La Sra. Santorini sintió que tiraban tan bruscamente de su brazo que casi echó el cuerpo hacia atrás. Intentó recuperar el equilibrio antes de enfrentarse a la mujer que tenía detrás. Al ser mucho más alta, Madson Reese parecía tener una mirada de superioridad, aunque no se atrevería a dirigirla a ningún ser vivo. Sara, sin embargo, no interpretó el gesto de la misma manera. Siempre tendía a tener una visión distorsionada de los hechos, con tal de parecer la víctima o verse favorecida.– ¿Qué es lo que quiere? –– ¿Por qué haces esto? ¿Por qué quieres a Cesare de vuelta? – No quiero a tu hombre, hermana. Puedes tenerlo todo para ti. – Sé lo que estás haciendo, Madson. – ¿Lo sabes? ¿Y qué estoy haciendo, Sara?– Intentas quitarme el brillo. – Oh, querida hermana. Nadie puede hacer eso, créeme. – ¿Eso fue un cumplido? El ingenio nunca fue el fuerte de Sara, y definitivamente no podía entender una ironía bien pensada. – Puedes interpretarlo como quieras. Y por mucho
El hombre que se moría de dolor saludó con la mano a la gente que se cruzaba con él, pero sus rostros enrojecidos le decían que algo iba mal. ¿Estaba bien? Seguramente Cesare Santorini estaba enfadado. ¿Y dónde se había escondido su mujer después de aquello? ¿Por qué tuvo que hacerlo? ¿Por qué el impulso de intentar besarla? Había tantas preguntas sin respuesta que casi lo volvían loco. Por fin se recuperó y enderezó la postura, sintiendo aún parte del agudo dolor que le irradiaba hasta el estómago, causándole un terrible malestar. Y no tuvo más que posar sus ojos en ella de forma muy superficial para encontrarla bailando con su viejo padre en medio de aquella fiesta. Se acercó un poco más a ella y analizó su aspecto.Cualquier mujer bailando con su padre se sentiría feliz o acogedora. Pero acogedora era la última expresión que Madson Reese transmitía cuando estaba cerca de su padre. De hecho, tenía una expresión de dolor imposible de disimular. Y por la forma en que le sujetaba las
Si llegar a la fiesta había sido difícil, Cesare definitivamente no había previsto lo que sería volver con la mujer, a la que había ofendido profundamente más de una vez aquella noche, aunque no supiera por qué. Un rayo atravesó el cielo, pero no fue una sorpresa para ninguno de los dos. El tiempo era realmente inestable en aquel momento, y el trayecto hasta la granja aún sería largo, así que se limitó a dar una orden al conductor. Madson se sintió incómodo de inmediato, pero no había forma de protestar. Dentro del coche descapotable, bajo una lluvia torrencial, pronto estuvo completamente mojada. El pelo de la parte superior de la cabeza empezó a gotearle por la cara y sobre el delgado cuello, y ella se retorció. Aquel movimiento nunca habría sido deliberado, pero por alguna razón Cesare no podía apartar los ojos de ella mientras lo hacía.El coche se detuvo frente a un suntuoso local. Y por mucho que Madson hubiera deseado dos habitaciones, sabía que no era posible. Cuando abri
Madson se dejó el pelo desordenado, completamente suelto cuando salió de la habitación con el vestido aún húmedo. Se dirigió hacia Cesare Santorini. Hacía tiempo que había amanecido y lo único que quería era salir de allí lo antes posible, antes de que su hermana montara una escena aún mayor, persiguiéndolas allá donde estuvieran.El hombre cubierto dormía en el sofá de la forma más desordenada y descuidada que Madson había visto nunca tratándose de Cesare. Vacilante, se acercó y hurgó en el pecho desnudo del hombre, que roncaba sutilmente. Y cuando él se removió, ella se apartó. Pero él seguía sin despertarse. "¿Qué hacer?", pensó un momento, antes de volver a tocarlo. Y esta vez, lo apartó, y la manta cayó al suelo, dejando al descubierto más de lo que a Madson le hubiera gustado ver. Más de lo que nunca había visto en una habitación oscura mientras hacían el amor. Abrió mucho los ojos y se llevó las manos a la boca para no gritar. Pero él ya no estaba dormido.Su grito interrump
