AnaDesde que toda la verdad se desató y desde que Lucas se fue para siempre de este mundo, supe que nada sería fácil cuando me reencontrara con Diego, ya que tenía razones de sobra para odiarme.A pesar de que nunca lo olvidé y que el amor que siempre sentí por él lo guardé bajo llave en lo profundo de mi ser, no imaginé todo el impacto que causaría en mí verlo de nuevo. Y las cosas no fueron diferentes a lo que pensé que serían: Diego no me toleraba.Sin embargo, luego de aquel beso inesperado que me dio, pensé que tal vez las cosas pudieran darse de manera distinta al notar que con el correr de los días nuestra relación iba mejorando.La tensión que sentí la primera vez que lo volví a ver, fue indescriptible porque rebasaba toda la capacidad de mi alma y mi corazón para dominar mis emociones. Recordaba a la perfección que el ardor de su beso no me había abandonado en muchos días; llenaba de fantasmas todas mis noches en las que rememoraba las huellas que dejó en mi piel con sus man
Cuando dije aquellas palabras, Ana me vio como si hubiera visto un fantasma.—No juegues conmigo de esa manera, Diego —resolló, nerviosa, y desvió la vista hacia el mar.—No lo hago en ningún sentido —repliqué con paciencia al dejarme caer en la arena a su lado. Quedarme de cuclillas frente a ella, la perturbaba. Lo sentía y me dolía—. ¿Cuándo he bromeado con cosas así?Soltó un largo suspiro.—Quizá has cambiado. Quién sabe —contestó como si estuviera lejos y removiera algunos recuerdos de cuando éramos uno.—Puede que sí —afirmé—, pero hay cosas que no cambiarán jamás —confesé con la voz rota y miré el horizonte sobre el mar. Sonrió. Su suave risa me supo a la melodía más dulce que había oído jamás, aunque lo hiciera con tristeza.—Ya lo sé —asintió con melancolía—. No hace falta que lo digas —acotó como si habláramos en el mismo idioma.Afirmé con la cabeza.—Dime algo, Ana —sus orbes vidriosos me vieron, dolidos. Sabía que mi pregunta no le gustaría, como también sabía que su resp
—La verdad, Diego, es que traté —dijo entre suspiros. Bajó los hombros, resignada—. Cada día, desde que nos separamos, traté de olvidarte. Cada mañana intentaba borrarte de mi memoria. Cada vez que pensaba que lo estaba logrando, tu recuerdo aparecía de la nada para atormentarme y volver a gritarme que nunca lo lograría, pues te amaba y te amaría por el resto de mi existencia —respondió para mi regocijo. No pude evitar sonreír sobre sus labios—. Yo... yo sé que me hago daño queriendo arrancarte de mí, ya que no sé cómo borrar tu nombre de mi alma, de mi pasado. No se cómo se hace para olvidar un amor así, Diego. Ya no puedo. —Sacudió la cabeza; sus lágrimas eran libres—. Ya no quiero sentirme de esta forma al tenerte tan cerca… pero demasiado lejos. Queriéndote, amándote y no tener siquiera el derecho de decírtelo por temor a que me rechaces, a que me eches en cara lo que ocurrió y sentirme miserable porque sé que tendrías todas las razones del mundo para hacerlo, pero ¿qué más puedo
Mis manos, que guardaron en su memoria y recordaron a la perfección sus contornos, tomaron consciencia. Al fin la tocaban y sentían de nuevo. Recorrieron su espalda y se deslizaron en la curvatura de su cadera para presionarla contra la mía. Su pelo suave y largo acariciaba su espalda como una cascada a las rocas. Agarré un mechón y lo olí. Ella emitió un hondo suspiro.Entonces recordé el día que la conocí. Quedé deslumbrado con sus ojos y su sonrisa. A partir de allí, la amaba, desde ese día la quería. Todas las estupideces y locuras que había cometido a lo largo del tiempo desde ese instante, nos condujeron por tantos y distintos caminos lisos, llanos y con exageradas curvas, pero que se volvieron a unir para devolverme este acto único: la tenía solo para mí, cercana en todos los sentidos, tan próxima a ser parte de mi alma y de mi cuerpo, abandonada y vulnerable por el amor que también sentía hacía mí.Sus dedos se afianzaron alrededor de mi cintura. Sentí un enorme deseo estremec
