El odio de Alejandro hacia mí no carecía de fundamento, después de todo, según él, yo había causado la muerte de nuestros padres.Días antes de dar a luz, a mamá se le había ocurrido la brillante idea de ir de compras para conseguirme ropa. En el camino, un auto la atropelló y a mí me salvaron mediante una cesárea de emergencia, pero no pudieron hacer nada por ella. Murió justo el día que yo nací.Aunque las últimas palabras de mi madre habían sido: «Cuida muy bien de Lucía, dile que la amo». Eso solo lo supe porque papá me lo contó una vez que estaba borracho, ya que, el resto del tiempo me ignoraba por completo, como si yo no existiera.Hacía poco, nuestro padre, siempre tan distante, también falleció, al suicidarse, dejando simplemente nota de la cual Alejandro no me permitió leer ni un párrafo. Así como tampoco me dejó asistir al funeral, aunque supongo que papá tampoco hubiera querido verme ni siquiera por última vez.
Alejandro también la había tenido bastante difícil. Él me llevaba diez años de diferencia, por eso, cuando papá cayó en una profunda depresión y la empresa familiar empezó a decaer, Alejandro, que era un estudiante brillante, se graduó de la universidad a los veinte años y se hizo cargo del negocio.Pasó de ser un novato a convertirse en el CEO del Grupo Gómez. Su vida no había sido un camino de rosas, por eso no podía evitar preocuparme por él.Cuando Alejandro bebía hasta tarde por cuestiones de trabajo, siempre le preparaba un suero que le dejaba en su escritorio para que no se deshidratara, mientras que, por las mañanas, le hacía una papilla de maíz para el estómago.Incluso, al verlo frotarse una y otra vez los ojos cansados, había ahorrado de mi mesada durante más de un mes para cambiar esa molesta lámpara de su escritorio, junto a unas gotas para los ojos y multivitaminas; y todos los días, planchaba sus camisas, tal y como lo hacía mamá.Quería cuidarlo en silencio, ayudarlo a
Alejandro no volvió a llamarme, y no pude evitar suponer que ese único intento había agotado su paciencia conmigo. Recuerdo nuestra primera gran pelea. Con las venas del cuello hinchadas de furia, señaló hacia la oscura noche afuera.—¡Lárgate de esta casa, Lucía! —gritó furioso—. ¡Ya no eres mi hermana!—¿Crees que yo quiero un hermano como tú? —le respondí a voz de grito, entre lágrimas—. ¡Te odio, Alejandro!Acto seguido él me dio una bofetada que me dejó la mejilla ardiendo e hinchada, tras lo cual, salí corriendo y me acurruqué en la acera cercana, esperando que fuera a buscarme. El frío de la noche me caló hasta los huesos; y yo temblé sin parar, solo abrigada por mi delgado pijama de seda. Finalmente, y con tristeza, me di cuenta de que Alejandro no iría por mí. Ni siquiera había dado un paso fuera de la casa.Muerta de frío y sin dinero, terminé quedándome unos días en casa de una compañera, tiempo tras el cual, Alejandro, por fin se dignó a llamarme. Ilusionada, creí que por
Vi cómo el rostro sombrío de Alejandro, hundido en el sofá, finalmente se iluminaba con una sonrisa. Era la hora en que su hermanastra salía de la escuela.Cuando yo estaba en primaria, había llegado a casa aquella niña sin lazos de sangre, pero que decían que se parecía un poco a mi difunta madre. Por eso Alejandro la trataba tan bien.A menudo me preguntaba si las cosas serían diferentes si yo me pareciera más a mamá. Si hubiera sido así, tal vez papá y Alejandro no me hubiesen odiado tanto.Yulia llegó saltando al auto de Alejandro, con un hermoso vestido blanco de princesa. Sus ojos brillaban con una dulzura que partía por completo el corazón, su naricita estaba sonrosada y su sonrisa resplandecía. Era toda una princesa mimada.Sabía muy bien, cómo alegrar a Alejandro y a papá, ganándose fácilmente el cariño de todos. No como yo, que era torpe y tímida, y no me atrevía a nada, pues cada reclamo o llanto solo provocaba más insultos y violencia por parte de Alejandro.Alejandro sentó
—No hables así de Lucía —intervino Yulia de inmediato—. Debe estar molesta. Es mi culpa, si no fuera por mí, ella no estaría tan enojada contigo.Vaya, era algo típico de Yulia. Hipócrita y zalamera. No podía relacionar a esa niña con la imagen dulce de mi madre que había visto en las fotos familiares. ¿De verdad creían que se parecían?—Qué generosa eres, Yulia —repuso Alejandro, acariciándole la frente con ternura—. Lucía te trata tan mal y tú siempre la defiendes.—Papá dejó claro en su testamento que la herencia se dividiría entre Lucía y yo —continuó—. Pero viendo lo loca que está, ¿cómo puede ser mi hermana? La verdad, pienso cambiar el testamento para que tú seas la heredera.Al escuchar esto, una náusea indescriptible me invadió. Quería irme, pero mi alma parecía estar atrapada, y era incapaz de moverme de allí. Y mi mente zumbaba mientras escuchaba a Alejandro continuar:—Cuando papá se recuperó brevemente, quería ver a Lucía. Me pidió que la tratara bien, que lo sentía mucho.
