Tres años después El pequeño Marcus corrió riendo a carcajadas mientras escapaba de su hermano mayor, Ciro, pues le había robado un juguete. Él le siguió la corriente, divertido.Ciabel estaba recostada en la cama con la manta tapando hasta su cabeza. Era un día de lluvia y ninguno quería moverse de la cama. Excepto que Marcus no daba opción a hacer nada que no fuera jugar. No le importaba el día, ni la hora. Jugaba todo el tiempo y eso era lo lindo. Era un niño lleno de luz, tanto como lo eran Ciro y Demian.—Bueno, bien, tengan cuidado. Marcus, no tienes cinco años, se supone que no puedes correr aún —dijo Damian con diversión persiguiéndolos a ambos. Alzó a Marcus y lo subió a la silla para bebés que había en el comedor y que antiguamente había pertenecido a Ciro. —Papá, no entiendo por qué no puede correr. No es como si fuera a caerse. Aun si lo hiciera —argumentó con toda la lógica del mundo—, eso no sería suficiente excusa. Yo siempre podría atraparlo antes de que cayera. ¿Lo s
—¡No puede ser! —gritó incrédula. Sus ojos se pusieron brillosos y se puso a abrazar a cada una de las personas que estaba ahí.Damián se dedicó a mirarla, admirar a la persona con la que se había casado. Estaba feliz. La amaba más a que a nadie en el universo. Había conseguido que financiaran su proyecto. En realidad, era un proyecto en el que la peligris había estado trabajando con mucho esfuerzo. Lo cierto era que le sorprendía que no se hubiera rendido todavía. Él veía potencial, ella no estaba segura de si era lo correcto o no. Se había ofrecido desde un inicio a financiar el dinero necesario para llevar a cabo esa película, puesto que veía un verdadero potencial. De todas formas, Ciabel se había negado a aceptar una cosa parecida. Quería lograrlo por su propio esfuerzo y por fin lo había hecho. Lo único que el castaño tuvo que hacer fue difundir este proyecto en la academia de cine para que los docentes decidieran contactar a una de las cinematografías asociadas. Esta estudió
Hubo una vez dos personas que se buscaron sin saberlo en un inicio. Hubo una vez un dolor, un amor y una necesidad que solventar para sobrevivir. El mundo nunca había dejado de ser cruel, pero en ese momento esas dos almas jamás lo vieron tan desalmado como cuando se conocieron y el dolor de las cicatrices de cada uno escocía sin dejar lugar a los buenos sentimientos, al amor de cada uno, al amor propio que una persona común debería de tener. Las cosas a menudo y difícilmente salían como querían. Ellos nunca dejaron de quererse.Damián Phoenix había sido una persona adolorida, triste. Había crecido sabiendo que sus verdaderos padres estaban muertos, su padre adoptivo falleció antes de que siquiera pudiera tomarse cariño dejándole la enorme carga de mantener una empresa que ni siquiera quería. Damián no sabía que el destino tenía tantas cosas preparadas como cosas por preparar. Decidió cumplir esa promesa a cambio de todas las cosas buenas que había recibido tras ser adoptado por es
Ciabel iba a robar, si es que lograba cruzar la finca vigilada por dobermans entrenados y guardias de seguridad.Estaba hambrienta y temblaba. El pleno invierno cerca de la montaña no ayudaba, ni tampoco su ropa vieja de verano. Lo que más la abrigaba era un pequeño saco de hilo, translúcido. Su estómago gruñó del hambre y el mareo volvió a atacar. Hacía dos días que no probaba un bocado de nada. En consecuencia, casi trastabilló del árbol en el que estaba trepada y oculta. La pelinegra se agarró con más fuerza de una de las ramas, sin desviar sus peculiares ojos heterocromáticos, uno azul y otro marrón, de su objetivo.No era la primera vez que entraba a un lugar a hurtar cosas, pero sí la primera en la que se metía a una de las mansiones más grandes del mundo. Por lo que había escuchado, pertenecía a un afamado empresario al que por poco no se lo veía por aquel barrio privado llamado Red House.Detestaba con todas sus fuerzas ese lugar. Alguna vez había sido feliz con su pareja an
