Comienza la venganza

Case había instalado un ingenioso dispositivo para dejar escapar el gas cuando él quisiera en la residencia de verano que ocupaban nos Hamilton, pero tenía que esperar, sus instrucciones habían sido claras: No debía tocar ni al hombre joven o a su esposa, porque para ellos había otros planes.

En cuanto a los niños, si alguno quedaba en el camino no importaba, así de crueles eran las intenciones de Alexander Grassman. Y a Víctor Case eso no le importaba, era un mercenario sin alma ni sentimientos.

Así que esperó, en el mismo acantilado rocoso desde donde podía ver la casa. Sabía que la rutina familiar consistía en salir a pasear en las tardes generalmente, aunque a veces salían los esposos solos, y otras veces con los niños.

Trataría de evitar hacerle daño a los niños, y no porque le importara, sino que las órdenes eran acabar con el viejo primero. Si alguno salía herido o muerto era porque no había podido evitarlo. Así que esperó con paciencia, tenía que hacerlo hoy mismo.

…………………

Rachel se había levantado temprano para preparar el desayuno, mientras Patrick escribía en su portátil para estar al tanto de los movimientos de las empresas Hamilton, que habían penetrado el mercado europeo con cierta facilidad, gracias a las habilidades de Rachel.

El viejo Randall había dormido poco, pero se había despertado apenas su nuera empezó a mover las cosas en la cocina.

Al poco rato se despertaron los niños y todos se sentaron a comer un delicioso desayuno.

—¿Entonces, cuáles son los planes para hoy, par de tortolitos? —preguntó Randall Hamilton a los esposos.

—Lo mismo que dijimos ayer, papá —contestó Patrick— Iremos en la mañana a pasear por el malecón con tigo y los niños, así podrás distraerte un rato y descansar de cuidar a los niños.

Randall Hamilton torció un poco el gesto antes de contestar.

—Mis nietos nunca serán una carga, ¿verdad, pequeño Randall? —preguntó dirigiendo la mirada de su nieto que en ese momento le estaba dando una enorme mordida a una panqueca con sirope de fresas.

—Claro que sí —dijo vivazmente el pequeño mientras masticaba al mismo tiempo.

—No hables con la boca llena, cielo —le dijo su madre.

—Es que el abuelo preguntó —dijo mirando al sonriente anciano— Y es de mala educación no responder a los mayores, ¿Verdad, abue?

—Así es, mi niño —respondió complacido el anciano con una sonrisa en el rostro.

Rachel solo meneó la cabeza y siguió comiendo, mientras Patrick miraba la escena divertido. Sabían que no tenían el mínimo chance de influir sobre sus hijos por encima del protector abuelo, pero no se sentían mal por ello, al contrario, estaban contentos de tener al abuelo contento con sus nietos.

Después de comer salieron todos y subieron al auto que Patrick había rentado para moverse en la isla, arrancando al poco tiempo.

Case vió desde su escondrijo los movimientos y la salida de todos, aunque era una contrariedad no se preocupó, en algunas ocasiones salían así y el viejo regresaba solo al poco tiempo. Decidió dejar escapar el gas poco a poco hasta alcanzar el nivel peligroso en unas dos horas, cuando regresara el viejo activaría la chispa que haría estallar la casa.

Mientras el gas comenzaba a inundar la sala y la cocina de la casa Case se recostó y se dispuso a dar una cabezada, no había dormido mucho en los últimos días debido al trabajo de vigilancia al que sometía a la familia.

Los Hamilton estuvieron paseando esta mañana por el mercado local, caminaban y reían de las ocurrencias de los niños, sin embargo, Patrick notaba que su padre se notaba cansado, así que se lo dijo a Rachel, para llevarlo a casa para que descansara y ella estuvo de acuerdo.

—¿Papá? —le dijo Patrick, y este levantó la mirada de las telas que estaba mirando para ver a su hijo.

—Dime, Patrick 

—¿No quieres ir a la casa a descansar un poco? —le dijo— Creo que anoche no dormiste bien.

Randall Hamilton dudó un momento antes de responder.

—Sí —dijo soltando un suspiro resignado— No dormí mucho anoche, así que vamos, cuando regresen quiero conversar contigo y con Rachel.

Patrick miró a su padre con algo de preocupación, su padre nunca pedía conversar a menos que fuera algo importante o trascendental.

—¿Sucede algo? —indagó Patrick preocupado.

—Sí, pero nada extraño —respondió tratando de calmar la preocupación que se reflejaba en la cara de su hijo— Hablamos en la tarde cuando los niños duerman su siesta.

—Está bien —respondió Patrick al mismo tiempo que hacía una seña a Rachel que los miraba con atención.

Subieron al auto y regresaron por el camino que conducía a las exclusivas residencias donde estaba la casa en que se alojaban.

Victor Case se había levantado un rato después de un breve sueño y se sirvió un poco de café de un pequeño termo que llevaba consigo, cuando vió que el auto de los Hamilton se estacionaba al frente de la casa, la cual no tenía ningún cercado, como casi todas las casas del exclusivo lugar.

Al frente estaban unas escaleras altas y de varios escalones, porque el porche de entrada era alto.

Randall Hamilton subió los escalones mientras agitaba una mano a manera de despedida, pero en eso su pequeño nieto, Randall II salió del auto y subió las escaleras para alcanzar a su abuelo.

—Ya vengo, ma —le dijo volteando a ver a su madre— Voy a buscar mi juguete.

Su abuelo iba justo detrás y cuando el niño abrió la puerta, el olor a gas llegó como una ola a la nariz del viejo Hamilton.

—¡Randall, detente! —le gritó pero el niño ya había entrado.

Rápidamente, a pesar de su edad, el viejo Hamilton corrió detrás del niño y logró alcanzarlo antes de que subiera las escaleras hacia los dormitorios.

—¡Ven conmigo, pequeño! 

Él sabía del peligro que lo amenazaba, el olor a gas era muy fuerte. Así que tomando al niño en brazos y protegiéndolo con su cuerpo, salió corriendo lo más rápido que daban sus piernas. Cuando llegó a la puerta la empujó con un puntapié y salió al porche. En eso una poderosa detonación rugió detrás de ellos y le pegó de lleno a Randall quién salió despedido por el aire con el niño en brazos.

La poderosa explosión los arrojó hasta la parte baja de las escaleras, pero a pesar del aturdimiento y la sorpresa, el anciano hizo todo lo posible por proteger el frágil cuerpo de su nieto, tanto de la explosón como de la caída.

Patrick, quien había rodado un poco el auto para dejarlo de frente hacia la salida, al escuchar la explosión volteo a ver al mismo tiempo que Rachel, solo para ver el anciano volando por el aire con su pequeño nieto en brazos. Ambos salieron lo más aprisa que pudieron del auto para acercarse hasta donde habían caído el abuelo y su nieto.

Patrick fue el primero en llegar hasta donde estaba su padre y el pequeño. El anciano tenía el cabello chamuscado por las llamas de la explosión y la camisa hecha jirones, la sangre le salía por los oídos y la boca. El niño estaba semicubierto por su cuerpo, se le veían algunos raspones en el cuerpo y de su naricita manaba una espuma sanguinolenta.

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