Incontables veces volví a casa despeinada y con la ropa bastante desarreglada. Alejandro solo me miraba con frialdad y preguntaba: "Lucía, ¿andas haciendo cosas indecentes por ahí? Eres una niña, ¿qué diría tu madre?"Contenía las lágrimas y el llanto, pero no podía contener el agudo dolor en mi cuerpo y mi corazón.Quería contarle a Alejandro. Pero Yulia y unos chicos de la clase me habían quitado la ropa y tomado fotos demasiado humillantes.Con una sonrisa inocente, Yulia me amenazó enfurecida: "Si hablas, difundiré estas fotos. Ya veremos qué piensa Alejandro de ti entonces."¿Importaba si hablaba o no? No lo sabía.Empecé a tomar pastillas. Se me caía el pelo a manotadas, pero no servía de nada.Fui a terapia. El psicólogo me acarició la cabeza con una ternura y tierna preocupación que nunca había visto. Se me hizo un nudo en la garganta y lloré. Jamás había recibido tanta bondad.— Eres bastante joven, Lucía —me dijo—. Tienes toda una vida por delante. No hay obstáculo alguno que
Después de enfermarme, mi temperamento empeoró muchísimo. Mi actitud hacia Yulia y Alejandro se tornó más áspera.En el último examen, aunque enfermé y mi rendimiento bajó un poco, aún superé con eso a Yulia. Me alegré; al menos en los estudios la superaba.Cuando levanté la vista, me encontré con su mirada de odio. Luego, una sonrisa maliciosa se dibujó en sus labios. Al principio no entendí con claridad qué significaba.Poco después de que saliera con algunos compañeros, se esparció el rumor de que yo era una maldición que había matado a mi madre.Al volver a clase, encontré serpientes muertas y arañas venenosas en mi asiento. Mis muebles estaban rotos e inutilizables.Como si el abuso físico no bastara, Yulia también ahora atacaba mi mente.A la salida, me lanzó una sonrisa triunfante. ¿Cómo podían sus ojos de cervatillo esconder tanta maldad?Cegada por la rabia, le arrojé mi libro con todas mis fuerzas. Le di justo en la cabeza.Ella se agachó, gimiendo y sujetándose la cabeza. Yo
En ese momento insoportable, la conocí a ella.Mi alma estaba desgarrada al límite, agotada tanto física como mentalmente. Los labios resecos, con profundas ojeras, el cabello escaso y marchito. Caminaba aturdida, con pasos inestables, sin saber en ese momento a dónde ir.Finalmente me detuve en un puente peatonal desierto. Miré ensimismada hacia abajo. No había nadie. Qué alivio. No causaría pánico social.Ella me dijo después:— Cuando te vi, mi primera impresión fue que eras fea. No porque lo fueras realmente - de hecho, eres bastante guapa - sino porque estabas en un estado lamentable. Parecías un animal moribundo en el desierto. O un pez ahogándose en un lago.Me reí y le di una palmadita en la mano.— Estás loca, los peces no se ahogan.Ella se sorprendió.— Ya sabes a qué me refiero. Esa sensación de desesperanza total, como si estuvieras a punto de morir en cualquier momento.Mi sonrisa se desvaneció. La verdad es que esa tarde planeaba saltar del puente. Pero ella me detuvo.—
Cada día con Felicia era feliz. Como su nombre indicaba, era un sol radiante que traía alegría a los demás. Al menos era el sol de mi vida.Le decía de manera constante:— Felicia, sin ti ya estaría muerta.Ella me daba una palmadita en la mano.— Eso suena más dulce que las sutiles mentiras de mis ex.Yo con certeza lo digo, no mentía.Ella hizo una pausa, tomó mi rostro entre sus manos y dijo con seriedad:— Entonces, sin mi permiso...— Lucía, no puedes morir.Con tristeza rompí mi promesa. Realmente quería cumplirla.Después de estar con ella, mi depresión mejoró de forma vertiginosa. Pronto dejé de necesitar medicamentos.Mi Felicia me llevaba a comer cosas ricas, escribía "Feliz cumpleaños a mi hermanita" en mi pastel, me llevaba en su moto a ver las hermosas vistas nocturnas del río y me cantaba sus nuevas canciones.Una vez me preguntó muy en serio:— Lucía, yo no tengo familia.— ¿Por qué no te conviertes en mi hermana?Lo acepté con alegría entre lágrimas, que pronto se convi
