En ese momento insoportable, la conocí a ella.Mi alma estaba desgarrada al límite, agotada tanto física como mentalmente. Los labios resecos, con profundas ojeras, el cabello escaso y marchito. Caminaba aturdida, con pasos inestables, sin saber en ese momento a dónde ir.Finalmente me detuve en un puente peatonal desierto. Miré ensimismada hacia abajo. No había nadie. Qué alivio. No causaría pánico social.Ella me dijo después:— Cuando te vi, mi primera impresión fue que eras fea. No porque lo fueras realmente - de hecho, eres bastante guapa - sino porque estabas en un estado lamentable. Parecías un animal moribundo en el desierto. O un pez ahogándose en un lago.Me reí y le di una palmadita en la mano.— Estás loca, los peces no se ahogan.Ella se sorprendió.— Ya sabes a qué me refiero. Esa sensación de desesperanza total, como si estuvieras a punto de morir en cualquier momento.Mi sonrisa se desvaneció. La verdad es que esa tarde planeaba saltar del puente. Pero ella me detuvo.—
Cada día con Felicia era feliz. Como su nombre indicaba, era un sol radiante que traía alegría a los demás. Al menos era el sol de mi vida.Le decía de manera constante:— Felicia, sin ti ya estaría muerta.Ella me daba una palmadita en la mano.— Eso suena más dulce que las sutiles mentiras de mis ex.Yo con certeza lo digo, no mentía.Ella hizo una pausa, tomó mi rostro entre sus manos y dijo con seriedad:— Entonces, sin mi permiso...— Lucía, no puedes morir.Con tristeza rompí mi promesa. Realmente quería cumplirla.Después de estar con ella, mi depresión mejoró de forma vertiginosa. Pronto dejé de necesitar medicamentos.Mi Felicia me llevaba a comer cosas ricas, escribía "Feliz cumpleaños a mi hermanita" en mi pastel, me llevaba en su moto a ver las hermosas vistas nocturnas del río y me cantaba sus nuevas canciones.Una vez me preguntó muy en serio:— Lucía, yo no tengo familia.— ¿Por qué no te conviertes en mi hermana?Lo acepté con alegría entre lágrimas, que pronto se convi
Al quinto día después de mi muerte, a Alejandro se le notaba cada vez más enojado. Pero su expresión mostraba también indicios de pánico.Antes, mis fugas de casa nunca duraban más de tres días.Ahora esperaba ansiosa ver su reacción cuando se enterara de mi muerte.Manuela me enseñó que lo más importante era ser feliz.Así que mis calificaciones se fueron al piso. Tanto que los maestros hablaron conmigo y llamaron a Alejandro a la oficina.Al volver a casa, como era de esperar, se enfureció conmigo.— Lucía, ya tienes 18 años.— ¿No puedes madurar un poco? ¿Crees que es genial llamar la atención bajando tus notas?Antes, para obtener la atención de papá y Alejandro, hasta me alegraba muchísimo cuando me sangraba la nariz. Al menos de esa forma me miraban por un momento.Ahora, estudiar había perdido sentido para mí. Solo quería ser libre y feliz.Ya no discutía con él. Solo bajaba instintiva la cabeza en silencio.Esto pareció molestarlo aún más. Quizás porque mi silencio era una form
Felicia siempre se aseguraba de que no volviera sola a casa. Me llevaba a pasear y no me dejaba tomar alcohol. Cuando ella bebía de más, le pedía a sus amigos de confianza que me acompañaran.Eran todos unos verdaderos caballeros, mucho más que los amigos de Alejandro con sus costosos trajes caros. Ahí entendí que uno realmente se junta con gente parecida. Como Alejandro me veía como algo sucio, por lo que sus amigos creían que podían manosearme sin permiso alguno. Pero Felicia me trataba como a su hermana menor, así que sus amigos me respetaban igual.Solo, hubo una excepción: un muchacho que se enamoró de mí a primera vista. Felicia me llevó aparte y me susurró:— Mira, Iker es un buen muchacho. Nunca ha tenido novia y no anda en malos pasos. Si te late, dale un chance. Pero ojo, no te enredes tan chavita con él.Me junté con él. Con Iker aprendí cómo es cuando un chavo quiere de verdad a una chava. Me cuidaba como si fuera muñeca de cristal.Una vez que Iker me dejó en casa, Alejand
