—De la escuela. Éramos compañeros. —Omitió, por supuesto, que alguna vez la había amado y ella se valió de ese amor para destruirlo —¿De verdad no te acuerdas? —cuestionó con incredulidad. Dio una risa baja y suspiró profundamente armándose de paciencia. No podía creer la situación. Ciabel levantó una ceja por la actitud del desconocido. —Si no me dices, no puedo acordarme.Lo meditó unos instantes y terminó por negar con la cabeza. Tal vez no valía la pena decirlo, había pasado mucho tiempo y si no lo recordaba, no veía el motivo para traer eso a colación. O tal vez, pensó, no se atrevía a decirlo en voz alta y ver si le importaría recordar alguna de las cosas que había hecho, si se arrepentía o por el contrario se enorgullecía de sus actos. —No importa, no hablábamos mucho de todos modos. Era extraño estar hablando con esa chica. Ni por un segundo se habría imaginado que volvería a verla, ni la clase de encuentro que estaban teniendo. —¿Puedes irte? —volvió a insistir—O llamaré
La casa de la pelinegra no ocupaba ni una esquina de la fracción que tenía la mansión de aquel hombre. Era muy sencillo limpiarla y también desordenarla. Mientras acomodaba las cosas, el bebé veía videos en un viejo celular. Apenas usaba los dispositivos. Se parecían bastante por las facciones de sus rostros en común. Lo único que tenía de distinto era el cabello pelirrojo y los ojos verdes de su padre.Le tarareaba una canción de cuna por si se aburría. Suspiró agotada. Al menos con el dinero que le había dado pudo comprar la comida suficiente para una semana. Era demasiado. Procuró guardar otro tanto, no sabía cuándo sería la próxima vez que saliera ilesa luego de estar a punto de cometer un crimen. Entonces tocaron la puerta y la poca tranquilidad de ese día se había ido por los trastes. No pudo evitar sentir ansiedad. Aún así, sin miramientos, la abrió. Dos mujeres estaban delante de ella. Una pelirroja y otra rubia. —Buenas tardes, señorita —saludó la pelirroja con simpatía.
¡¿Casarse con ella?!Tenía que ser una terrible broma.Se le escapó una carcajada. Si fuera ella, estaría agradeciendo que no la hubiese metido tras las rejas después de cruzar el muro, entrar a su jardín y luego a su cocina con la esperanza de fingir ser un reemplazo de su chef.Observó con estupefacción a la madre y luego al hijo, quien se soltó de la mano de ella señalando una pequeña estantería donde había algunos libros y cuadros. Corrió hacia allí por su cuenta. Parpadeó, todavía atónito. Era la primera vez que alguien de esa edad (tal vez unos dos o tres años) aparecía por la puerta de su casa.Por otro lado, Ciabel nunca había sido un ser muy sensato y parecía creer, desde siempre, que el mundo le debía algo. —¿Casarme contigo? Espero que estés bromeando —dijo con lentitud. Respiró hondo, se armó de paciencia y le sonrió sin una pizca de gracia a la invitada inesperada—. No. No, no, no y no. De ninguna manera —recalcó.A la intrusa en su vida. A la que debía mantener alejada
Si no lo hubiera necesitado, ni aquellas mujeres la hubieran ido a buscar para darle una advertencia implícita, si no tuviera tanto miedo de perder lo único que le quedaba e importaba en la vida más que ella misma, no hubiese vuelto nunca en su vida a la mansión de aquel hombre.Parecía mofarse de ella, a pesar de que estaba enteramente serio y se había cruzado de brazos. Aún no podía recordar de quién se trataba y le costaba horrores comprender por qué la veía como si quisiera hacerla desaparecer y su sola presencia resultara insoportable.Estaba reprimiendo las ganas de ir por Ciro, quien estaba tranquilo y ajeno a todo observando y tomando unos cuantos libros para luego descartarlos y seguir revisando más, e irse. No podía hacerlo. Estaba acorralada. Lo necesitaba. Ese compromiso falso podría ser la oportunidad, tal vez la única, de conseguir una vida en paz.Sus ojos se pusieron llorosos y estuvo a nada de quebrarse por completo delante del desconocido, cuando no había llorado d
