La casa de la pelinegra no ocupaba ni una esquina de la fracción que tenía la mansión de aquel hombre. Era muy sencillo limpiarla y también desordenarla. Mientras acomodaba las cosas, el bebé veía videos en un viejo celular. Apenas usaba los dispositivos.
Se parecían bastante por las facciones de sus rostros en común. Lo único que tenía de distinto era el cabello pelirrojo y los ojos verdes de su padre.Le tarareaba una canción de cuna por si se aburría. Suspiró agotada. Al menos con el dinero que le había dado pudo comprar la comida suficiente para una semana. Era demasiado. Procuró guardar otro tanto, no sabía cuándo sería la próxima vez que saliera ilesa luego de estar a punto de cometer un crimen.Entonces tocaron la puerta y la poca tranquilidad de ese día se había ido por los trastes.No pudo evitar sentir ansiedad. Aún así, sin miramientos, la abrió.Dos mujeres estaban delante de ella. Una pelirroja y otra rubia.—Buenas tardes, señorita —saludó la pelirroja con simpatía.La miró con fijeza, impaciente. Detestaba los saludos cordiales. Se moría de ansiedad cuando sabía que había algo por decir y evitaban hablar al respecto.—Buenas tardes —susurró—¿En qué puedo ayudarlas? —Sonrió con nerviosismo. Apretó un poco fuerte la manija de la puerta.—Bueno... —dijo la rubia—Somos de protección infantil y hemos recibido informes de que no se está cuidando al niño como debería.En ese instante quiso cerrar la puerta delante de ellas. La mano que sostenía el picaporte tembló ligeramente.—Él está en perfecto estado, quien quiera que sea la persona que se comunicó con ustedes, les mintió. Yo cuido a mi bebé con mi vida. Muchas gracias por su preocupación, pero estamos bien —afirmó con el mentón levantado.La visitante dio una vista rápida a la casa. Comenzó a sentirse juzgada. Luego, bajó la mirada hacia la ropa que tenía encima. Era una suerte que le hubieran dado esa ropa, ese dinero, ese día.—Esto es temporal, por supuesto. Tuve problemas con su padre y...—¿Sí?—No sé quién es —mintió. Quería mantenerlo al margen lo más posible. Si empezaba a hablar, probablemente le dirían que las cosas debían ir a un juicio y ya sabía quién de los dos tenía más posibilidades de ganar. No iba a dejar que se lleve a su hijo—. No lo recuerdo, pero... mi bebé está en perfectas condiciones.Prefería parecer una inmoral a tener que enfrentarse a una lucha que aún no podía ganar.Vio a ambas intercambiar miradas entre sí. Sabían que estaba mintiendo.—¿Nos permites pasar? Debemos asegurarnos de que las cosas estén en orden antes de seguir nuestro camino.Dio su mejor sonrisa falsa.—Por supuesto. Adelante, sean bienvenidas. Acabo de terminar de limpiar, por el momento.Al menos, el suelo era de madera y no de tierra, como la mayoría de las otras viviendas de esa cuadra.—Tomen asiento. ¿Gustan algo de beber?—Estamos bien —aseguró la rubia—. Yo soy Ana y ella es Cecile.Asintió.—Un gusto. Mi nombre es Ciabel, Ciabel Armstrong. Él es Ciro.Al instante, las dos vieron al pequeño, quien estaba absorto en sus videos. Al sentirse observado giró a verlas y les dio una sonrisa.—Hola. —Saludó con la mano y una sonrisa sonrojada, tímida. Volvió al celular.—¿A qué se dedica, señorita Ciabel?Parpadeó.—Bueno... Soy asistente de cocina. —Si ella ayudó en una mentira, le convenía a su cómplice que la ayude también con la suya.La charla, afortunada o desafortunadamente, no duró mucho más. Se aseguraron de realizarle diferentes clases de preguntas y luego se retiraron.Su falsa sonrisa se borró apenas se cerró la puerta.Sus latidos estaban descontrolados. Se encerró en el baño para que Ciro no la viera. Estaba empezando a marearse. Se tapó el rostro con una mano, derrotada. Tomó asiento en el váter. Sus dos piernas estaban temblorosas. Estaba asustada y al mismo tiempo demasiado furiosa.Sabía que era más que probable que el involucrado detrás de eso era el mismo Víctor. La sola idea de volver a verlo la repugnaba. Al fin y al cabo, todo lo que estaba pasando era culpa suya.Por supuesto que era responsable de sus acciones, pero ¿qué más podía hacer cuando estaba entre la espada y la pared?Los moretones que aún estaban