Tocó el rostro de la dulce mujer de ojos tiernos y nariz roja que estaba sentada em uma cama que, hasta hacía uma semana, pertenecía a outra mujer. Sus manos sintieron lo caliente que estaba aquel cuerpo, y tal vez tuviera fiebre. Así que pensó que ella podría necesitar um médico em algún momento. Y si era lo suficientemente bueno, lo haría, pero no podía pensar em outra cosa que no fuera tenerla entre sus musculosos brazos.Se llevó la mano a las manos, aún envueltas em guantes nuevos y secos, y tal vez su empleada supiera por qué siempre los llevaba puestos, pero no era ahí donde quería centrarse em esse momento. Había lugares más apetecibles para el hombre lleno de pensamientos pecaminosos. Definitivamente, sabía que no debía, pero no podía concentrarse em outra cosa.Intentó ocultar su camisa todo lo posible, pero él le hizo mostrar lo que escondía. Y com unos ojos que parecían estar pegados el uno al outro, nada em el mundo podía desconectar esa conexión. Ella no protestó por pri
Cesare podría haber olvidado quién estaba abajo, pero Sara había oído absolutamente todo lo que había sucedido arriba aquella noche. Y aún tumbada boca abajo en aquella precaria cama, vistiendo un camisón completamente vulgar y sin sentido de la moda, permanecía pensativa.Como había hecho con su primer marido, sabía que protestar no solucionaba nada.A algunos hombres les gustaban las mujeres geniales con personalidad fuerte, pero Cesare Santorini no era uno de ellos. Siempre le gustó dirigirlo todo. En los negocios o en la cama, seguía comportándose con el mismo dominio.Si a él le gustaban las mujeres delicadas, ella también se convertiría en una. Al menos por el momento, hasta que pudiera reconquistarlo. Porque ese hombre siempre había sido su sueño. Y no solo porque fuera tan guapo y atractivo como un demonio del placer. También había sido siempre el hombre más rico de la región. De hecho, era el más rico del que había oído hablar.Aun sin cambiarse de ropa porque quería que él
Cesare sintió que abrazaban su cuerpo y supo que no era quien él quería que lo hiciera. Aun así, sonrió ante el afecto porque su necesidad ya había llegado al límite y solo necesitaba un poco de contacto humano.Sara sonrió como solía hacerlo, y los recuerdos de aquella época surgieron casi de inmediato en la mente del hombre alto del balcón de la mansión.– ¿Estás bien? Pareces muy pensativo. – Sí, estoy bien. – He estado pensando en lo mucho que te echo de menos... – Sí...– Y he sido una buena mujer, ¿no?– Has... Lo has sido. – Así que me he estado preguntando si tal vez podría volver a nuestra habitación. Te echo de menos... – ¡No pasa nada! – ¿De verdad? – ¡Realmente! – Estupendo. Haré que las criadas se lleven mis cosas. – ¡No! ¡Tú lo harás! Coge todas las cosas tú mismo y llévalas arriba. Los ojos de la mujer se abrieron furiosamente, pero él no pudo verlo. ¿Por qué se había mostrado tan hostil con ella últimamente? Respiró hondo, tratando de calmarse. – Por supuest
En la granja se había desatado el caos. Había un caballo desbocado, una mujer que no paraba de gritar y dos hombres con los brazos en alto, intentando acorralar al animal fuera de control. Dependía de Sara hacer que se detuviera, pero no importaba cuánto la aleccionaran los hombres, porque ella no sabía qué hacer. El animal se apartó de los dos chicos, desesperado porque también se sentía intimidado, y huyó de lo que le parecía bastante aterrador. Cesare fue tras su caballo, y tal vez había tiempo para evitar una tragedia, o tal vez ensillar al animal y montarlo no le daría tiempo suficiente para salvarla de una caída que la heriría intensamente.Madson no pensó mucho antes de actuar. Simplemente, tendió la mano a Cesare, que consiguió subir rápidamente. Aceleró más que el viento y pronto alcanzó a su hermana. Cesare intentó agarrar las riendas del animal para detenerlo, pero Sara no pudo controlarse y agarró la muñeca del hombre. Todo estaba condenado al desastre desde el principio