Parecía como si acabase de firmar su propia sentencia de muerte. Al menos así se sentía Damián después de tomar su mano.La miró por unos momentos.—¿De verdad no me recuerdas? —preguntó en voz baja, como si estuviera diciendo un secreto.Ella frunció el ceño.—No. No en realidad. Tus ojos se me hacen conocidos, pero nada más. Bajó la mirada al agarre de sus manos y le recorrió un escalofrío solo por tocarla, así que lentamente la soltó. Se aclaró la garganta y negó con la cabeza. No tenía caso decirle, pero a la larga se iba a dar cuenta de quién era, si es que alguna vez se le ocurría recordar lo que había sido su tiempo durante la secundaria.—Bueno, cualquiera sea el caso, me llamo Damián. La forma en la que la chica ladeó la cabeza, le dio a entender que ni siquiera con su nombre podía recordarlo. Así de insignificante había sido para su vida. Tomó aire. No. No iba a hacer eso otra vez. No podía sentarse a esperar unas disculpas que nunca llegarían por dos cuestiones: la primer
Fue la cena más incómoda que había tenido en mucho tiempo. Ninguno de los dos había dicho palabra alguna y se concentró en alimentar a Ciro para evitar que hiciera un enchastre con la comida. Así que durante unos treinta minutos ninguno habló y estuvieron sumidos en un silencio solo interrumpido por el sonido de los cubiertos. Tenían muchas cosas que discutir, pese a que estaban demasiado agotados como para formular demasiadas oraciones.Cuando el niño bostezó estuvo a punto de levantarse y marcharse, pero él la veía como si quisiera decirle algo. Lo cierto era que aún tenían muchas cosas de las que hablar, así que solo lo llevó al salón y lo recostó en el sillón lo más cómodo posible. Al volver al comedor los platos ya no estaban sobre la mesa. Un hombre alto y castaño estaba pasando un trapo sobre esta y lo vio. Vaya que lo vio. Era atractivo y cada uno de sus movimientos le resultaban hipnotizantes.Sus mejillas se tiñeron de rojo.—Déjame limpiar.—No te preocupes. ¿Te quedas pa
Sí, tenía muchísimas ganas de gritarle todas las verdades en la cara. Pero incluso con ella, se negaba a comportarse como un neardental y tratarla mal. El problema era que era terriblemente malo fingiendo. No podía pretender que nada había pasado entre ellos cuando había convertido su vida en un infierno y la mujer ni siquiera era capaz de rememorar lo sucedido. Estaba siendo absurdo. No podía pretender que se diera cuenta por sí sola y no decirle nada, para después esperar una reacción o algo de su parte. Verla enojada era satisfactorio. No era lindo ni bueno, pero cuando la vio caminar fuera del comedor y la siguió, se arrepintió de haber abierto su boca. La mujer ya parecía lo suficientemente estresada con toda la situacion como para tener que lidiar también con un sujeto inmaduro.Estaba frustrado. Una parte de él no solo necesitaba, sino que anhelaba tener esa conversación de lo que había sucedido años atrás. No se atrevía a hacerlo, a mostrarse vulnerable nuevamente. Hace much
A pesar de haber crecido en una casa con todas las comodidades posibles y después haberse mudado a una de las mejores mansiones que había conocido, no pudo evitar sentirse tremendamente fuera de lugar en ese cuarto elegante. No supo en qué momento se había quedado dormida abrazada a Ciro, pero abrió los ojos en cuanto la luz del sol que entraba y atravesaba las cortinas blancas fue demasiado para soportar y seguir durmiendo. El cobertor era cómodo, el sommier en sí lo era. Vio al pequeño dormir estirado y roncando. Sonrió divertida y se sentó con cuidado. Por fortuna, tenía el sueño tan pesado que no se despertaba con simples ruidos o movimientos, a diferencia de ella. La alarma avisaba que eran cerca de las nueve de la mañana, así que aprovechó para darse un baño, cambiarse y ponerse la ropa de allí. Encontró una camisa y unos pantalones cargo. Eso sería lo suficientemente elegante para ver a un abogado a los ojos sin sentirse pequeña. No había maquillaje y no recordaba la última