algo visibles eran la evidencia de lo que pasaba cuando se atrevía a vivir con normalidad.Le había costado horrores conseguir un empleo que no pidiera experiencia ni título secundario. Era camarera en un restaurante, dónde ganaba lo suficiente como para pagar la comida y el alquiler. Sin embargo, la felicidad duró poco cuando se cruzó con un amigo de su ex.Al día siguiente, Víctor entró. No lo hizo solo, claro que no. Las personas como él siempre estaban acostumbradas a escudarse con los demás. Para colmo, había entrado con un pasamontañas para salir ileso de cualquier denuncia.Así que rompieron vidrios, mesas, platos, y… también a ella. Las pocas esperanzas que tenía de salir adelante se desvanecieron mientras él le daba patadas en el suelo. Una y otra vez.Le había arrancado los sueños de un tajo. Otra vez.Antes, se había encargado de que cada agencia de modelos a la que iba la rechazara, bajo un rumor y unas pruebas falsas de que era una estafadora.Aún así, no era el primer intento de conseguir un buen trabajo. Primero fue cajera en un supermercado, luego asistente de cocina. No importaba dónde estuviera, la terminaba encontrando.Se había quedado sin nada. Sin dinero, ni trabajo, ni esperanzas.Para alguien que vivió toda su vida con muy pocas ganas de vivirla, fue duro tener que afrontarlo: no podía luchar contra él.Empero, no solo era responsable de su vida, sino también la de su hijo. Por eso, decidió que iba a ponerse de pie y no iba a dejar que una persona tan horrible le arruinara la vida.Haría lo que fuera para proteger a su bebé. Incluso si eso la hacía una criminal y una mala persona… no lo dejaría a la deriva. No como hicieron con ella.Tenía miedo, por supuesto. Vivía con el terror latente de ser encontrados. De que Victor podría llevarse a Ciro.Así que cuando esas mujeres se fueron y luego de que pasó el ataque de pánico, supo exactamente lo que tenía que hacer.—-----------------------------------------------------Damián no había pegado el ojo en toda la noche, puesto que se la pasó cuestionando si lo que había hecho había sido la mejor opción para los dos o, por el contrario, había cometido un error.A la mañana siguiente despertó con un sentimiento amargo recorriendo su cuerpo. La culpa no lo había dejado dormir.Comía sus panqueques de avena con malhumor, hasta que un guardia tocó la puerta. Se puso de pie con el ceño fruncido. No solía venir nadie a esas horas.—¿Pasó algo?Adrián sonrió.—Hay una joven esperándolo en el portón. Quiere hablar con usted. Tiene un niño en brazos, debe tener unos dos años o algo por el estilo.Lo miró con seriedad.—¿Qué le parece chistoso, Adrián? —habló entre dientes—Hágalos pasar.Tenía una idea de la persona que podía ser. Volvió a sentarse en su sitio a prepararse mentalmente para soportar el regaño que iba a recibir de Ciabel.Dos minutos después, ella estaba en la misma entrada por la que había aparecido el guardia. La vio por un par de segundos. Sin duda, la ropa que le había dado le sentaba de maravilla. El bebé, debía reconocer, estaba diez veces en mejor estado que la madre. Se notaba que lo cuidaba demasiado. Hasta la ropa que llevaba encima parecía ser de marca y no cualquiera. Estaba bien abrigado, bien alimentado y no tenía ningún golpe a la vista.—Buenos días —saludó la mujer de ojos diferentes—¿Tiene un momento, señor? —inquirió mucho más educada de lo que se había comportado el día anterior. A pesar de eso, el tono de su voz era arisco.—Viendo que ya ha venido e interrumpido mi desayuno, no veo por qué no echar en vano esos segundos de paz sacrificados para oír aquello que quiere decirme —respondió irónico.El niño ladeó la cabeza viéndolo, luego se distrajo detallando la arquitectura del lugar. No estaba pendiente de la conversación.—¿Qué hace aquí, señorita Ciabel? ¿Cuándo le va a quedar claro que usted no es bienvenida aquí?La aludida se dedicó a mecer con calma a Ciro, para después bajarlo y tomarlo de la mano. No tenía las fuerzas suficientes como para cargarlo durante mucho tiempo.—Tengo un reclamo del que usted bien sabe de qué se trata. —Se acercó más.Bastó una mirada de reojo al guardia para que este comprendiera que el jefe quería estar a solas.