Ciabel era el tipo de persona a la que si le decían que estaba a punto de llover, incluso si le mostraba el pronóstico del tiempo, solo lo creería si veía las gotas cayendo del cielo. Por eso, confiar en que Damián no fuera a retractarse después de saber por qué en realidad necesitaba tanto un contrato de matrimonio falso, resultaba realmente difícil.No estaba lista para decírselo. Igualmente, los gestos del abogado, sus ojos más abiertos de lo normal, eran casi una pregunta indirecta: ¿Cuánto iba a decirle? Porque tenía que hacerlo. Sabía que en los contratos debía haber un consentimiento y esto era ir más allá del sí o del no. También era que se supiera todo lo que necesitaba saberse.—Me estaba mostrando un tatuaje. Muy lindo, por cierto —respondió con indiferencia su ex cuñado. Arrugó la frente—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Y el niño?—Está quieto en el columpio. No quiere hablarme y no quiero molestarlo. —Se cruzó de brazos.—Aún no terminamos —aclaró el pelirrojo con diversión—.
—¿Y eso que quieres es...? —inquirió el castaño siguiendo el juego de su amigo. No le gustaba el misterio. Tenía tan poca paciencia para esas cosas. Y Logan, Logan utilizaba el suspenso para molestarlo. Sabía que lo hacía y para colmo lo disfrutaba.El pelirrojo amplió una sonrisa mirándolos. Sin embargo, en el momento justo en el que iba a darles a ambos explicaciones detalladas, una baja y aguda voz dijo:—¡Ma! El abogado vio cómo Ciabel sonreía. Su rostro se iluminó como nunca en ningún momento desde que había llegado e irrumpido en el desayuno de los tres. Ver esos moretones y ese rostro de agotamiento le dio náuseas. No por ella, obviamente, sino por la clase de familia que tenía y la razón por la que no se llevaba bien con ellos. Pasaban por encima de cualquiera, porque no les tenían miedo a las consecuencias. Su hermano había sido criado así, pero eso no lo justificaba de ninguna manera. Él también lo fue y salió diferente. No violaba la ley, más bien era bueno cuando la nec
Damián le estaba pidiendo que se quede. Incluso cuando no habían firmado todavía y después de que ella tuviera la osadía de decirle que lo odiaba. Nuevamente se sintió acorralada. Necesitaba tiempo a solas y pensar, procesar todo lo que estaba pasando. No eran cambios al azar. Pasaría de estar escondida a estar expuesta públicamente, con todo lo que eso implicaba. Dejaría de vivir en su pequeña casa adornada como podía, y en la que no había nada para Ciro salvo algunos juguetes que le regaló la vecina y que anteriormente eran de sus hijos, para irse a la mansión más famosa del barrio afamado de Red House. Decir que la mudanza era precipitada era un eufemismo más grande que las montañas que estaban cerca. Pero Ciabel tenía una debilidad: Ciro. Él nunca se había puesto tan triste de irse como en ese momento. Le gustaba estar ahí, porque podía divertirse en un lugar calmado, lindo, limpio, lejos de ruido y de personas que incomodaban. Bajaría el cielo por su bebé, así que, después de
Él nunca se comportaba así. Tenía la sensación de que mientras Ciabel y Ciro jugaban en la sala y se escuchaban sus carcajadas, estaba perdiendo la cabeza. En la cocina, siendo ayudado por Dexter, el cocinero, observó fijamente la comida que había preparado. —¿Estás seguro de que está bien? —Giró a mirar al hombre.Este sonrió con diversión. Los empleados estaban extrañados por la situación y un tanto divertidos por el nuevo e interesante comportamiento del jefe. Si bien solía tener arrebatos de independencia ocasionalmente, esta vez se tomó tan en serio su trabajo que inclusive llevaba un delantal.—Se ve estupendo, señor Phoenix —respondió el joven cocinero con amabilidad—. No tengo dudas de que a la señorita le va a gustar.Volvió la vista a los platos con espaguetis perfectamente ordenados y también al plato para niños que tenía una sopa. Ambas comidas las había preparado él mismo, bajo la vigilancia de un especialista. Era minucioso hasta en eso.Ya habían pasado unas cuantas h
