¿Cuántas veces ha intentado alejarse este día y no la he dejado?
¿Por qué si me dolía tanto no la dejaba marcharse?
Ni yo mismo me entendía.
—Ana, por favor —miré el sillón y a duras penas, volvió a sentarse—. Necesito saber algo que decía esa maldita carta —frunció sus ojos—. ¿Es verdad que todo este tiempo nunca me olvidaste?
—Si digo la verdad, no me creerás. Y si miento, te enfadarás. ¿Cuál de las dos respuestas quieres oír? —preguntó sobrepasada, con el cuerpo temblando, con la mirada dolida y angustiada.
—La verdad, por supuesto —dije seguro.
—Es verdad, Diego. Nunca te olvidé, y para mi propio pesar, nunca lo haré. Sea cual sea la situación y los sentimientos, es imposible que lo haga.
—No puedo creerlo…
—Buenos días. No te sentí llegar, ¿quieres desayunar? —preguntó mientras me enseñaba lo que había preparado. Había tocino, huevos revueltos con tostadas, café y jugo natural, tal y como me gustaba.—Por supuesto, muero de hambre —respondí, mientras ella servía el desayuno, y yo llenaba nuestras tazas con el humeante café.—Espero lo disfrutes —dijo mientras dejaba el plato para mí y ocupaba otro lugar en el desayunador.Cuando terminamos el desayuno, se lo agradecí mientras retiraba los platos y bebía algo de café.—¿Puedes llevarme al hotel? Necesito ver a mi hijo —dijo de manera suave y una intensa ansiedad se instaló en mis adentros.—Claro. De seguro ya trajeron la todoterreno —respondí, mientras me limpiaba la boca y me ponía de pie—. Creo que debe
A partir de ese día, las cosas fluyeron despacio entre Eros, su madre y yo.Liam regresó para que pudiéramos ponernos de acuerdo en relación a los tiempos que el niño compartiría con cada uno y ambos decidimos que estuviera cada tres meses conmigo. Por supuesto, su madre nos acompañaría hasta que creciera un poco más y pudiera hacerme cargo sin su ayuda.Del beso que le di, nada. No volvimos a tocar el tema, tampoco hablar de él y su vida a su lado. Era lo mejor. Meter el dedo en la llaga más dolorosa de nuestras vidas no borraría lo que ya sucedió.Las negociaciones entre nuestros abogados fueron más difíciles que el acuerdo en común al que había llegado con ella de manera rápida. Al parecer, Mónica era aún un tema delicado entre ellos. Sin embargo, de buena gana, ambos decidimos que los primeros tres meses el niño se quedaría conmigo para que pudiéramos conocernos. Aunque no estaba demasiado seguro, le pedí a Ana que se mudaran directamente conmigo y con Marcel.Adecuamos la habitac
Luego de que Pietro me diera una de las peores noticias, lo evadí como pude. Con demencia, me puse a buscar a Ana sin éxito alguno.Una hora después, regresé al hotel. Estaba cabreado por cómo se daban las circunstancias de nuevo. Maldije mi ineptitud para llevar por buen sendero las cosas con ella. Entretanto, veía a un Ernesto sonriente conversando con el hombre que esta vez presentía que sería un estorbo en mi camino.Traté de pasar desapercibido para esos dos, pero el idiota de Ernesto me llamó. Pietro aguardó por mí con una sonrisa de oreja a oreja. Estaba tan enfadado que no me temblaría el puño para estamparlo contra su rostro engreído. Pero ¿a quién quería engañar? Todo era mi culpa.—Al parecer, nuestro querido amigo se ha flechado por completo —mencionó divertido el encargado. Logró que lo fulminara, amenazante, con la vista.—Ya me ha dicho —mascullé con sequedad sin un atisbo de emoción en mis palabras.—Y creo que su intuición ha hecho una muy buena elección. —Buscó provo
AnaDesde que toda la verdad se desató y desde que Lucas se fue para siempre de este mundo, supe que nada sería fácil cuando me reencontrara con Diego, ya que tenía razones de sobra para odiarme.A pesar de que nunca lo olvidé y que el amor que siempre sentí por él lo guardé bajo llave en lo profundo de mi ser, no imaginé todo el impacto que causaría en mí verlo de nuevo. Y las cosas no fueron diferentes a lo que pensé que serían: Diego no me toleraba.Sin embargo, luego de aquel beso inesperado que me dio, pensé que tal vez las cosas pudieran darse de manera distinta al notar que con el correr de los días nuestra relación iba mejorando.La tensión que sentí la primera vez que lo volví a ver, fue indescriptible porque rebasaba toda la capacidad de mi alma y mi corazón para dominar mis emociones. Recordaba a la perfección que el ardor de su beso no me había abandonado en muchos días; llenaba de fantasmas todas mis noches en las que rememoraba las huellas que dejó en mi piel con sus man