Oyeron el ruido del coche desde muy lejos, y Sara solo tuvo tiempo de tirarse al suelo bruscamente. La expresión de su cara lo decía todo. Sabía que su hermana guardaba un secreto y no quería que se lo contaran, pero al igual que ella es temperamental, nadie podía controlar el ansia de sinceridad de Madson Reese. El hombre salió del coche y se preguntó por qué Sara estaba en un lugar distinto de donde la había dejado. Pero tal vez Madson había decidido ayudarla. – ¿Vamos? La mujer miró a su amante como si el problema de su pierna fuera el mayor dolor que hubiera sentido nunca, y aunque parecía tan falso como los grandes pechos naturales de Sara Reese, Cesare no sospechó nada. Se acercó a ella y la levantó. Antes de entrar en el coche, miró a Madson, y ella vio algo diferente en aquellos ojos. Él también parecía preocupado por ella, sobre todo porque el tiempo volvía a estar violentamente nublado y ella estaba enferma, pero aun así no accedió a subir al coche y llevarlos a casa. No
Madson Reese paseaba inocentemente por la casa en total oscuridad, mientras creía que todos dormían. Solo llevaba un vestido ligero y una manta echada sobre los hombros cuando salió de la casa de puntillas.La noche era tan fría como en los últimos días, pero ella siguió caminando por la granja de diamantes. Y aunque sabía que sería mucho más rápido llevar la cesta a su destino a lomos de su caballo, no quería armar jaleo, así que prefirió hacer el camino a pie. ¿Qué mal podía hacer un poco de ejercicio, incluso en una noche lluviosa como aquella?Cuando por fin se sintió satisfecha, Madson Reese decidió irse a casa. Estaba sonriente y más contenta que de costumbre cuando abrió la puerta del salón y entró, intentando no hacer demasiado ruido. Pero su cuerpo se congeló en una esquina cuando una silueta salió de la oscuridad y avanzó hacia ella con toda la ferocidad de un animal hambriento.Gritó. ¿Qué demonios era esa cosa en la oscuridad? – Madson no sabía qué pensar mientras el mons
Madson Reese terminó de vestirse y salió de la habitación. El ambiente fuera era tan pesado que casi la hizo retroceder y aislarse dentro de nuevo. Pero no podía quedarse atrapada dentro de una habitación toda su vida, esperando a que el ambiente perfecto saliera de casa. Necesitaba ser libre.– ¡Buenos días!El hombre permaneció en silencio mientras leía el periódico, pero Sara la miró fijamente como si la juzgara por sus pecados ocultos. Como si ella pudiera prever algo que Madson aún no había hecho.– Buenos días, hermanita...Un movimiento extraño apareció en el exterior de la mansión, y Cesare se levantó y se marchó sin decir palabra. Las mujeres se miraron durante unos segundos, y Madson perdió aquella pequeña batalla silenciosa. Giró sus delicados pies hacia la puerta de salida. El corazón de Sara se aceleró al instante. ¿Era aquello parte de algún tipo de código para que la pareja pudiera encontrarse fuera de la mansión? Temió que ese pensamiento fuera cierto.– ¿Adónde vais
Sus hombros a la vista, su cuello con la marca que probablemente se oscurecería aún más en unas horas. Todo esto no podía traducir el asombro y el pavor que Madson sintió cuando el hombre la atacó, rasgándole la ropa. Estaba prácticamente desnuda cuando oyó unos pasos que venían de lejos.El sonido del disparo resonó al mismo tiempo que los pájaros volaban, asustados por el repentino ruido. El hombre cayó al suelo, resbalando, mientras sus manos rígidas seguían insistiendo en tocarla durante los últimos segundos de vida que se agotaban en el cuerpo de su atacante.Cesare corrió hacia ella, aun con el arma larga en las manos. Y cuando intentó tocarla, Madson Reese se encogió de terror.Sus ojos recorrieron a la mujer semidesnuda y no dudó en descamisarse para cubrirla de aquella exposición. El odio aún corría por sus venas llenas de rencor y estaba seguro de que habría torturado a aquel hombre hasta la muerte si no le hubiera disparado ya. No necesitó preguntar si había pasado algo por