Después de regresar al departamento que compartía ahora con mi esposa, me di una larga ducha y traté de borrar de mi mente las amenazas de Amber. Aún no nos habíamos mudado porque Ana amoblaba poco a poco nuestro hogar según sus gustos… Tal vez no llegáramos a hacerlo. Pensaba en marcharme de Londres junto a ella e iniciar una nueva vida en otro país, lejos de toda esta locura.
A los ojos de cualquiera, Amber podía parecer una simple y común novia despechada, pero había algo en su mirada que no me terminó de cuadrar. Si tan solo llegara a salir de aquel manicomio... No quería imaginar los problemas que causaría. A leguas se notaba que estaba obsesionada.
Salí de la ducha con una toalla enrollada en mi cintura y el pelo mojado. Entrar al vestidor y ver las cosas de Ana, allí junto a las mías, me quitó una sonrisa que pensé no tendr&
Cuando miré a Amber, logré ver un resumen de la vida insignificante que llevaba en aquella época. No iba a negar que me había deslumbrado como un crío por esa maldita mujer, porque lo había hecho. Pero en ningún punto, absolutamente, se comparaba lo que sentí por ella con lo que sentía por Ana.—Señor, lo lamento, pero esta mujer dice que usted la espera. En todo caso, no la pude detener —explicó con temor Margaret. Para entonces, Amber ya estaba en medio de la oficina, a mitad de camino para llegar a mi escritorio.Me encontraba de pie, listo para rodear el mueble y salir a su encuentro para arrastrarla hacia la salida de la empresa.—Está bien, Margaret, pero grábate bien el rostro de la señorita, pues de ahora en más no quiero que vuelva a pisar esta empresa y mucho menos mi oficina.—Entendido, señor, y lo lamento.
Si alguna vez pensé que simples palabras no herían, estaba equivocado, porque aquellas que acababa de escuchar me habían desmembrado el alma.Aprovechando la conmoción que atravesaba, Ana salió disparada de mi oficina y cerró la puerta de un portazo. Di pasos certeros para alcanzarla, cuando una mano me detuvo, entonces recordé que aquella malnacida seguía allí. Volteé con furia hacia ella y, sin poder evitarlo, la tomé del cuello con descontrol.Jamás había experimentado la necesidad de lastimarla cuando ella me hizo tanto daño, pero hoy solo deseaba verla agonizar y morir despacio para que dejara de causar daño y dolor a su paso.—Suéltame... —balbuceó mientras sus manos luchaban para que las mías se aflojaran. Con brusquedad, la solté. Su cuerpo cayó al suelo.—No lo vales —escupí rab
Salí de inmediato para la clínica con el corazón en la boca. Mi amada y dulce Ana atravesaba un mal momento. Lo menos que podía hacer era estar allí… a su lado. Ya después le preguntaría las razones por las que no me dijo que íbamos a ser padres. El médico me informó que, a causa de una fuerte crisis emocional, se había dado el desenlace y que Ana necesitaría mucho apoyo por la ansiedad que tenía en relación a convertirse en madre. Además, aún no se lo habían dicho y aguardaban a que se calmara para hacerlo. Sangró demasiado, por lo tanto, fue imposible revertir lo ocurrido, pero todavía debían intervenirla. No querían que estuviera tensa y nerviosa para hacerlo.Optaron por mantenerla en la duda. Cuando la hubieron sedado, procedieron a realizar la intervención que consistía más que nada en corroborar q
—Entonces eso quiere decir que aún no le dijiste nada. No le hablaste de Amber ni mucho menos de tus sentimientos —concluyó, y asentí—. Por Dios, hijo mío. Tuviste que haberle dicho cuando te advertí tantas veces que algo así podría suceder. Realmente no sé qué decir, pues comprendo a la perfección que esté furiosa y que te haya pedido el divorcio. Sin embargo, aún estás a tiempo de decirle la verdad, Diego. Mientras las cosas estén tibias, hazlo. De no hacerlo, perderás a tu esposa. Sé que eso te dolería mucho. Solo basta con verte, mi pequeño, basta con mirar tus hermosos ojos para darse cuenta de cuánto amas a esa muchacha.—Lo sé, mamá, y siento que todo lo que dices está ocurriendo. Ella... Ana simplemente ya no me quiere en su vida. En cuanto a decirle que la amo, lo he intentado muchas veces y
