—De la escuela. Éramos compañeros. —Omitió, por supuesto, que alguna vez la había amado y ella se valió de ese amor para destruirlo —¿De verdad no te acuerdas? —cuestionó con incredulidad. Dio una risa baja y suspiró profundamente armándose de paciencia. No podía creer la situación.
Ciabel levantó una ceja por la actitud del desconocido.—Si no me dices, no puedo acordarme.Lo meditó unos instantes y terminó por negar con la cabeza. Tal vez no valía la pena decirlo, había pasado mucho tiempo y si no lo recordaba, no veía el motivo para traer eso a colación. O tal vez, pensó, no se atrevía a decirlo en voz alta y ver si le importaría recordar alguna de las cosas que había hecho, si se arrepentía o por el contrario se enorgullecía de sus actos.—No importa, no hablábamos mucho de todos modos.Era extraño estar hablando con esa chica. Ni por un segundo se habría imaginado que volvería a verla, ni la clase de encuentro que estaban teniendo.—¿Puedes irte? —volvió a insistir—O llamaré a los de seguridad para que se hagan cargo de ti.Apretó la mandíbula con frustración.—No me voy a ir. Acabas de exponerme adelante de la televisión nacional, ¿crees que voy a poder estar en paz? —Rio con frustración. Estaba muy al tanto de cómo funcionaba el mundo y ya se podía imaginar lo que pasaría cuando se den cuenta en el chiquero en el que vivía—Sí, vine a robar, no he comido en dos días, me duele el cuerpo y mi bebé se está muriendo —dijo en un hilo de voz.Respiró agitada con la ansiedad cosquilleando en su cuerpo. Estaba descargando sus frustraciones frente a alguien que ni idea tenía y que posiblemente tampoco le importaba mucho lo que hiciera o padeciera.Damián tragó saliva sorprendido por su confrontación.—Esto de robar no te va a llevar a ninguna parte.Dio una risa amarga.—Cierto. Solo a los políticos los dejan impunes —bromeó y respiró hondo—. No tengo nada. Si me llegan a ver cerca de donde vivo, no van a dejarnos en paz. Serías avergonzado y probablemente dirán que era una prostituta. Tienes que solucionar esto antes de que la situación empeore.Ah.Se refregó la cara.—Bien, bien. Voy a hacerlo, pero no se te ocurra robarme nada —advirtió señalándola—. ¿Necesitas dinero?No podía creer lo que estaba por hacer, pero no era la clase de persona que se quedaba de brazos cruzados. Si una pobre criatura estaba a cargo de una persona como ella... lo mejor era llamar a Protección Infantil.Lo miró desconfiada.—¿Como compensación por las molestias? —Entrecerró los ojos.Levantó las dos cejas.—¿Molestias? ¿Yo a ti? Tienes suerte de que no te haya denunciado frente a un programa en vivo.—¿Me lo vas a dar por pena? —Sonrió. Bueno, era mejor que nada.Rodó los ojos y terminó por asentir. Estiró su brazo tomando la billetera del bolsillo trasero de su pantalón. Sacó un fajo de billetes y se lo tendió como si no tuvieran importancia.Lo contempló entre sorprendida y avergonzada de sí misma. A eso había llegado. Le había dado tanta pena al empresario al que le iba a robar que este había decidido darle billetes, que para colmo no podía rechazar por su hijo.—No puedes irte a tu casa ahora mismo. La prensa está afuera y están esperando una conferencia de mi parte —explicó abriendo la puerta. Camino a la salida se detuvo y giró—. A propósito, ¿cómo es que pudiste entrar a la casa sin ser vista?—Por la parte de atrás. No es muy buena tu seguridad.Era bastante buena, a pesar de que era tan rápida como los perros que la habían perseguido. Los guardias, por otra parte, parecían haber estado ocupados controlando que ningún paparazzi se colara a la mansión. No sería la primera vez que pasaba por ese vecindario.Estaba perdida en sus pensamientos cuando se dio cuenta de que la estaba viendo. Se puso derecha.—Te ves horrible —reconoció Damián.Hace muchos años, le había parecido una de las mujeres más hermosas que había visto. Se odiaba, porque por más de haber estado por más de seis años sin volver a verla, había visto a muchas modelos de pasarela y su aspecto fuera demacrado y le había hecho la vida imposible, le seguía pareciendo una de las más bonitas.Sus ojos de distinto color eran la mejor parte de todas.Se encogió de hombros ante el comentario.Reparó en que inconscientemente se estaba abrazando, de que la ropa que traía, que constaba de unos pantalones cortos, una remera y un saco de verano, no era la adecuada y que incluso su perro podía vestir mejor.