CAPITULO 147

Cuando dije aquellas palabras, Ana me vio como si hubiera visto un fantasma.

—No juegues conmigo de esa manera, Diego —resolló, nerviosa, y desvió la vista hacia el mar.

—No lo hago en ningún sentido —repliqué con paciencia al dejarme caer en la arena a su lado. Quedarme de cuclillas frente a ella, la perturbaba. Lo sentía y me dolía—. ¿Cuándo he bromeado con cosas así?

Soltó un largo suspiro.

—Quizá has cambiado. Quién sabe —contestó como si estuviera lejos y removiera algunos recuerdos de cuando éramos uno.

—Puede que sí —afirmé—, pero hay cosas que no cambiarán jamás —confesé con la voz rota y miré el horizonte sobre el mar. Sonrió. Su suave risa me supo a la melodía más dulce que había oído jamás, aunque lo hiciera con tristeza.

—Ya lo sé —asintió con melancolía—. No hace falta que lo digas —acotó como si habláramos en el mismo idioma.

Afirmé con la cabeza.

—Dime algo, Ana —sus orbes vidriosos me vieron, dolidos. Sabía que mi pregunta no le gustaría, como también sabía que su resp
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