Cuando dije aquellas palabras, Ana me vio como si hubiera visto un fantasma.—No juegues conmigo de esa manera, Diego —resolló, nerviosa, y desvió la vista hacia el mar.—No lo hago en ningún sentido —repliqué con paciencia al dejarme caer en la arena a su lado. Quedarme de cuclillas frente a ella, la perturbaba. Lo sentía y me dolía—. ¿Cuándo he bromeado con cosas así?Soltó un largo suspiro.—Quizá has cambiado. Quién sabe —contestó como si estuviera lejos y removiera algunos recuerdos de cuando éramos uno.—Puede que sí —afirmé—, pero hay cosas que no cambiarán jamás —confesé con la voz rota y miré el horizonte sobre el mar. Sonrió. Su suave risa me supo a la melodía más dulce que había oído jamás, aunque lo hiciera con tristeza.—Ya lo sé —asintió con melancolía—. No hace falta que lo digas —acotó como si habláramos en el mismo idioma.Afirmé con la cabeza.—Dime algo, Ana —sus orbes vidriosos me vieron, dolidos. Sabía que mi pregunta no le gustaría, como también sabía que su resp
—La verdad, Diego, es que traté —dijo entre suspiros. Bajó los hombros, resignada—. Cada día, desde que nos separamos, traté de olvidarte. Cada mañana intentaba borrarte de mi memoria. Cada vez que pensaba que lo estaba logrando, tu recuerdo aparecía de la nada para atormentarme y volver a gritarme que nunca lo lograría, pues te amaba y te amaría por el resto de mi existencia —respondió para mi regocijo. No pude evitar sonreír sobre sus labios—. Yo... yo sé que me hago daño queriendo arrancarte de mí, ya que no sé cómo borrar tu nombre de mi alma, de mi pasado. No se cómo se hace para olvidar un amor así, Diego. Ya no puedo. —Sacudió la cabeza; sus lágrimas eran libres—. Ya no quiero sentirme de esta forma al tenerte tan cerca… pero demasiado lejos. Queriéndote, amándote y no tener siquiera el derecho de decírtelo por temor a que me rechaces, a que me eches en cara lo que ocurrió y sentirme miserable porque sé que tendrías todas las razones del mundo para hacerlo, pero ¿qué más puedo
Mis manos, que guardaron en su memoria y recordaron a la perfección sus contornos, tomaron consciencia. Al fin la tocaban y sentían de nuevo. Recorrieron su espalda y se deslizaron en la curvatura de su cadera para presionarla contra la mía. Su pelo suave y largo acariciaba su espalda como una cascada a las rocas. Agarré un mechón y lo olí. Ella emitió un hondo suspiro.Entonces recordé el día que la conocí. Quedé deslumbrado con sus ojos y su sonrisa. A partir de allí, la amaba, desde ese día la quería. Todas las estupideces y locuras que había cometido a lo largo del tiempo desde ese instante, nos condujeron por tantos y distintos caminos lisos, llanos y con exageradas curvas, pero que se volvieron a unir para devolverme este acto único: la tenía solo para mí, cercana en todos los sentidos, tan próxima a ser parte de mi alma y de mi cuerpo, abandonada y vulnerable por el amor que también sentía hacía mí.Sus dedos se afianzaron alrededor de mi cintura. Sentí un enorme deseo estremec
El sonido incesante del teléfono que reposaba en mi mesa de noche hizo que me arremolinara entre las sábanas. La tibieza que sentía mi cuerpo por el roce de su piel arrancó una sonrisa genuina de mis adentros. La noche había caído sin que nos diéramos cuenta siquiera, tomándonos desprevenidos en mi lecho, desnudos, piel con piel, perdidos en el otro en una interminable agonía de placer.Agarré el teléfono a desgana, sin abrir los ojos, y rodé sobre la cama hasta reposar mi cuerpo sobre la ninfa de ojos esmeraldas que yacía a mi lado.—¿Hola? —Aparté un mechón de pelo del rostro de Ana, que dormía imperturbable.—¡Hasta que al fin respondes, Diego! Jonás está por acabar con todo porque su hermana no aparece. ¿Ella se encuentra contigo? —barbulló un Ernesto sobrepasado.—Sí, Ernesto. Ella está aquí, pero en estos momentos no puede responder —gorjeé mientras regaba besos sobre el rostro apacible de esa mujer.—Vaya, entonces…—Sí —afirmé feliz—. Ana y yo estamos juntos… de nuevo.—Esa es