—¿Sí? —preguntó como si no supiera.—Sí. Me expuse frente a la televisión nacional y fingí una mentira por ti. Creo que es hora de tener una retribución. Esta mentira… —titubeó—creo que podría ayudarnos a ambos. ¡Casémonos!¡¿Casarse con ella?!Tenía que ser una terrible broma.Se le escapó una carcajada. Si fuera ella, estaría agradeciendo que no la hubiese metido tras las rejas después de cruzar el muro, entrar a su jardín y luego a su cocina con la esperanza de fingir ser un reemplazo de su chef.Observó con estupefacción a la madre y luego al hijo, quien se soltó de la mano de ella señalando una pequeña estantería donde había algunos libros y cuadros. Corrió hacia allí por su cuenta. Parpadeó, todavía atónito. Era la primera vez que alguien de esa edad (tal vez unos dos o tres años) aparecía por la puerta de su casa.Por otro lado, Ciabel nunca había sido un ser muy sensato y parecía creer, desde siempre, que el mundo le debía algo. —¿Casarme contigo? Espero que estés bromeando —dijo con lentitud. Respiró hondo, se armó de paciencia y le sonrió sin una pizca de gracia a la invitada inesperada—. No. No, no, no y no. De ninguna manera —recalcó.A la intrusa en su vida. A la que debía mantener alejada
Si no lo hubiera necesitado, ni aquellas mujeres la hubieran ido a buscar para darle una advertencia implícita, si no tuviera tanto miedo de perder lo único que le quedaba e importaba en la vida más que ella misma, no hubiese vuelto nunca en su vida a la mansión de aquel hombre.Parecía mofarse de ella, a pesar de que estaba enteramente serio y se había cruzado de brazos. Aún no podía recordar de quién se trataba y le costaba horrores comprender por qué la veía como si quisiera hacerla desaparecer y su sola presencia resultara insoportable.Estaba reprimiendo las ganas de ir por Ciro, quien estaba tranquilo y ajeno a todo observando y tomando unos cuantos libros para luego descartarlos y seguir revisando más, e irse. No podía hacerlo. Estaba acorralada. Lo necesitaba. Ese compromiso falso podría ser la oportunidad, tal vez la única, de conseguir una vida en paz.Sus ojos se pusieron llorosos y estuvo a nada de quebrarse por completo delante del desconocido, cuando no había llorado d
Parecía como si acabase de firmar su propia sentencia de muerte. Al menos así se sentía Damián después de tomar su mano.La miró por unos momentos.—¿De verdad no me recuerdas? —preguntó en voz baja, como si estuviera diciendo un secreto.Ella frunció el ceño.—No. No en realidad. Tus ojos se me hacen conocidos, pero nada más. Bajó la mirada al agarre de sus manos y le recorrió un escalofrío solo por tocarla, así que lentamente la soltó. Se aclaró la garganta y negó con la cabeza. No tenía caso decirle, pero a la larga se iba a dar cuenta de quién era, si es que alguna vez se le ocurría recordar lo que había sido su tiempo durante la secundaria.—Bueno, cualquiera sea el caso, me llamo Damián. La forma en la que la chica ladeó la cabeza, le dio a entender que ni siquiera con su nombre podía recordarlo. Así de insignificante había sido para su vida. Tomó aire. No. No iba a hacer eso otra vez. No podía sentarse a esperar unas disculpas que nunca llegarían por dos cuestiones: la primer
Fue la cena más incómoda que había tenido en mucho tiempo. Ninguno de los dos había dicho palabra alguna y se concentró en alimentar a Ciro para evitar que hiciera un enchastre con la comida. Así que durante unos treinta minutos ninguno habló y estuvieron sumidos en un silencio solo interrumpido por el sonido de los cubiertos. Tenían muchas cosas que discutir, pese a que estaban demasiado agotados como para formular demasiadas oraciones.Cuando el niño bostezó estuvo a punto de levantarse y marcharse, pero él la veía como si quisiera decirle algo. Lo cierto era que aún tenían muchas cosas de las que hablar, así que solo lo llevó al salón y lo recostó en el sillón lo más cómodo posible. Al volver al comedor los platos ya no estaban sobre la mesa. Un hombre alto y castaño estaba pasando un trapo sobre esta y lo vio. Vaya que lo vio. Era atractivo y cada uno de sus movimientos le resultaban hipnotizantes.Sus mejillas se tiñeron de rojo.—Déjame limpiar.—No te preocupes. ¿Te quedas pa