Madson interrumpió el ensueño del hombre pensativo que seguía en un charco de barro y le tendió la mano. Él la miró fijamente y la forma en que ella le miraba le hizo sentirse libre de pecado. Era como si ella lo viera de una forma que él no merecía. Aun así, Cesare cogió las manos de la mujer, fijándose de nuevo en aquel guante, y se levantó del suelo. Entraron en la casa todavía riendo, pero fue una mala idea de la que solo se dieron cuenta cuando llegaron al salón. Se miraron, y Sara estaba allí. Sentada con sus cortas y perfectas piernas cruzadas, la mujer levantó una ceja bien formada y vislumbró la ropa mojada de la falsa pareja que tenía delante.– ¿Dónde has pasado la noche?Madson no se atrevió a contestar. Parecía irónico que fuera su marido, pero aun así se sentía como una traidora por hacer sentir a su hermana exactamente lo mismo que ella había sentido desde el día de su boda. Para alguien con tanto carácter como ella, hacer sufrir a alguien tanto como ella era inacepta
Atardecía cuando Madson abrió por fin los ojos. Por alguna razón, se sentía segura y cómoda descansando unas horas en aquella habitación. Miró a su alrededor y vio sus iniciales bordadas en la almohada blanca con volantes. Eso pertenecía a su ajuar, no cabía duda. Y cuando por fin se dio cuenta de dónde estaba, intentó levantarse bruscamente. Fue entonces cuando el dolor de cabeza la golpeó tan fuerte que se tumbó lentamente, gimiendo suavemente.El hombre apareció en la habitación, llevándole una bandeja, y Madson Reese hizo una mueca de descontento. Nunca había necesitado que nadie la cuidara, y no iba a volverse dependiente ahora. – ¿Se encuentra mejor?Y cuando ella abrió la boca para responder un rotundo sí, volvió a estornudar. – ¿Por qué estoy aquí, Cesare? – Necesito cuidarte. – ¡No tienes que hacer nada! – Es mi deber. Soy tu marido. – Sabes que nada de esto es verdad. Y no quiero que nadie me cuide por obligación.– ¿Siempre has sido así? – ¿Así cómo? – Tan orgulloso
Tocó el rostro de la dulce mujer de ojos tiernos y nariz roja que estaba sentada em uma cama que, hasta hacía uma semana, pertenecía a outra mujer. Sus manos sintieron lo caliente que estaba aquel cuerpo, y tal vez tuviera fiebre. Así que pensó que ella podría necesitar um médico em algún momento. Y si era lo suficientemente bueno, lo haría, pero no podía pensar em outra cosa que no fuera tenerla entre sus musculosos brazos.Se llevó la mano a las manos, aún envueltas em guantes nuevos y secos, y tal vez su empleada supiera por qué siempre los llevaba puestos, pero no era ahí donde quería centrarse em esse momento. Había lugares más apetecibles para el hombre lleno de pensamientos pecaminosos. Definitivamente, sabía que no debía, pero no podía concentrarse em outra cosa.Intentó ocultar su camisa todo lo posible, pero él le hizo mostrar lo que escondía. Y com unos ojos que parecían estar pegados el uno al outro, nada em el mundo podía desconectar esa conexión. Ella no protestó por pri
Cesare podría haber olvidado quién estaba abajo, pero Sara había oído absolutamente todo lo que había sucedido arriba aquella noche. Y aún tumbada boca abajo en aquella precaria cama, vistiendo un camisón completamente vulgar y sin sentido de la moda, permanecía pensativa.Como había hecho con su primer marido, sabía que protestar no solucionaba nada.A algunos hombres les gustaban las mujeres geniales con personalidad fuerte, pero Cesare Santorini no era uno de ellos. Siempre le gustó dirigirlo todo. En los negocios o en la cama, seguía comportándose con el mismo dominio.Si a él le gustaban las mujeres delicadas, ella también se convertiría en una. Al menos por el momento, hasta que pudiera reconquistarlo. Porque ese hombre siempre había sido su sueño. Y no solo porque fuera tan guapo y atractivo como un demonio del placer. También había sido siempre el hombre más rico de la región. De hecho, era el más rico del que había oído hablar.Aun sin cambiarse de ropa porque quería que él