CAPITULO 100

Si alguna vez pensé que simples palabras no herían, estaba equivocado, porque aquellas que acababa de escuchar me habían desmembrado el alma.

Aprovechando la conmoción que atravesaba, Ana salió disparada de mi oficina y cerró la puerta de un portazo. Di pasos certeros para alcanzarla, cuando una mano me detuvo, entonces recordé que aquella malnacida seguía allí. Volteé con furia hacia ella y, sin poder evitarlo, la tomé del cuello con descontrol.

Jamás había experimentado la necesidad de lastimarla cuando ella me hizo tanto daño, pero hoy solo deseaba verla agonizar y morir despacio para que dejara de causar daño y dolor a su paso.

—Suéltame... —balbuceó mientras sus manos luchaban para que las mías se aflojaran. Con brusquedad, la solté. Su cuerpo cayó al suelo.

—No lo vales —escupí rab

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