—¡Por Dios! Te haré mía y jamás, óyeme bien, jamás te dejaré ir. —Mis palabras fueron tan desesperadas, tan posesivas por mi nuevo descubrimiento, que necesitaba hacerle saber que estaría ligada a mí por siempre. Sus días, sus noches y todo lo que la rodeaba, me pertenecían. Sería mía hasta que el aliento se nos fuera y todavía después si se podía.
Ya sin poder contenerme, la hice mía despacio, buscando que su cuerpo se acostumbrara a mí, aunque aquello me torturaba.
Era un simple mortal, un ser humano que tenía límites, el cual agonizaba en el proceso de hacer suya a la mujer que apenas descubrió que amaba. El solo pensar en ese sentimiento, volvió trémulo mi organismo. Gotas de sudor resbalaron de mi rostro para caer sobre el hermoso cuerpo de mi mujer.
Noté cómo pequeña
Tomé con prisa de la maleta un pantalón corto de playa y me lo puse. Salí desesperado tras ella. Pregunté a las personas de recepción si vieron a mi esposa y me señalaron que salió corriendo del hotel hacia la playa, por lo que me apresuré en ir hacia la misma dirección. Anduve varios minutos y traté de encontrarla, pero mi piel sentía que estaba lejos porque el cosquilleo habitual cuando la tenía cerca no se hacía presente.De pronto, mis ojos se abrieron por la sorpresa que me causó aquella imagen: Ana, mi Ana, era sujetada por otro hombre.Mi corazón se detuvo, mi pecho se oprimió y la respiración se me dificultó. Presioné mis puños con fuerza y tragué con dificultad al ver aquella escena. Por Dios que mataría a ese infeliz si no la soltaba de inmediato.Ya no podía negar lo que sucedía c
Aproveché su distancia para reparar mis ojos en ella. Su cercanía me provocaba ese escozor indescriptible, algo inexplicable. El hormigueo que viajaba por todo mi cuerpo cuando la tenía así, tan cerca y a la vez tan lejos, no tenía otra razón más que el amor que representaba para mí.Llegamos a nuestra suite. Mis ganas de estrecharla y besarla como un demente estaban a punto de volverme loco. Para mi sorpresa, ella no esperó a que arregláramos el problema, no aguardó ninguna argumentación de mi parte y solo caminó con furia hasta nuestra habitación. Luego salió de allí con su maleta en mano. La suite tenía otra recámara, por lo que no me quedó dudas de que su intención era cambiarse de alcoba y evitar mi presencia.—¿Qué crees que haces? —no pude evitar cuestionar.Caminé con rapidez hasta el
Después de volver a Londres, fuimos directo a mi departamento. Había hecho creer a Ana que juntos escogeríamos la casa en la que viviríamos, pero en realidad ya la había comprado, porque, de todas las que vimos, sabía que una en particular le encantó. Ese sería mi regalo de bodas y esa tarde le daría la sorpresa.Ana quedó con Mónica, por lo que aproveché para visitar a Liam y que me informara de algunas cosas relacionadas a la demente de Amber.—¿Y cómo ha ido la luna de miel? —Me palmeó la espalda mientras caminábamos al salón del penthouse en el que se había mudado desde que su matrimonio terminó.—Bien, al menos eso creo... —respondí.Suspiré. Dudaba que Ana hubiera olvidado aquellos estúpidos mensajes.—No me digas que no pudiste responder en tu primera noche &md
