CAPITULO 150

El sonido incesante del teléfono que reposaba en mi mesa de noche hizo que me arremolinara entre las sábanas. La tibieza que sentía mi cuerpo por el roce de su piel arrancó una sonrisa genuina de mis adentros. La noche había caído sin que nos diéramos cuenta siquiera, tomándonos desprevenidos en mi lecho, desnudos, piel con piel, perdidos en el otro en una interminable agonía de placer.

Agarré el teléfono a desgana, sin abrir los ojos, y rodé sobre la cama hasta reposar mi cuerpo sobre la ninfa de ojos esmeraldas que yacía a mi lado.

—¿Hola? —Aparté un mechón de pelo del rostro de Ana, que dormía imperturbable.

—¡Hasta que al fin respondes, Diego! Jonás está por acabar con todo porque su hermana no aparece. ¿Ella se encuentra contigo? —barbulló un Ernesto sobrepasado.

—Sí, Ernesto. Ella está aquí, pero en estos momentos no puede responder —gorjeé mientras regaba besos sobre el rostro apacible de esa mujer.

—Vaya, entonces…

—Sí —afirmé feliz—. Ana y yo estamos juntos… de nuevo.

—Esa es
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