»Diego es mi par, Giuliana. Es mi complemento. Aunque hubieras logrado tu cometido, jamás te habría correspondido, ya que su alma y su corazón son míos, así como yo soy suya por entero. Ese lazo que nos ha unido desde siempre no lo ha podido romper ni los años, ni otras personas, y no se romperá jamás sin importar que estemos separados. Y aquí los únicos que podrían lograr que nuestros cuerpos se distancien, somos nosotros, él y yo. Nadie más. Está de más decir que ninguno de los dos desea eso, por lo que seguiremos unidos y juntos, con nuestros hijos, escribiendo nuestra historia hasta que nuestras respiraciones acaben. Espero que lo entiendas. Si nos disculpas, tenemos invitados a los que atender.Ana tiró de mi mano y ambos salimos de aquella habitación sin decir palabra alguna.Al entrar al elevador, su semblante se volvió pálido y estuvo a punto de caer. Con firmeza, la envolví entre mis brazos y un llanto convulso salió de ella. Con un suspiro ahogado, comprendí que, aunque me h
Nueva York Tres meses después…AnaMe sentía fatal.Esa era la definición correcta para mi estado físico y emocional.Hace dos meses no me quedó más remedio que venir a Nueva York con Jonás y Eros por cuestiones legales que me tenían ligada a la empresa que Lucas me heredó.Lo extrañaba…Extrañaba tanto a Diego que no pasaba un solo día en que no le marcara y pasara horas hablando con él. Ambos estábamos atados de pies y manos al no poder delegar nuestros asuntos por el momento en otras manos y así disfrutar uno del otro todos los días que respirábamos. Creía que la razón por la que me encontraba tan deprimida y me sentía tan enferma, era por el simple hecho de que él no estaba aquí para consentirme.En la mañana, particularmente, el estómago me pesaba tanto que no pude siquiera pasar el desayuno. Esta ciudad me caía de la patada por tantas cosas…Extrañaba sentir la tibieza del sol sobre mi rostro, la arena deslizarse entre los dedos de mis pies. Extrañaba la calidez del hogar que f
Cuando el llanto mermó, doblé despacio aquella carta y se la tendí a Jonás.—Guárdala con las otras notas y todos los recuerdos que me dejó, Jonás. Recuerda que nadie debe saber sobre ello, mucho menos Diego. —Hice alusión a todas las cosas que conservaría de aquel hombre, pues así lo deseaba.—No tienes por qué ocultarlo, pequeña. No tiene nada de malo que quieras conservar esas cosas.—Lo sé, Jonás. No obstante, si has conocido un poco a Diego, sabes que jamás estará de acuerdo en que lo haga. Sigue dolido. Presiento que eso no se le pasará por más que pasen los años y Lucas ya no esté.—¿Sabe que conservarás la casa de Santorini para Eros? —Negué—. Esto se pondrá interesante en unos años —Rio con ganas.Asentí, dado que tenía razón.—Es mejor así. Ya con los años veré cómo hacerlo cambiar de opinión. Viste cómo se puso cuando le mencionaste sobre la herencia de Eros.—Sí, y lo entiendo, Ana. Sin embargo, debe apartar lo personal de los intereses de su hijo. Además, está el otro peq
Cuando me entregaron los resultados en un sobre, mis dedos temblaron al tratar de abrirlo.Tomé una bocanada de aire y lo hice con el pálpito del pecho acelerado a mil revoluciones por minuto. Lo leí; el resultado de la prueba fue positivo. Estaba embarazada. Esperaba un bebé del hombre que amaba, al que perseguí en sueños por tantas noches, al que dibujé en mis pensamientos por tantos días.Me pasé tantos años, tantos meses y días soñando con algo que pensaba que se incumpliría. Perseguí por todo ese tiempo el amor de un hombre que creí que no me correspondía, cuando en su corazón se forjó un sentimiento tan fuerte como el mío, que el tiempo, la distancia, los extraños metidos en nuestra historia y las dificultades que la vida misma nos impuso, no lograron romper.Me dolió el alma, el corazón y la mente durante tantos años imaginándome ser la dueña de su amor, que su boca pronunciaba aquellas palabras que tanto había aguardado. Después añoraba y divagaba que, si en esta vida no volve