—Hola, cariño. —¿Estás ocupado? —indagó con esa voz melodiosa. Sonreí. —Estoy con mi abuelo, en su restaurante. —Dile que venga a comer con nosotros. Mandaré a preparar su plato favorito —se metió el susodicho en la conversación —El abuelo quiere que lo acompañes a almorzar, cariño. ¿Qué dices? —Pon el altavoz, amor —pidió. Así lo hice. —Listo —avisé. Lo oyó sonreír, divertida. —Dile al abuelo Brandon que jamás le diría que no a un caballero tan apuesto como él —manifestó con coquetería. El abuelo se ruborizó y sonrió como un adolescente. Fruncí el ceño y traté de hacerle ver que no me gustaba para nada la situación. —¿Estás coqueteando con mi abuelo en mis narices? —mascullé con supuesto disgusto. Ana carcajeó. —Yo no tengo la culpa de ser irresistible a pesar de los años —comentó el viejo al levantar ambas manos—. Mejor agradece que heredarás m
A la mañana siguiente, los rayos del sol ingresaron por la ventana desprovista aún de cortinas y sentí el cuerpo cálido de mi mujer removerse.—Buenos días —susurré en su oído.Ella sonrió.—Buenos días, amor —respondió risueña y el calor en mi pecho se hizo inmenso. Besé su hombro desnudo y su cuello. Sentí cómo su piel se erizaba y reaccionaba a mi contacto—. Diego... debemos hablar de algo —murmuró apenas audible.Me acomodé sobre su cuerpo para mirarla a los ojos.—¿Ocurre algo? —pregunté temeroso.—Nada... es solo que, si seguimos así, no tardaré mucho en... —Sus mejillas se tiñeron de un suave carmesí.La miré, confundido.—¿En qué?—En embarazarme, Diego.—&i
Después de regresar al departamento que compartía ahora con mi esposa, me di una larga ducha y traté de borrar de mi mente las amenazas de Amber. Aún no nos habíamos mudado porque Ana amoblaba poco a poco nuestro hogar según sus gustos… Tal vez no llegáramos a hacerlo. Pensaba en marcharme de Londres junto a ella e iniciar una nueva vida en otro país, lejos de toda esta locura.A los ojos de cualquiera, Amber podía parecer una simple y común novia despechada, pero había algo en su mirada que no me terminó de cuadrar. Si tan solo llegara a salir de aquel manicomio... No quería imaginar los problemas que causaría. A leguas se notaba que estaba obsesionada.Salí de la ducha con una toalla enrollada en mi cintura y el pelo mojado. Entrar al vestidor y ver las cosas de Ana, allí junto a las mías, me quitó una sonrisa que pensé no tendr&
Cuando miré a Amber, logré ver un resumen de la vida insignificante que llevaba en aquella época. No iba a negar que me había deslumbrado como un crío por esa maldita mujer, porque lo había hecho. Pero en ningún punto, absolutamente, se comparaba lo que sentí por ella con lo que sentía por Ana.—Señor, lo lamento, pero esta mujer dice que usted la espera. En todo caso, no la pude detener —explicó con temor Margaret. Para entonces, Amber ya estaba en medio de la oficina, a mitad de camino para llegar a mi escritorio.Me encontraba de pie, listo para rodear el mueble y salir a su encuentro para arrastrarla hacia la salida de la empresa.—Está bien, Margaret, pero grábate bien el rostro de la señorita, pues de ahora en más no quiero que vuelva a pisar esta empresa y mucho menos mi oficina.—Entendido, señor, y lo lamento.
Si alguna vez pensé que simples palabras no herían, estaba equivocado, porque aquellas que acababa de escuchar me habían desmembrado el alma.Aprovechando la conmoción que atravesaba, Ana salió disparada de mi oficina y cerró la puerta de un portazo. Di pasos certeros para alcanzarla, cuando una mano me detuvo, entonces recordé que aquella malnacida seguía allí. Volteé con furia hacia ella y, sin poder evitarlo, la tomé del cuello con descontrol.Jamás había experimentado la necesidad de lastimarla cuando ella me hizo tanto daño, pero hoy solo deseaba verla agonizar y morir despacio para que dejara de causar daño y dolor a su paso.—Suéltame... —balbuceó mientras sus manos luchaban para que las mías se aflojaran. Con brusquedad, la solté. Su cuerpo cayó al suelo.—No lo vales —escupí rab