—Acompáñame. No pueden verte así conmigo —se excusó con esa voz gruesa que ponía los pelos de punta. Empezó a caminar sin más.La muchacha lo siguió con curiosidad.—¿Ahora soy tu buena acción del día?—No puedo dejarte salir así. ¿Y puedes quitarte eso del brazo? —inquirió caminando por el pasillo.El lugar era enorme, blanco, inmaculado. Con cada paso que daba ensuciaba el suelo con sus zapatillas llenas de barro.—Si lo hago, me voy a desmayar —murmuró. Se sentía un tanto pequeña en esa casa.Como estaba de espaldas, se tomó el tiempo para examinarlo con la mirada. Su espalda era grande. Se notaba que hacía ejercicio. Cada movimiento suyo se le antojaba elegante y calculado, perfeccionista como alguna vez lo había sido.—¿No tienes miedo de que te robe algo?—Si lo haces y sales de mi casa, los perros te van a atacar. Identificarán el olor del objeto y...—¿Eso es legal?Suelta una risa baja.—No los entrenamos para eso, pero son bastante listos, así que...—Bien. —Volvió a repetir el gesto de poner los ojos en blanco—. No robaré nada, te lo juro. Cruzaron la inmensa casa hasta dar con un elevador. Sería agotador subir tantas escaleras. Una vez allí, él tocó un botón mientras que ella lo observaba con curiosidad. Debía admitir que no había sido la mejor compañera en esos tiempos.El silencio entre ambos era lo suficientemente incómodo. Era claro que el sujeto cuyo nombre desconocía tenía muchas cosas que decirle. No sabía quién era, no lo registraba. Lo siguiente que pasó fue que le ordenó a una de sus empleadas guiarla a una de las habitaciones y conseguirle ropa decente.No la quería cerca suyo durante tanto tiempo, si era sincero. Por ende, dejó que sus empleados se hagan cargo del problema.Se encerró en su despacho sin más.Ciabel estaba un tanto perdida.La trataron como a una princesa y fue la primera vez en mucho tiempo que se sintió tranquila. Mientras le preparaban el baño, una enfermera de la casa fue a verla. Cosió su herida y la desinfectó. Le dolió horrores, e igualmente era mejor que no recibir atención médica. Se bañó en la tina después de tanto tiempo y casi se quedó dormida en esta.Estaba tranquila, ya que a su bebé la cuidaba una de sus vecinas, era agradable.Una vez salió, en la punta de la cama la esperaba ropa perfectamente doblada y planchada. Se colocó los jeans, la remera y el suéter, luego unos borcegos. Era una prenda tan simple y aún así le costaba reconocerse.Ese día se fue, después de tanto, calmada.Lo que no sabía era que Damián la estaba siguiendo.No podía ir con el auto. Aún así, la siguió con una campera encima, que fue suficiente como para pasar desapercibido. No tanto, era obvio que no era de la zona.Cuando atravesaron el barrio privado se desviaron por una carretera de tierra que ni siquiera sabía que existía. Allí, las casas estaban casi ocultas entre los árboles y se caían a pedazos.Solo necesitaba la ubicación del lugar. No iba a denunciarla, aunque no podía quedarse de brazos cruzados mientras un bebé corría riesgo. Tampoco se iba a permitir sentirse culpable por actuar de manera responsable.La casa en la que estaba era pequeña, simple, de madera. Parecía recién pintada. Al menos se esforzaba para parecer decente.Esa misma tarde, Protección infantil llegó a la puerta.La casa de la pelinegra no ocupaba ni una esquina de la fracción que tenía la mansión de aquel hombre. Era muy sencillo limpiarla y también desordenarla. Mientras acomodaba las cosas, el bebé veía videos en un viejo celular. Apenas usaba los dispositivos. Se parecían bastante por las facciones de sus rostros en común. Lo único que tenía de distinto era el cabello pelirrojo y los ojos verdes de su padre.Le tarareaba una canción de cuna por si se aburría. Suspiró agotada. Al menos con el dinero que le había dado pudo comprar la comida suficiente para una semana. Era demasiado. Procuró guardar otro tanto, no sabía cuándo sería la próxima vez que saliera ilesa luego de estar a punto de cometer un crimen. Entonces tocaron la puerta y la poca tranquilidad de ese día se había ido por los trastes. No pudo evitar sentir ansiedad. Aún así, sin miramientos, la abrió. Dos mujeres estaban delante de ella. Una pelirroja y otra rubia. —Buenas tardes, señorita —saludó la pelirroja con simpatía.