Al principio, Yulia me trataba bien, al menos en casa. Me seguía tímidamente, llamándome "hermanita" con una linda sonrisa. Hasta que notó cómo papá y Alejandro me ignoraban. Entonces ella también empezó a maltratarme de igual manera.Me di cuenta de que Yulia no era realmente alegre. Una vez me acorraló en el baño de la preparatoria, dejando así, que otras muchachas me jalaran el pelo y me golpearan donde no se vieran las marcas.— No me odies, Lucía —me dijo—. Odia más bien a Alejandro. Él permite que yo te trate de esa manera. ¿Crees que yo, una adoptada, me atrevería si él no lo aprobara?Tenía razón. Alejandro realmente quería verme bajo tierra.Con el tiempo, dejé de esperar que Alejandro me salvara. Solo le rogaba a ella que no me lastimara.— Me duele mucho —susurraba, sin poder gritar del dolor.Pensé por un momento que ella era más hermana de Alejandro que yo. Igual de cruel. Igual de mala.
Incontables veces volví a casa despeinada y con la ropa bastante desarreglada. Alejandro solo me miraba con frialdad y preguntaba: "Lucía, ¿andas haciendo cosas indecentes por ahí? Eres una niña, ¿qué diría tu madre?"Contenía las lágrimas y el llanto, pero no podía contener el agudo dolor en mi cuerpo y mi corazón.Quería contarle a Alejandro. Pero Yulia y unos chicos de la clase me habían quitado la ropa y tomado fotos demasiado humillantes.Con una sonrisa inocente, Yulia me amenazó enfurecida: "Si hablas, difundiré estas fotos. Ya veremos qué piensa Alejandro de ti entonces."¿Importaba si hablaba o no? No lo sabía.Empecé a tomar pastillas. Se me caía el pelo a manotadas, pero no servía de nada.Fui a terapia. El psicólogo me acarició la cabeza con una ternura y tierna preocupación que nunca había visto. Se me hizo un nudo en la garganta y lloré. Jamás había recibido tanta bondad.— Eres bastante joven, Lucía —me dijo—. Tienes toda una vida por delante. No hay obstáculo alguno que
Después de enfermarme, mi temperamento empeoró muchísimo. Mi actitud hacia Yulia y Alejandro se tornó más áspera.En el último examen, aunque enfermé y mi rendimiento bajó un poco, aún superé con eso a Yulia. Me alegré; al menos en los estudios la superaba.Cuando levanté la vista, me encontré con su mirada de odio. Luego, una sonrisa maliciosa se dibujó en sus labios. Al principio no entendí con claridad qué significaba.Poco después de que saliera con algunos compañeros, se esparció el rumor de que yo era una maldición que había matado a mi madre.Al volver a clase, encontré serpientes muertas y arañas venenosas en mi asiento. Mis muebles estaban rotos e inutilizables.Como si el abuso físico no bastara, Yulia también ahora atacaba mi mente.A la salida, me lanzó una sonrisa triunfante. ¿Cómo podían sus ojos de cervatillo esconder tanta maldad?Cegada por la rabia, le arrojé mi libro con todas mis fuerzas. Le di justo en la cabeza.Ella se agachó, gimiendo y sujetándose la cabeza. Yo