Trato entre el millonario y la mamá ladrona
Trato entre el millonario y la mamá ladrona
Por: Louella
Capítulo 1: El reencuentro

Ciabel iba a robar, si es que lograba cruzar la finca vigilada por dobermans entrenados y guardias de seguridad.

Estaba hambrienta y temblaba.

El pleno invierno cerca de la montaña no ayudaba, ni tampoco su ropa vieja de verano. Lo que más la abrigaba era un pequeño saco de hilo, translúcido.

Su estómago gruñó del hambre y el mareo volvió a atacar. Hacía dos días que no probaba un bocado de nada.

En consecuencia, casi trastabilló del árbol en el que estaba trepada y oculta. La pelinegra se agarró con más fuerza de una de las ramas, sin desviar sus peculiares ojos heterocromáticos, uno azul y otro marrón, de su objetivo.

No era la primera vez que entraba a un lugar a hurtar cosas, pero sí la primera en la que se metía a una de las mansiones más grandes del mundo. Por lo que había escuchado, pertenecía a un afamado empresario al que por poco no se lo veía por aquel barrio privado llamado Red House.

Detestaba con todas sus fuerzas ese lugar. Alguna vez había sido feliz con su pareja anterior, Víctor, en una de esas casas adineradas. Ahora de esa vida solo le quedaban cicatrices, pesadillas y arrepentimientos.

Negó. No iba a pensar en lo cálida y protegida que se había sentido con él los primeros tiempos, allí entre las tantas mantas de su enorme cama y sus brazos fuertes. No. Eso había quedado atrás. No volvería, de eso estaba segura.

Los moretones del último encuentro con ese hombre aún seguían visibles por sus muñecas, las que trataba de tapar con las mangas de su ropa cuando estaba en público, lo que no era muy a menudo.

Haría lo que fuera para que su bebé no corriera ningún peligro. Eso incluía ocultarlo de su padre y pasar hambre y frío de ser necesario para que tuviera todas las comodidades posibles. En las últimas semanas, también convertirse en una delincuente. Incluso había vendido su cabello, pues era hermoso antes de que la ruina la atacara. Si bien solía llegarle hasta por debajo de las rodillas, ahora el largo terminaba en el cuello.

Como fuera, no había tiempo para pensar en lo que la había llevado a ese destino. Sabía que lo que estaba por hacer debía ser realizado a la perfección o entonces jamás volvería a ver a su hijo.

No era la mejor madre del mundo, pero se desvivía por la única familia que le quedaba de la mejor forma en la que podía y sabía hacerlo.

Con eso en mente, respiró hondo y se preparó para saltar el muro.

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Damián odiaba las cámaras, los sonidos del flash y las multitudes de periodistas que lo fotografiaban y entrevistaban. Estaba seguro de que disfrutaría más su tan admirada mansión, si ellos no aparecieran constantemente en el recibidor de su casa.

Su madre adoraba la atención y desde hace mucho tiempo que esta había decidido convertirse en su mánager.

Todo lo que tenía que ver con publicidad solía darle igual, si no se trataba de alguna empresa o producto suyo. Sin embargo, estaba empezando a pensar que era demasiado permisivo con ella en ese aspecto.

No podía decirle que no. Tal vez era, a los ojos de muchos, una bruja narcisista. Incluso podía llegar a ser real. No obstante, jamás le daría la espalda. No cuando fue la única que estuvo a su lado en uno de los momentos más oscuros de su vida. Por lo tanto, le costaba horrores decirle que no.

Emma, su progenitora, consideraba que estaba "curado" porque había logrado mirarse al espejo luego de dejar la secundaria.

No comprendería lo mucho que detestaba las cámaras, aun siendo consciente de su atractivo. Tampoco iba a arruinar la ilusión de presumir a un empresario líder, atractivo y multimillonario como hijo.

El castaño parecía tener una elegancia innata, que se notaba aún más cuando estaba sentado en el sillón de una de las salas de estar destinada a las entrevistas. Tenía la mandíbula apretada.

Las preguntas de la mujer lo iban a enloquecer.

—Hay algo que creo que todos nos estamos preguntando —afirmó la reportera.

Se mordió la mejilla interna. Sí, lo sabía. Era la razón por la que casi no aparecía en programas de televisión como ese.

—¿Qué ocurrió entre usted y la señorita Clarissa? ¿Qué siente al respecto de que esté saliendo con alguien más?

Tal vez, pensó, si respondía de una vez, le dejarían de hacer esas interrogaciones.

—Lo que pasó entre nosotros es un asunto privado. Terminamos en buenos términos y es libre de hacer lo que quiera con su vida.

—¿Entonces... piensa seguir buscando el amor, señor Damián? Estoy segura de que muchas estamos esperando esa oportunidad.

Dio una sonrisa fría.

—No está en mis planes, por el momento —respondió evasivo. Desvió la vista a la ventana.

La chica, que estaba sentada en un asiento frente al suyo, sonrió con paciencia.

—¿O es que ya tiene una misteriosa amada que no quiere dar a conocer? —sugirió.

Entrecerró los ojos volviendo la vista a su dirección.

—Disculpe, pero ¿en qué momento me va a preguntar cosas que se relacionan a mis empresas o a mi éxito? Estoy seguro de que muchos valorarán más eso que...

Al mismo tiempo, Ciabel pasó corriendo a toda velocidad.

El hombre frunció el ceño y se volteó bruscamente hacia la ventana creyendo haber visto algo pasar de reojo.

—Yo... —balbuceó la entrevistadora con nerviosismo. Se aclaró la garganta y bajó la vista al guión que tenía preparado—¿Cómo fue su primer éxito?

Se relamió los labios listo para responder. Para el momento justo en el que abrió la boca, el estruendo de ollas cayendo y chocando entre sí hizo que voltee hacia la cocina. El chef aún no llegaba porque era muy temprano.

Se puso de pie de inmediato. Nunca habían entrado ladrones, pero no descartaba la posibilidad. Alerta, caminó directo hacia ese lugar sin darse cuenta de que lo estaba siguiendo el camarógrafo del canal y la entrevistadora.

Abrió la puerta de la cocina y también sus ojos más de la cuenta cuando se encontró con una mujer sentada en el suelo entre todos los utensilios caídos, que lo vio como un cervatillo asustado, paralizada. Tenía puesto el uniforme de su chef desabrochado y le quedaba exageradamente grande, si se consideraba la delgadez de Dexter. Estaba despeinada.

Con la paciencia casi colmada, él dijo lenta y educadamente:

—¿Qué estás...?

—¿Está todo en orden? —se interpuso la voz de la entrevistadora.

Cerró los ojos con fuerza.

Los latidos del corazón de Ciabel amenazaron con salirse del pecho en cuanto se dio cuenta del grave error.

Estaba en el suelo, avergonzada y siendo observada por un hombre, una mujer con micrófono y un camarógrafo. Había sido una gran metida de pata.

—Sí —respondió Damián. Se acercó con naturalidad a la desconocida y le tendió una mano.

Ambos se miraron a los ojos. A pesar de que el lenguaje corporal del empresario denotara calma, la estaba asesinando con la mirada.

Dudó, mas finalmente extendió la mano y se agarró de la de él para poder ponerse de pie. Rápidamente se acomodó el uniforme.

—Y-yo... —balbuceó la pelinegra.

No pudo dejar de verla. No olvidaría esos ojos del infierno por nada del mundo.

—Es mi pareja. Ya se fue el misterio —respondió el chico de forma impulsiva.

Estaban perdidos.

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