¡¿Casarse con ella?!Tenía que ser una terrible broma.Se le escapó una carcajada. Si fuera ella, estaría agradeciendo que no la hubiese metido tras las rejas después de cruzar el muro, entrar a su jardín y luego a su cocina con la esperanza de fingir ser un reemplazo de su chef.Observó con estupefacción a la madre y luego al hijo, quien se soltó de la mano de ella señalando una pequeña estantería donde había algunos libros y cuadros. Corrió hacia allí por su cuenta. Parpadeó, todavía atónito. Era la primera vez que alguien de esa edad (tal vez unos dos o tres años) aparecía por la puerta de su casa.Por otro lado, Ciabel nunca había sido un ser muy sensato y parecía creer, desde siempre, que el mundo le debía algo. —¿Casarme contigo? Espero que estés bromeando —dijo con lentitud. Respiró hondo, se armó de paciencia y le sonrió sin una pizca de gracia a la invitada inesperada—. No. No, no, no y no. De ninguna manera —recalcó.A la intrusa en su vida. A la que debía mantener alejada
Si no lo hubiera necesitado, ni aquellas mujeres la hubieran ido a buscar para darle una advertencia implícita, si no tuviera tanto miedo de perder lo único que le quedaba e importaba en la vida más que ella misma, no hubiese vuelto nunca en su vida a la mansión de aquel hombre.Parecía mofarse de ella, a pesar de que estaba enteramente serio y se había cruzado de brazos. Aún no podía recordar de quién se trataba y le costaba horrores comprender por qué la veía como si quisiera hacerla desaparecer y su sola presencia resultara insoportable.Estaba reprimiendo las ganas de ir por Ciro, quien estaba tranquilo y ajeno a todo observando y tomando unos cuantos libros para luego descartarlos y seguir revisando más, e irse. No podía hacerlo. Estaba acorralada. Lo necesitaba. Ese compromiso falso podría ser la oportunidad, tal vez la única, de conseguir una vida en paz.Sus ojos se pusieron llorosos y estuvo a nada de quebrarse por completo delante del desconocido, cuando no había llorado d
Parecía como si acabase de firmar su propia sentencia de muerte. Al menos así se sentía Damián después de tomar su mano.La miró por unos momentos.—¿De verdad no me recuerdas? —preguntó en voz baja, como si estuviera diciendo un secreto.Ella frunció el ceño.—No. No en realidad. Tus ojos se me hacen conocidos, pero nada más. Bajó la mirada al agarre de sus manos y le recorrió un escalofrío solo por tocarla, así que lentamente la soltó. Se aclaró la garganta y negó con la cabeza. No tenía caso decirle, pero a la larga se iba a dar cuenta de quién era, si es que alguna vez se le ocurría recordar lo que había sido su tiempo durante la secundaria.—Bueno, cualquiera sea el caso, me llamo Damián. La forma en la que la chica ladeó la cabeza, le dio a entender que ni siquiera con su nombre podía recordarlo. Así de insignificante había sido para su vida. Tomó aire. No. No iba a hacer eso otra vez. No podía sentarse a esperar unas disculpas que nunca llegarían por dos cuestiones: la primer
Fue la cena más incómoda que había tenido en mucho tiempo. Ninguno de los dos había dicho palabra alguna y se concentró en alimentar a Ciro para evitar que hiciera un enchastre con la comida. Así que durante unos treinta minutos ninguno habló y estuvieron sumidos en un silencio solo interrumpido por el sonido de los cubiertos. Tenían muchas cosas que discutir, pese a que estaban demasiado agotados como para formular demasiadas oraciones.Cuando el niño bostezó estuvo a punto de levantarse y marcharse, pero él la veía como si quisiera decirle algo. Lo cierto era que aún tenían muchas cosas de las que hablar, así que solo lo llevó al salón y lo recostó en el sillón lo más cómodo posible. Al volver al comedor los platos ya no estaban sobre la mesa. Un hombre alto y castaño estaba pasando un trapo sobre esta y lo vio. Vaya que lo vio. Era atractivo y cada uno de sus movimientos le resultaban hipnotizantes.Sus mejillas se tiñeron de rojo.—Déjame limpiar.—No te preocupes. ¿Te quedas pa