Por un momento, los tres guardaron un silencio abrupto, casi tanto como la noticia falsa que acababa de recibir Ciabel. Mientras tanto, Damián acababa de procesar sus propias palabras. Debía ser por el sueño, se decía, que no pensaba bien todo aquello que estaba saliendo de su boca. Además del agotamiento que le producía la atención de la prensa sobre su vida personal.Por un momento, la ladrona creyó que era buena idea salir corriendo otra vez. Por alguna razón, no lo hizo. Estaba paralizada, sorprendida y ¿Dónde demonios había visto a aquel hombre hermoso? Se había quedado fascinada por sus ojos color miel. No, no. No debía pensar en esas cosas.El hombre en cuestión giró a mirarla con una ligera sonrisa.—Sí. Es mi pareja —pareció confirmar más para sí mismo que para la chica que sostenía el micrófono. Sin preguntar, la tomó de la mano con cierta fuerza.¿Qué podría salir mal si ayudaba a un multimillonario? ¿Y si estuviera casado? Bueno, evidentemente esa posibilidad estaba des
—De la escuela. Éramos compañeros. —Omitió, por supuesto, que alguna vez la había amado y ella se valió de ese amor para destruirlo —¿De verdad no te acuerdas? —cuestionó con incredulidad. Dio una risa baja y suspiró profundamente armándose de paciencia. No podía creer la situación. Ciabel levantó una ceja por la actitud del desconocido. —Si no me dices, no puedo acordarme.Lo meditó unos instantes y terminó por negar con la cabeza. Tal vez no valía la pena decirlo, había pasado mucho tiempo y si no lo recordaba, no veía el motivo para traer eso a colación. O tal vez, pensó, no se atrevía a decirlo en voz alta y ver si le importaría recordar alguna de las cosas que había hecho, si se arrepentía o por el contrario se enorgullecía de sus actos. —No importa, no hablábamos mucho de todos modos. Era extraño estar hablando con esa chica. Ni por un segundo se habría imaginado que volvería a verla, ni la clase de encuentro que estaban teniendo. —¿Puedes irte? —volvió a insistir—O llamaré
La casa de la pelinegra no ocupaba ni una esquina de la fracción que tenía la mansión de aquel hombre. Era muy sencillo limpiarla y también desordenarla. Mientras acomodaba las cosas, el bebé veía videos en un viejo celular. Apenas usaba los dispositivos. Se parecían bastante por las facciones de sus rostros en común. Lo único que tenía de distinto era el cabello pelirrojo y los ojos verdes de su padre.Le tarareaba una canción de cuna por si se aburría. Suspiró agotada. Al menos con el dinero que le había dado pudo comprar la comida suficiente para una semana. Era demasiado. Procuró guardar otro tanto, no sabía cuándo sería la próxima vez que saliera ilesa luego de estar a punto de cometer un crimen. Entonces tocaron la puerta y la poca tranquilidad de ese día se había ido por los trastes. No pudo evitar sentir ansiedad. Aún así, sin miramientos, la abrió. Dos mujeres estaban delante de ella. Una pelirroja y otra rubia. —Buenas tardes, señorita —saludó la pelirroja con simpatía.
¡¿Casarse con ella?!Tenía que ser una terrible broma.Se le escapó una carcajada. Si fuera ella, estaría agradeciendo que no la hubiese metido tras las rejas después de cruzar el muro, entrar a su jardín y luego a su cocina con la esperanza de fingir ser un reemplazo de su chef.Observó con estupefacción a la madre y luego al hijo, quien se soltó de la mano de ella señalando una pequeña estantería donde había algunos libros y cuadros. Corrió hacia allí por su cuenta. Parpadeó, todavía atónito. Era la primera vez que alguien de esa edad (tal vez unos dos o tres años) aparecía por la puerta de su casa.Por otro lado, Ciabel nunca había sido un ser muy sensato y parecía creer, desde siempre, que el mundo le debía algo. —¿Casarme contigo? Espero que estés bromeando —dijo con lentitud. Respiró hondo, se armó de paciencia y le sonrió sin una pizca de gracia a la invitada inesperada—. No. No, no, no y no. De ninguna manera —recalcó.A la intrusa en su vida. A la que debía mantener alejada