Sí, tenía muchísimas ganas de gritarle todas las verdades en la cara. Pero incluso con ella, se negaba a comportarse como un neardental y tratarla mal. El problema era que era terriblemente malo fingiendo. No podía pretender que nada había pasado entre ellos cuando había convertido su vida en un infierno y la mujer ni siquiera era capaz de rememorar lo sucedido. Estaba siendo absurdo. No podía pretender que se diera cuenta por sí sola y no decirle nada, para después esperar una reacción o algo de su parte. Verla enojada era satisfactorio. No era lindo ni bueno, pero cuando la vio caminar fuera del comedor y la siguió, se arrepintió de haber abierto su boca. La mujer ya parecía lo suficientemente estresada con toda la situacion como para tener que lidiar también con un sujeto inmaduro.Estaba frustrado. Una parte de él no solo necesitaba, sino que anhelaba tener esa conversación de lo que había sucedido años atrás. No se atrevía a hacerlo, a mostrarse vulnerable nuevamente. Hace much
A pesar de haber crecido en una casa con todas las comodidades posibles y después haberse mudado a una de las mejores mansiones que había conocido, no pudo evitar sentirse tremendamente fuera de lugar en ese cuarto elegante. No supo en qué momento se había quedado dormida abrazada a Ciro, pero abrió los ojos en cuanto la luz del sol que entraba y atravesaba las cortinas blancas fue demasiado para soportar y seguir durmiendo. El cobertor era cómodo, el sommier en sí lo era. Vio al pequeño dormir estirado y roncando. Sonrió divertida y se sentó con cuidado. Por fortuna, tenía el sueño tan pesado que no se despertaba con simples ruidos o movimientos, a diferencia de ella. La alarma avisaba que eran cerca de las nueve de la mañana, así que aprovechó para darse un baño, cambiarse y ponerse la ropa de allí. Encontró una camisa y unos pantalones cargo. Eso sería lo suficientemente elegante para ver a un abogado a los ojos sin sentirse pequeña. No había maquillaje y no recordaba la última
En cuanto se dio cuenta del peso de las palabras que había dejado escapar de su boca frente al hombre que la estaba ayudando y que la había perdonado y, peor aún, también delante de Ciro, cerró los ojos con pesadez.—Lo lamento. No sé qué digo, yo...—Comprendo lo que dices —interrumpió el empresario con frialdad—. Entiendo a lo que vas, cuál es tu cometido y si así es como quieres seguir... lo entiendo. No estoy de acuerdo, podría ser diferente, pero si quieres distancia, no voy a obligarte a que te caiga bien.Con la vista clavada en la isla de la cocina, dio un pequeño asentimiento haciéndole saber que lo había comprendido. Luego, se fijó en su hijo pequeño, quien estaba absorto en la comida. Tal vez era culpa suya que estuviera más callado que de costumbre y no del todo por estar en la casa de un extraño, pese a que estaba segura de que eso sumaba en cierta medida la timidez del pequeño. Era posible que tuviera más que ver con el hecho de que la veía más tensa y estresada de lo n
Ciabel era el tipo de persona a la que si le decían que estaba a punto de llover, incluso si le mostraba el pronóstico del tiempo, solo lo creería si veía las gotas cayendo del cielo. Por eso, confiar en que Damián no fuera a retractarse después de saber por qué en realidad necesitaba tanto un contrato de matrimonio falso, resultaba realmente difícil.No estaba lista para decírselo. Igualmente, los gestos del abogado, sus ojos más abiertos de lo normal, eran casi una pregunta indirecta: ¿Cuánto iba a decirle? Porque tenía que hacerlo. Sabía que en los contratos debía haber un consentimiento y esto era ir más allá del sí o del no. También era que se supiera todo lo que necesitaba saberse.—Me estaba mostrando un tatuaje. Muy lindo, por cierto —respondió con indiferencia su ex cuñado. Arrugó la frente—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Y el niño?—Está quieto en el columpio. No quiere hablarme y no quiero molestarlo. —Se cruzó de brazos.—Aún no terminamos —aclaró el pelirrojo con diversión—.