Sí, tenía muchísimas ganas de gritarle todas las verdades en la cara. Pero incluso con ella, se negaba a comportarse como un neardental y tratarla mal. El problema era que era terriblemente malo fingiendo. No podía pretender que nada había pasado entre ellos cuando había convertido su vida en un infierno y la mujer ni siquiera era capaz de rememorar lo sucedido. Estaba siendo absurdo. No podía pretender que se diera cuenta por sí sola y no decirle nada, para después esperar una reacción o algo de su parte. Verla enojada era satisfactorio. No era lindo ni bueno, pero cuando la vio caminar fuera del comedor y la siguió, se arrepintió de haber abierto su boca. La mujer ya parecía lo suficientemente estresada con toda la situacion como para tener que lidiar también con un sujeto inmaduro.Estaba frustrado. Una parte de él no solo necesitaba, sino que anhelaba tener esa conversación de lo que había sucedido años atrás. No se atrevía a hacerlo, a mostrarse vulnerable nuevamente. Hace much
A pesar de haber crecido en una casa con todas las comodidades posibles y después haberse mudado a una de las mejores mansiones que había conocido, no pudo evitar sentirse tremendamente fuera de lugar en ese cuarto elegante. No supo en qué momento se había quedado dormida abrazada a Ciro, pero abrió los ojos en cuanto la luz del sol que entraba y atravesaba las cortinas blancas fue demasiado para soportar y seguir durmiendo. El cobertor era cómodo, el sommier en sí lo era. Vio al pequeño dormir estirado y roncando. Sonrió divertida y se sentó con cuidado. Por fortuna, tenía el sueño tan pesado que no se despertaba con simples ruidos o movimientos, a diferencia de ella. La alarma avisaba que eran cerca de las nueve de la mañana, así que aprovechó para darse un baño, cambiarse y ponerse la ropa de allí. Encontró una camisa y unos pantalones cargo. Eso sería lo suficientemente elegante para ver a un abogado a los ojos sin sentirse pequeña. No había maquillaje y no recordaba la última
En cuanto se dio cuenta del peso de las palabras que había dejado escapar de su boca frente al hombre que la estaba ayudando y que la había perdonado y, peor aún, también delante de Ciro, cerró los ojos con pesadez.—Lo lamento. No sé qué digo, yo...—Comprendo lo que dices —interrumpió el empresario con frialdad—. Entiendo a lo que vas, cuál es tu cometido y si así es como quieres seguir... lo entiendo. No estoy de acuerdo, podría ser diferente, pero si quieres distancia, no voy a obligarte a que te caiga bien.Con la vista clavada en la isla de la cocina, dio un pequeño asentimiento haciéndole saber que lo había comprendido. Luego, se fijó en su hijo pequeño, quien estaba absorto en la comida. Tal vez era culpa suya que estuviera más callado que de costumbre y no del todo por estar en la casa de un extraño, pese a que estaba segura de que eso sumaba en cierta medida la timidez del pequeño. Era posible que tuviera más que ver con el hecho de que la veía más tensa y estresada de lo n