Al quinto día después de mi muerte, a Alejandro se le notaba cada vez más enojado. Pero su expresión mostraba también indicios de pánico.Antes, mis fugas de casa nunca duraban más de tres días.Ahora esperaba ansiosa ver su reacción cuando se enterara de mi muerte.Manuela me enseñó que lo más importante era ser feliz.Así que mis calificaciones se fueron al piso. Tanto que los maestros hablaron conmigo y llamaron a Alejandro a la oficina.Al volver a casa, como era de esperar, se enfureció conmigo.— Lucía, ya tienes 18 años.— ¿No puedes madurar un poco? ¿Crees que es genial llamar la atención bajando tus notas?Antes, para obtener la atención de papá y Alejandro, hasta me alegraba muchísimo cuando me sangraba la nariz. Al menos de esa forma me miraban por un momento.Ahora, estudiar había perdido sentido para mí. Solo quería ser libre y feliz.Ya no discutía con él. Solo bajaba instintiva la cabeza en silencio.Esto pareció molestarlo aún más. Quizás porque mi silencio era una form
Felicia siempre se aseguraba de que no volviera sola a casa. Me llevaba a pasear y no me dejaba tomar alcohol. Cuando ella bebía de más, le pedía a sus amigos de confianza que me acompañaran.Eran todos unos verdaderos caballeros, mucho más que los amigos de Alejandro con sus costosos trajes caros. Ahí entendí que uno realmente se junta con gente parecida. Como Alejandro me veía como algo sucio, por lo que sus amigos creían que podían manosearme sin permiso alguno. Pero Felicia me trataba como a su hermana menor, así que sus amigos me respetaban igual.Solo, hubo una excepción: un muchacho que se enamoró de mí a primera vista. Felicia me llevó aparte y me susurró:— Mira, Iker es un buen muchacho. Nunca ha tenido novia y no anda en malos pasos. Si te late, dale un chance. Pero ojo, no te enredes tan chavita con él.Me junté con él. Con Iker aprendí cómo es cuando un chavo quiere de verdad a una chava. Me cuidaba como si fuera muñeca de cristal.Una vez que Iker me dejó en casa, Alejand
— ¿No tienes vergüenza alguna Lucía? —me gritó Alejandro—. ¿Tan urgida andas por acostarte con quien primero se te cruce?Se me subió de inmediato la sangre a la cabeza y vi todo rojo. Le metí una sonora y bien merecida cachetada con todas mis fuerzas. Alejandro se quedó , con la mejilla bien marcada. Era la primera y última vez que me le ponía al brinco. Ya quería largarme de esa maldita casa para siempre.— Alejandro, esta es la última vez que te trato como mi hermano —la solté—. Me criaste 18 años y fueron 18 años de mucho sufrimiento. No te mereces ser mi hermano.Alejandro frunció el ceño y apretó los labios, como un león tratando de controlar su furia. En un segundo, su cara se transformó y me agarró de los hombros, zarandeándome de un lado al otro.— Lucía, te volviste loca de remate —me gritó—. Cuando te arrepientas, ni creas que te voy a perdonar o dejar entrar de nuevo a mi casa.Me reí con sarcasmo en su cara.— Mejor así —le respondí—. Es lo más inteligente que he hecho en
Día siete, después de mi muerte.Alejandro por fin se decidió a salir a buscarme, pero Yulia lo detuvo al instante.— Alejandro, seguro Lucía se fue a casa de ese hombre no te preocupes —le dijo—. Si vas ahora y te encuentras con el novio de tu hermana...Dejó la frase a medias, pero esto fue suficiente.Alejandro se desplomó pesadamente en el sofá de cuero, arrojando despreocupado las llaves de su BMW a un lado. Abandonó simplemente la idea de buscarme. Vi la sonrisa triunfante en los labios de Yulia.Poco después, Alejandro llamó a su mejor amigo para quejarse de mí.— Lucía lleva siete días sin volver a casa, quién sabe dónde andará de loca.— Bah, tu hermana... la he visto varias veces en bares, rodeada de malas compañías. Seguro ahora está muy tranquila en brazos de algún tipo.Escuché con mucha frialdad cómo Alejandro y su amigo mancillaban de la peor manera mi reputación. Así que así me veía, como ese tipo de jóvenes.Su hermanastra era tan pura e inocente.Me alejé flotando, ob