DiegoDespués de tanto tiempo, de tantos años, hoy puedo decir que lo tengo todo: una hermosa familia que llena mis días de dicha y de dolores de cabeza. Justo ahora sufro un calambre cerebral. Marcel, mi hijo mayor, se ha enamorado perdidamente de Alejandra, una hermosa jovencita que conoció en un crucero del que acabamos de regresar. Con apenas quince años ni siquiera puedo concebir que esté de esa manera, pero yo mejor que nadie sé que en el corazón no se manda. Aún recuerdo cómo hace seis años atrás las cosas cobraron su curso y definieron el camino que debí transitar en la vida desde un principio.Su sonrisa siempre será lo más hermoso que mis ojos conocerán. Su mirada, esas gemas esmeraldas que me aturden aún a pesar de tantos años juntos en esta misma historia, siguen siendo mi mayor perdición. Con una sonrisa dibujada en mis labios, suelo rememorar nuestro pasado. Entretanto, ella duerme acurrucada en mi pecho.Aquellos momentos marcaron el final de mi suplicio y mi sufrim
Unas pequeñas lágrimas salieron de sus ojos y rio. Eros, entusiasmado, se acercó hasta su madre y le tendió el anillo que debía colocar en mi dedo. Al terminar de hacerlo con sus manos temblorosas, la tomé con firmeza de la cintura y la acerqué con prisa a mi cuerpo. Antes de que el juez nos diera permiso de sellar aquella ceremonia, mi boca se abalanzó sobre la suya. Oí los vítores y aplausos eufóricos de los presentes.Posé mi frente sobre la suya. Reíamos por las palabras que escuchábamos de fondo. —Al fin eres mía de nuevo. Te aseguro que esta vez será para siempre —emití con felicidad.—Siempre he sido tuya, Diego. Aunque no estuviera contigo, siempre sería tuya.—Siempre, cariño. Lo sé. —Solo yo comprendí mis palabras.Los niños se agolparon sobre nosotros, felices, al igual que los demás. Sobre todo Marcel, quien adoraba a Ana. Entendía a la perfección todo lo que ocurría. Eros, sin embargo, aún no intuía con exactitud la dimensión de las cosas, pero era feliz, así como nosot
Tragué con dificultad por la provocación de sus palabras y la cargué entre mis brazos. Se acurrucó y se aferró a mi pecho. Llegamos hasta la calesa y la ayudé a subir con cuidado. Me metí tras ella, la senté en mis piernas y acaricié con suavidad su vientre. Llevaba seis meses de embarazo, pero decidimos no saber el sexo del bebé hasta el día del nacimiento. Jonás me narró el momento de terror que habían vivido en el parto de Eros, por lo que no hubo discusión acerca de cómo tendría al bebé. Al llegar al hotel, ambos bajamos de la calesa. Los invitados nos recibieron con aplausos y músicos que amenizaron nuestra entrada.En el centro del restaurante, en la pequeña pista de baile, las luces bajaron de intensidad y un reflector nos iluminó. Tomé a mi mujer de la cintura y ella apoyó su rostro en mi pecho. Los músicos comenzaron a tocar Si nos dejan. Empezamos a mover los pies al son de la dulce melodía de la música. Sentí en lo profundo cada letra y acorde de la canción.Si nos dejan,
La fiesta siguió sin más percances ni sorpresas. Los niños se quedarían con Mónica y Jonás. Ana y yo pasaríamos la noche en la suite que en antaño ocupábamos cada vez que veníamos aquí. Luego de tirar el ramo, que casualmente atrapó Mónica, ambos nos retiramos a nuestra habitación. Cuando ingresamos al elevador, por instinto, Ana recostó su espalda y me abalancé sobre ella como un depredador. Mis manos afianzaron las suyas sobre su cabeza, besándola con vehemencia.—Me tienes condenado, Ana —murmuré poseído por el deseo—. Me tienes atrapado y sin salida alguna, encadenado a tu cuerpo, dispuesto a caer a tus pies si es preciso, cariño. —Gimió por lo bajo mientras mis labios se deslizaban sobre la piel de su cuello—. Tu cuerpo es mi paraíso, mi infierno, el único lugar del mundo donde quiero perderme, donde no me importaría arder, quemarme si es necesario haciéndote mía siempre.—Ahhh… —se quejó.Se dejaba llevar.—Te necesito, Ana. Te necesito para siempre en mi vida —manifesté en su