Como si hubiera escuchado mis pensamientos, Alejandro levantó instintivo la mirada hacia la habitación vacía donde yo solía vivir. Tan limpia como si nadie la hubiera habitado jamás. Claro, yo nunca tuve nada de lo que Yulia tenía.— Lucía, ¿sigues aún aquí? —preguntó con cierta precaución—. Siento que aún estás presente.Alejandro se sentó en la habitación, abatido. La sirvienta Ana en ese momento se acercó suspirando.— Alejandro, cuida tu salud —le dijo—. A Lucía le preocupabas mucho. Cuando llegabas borracho, ella te preparaba suero y papilla de maíz. También te dejaba cosas para el cuidado de los ojos en tu escritorio. Y planchaba con esmero todas tus camisas y ropa.Alejandro recordó de repente una noche que llegó borracho hace mucho tiempo. Al entrar, vio justo a su hermana asomarse tímidamente desde su habitación. Ella acababa de entrar a la secundaria, y él estaba siempre ocupado con asuntos de la empresa.¿Qué hizo él en ese momento? Se esforzó por recordar.— Si no fuera por
Miré desconcertada a Alejandro, cuyo rostro mostraba una emoción de enojo. Extendió ansioso sus brazos hacia mí.— Lucía, hermanita, por fin puedo verte de nuevo —dijo con mucha devoción.Me di la vuelta con repugnancia.— Alejandro —le dije—. Ya te lo dije. No volveré a llamarte hermano. Ya no soy tu hermana.La emoción en sus ojos se desvaneció poco a poco y sus brazos cayeron.— Hermanita —murmuró—, ¿serías más feliz si yo muriera?Su voz estaba cargada de una súplica indescriptible.— No —respondí—. Si pudiera, desearía que...Él escuchaba en completo silencio, con una leve sonrisa y una expresión de devoción casi enfermiza.— ...vivieras cien años. Y murieras solo.Su sonrisa se congeló al instante.— Lucía, ¿qué dices?— Digo que no puedes morir. Porque no quiero verte. Alejandro, en esta vida y en la siguiente, por toda la eternidad, no quiero volver a verte jamás.El día que dejé este mundo, fui a ver a Iker y Felicia por última vez. Estaban allí de pie frente a mi tumba, recor
Yulia solo soportó medio año de acoso escolar antes de lanzarse desde lo alto de un edificio. Parada en la parte más alta del edificio, pensó en lo resistente que había sido aquella chica aparentemente tan frágil. Después de todo, Lucía había soportado 18 años de vil abuso emocional de Alejandro y 6 años de acoso escolar de ella misma, desde el primer año de secundaria hasta el último de preparatoria. No se suicidó, tan solo al final murió atropellada. Qué trágica ironía.Cuando Alejandro se enteró de la noticia, solo sonrio.— Se lo merecía —dijo, y luego añadió—: Se libró tan fácil.Todos conocían a Alejandro, el joven y exitoso CEO del Grupo Gómez. En su casa colgaba una gran fotografía que decían que era de su hermana.Alejandro buscó por toda la casa y en su teléfono, pero no encontró ni una sola foto de Lucía. Al final, encontró una que él mismo había tomado en el teléfono recuperado de su hermana.En la foto, Lucía llevaba un lindo vestido blanco con ligeros tirantes y una coro
Mi hermano Alejandro me odiaba tanto que hasta deseaba mi muerte.—¿Acaso no soy tu hermana? —pregunté, entre lágrimas.—Para mí, no existe tal hermana —respondió con su habitual sarcasmo.Pero el destino tenía otro plan para mí esa noche. Un vehículo apareció de la nada, y me arrebato la vida en un instante. E irónicamente, fue Alejandro quien perdió la cordura ante mi repentina partida.Así fue cómo perdí la vida y con esta se fueron mis tempranos pesares. Lucía Gómez murió a sus radiantes dieciocho años. Un dolor intenso me invadió por un instante al momento en el que el automóvil me atropelló, pero agradecí que fuera rápido y sin tanto sufrimiento. Pero, para mi pesar, el que era mi bello cuerpo quedó vuelto nada.Mientras mi alma flotaba, observé cómo los transeúntes sacudían la cabeza con mucho pesar al verme, y seguí mi cadáver hasta el hospital, donde tras un rápido examen, me llevaron a la morgue.El médico revisó mi ropa desgastada buscando algo con lo que pudiera identificar