Después de rememorar aquel momento, sacudí la cabeza para intentar serenarme. Caminé lento hasta aquella fotografía y la tomé entre mis manos. Tragué con dificultad y la volví a admirar por algunos segundos.—Que el cielo me perdone si es blasfemia, pero juro por mi vida que volverás conmigo. si no es el caso, prefiero morir… a vivir y no tenerte —le hablé como un loco a la foto antes de propinarle un beso y guardarla en el pequeño bolso que llevaba conmigo.Me dirigí hacía la salida. Pude sentir cómo mi alma y mi corazón se desprendían de mi cuerpo, rehusándose a marcharse de allí. Sostuve por unos diez minutos el pomo de la puerta. Con resignación y tristeza, al fin pude cerrarla. Sentí que cerraba las puertas de una vida al lado de la mujer que amaba.No sabía cómo haría para dejarla en pa
Aunque había seguido al pie de la letra los consejos del abuelo, no había recibido ningún tipo de señal de mi esposa, quien se llamó a silencio. Margaret, mi secretaría, me había comentado de manera fugaz que Rose, la asistente de Ana, le había dicho que ella no había leído ninguna de mis tarjetas, y que la primera, al leerla, le había generado lágrimas. Que Ana había llorado como una cría y que después botó todo a la basura. Hoy le enviaría las últimas, con sesenta y siete rosas y la tarjeta. Habían pasado ya dos meses desde que no dormía con mi esposa, que no la besaba en los labios y que mi vida se había convertido en un perfecto desastre por su ausencia. Esta noche se llevaría a cabo el lanzamiento de la última colección de la casa de modas de mi madre, y esa sería la oportunidad perfecta para poder tantear de nuevo terreno y limar asperezas. En la empresa, solo me evitaba. Llegaba temprano y se iba a una hora en que yo no podía moverme de aquí. A
Después de darle vueltas y vueltas a la corazonada que tenía sobre aquel viaje, decidí llamar a Liam para que almorzáramos juntos y no estar torturándome y autocompadeciéndome por ser un completo idiota.—¿Cómo te fue anoche? —preguntó, mientras leía una revista y ordenábamos la comida.—No sabría definirlo —dije y me miró confundido—. Ana me entregó los papeles del divorcio.—Vaya... creo que estás perdiendo tu encanto —se burló y sonreí triste—. Entonces es definitiva la ruptura... —asumió y negué con seguridad.—Al menos para mí, no. Y estoy seguro de que ella tampoco quiere hacerlo. Además, al final de la noche, ella y yo terminamos en la cama y eso solo quiere decir que aun quiere estar conmigo, que me extraña y necesita igual que yo.<
Ni bien puse un pie allí, tomé el teléfono y marqué incontadas veces su número de móvil, y la voz odiosa del contestador era el único sonido que se escuchaba. Ya desesperado y un tanto furioso, le marqué a Mónica. Si ella no me respondía, no dudaría un solo segundo en ir hasta aquella ciudad que estaba comenzando a detestar. Al tercer repique, contestó.—Pásame a Ana, por favor —pedí con frustración, mientras caminaba como un animal enjaulado por todo el salón de la casa.—Ella no se encuentra y lo mejor es que no la vuelvas a molestar —la voz tajante de aquella pelirroja que en tiempos remotos fue mi peor enemiga, resonó molesta.—Entonces... vio las fotografías... —asumí con un largo suspiro, mientras tomaba asiento en el enorme sillón color crema.—Lo hizo —afirm&oacu