El sonido incesante del teléfono que reposaba en mi mesa de noche hizo que me arremolinara entre las sábanas. La tibieza que sentía mi cuerpo por el roce de su piel arrancó una sonrisa genuina de mis adentros. La noche había caído sin que nos diéramos cuenta siquiera, tomándonos desprevenidos en mi lecho, desnudos, piel con piel, perdidos en el otro en una interminable agonía de placer.Agarré el teléfono a desgana, sin abrir los ojos, y rodé sobre la cama hasta reposar mi cuerpo sobre la ninfa de ojos esmeraldas que yacía a mi lado.—¿Hola? —Aparté un mechón de pelo del rostro de Ana, que dormía imperturbable.—¡Hasta que al fin respondes, Diego! Jonás está por acabar con todo porque su hermana no aparece. ¿Ella se encuentra contigo? —barbulló un Ernesto sobrepasado.—Sí, Ernesto. Ella está aquí, pero en estos momentos no puede responder —gorjeé mientras regaba besos sobre el rostro apacible de esa mujer.—Vaya, entonces…—Sí —afirmé feliz—. Ana y yo estamos juntos… de nuevo.—Esa es
Al llegar al hotel, con las manos enlazadas y muy sonrientes, la primera persona con quien nos topamos, fue Jonás, el cual no estaba para nada contento.—Han limado asperezas —resolló.Sus ojos viajaron a nuestras manos. Asentí, serio.—Sí, Jonás, y espero que… —No llegué a terminar lo que iba a decir porque mi cuñado se me lanzó literalmente encima.—¡Enhorabuena! ¡Ya era tiempo! —Miré de reojo a Ana; sonreía y negaba por la expresión de incredulidad en mi rostro—. Espero que al fin ambos puedan ser felices, así como se lo merecen desde hace tiempo. Diego, te debo una gran disculpa por haber permitido que Ana se hubiera sacrificado… los hubiera sacrificado en el pasado. Solo quiero que me entiendas.—Si no fuera por ella —contemplé con amor a mi amada mujer—, no lo haría, Jonás, pero como el ser de luz que siempre ha sido en mi insignificante vida, me hizo comprender que sentir rencor y resentimiento por algo del pasado no me devolverían los años que perdí a su lado y con mi hijo. To
Al día siguiente, le dimos forma a todo lo que se me ocurrió.El ático del hotel, donde había una piscina climatizada y un jardín colgante, sería el escenario principal de mi pedida de matrimonio. Encargué mil quinientas noventa y cinco dalias silvestres en diferentes matices de Cuernavaca, ya que esa preciosa especie en la cultura mexicana representaba los impulsos y la pasión. ¿Y qué mejor flor para representar lo que viví a su lado?Desde que la conocí, actué por los impulsos de mi corazón y mi alma. La amé con pasión y amor infinito desde el primer día. No había mejor modo de recordárselo que llenando aquel lugar con la cantidad de flores que representaban los días de su ausencia, en los que la pasión y el impulso por quererla de vuelta jamás desaparecieron.Marcel estuvo un tanto molesto y tuve que explicarle con la mayor sutileza posible lo que en verdad pasó. Solo perdonó mi falta cuando le dije que su madre se quedaría para siempre con nosotros y que le pediría matrimonio.La
»Diego es mi par, Giuliana. Es mi complemento. Aunque hubieras logrado tu cometido, jamás te habría correspondido, ya que su alma y su corazón son míos, así como yo soy suya por entero. Ese lazo que nos ha unido desde siempre no lo ha podido romper ni los años, ni otras personas, y no se romperá jamás sin importar que estemos separados. Y aquí los únicos que podrían lograr que nuestros cuerpos se distancien, somos nosotros, él y yo. Nadie más. Está de más decir que ninguno de los dos desea eso, por lo que seguiremos unidos y juntos, con nuestros hijos, escribiendo nuestra historia hasta que nuestras respiraciones acaben. Espero que lo entiendas. Si nos disculpas, tenemos invitados a los que atender.Ana tiró de mi mano y ambos salimos de aquella habitación sin decir palabra alguna.Al entrar al elevador, su semblante se volvió pálido y estuvo a punto de caer. Con firmeza, la envolví entre mis brazos y un llanto convulso salió de ella. Con un suspiro ahogado, comprendí que, aunque me h