Alejandro también la había tenido bastante difícil. Él me llevaba diez años de diferencia, por eso, cuando papá cayó en una profunda depresión y la empresa familiar empezó a decaer, Alejandro, que era un estudiante brillante, se graduó de la universidad a los veinte años y se hizo cargo del negocio.Pasó de ser un novato a convertirse en el CEO del Grupo Gómez. Su vida no había sido un camino de rosas, por eso no podía evitar preocuparme por él.Cuando Alejandro bebía hasta tarde por cuestiones de trabajo, siempre le preparaba un suero que le dejaba en su escritorio para que no se deshidratara, mientras que, por las mañanas, le hacía una papilla de maíz para el estómago.Incluso, al verlo frotarse una y otra vez los ojos cansados, había ahorrado de mi mesada durante más de un mes para cambiar esa molesta lámpara de su escritorio, junto a unas gotas para los ojos y multivitaminas; y todos los días, planchaba sus camisas, tal y como lo hacía mamá.Quería cuidarlo en silencio, ayudarlo a
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