante la secundaria.—Bueno, cualquiera sea el caso, me llamo Damián. La forma en la que la chica ladeó la cabeza, le dio a entender que ni siquiera con su nombre podía recordarlo. Así de insignificante había sido para su vida. Tomó aire. No. No iba a hacer eso otra vez. No podía sentarse a esperar unas disculpas que nunca llegarían por dos cuestiones: la primer
Fue la cena más incómoda que había tenido en mucho tiempo. Ninguno de los dos había dicho palabra alguna y se concentró en alimentar a Ciro para evitar que hiciera un enchastre con la comida. Así que durante unos treinta minutos ninguno habló y estuvieron sumidos en un silencio solo interrumpido por el sonido de los cubiertos. Tenían muchas cosas que discutir, pese a que estaban demasiado agotados como para formular demasiadas oraciones.Cuando el niño bostezó estuvo a punto de levantarse y marcharse, pero él la veía como si quisiera decirle algo. Lo cierto era que aún tenían muchas cosas de las que hablar, así que solo lo llevó al salón y lo recostó en el sillón lo más cómodo posible. Al volver al comedor los platos ya no estaban sobre la mesa. Un hombre alto y castaño estaba pasando un trapo sobre esta y lo vio. Vaya que lo vio. Era atractivo y cada uno de sus movimientos le resultaban hipnotizantes.Sus mejillas se tiñeron de rojo.—Déjame limpiar.—No te preocupes. ¿Te quedas pa
Sí, tenía muchísimas ganas de gritarle todas las verdades en la cara. Pero incluso con ella, se negaba a comportarse como un neardental y tratarla mal. El problema era que era terriblemente malo fingiendo. No podía pretender que nada había pasado entre ellos cuando había convertido su vida en un infierno y la mujer ni siquiera era capaz de rememorar lo sucedido. Estaba siendo absurdo. No podía pretender que se diera cuenta por sí sola y no decirle nada, para después esperar una reacción o algo de su parte. Verla enojada era satisfactorio. No era lindo ni bueno, pero cuando la vio caminar fuera del comedor y la siguió, se arrepintió de haber abierto su boca. La mujer ya parecía lo suficientemente estresada con toda la situacion como para tener que lidiar también con un sujeto inmaduro.Estaba frustrado. Una parte de él no solo necesitaba, sino que anhelaba tener esa conversación de lo que había sucedido años atrás. No se atrevía a hacerlo, a mostrarse vulnerable nuevamente. Hace much