CAPITULO 97

A la mañana siguiente, los rayos del sol ingresaron por la ventana desprovista aún de cortinas y sentí el cuerpo cálido de mi mujer removerse.

—Buenos días —susurré en su oído.

Ella sonrió.

—Buenos días, amor —respondió risueña y el calor en mi pecho se hizo inmenso. Besé su hombro desnudo y su cuello. Sentí cómo su piel se erizaba y reaccionaba a mi contacto—. Diego... debemos hablar de algo —murmuró apenas audible.

Me acomodé sobre su cuerpo para mirarla a los ojos.

—¿Ocurre algo? —pregunté temeroso.

—Nada... es solo que, si seguimos así, no tardaré mucho en... —Sus mejillas se tiñeron de un suave carmesí.

La miré, confundido.

—¿En qué?

—En embarazarme, Diego.

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