— ¿No tienes vergüenza alguna Lucía? —me gritó Alejandro—. ¿Tan urgida andas por acostarte con quien primero se te cruce?Se me subió de inmediato la sangre a la cabeza y vi todo rojo. Le metí una sonora y bien merecida cachetada con todas mis fuerzas. Alejandro se quedó , con la mejilla bien marcada. Era la primera y última vez que me le ponía al brinco. Ya quería largarme de esa maldita casa para siempre.— Alejandro, esta es la última vez que te trato como mi hermano —la solté—. Me criaste 18 años y fueron 18 años de mucho sufrimiento. No te mereces ser mi hermano.Alejandro frunció el ceño y apretó los labios, como un león tratando de controlar su furia. En un segundo, su cara se transformó y me agarró de los hombros, zarandeándome de un lado al otro.— Lucía, te volviste loca de remate —me gritó—. Cuando te arrepientas, ni creas que te voy a perdonar o dejar entrar de nuevo a mi casa.Me reí con sarcasmo en su cara.— Mejor así —le respondí—. Es lo más inteligente que he hecho en
Día siete, después de mi muerte.Alejandro por fin se decidió a salir a buscarme, pero Yulia lo detuvo al instante.— Alejandro, seguro Lucía se fue a casa de ese hombre no te preocupes —le dijo—. Si vas ahora y te encuentras con el novio de tu hermana...Dejó la frase a medias, pero esto fue suficiente.Alejandro se desplomó pesadamente en el sofá de cuero, arrojando despreocupado las llaves de su BMW a un lado. Abandonó simplemente la idea de buscarme. Vi la sonrisa triunfante en los labios de Yulia.Poco después, Alejandro llamó a su mejor amigo para quejarse de mí.— Lucía lleva siete días sin volver a casa, quién sabe dónde andará de loca.— Bah, tu hermana... la he visto varias veces en bares, rodeada de malas compañías. Seguro ahora está muy tranquila en brazos de algún tipo.Escuché con mucha frialdad cómo Alejandro y su amigo mancillaban de la peor manera mi reputación. Así que así me veía, como ese tipo de jóvenes.Su hermanastra era tan pura e inocente.Me alejé flotando, ob
Pero nunca imaginé que Felicia iría a mi casa.Ella detestaba a Alejandro. Si no fuera porque a veces tenía que llevarme a casa, jamás pisaría ese suburbio tan apartado.Pero llevaba siete interminables días sin contestar el teléfono.Cuando Alejandro abrió la puerta y vio justo a Felicia con sus tatuajes en la clavícula y sus rastas, se enojó.Antes de que pudiera hablar, Felicia lo atacó enfurecida:— ¿Dónde tienes encerrada a Lucía?Alejandro se quedó asombrado.— ¿No anda de parranda con ustedes? —respondió con mucho desprecio, mirándola de arriba a abajo.Siempre era así, menospreciando a todos mis amigos.Pero si bien podía difamarme a mí, no le permitiría insultar a mis amigos y, mucho menos a mi hermana.Los ojos de Felicia se abrieron de par en par por un momento. Luego su rostro se transformó.— Alejandro, ¿acaso no eres humano? —Lo insultó—. Tu hermana lleva siete días desaparecida y estás tan tranquilo, ¿no la buscas? ¿No temes que le haya pasado algo?La mano de Alejandro
Alejandro se preguntaba una y otra vez:Si aquella noche hubiera seguido su corazón y hubiera salido a buscar a su hermana, ¿hubiera sido diferente pues el desenlace?Pero sus pasos se detuvieron en la puerta. Pensó que Lucía siempre regresaba. Por más que la regañara, era su hermana y él su único familiar. ¿A dónde más podría ir?Alejandro fue a la comisaría a reportar la desaparición. El policía le preguntó de manera normal:— ¿Cuántos días lleva desaparecida?— Siete días —respondió con exactitud Alejandro, algo avergonzado.— ¿Usted es su hermano? ¿Y tan tranquilo, recién viene a denunciar después de una semana?La mirada tan reprobatoria del policía hizo crecer un mal presentimiento en Alejandro. No podía pensar con mucha claridad. Una voz retumbaba en su cabeza: "¿No temes que le haya pasado algo?"Yo flotaba en el aire, viendo a Alejandro correr acelerado de un lado a otro como un simple pollo sin cabeza. Era extraño verlo tan preocupado por mí por primera vez.Hasta pensé que e