Sí, así fue como me convertí en un alma errante y regresé a casa, una lujosa mansión que se alzaba en los suburbios, acechando en la oscuridad como una bestia agazapada. Allí jamás había recibido ni la más mínima muestra de calidez.La suave luz de la lámpara iluminaba el perfilado rostro de Alejandro mientras se ocupaba de asuntos importantes de la empresa, dejando ver su mal humor. Miró la hora en su celular con mucha impaciencia, como si algo lo molestara, antes de hacer una llamada.Pero, al parecer nadie le contestó, porque, después de eso, soltó una gran maldición antes de colgar y tirar al piso todo lo que había sobre el escritorio. Alejandro siempre había tenido el temperamento de un demonio un temperamento de diablos.—Lucía, te has vuelto una maldita rebelde —gruñó—. ¡Hasta me has bloqueado del maldito WhatsApp!Furioso, Alejandro siguió destrozando todo lo que había a su alrededor.—Si tienes tantas agallas, entonces es mejor que no vuelvas nunca más. ¡Muérete por ahí!A pes
El odio de Alejandro hacia mí no carecía de fundamento, después de todo, según él, yo había causado la muerte de nuestros padres.Días antes de dar a luz, a mamá se le había ocurrido la brillante idea de ir de compras para conseguirme ropa. En el camino, un auto la atropelló y a mí me salvaron mediante una cesárea de emergencia, pero no pudieron hacer nada por ella. Murió justo el día que yo nací.Aunque las últimas palabras de mi madre habían sido: «Cuida muy bien de Lucía, dile que la amo». Eso solo lo supe porque papá me lo contó una vez que estaba borracho, ya que, el resto del tiempo me ignoraba por completo, como si yo no existiera.Hacía poco, nuestro padre, siempre tan distante, también falleció, al suicidarse, dejando simplemente nota de la cual Alejandro no me permitió leer ni un párrafo. Así como tampoco me dejó asistir al funeral, aunque supongo que papá tampoco hubiera querido verme ni siquiera por última vez.
Alejandro también la había tenido bastante difícil. Él me llevaba diez años de diferencia, por eso, cuando papá cayó en una profunda depresión y la empresa familiar empezó a decaer, Alejandro, que era un estudiante brillante, se graduó de la universidad a los veinte años y se hizo cargo del negocio.Pasó de ser un novato a convertirse en el CEO del Grupo Gómez. Su vida no había sido un camino de rosas, por eso no podía evitar preocuparme por él.Cuando Alejandro bebía hasta tarde por cuestiones de trabajo, siempre le preparaba un suero que le dejaba en su escritorio para que no se deshidratara, mientras que, por las mañanas, le hacía una papilla de maíz para el estómago.Incluso, al verlo frotarse una y otra vez los ojos cansados, había ahorrado de mi mesada durante más de un mes para cambiar esa molesta lámpara de su escritorio, junto a unas gotas para los ojos y multivitaminas; y todos los días, planchaba sus camisas, tal y como lo hacía mamá.Quería cuidarlo en silencio, ayudarlo a
Alejandro no volvió a llamarme, y no pude evitar suponer que ese único intento había agotado su paciencia conmigo. Recuerdo nuestra primera gran pelea. Con las venas del cuello hinchadas de furia, señaló hacia la oscura noche afuera.—¡Lárgate de esta casa, Lucía! —gritó furioso—. ¡Ya no eres mi hermana!—¿Crees que yo quiero un hermano como tú? —le respondí a voz de grito, entre lágrimas—. ¡Te odio, Alejandro!Acto seguido él me dio una bofetada que me dejó la mejilla ardiendo e hinchada, tras lo cual, salí corriendo y me acurruqué en la acera cercana, esperando que fuera a buscarme. El frío de la noche me caló hasta los huesos; y yo temblé sin parar, solo abrigada por mi delgado pijama de seda. Finalmente, y con tristeza, me di cuenta de que Alejandro no iría por mí. Ni siquiera había dado un paso fuera de la casa.Muerta de frío y sin dinero, terminé quedándome unos días en casa de una compañera, tiempo tras el cual, Alejandro, por fin se dignó a llamarme. Ilusionada, creí que por