Víctor Gray había tenido el descaro de irrumpir en su oficina. Se fue tan pronto le notificaron que estaba allí. Decía tener asuntos pendientes y para su desgracia, conocía al chico casi tanto como a su hermano mayor: Logan. Olía a alcohol y estaba hablando incoherencias, decía su asistente.Así que se fue antes de tiempo a trabajar y del enojo que sentía, olvidó hasta despedirse de Ciro y Ciabel. Lo recordó ya en el auto, camino al trabajo. Ni siquiera tenía su número telefónico para avisarle que no regresaría. Le pidió a su mucama que le avisara. Igualmente, se sentía culpable por hacerla comer sola, no supo por qué.Una vez llegó, entró a zancadas. El aire acondicionado lo golpeó de lleno. Por un momento todos dejaron de hacer lo que hacían para verlo dirigirse a su oficina, que estaba en el último piso del edificio. Lo cierto era que nada quedaba del tipo paciente con el que trataba la pelinegra. Su mirada se había oscurecido: lo estaba molestando un tipo que, honestamente, le caía
Su día definitivamente no salió para nada como lo había planeado. Hizo que los de seguridad se llevaran al pelirrojo fuera de sus instalaciones y se sentó en su escritorio. Respiró hondo.Ciabel era una caja de sorpresas. No la podía imaginar con alguien como Víctor. Al menos no en la actualidad. Recordaba que le encantaba ser tratada como la reina que era y ese tipo trataba a los demás como si no fueran nada y estuviera por encima de todos ellos. De todas formas, si lo ponía en comparación con la pareja que ella solía tener en la escuela, encontraba bastantes puntos en común. Quizás era un patrón. Se pasó la mano por la cara y gruñó por lo bajo, agotado por la situación. Podía con eso, lo que no significaba que fuera agradable de digerir. Ahora entendía un poco más la razón del enojo de la pelinegra. "Me expusiste en televisión nacional" había dicho. No fue hasta entonces que se dio cuenta del peso que cargaban aquellas palabras.—Ah, querida Cia ¿Por qué no me has contado algo
Por la mente de Ciabel pasaron muchas cosas, como, por ejemplo, todos y cada uno de los errores que había cometido desde que decidió irse de su hogar. Entre estos, el más importante: tenía acreedores que la perseguían por una deuda que no era suya. Ah, y también un ex furioso, padre de Ciro e hijo de la familia más renombrada de abogados.Mientras que en el cerebro de Damián había dos puntos esenciales: en serio esperaba que lo que él quería que le dijera y lo que ella quería decirle fuese lo mismo. No tenía deseos de enterarse de más sorpresas. A esas alturas, empezaría a tener canas, lo que arruinaría su reputación como el empresario exitoso más joven. Además, la mujer había estado durmiendo en el sillón porque lo estaba esperando. Sí, para hablar, pero lo esperaba. Incluso cansada, ahí estaba.Damián la miró a los ojos como si fuera una criatura de otro planeta. —¿Por qué no pasamos por un café a la cocina? —Rompió el hielo.Dudó y asintió.—Acepto, pero tú tienes comida en la hel
Verla débil, vulnerable, tartamudeando y aguantando llorar era una cosa que jamás había deseado y ahora que la vio, luego de admirar lo determinada y sagaz que era y esa sonrisa de astucia que solía soltar cuando sabía que tenía la razón, tuvo deseos de correr a abrazarla.Se puso de pie, pero no sabía qué hacer. En ese momento sintió que podía dar un gran paso en falso. La chica era como un pájaro o un gato sin domesticar, arisco, y parecía que con una mínima señal de peligro atacaba o huía.Pensó en el pelirrojo, en el culpable. Víctor. Víctor. Víctor. Lo vio todo rojo por un instante. Sintió ganas de buscar su auto e ir con un bate de baseball a visitar al hermano de su amigo. Sabía dónde vivía. No resistió y se puso delante de ella.—¿Quieres un abrazo? —preguntó bajo. No pretendía hacerla sentir incómoda o que la veía tan frágil. Aunque sí lo hacía, no era como a una flor, sino como a una bomba.Vio la lágrima que se escapaba y caía por su mejilla. Luego la observó verlo a los o