Capítulo5
Alejandro no volvió a llamarme, y no pude evitar suponer que ese único intento había agotado su paciencia conmigo.

Recuerdo nuestra primera gran pelea. Con las venas del cuello hinchadas de furia, señaló hacia la oscura noche afuera.

—¡Lárgate de esta casa, Lucía! —gritó furioso—. ¡Ya no eres mi hermana!

—¿Crees que yo quiero un hermano como tú? —le respondí a voz de grito, entre lágrimas—. ¡Te odio, Alejandro!

Acto seguido él me dio una bofetada que me dejó la mejilla ardiendo e hinchada, tras lo cual, salí corriendo y me acurruqué en la acera cercana, esperando que fuera a buscarme. El frío de la noche me caló hasta los huesos; y yo temblé sin parar, solo abrigada por mi delgado pijama de seda. Finalmente, y con tristeza, me di cuenta de que Alejandro no iría por mí. Ni siquiera había dado un paso fuera de la casa.

Muerta de frío y sin dinero, terminé quedándome unos días en casa de una compañera, tiempo tras el cual, Alejandro, por fin se dignó a llamarme. Ilusionada, creí que por fin se preocupaba por mí y esperé, muy ansiosa, a que fuera a recogerme. Incluso, llegué a imaginar que me recibiría con un fuerte abrazo.

Pero, por el contrario, me planto una cachetada aún más fuerte que la anterior, haciéndome caer al suelo, aturdida.

Cubriéndome la cara y conteniendo las lágrimas, alcé la mirada, y vi que Alejandro me observaba desde lo alto con mucho desprecio.

—Lucía, si vuelves a desaparecer así, mejor no regreses jamás —sentenció—. ¿Crees que, si no fuera por papá, yo querría mantenerte?
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