Tiempos de Venganza - Mi Insignificante Secretaria 2
Tiempos de Venganza - Mi Insignificante Secretaria 2
Por: Zafir Murano
¿Felices por siempre?

Victor Case se enderezó un poco para cambiar de posición sobre el rocoso acantilado de la playa. Se acomodó de nuevo los binoculares y enfocó de nuevo a la familia, compuesta por una pareja con sus dos hijos y un hombre entrado en años, quienes estaban disfrutando de la playa en el Mediterráneo Griego.

Luego tomó el teléfono móvil y realizó una llamada, no pasaron ni diez segundos cuando una voz desagradable le respondió por el auricular:

—"¿Qué noticias me tienes, Case?”

—"Los tengo en la mira, jefe. Ya sé dónde se están alojando y es una casa bastante apropiada para lo que usted desea —la mirada malévola y la sonrisa torcida daban testimonio de que no era un hombre bueno sino perverso"

—Entonces procede lo más pronto posible —dijo con tono cruel— Debes eliminar al hombre, así será más fácil llevar a cabo mis planes.

—Lo haré lo más pronto posible, jefe —respondió Case sonriendo con crueldad— Usted sabe que yo pocas veces fallo.

—Llámame cuando tengas resultados —dijo el misterioso sujeto al mismo tiempo que colgaba la llamada.

Victor Case guardó el teléfono y se dispuso a descender por el otro lado del promontorio rocoso desde donde vigilaba a la familia. Necesitaba comprar algunas cosas para poner en marcha su plan, era un hombre meticuloso en su trabajo, y esta vez tampoco fallaría, tal como acostumbraba. Se alejó hasta llegar a un vehículo estacionado en la arena, subió en él y arrancó levantado arena mientras se alejaba a buena velocidad.

………..

En la playa, Rachel Hamilton tomó a su hija pequeña para acercarse a su esposo y a su suegro, sin sospechar de los malévolos planes que se estaban tejiendo sobre ellos.

Habían pasado cinco años desde que Patrick Hamilton y Rachel Anderson se casaron en una boda que había sido, al principio, un arreglo para que Randall Hamilton y su hijo Patrick, pudieran conservar la fortuna que había amasado Randall con sus impecables habilidades de comerciante e inversor.

Sin embargo, Ivonne Coleman era un enemigo formidable y muy peligroso, pero ahora estaba prisionera en una cárcel federal, con una condena por intento de homicidio contra Rachel. La sentencia había sido de cuarenta años. Su sobrino, Dereck Coleman había sido condenado, como coautor intelectual y contratante de los asesinos que iban a ejecutar el delito, a unos treinta años también en la prisión federal.

Con este par de pillos en prisión, la familia Hamilton vivía una hermosa y feliz vida. Patrick y Rachel habían llevado a la empresa a nuevos niveles de ganancias gracias a las inversiones en Europa, pero la historia iba a dar un nuevo giro a la vida de la familia.

Había un elemento con el cual no había contado el viejo Randall Hamilton. Cuando él comenzó a cortejar a Ivonne, y comenzó a hacer negocios con su padre, éste había obligado a Ivonne a aceptar a Randall como su prometido, pero su corazón le pertenecía a otro hombre desde hacía bastante tiempo. 

Su nombre: Alexander Grassman.

Grassman no había perdonado a su “casi” suegro, aunque hizo su vida, se casó a los treinta años y tuvo dos hijos. Luego heredó la fortuna de su padre, la cual había aumentado por un golpe de suerte con una empresa minera que había descubierto un enorme filón de oro en el oeste americano. 

Pero no había olvidado al amor de su vida, Ivonne Coleman, y aunque nunca trató de buscarla o contactarse con ella, la llevaba “clavada” en el corazón, y sus pensamientos, generalmente amargos, se suavizaban un poco, aunque luego la rabia le llenara el pecho al no tenerla con él.

Un año antes…

La primera noticia que tuvo de Ivonne, desde hacía varios años, la había recibido en su oficina, estaba revisando unos documentos sobre las exportaciones de la empresa el año anterior cuando la puerta se abrió un poco y la voz de Grant Perlman se dejó escuchar con acento misterioso.

—¿Está muy ocupado, jefe?

Grassman levantó la vista antes de responder.

—¿Cuál es la ceremonia, Grant? —dijo con su no muy agradable voz— ¡Termina de pasar de una condenada vez, sabes que no me gustan los misterios!

—Lo siento —dijo el hombre alto y elegantemente trajeado entrando a la suntuosa y enorme oficina— Creí que estabas de mejor humor —terminó diciendo con la confianza que normalmente le hablaba a Grassman.

Grant había trabajado casi toda su vida con Alexander Grassman, se habían conocido en la universidad y ambos no eran lo que se dice “buenas personas” así que congeniaron de inmediato, y aunque se llevaban algunos años se hicieron cómplices para molestar a los que no les agradaban.

—Sabes muy bien que no tengo humor, Grant —le replicó Grassman algo impaciente.

—Pues creo que deberías leer esto —le dijo entornando los ojos y mostrándole un diario de la ciudad— Te va a interesar.

—¿Un periodicucho? —dijo moviendo la cabeza en un gesto típico de impaciencia— No me gustan los chismes de sociedad, Grant.

—Pero esto te va a interesar —insistió Grant.

—No lo creo —dijo Grassman Impaciente, haciendo un gesto con la mano que significaba que no deseaba que lo molestara más.

Grant mantenía una sonrisa medio torcida en el rostro, dio media vuelta y se dirigió a la salida, pero cuando tenía el pomo de la cerradura en las manos se volteó un poco hacia el escritorio de Alexander y luego habló como si fuera algo sin importancia

—Bueno, creí que una noticia sobre Ivonne Coleman le interesaría —dijo y se dispuso a salir del lugar empujando la puerta.

Pero de inmediato la voz (más bien un rugido) de Alexander Grassman le hizo ampliar la sonrisa y detenerse a medio salir de la lujosa estancia.

—¡Con un demonio, Grant Perlman! —rugió con su desagradable voz— ¡Sabes cuánto detesto que me tomes el pelo de esa manera!

Y esto era cierto, pero Grant lo disfrutaba desde que estaban en la universidad y al final ambos, más cómplices que amigos, terminaban haciendo las paces después de unos amagos de pelea.

—Lo siento, jefe —dijo sin realmente sentirlo, con la voz cargada de ironía.

—Trae de una vez el maldito periodicucho, Grant —lo conminó en voz alta.

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