Se cierran las salidas

Ivonne y Grant estuvieron hablando un buen rato después de que Perlman se calmó, Ivonne lo dejó gritar y maldecir hasta que se sentó, agotado.

—No sé cómo pude ser tan ingenuo —se quejó Perlman, ya más tranquilo— Debí suponer que Alexander era lo suficientemente astuto y desconfiado para poner a alguien detrás de nosotros.

—No seas tan duro contigo mismo —le dijo Ivonne— Yo misma lo menosprecie bastante, pero resultó más astuto de lo que pensaba.

—Sí, pero yo lo conocía demasiado bien —se lamentó— Debí saber que no era fácil engañarlo. Pero ahora me preocupa el alcance de su venganza, imagínate que si tuvo tiempo de hacer un testamento y de tomar medidas para que no pudiéramos mover ni un centavo de las cuentas, qué no habrá planeado para tendernos una trampa.

Ivonne se quedó pensativa por unos momentos. Grant tenía razón, con Alexander no se podía jugar, una muestra de ello eran las humillaciones que le había hecho pasar. La pregunta ahora era: ¿Qué más había proyectado Grassman para
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