Tercer Tiempo al Amor
Tercer Tiempo al Amor
Por: Sol Cánaves Díaz
El Rey y la Bestia

El rugido de la multitud resonaba en el estadio. Era un mar de colores y banderas ondeando al viento mientras el partido de rugby alcanzaba su clímax. La gente gritaba, aplaudía y silbaba, mientras en el centro del campo, los jugadores se movían con una energía frenética, sus cuerpos chocaban con fuerza en cada tackle y ruck. El sol brillaba sobre ellos, haciendo brillar el sudor en sus frentes y acentuando cada golpe y empuje y sacando a lucir seductoramente la fuerza que reflejaban sus músculos, venas y tendones.

Thomas se limpió el sudor de la cara con la palma de su mano. Era una fuerza imponente en el campo. Su físico robusto y su barba crecida al estilo vikingo le daban una presencia intimidante. Sus ojos marrones, llenos de furia y concentración, seguían cada movimiento con una intensidad que hacía temblar a sus adversarios. Su cabello castaño claro, desaliñado, y la cicatriz en la nariz que le atravesaba la cara desde la altura del pómulo derecho hasta perderse en la mejilla izquierda, resultado de una batalla anterior en el campo, solo acentuaban su aura de dureza. Un enorme número uno se lucía en la espalda de su camiseta color azul, indicando su posición en el campo. Era el pilar izquierdo y capitán de su equipo.

Gabriel, por otro lado, era el centro de todas las miradas. Su encanto natural y su presencia magnética no solo lo hacían destacar en el campo, sino que también atraían la admiración de los espectadores y compañeros de equipo por igual. Con su físico atlético y su actitud arrogante, Gabriel jugaba con una confianza desbordante, luciendo con orgullo el número diez en su camiseta color verde que se ajustaba a su esculpido cuerpo. Sus pases eran precisos y sus movimientos ágiles, parecían calculados por una inteligencia artificial. Sus patadas al arco tenían una precisión absoluta, y era ovacionado por todo el público, tanto el femenino como el masculino. Y no sólo porque cada puntapié se convertía en puntos para su equipo, sino porque mientras Gabriel se tomaba al menos unos minutos para saludar a los aficionados, firmarles autógrafos y sacarse fotos con ellos —especialmente con los niños— Thomas no hablaba con nadie y salía de los enfrentamientos con cara de pocos amigos, ignorando a los pocos fanáticos que tenía.

Lucas, el fiel compañero de Gabriel, se acercó luciendo el número doce estampado en la camiseta y trayendo el “Tee”, aquel soporte de plástico en el que iba a ir depositada la pelota, para que su capitán pueda hacer la patada a los palos de la enorme H que era el arco. Con su cabello corto y arreglado, Lucas no perdía oportunidad para ofrecer elogios a Gabriel, siguiéndolo a todas partes y animándolo con fervor. Colocó el soporte en el césped y luego la pelota sobre él, dejando todo listo para que Gabriel pueda patear. Antes de hacerlo, Gabriel hizo su “ritual”: Miró a la tribuna, guiñó un ojo y sonrió para su público, siendo ovacionado y gritado con entusiasmo. Pateó con fuerza la pelota, haciendo que ésta haga un bonito arco en medio de los dos palos paralelos. Una nueva conversión a su racha invicta como capitán y apertura, su posición en el equipo.

El partido estaba en sus minutos finales, y el marcador estaba ajustado. Gabriel recibió el balón en una posición prometedora, con un espacio claro delante de él para avanzar. Su sonrisa arrogante brillaba mientras se preparaba para ejecutar un movimiento espectacular que, en su mente, le aseguraría el triunfo y consolidaría aún más su estatus de estrella.

Thomas, sin embargo, no estaba dispuesto a permitir que Gabriel se saliera con la suya. Sus ojos se encontraron con los suyos, y una chispa de desafío se encendió entre ellos. En un movimiento decidido, Thomas se lanzó hacia adelante, dispuesto a detener a Gabriel a toda costa. El choque fue brutal. Gabriel, sorprendido por la intensidad del impacto, cayó al suelo con un golpe seco que resonó en el estadio.

—¡Eso es lo que pasa cuando te crees el rey del campo! —gritó Thomas, su voz grave retumbó sobre el ruido del público. La agresividad en su tono reflejaba años de frustración acumulada y un resentimiento profundo, especialmente por los dichos de los comentaristas y del público respecto a su actitud hosca para los aficionados del deporte.

Gabriel, aturdido, pero con su orgullo intacto, se levantó lentamente. Su expresión de sorpresa se transformó en una mueca de desdén mientras miraba a Thomas.

—¿Eso es todo lo que tienes, bestia? —lo retó, con su voz cargada de desprecio, llamándolo por el sobrenombre que la prensa le había puesto por su apariencia física y su brutalidad—. ¿Acaso no sabes jugar limpio?

Lucas se acercó rápidamente, colocándose a un lado de Gabriel y ofreciéndole una mano con una sonrisa exagerada.

—¡Vamos, Gabriel! No te dejes afectar por este tipo. ¡Eres el mejor en el campo! —decía, mientras echaba una mirada despectiva hacia Thomas, que mantenía su mirada fija en Gabriel.

Thomas no respondió, su concentración estaba en el juego. Aunque la actitud de Gabriel y el comportamiento adulador de Lucas lo irritaban, sabía que su foco debía permanecer en ganar el partido, no en las provocaciones, aunque él haya sido el provocador. Sin embargo, el altercado había dejado una marca en el ambiente. La tensión entre Thomas y Gabriel era palpable, y la rivalidad que se había cocinado a lo largo de la temporada estaba a punto de estallar como un polvorín. Y finalmente, estalló.

Cuando Thomas por fin tuvo posesión de la pelota, se dirigió hacia la zona de anotación, siendo rodeado por sus compañeros. Si lograba marcar ese try, ganarían el partido sólo por un punto, pero lo ganarían. Sólo tenía que llegar hasta la línea del in-goal y apoyar la pelota.

Pero una fuerza desconocida para él lo jaló hacia el césped, a sólo escasos centímetros de la línea de anotación. Alguien lo había tomado de la barba y jalado de ella en un tackle ilegal, aprovechándose de la cobertura de los miembros de su equipo y los del equipo rival. Sonó la bocina que indicaba el final del partido.

El silbato del árbitro se hizo escuchar, y mientras revisaban la partida en el TMO, Thomas se levantó del suelo con furia contenida pues había visto la sonrisa sínica de Gabriel mientras él caía al suelo.

—¿Quién es el del juego sucio, eh? —le gritó Thomas a Gabriel, arrojándole al pecho la pelota ovalada con gran ira.

—¿De qué estás hablando? ¡Estás cada día más loco! —exclamó Gabriel, fingiendo inocencia.

Los réferis tenían una decisión: Evidentemente no había sido try, pero tampoco habían visto el tackle ilegal que alegaba Thomas. El silbato del árbitro marcó el final del partido. Pero las broncas apenas comenzaban, porque Thomas, harto de la payaseada de Gabriel en el campo de juego, y sin ser capaz de contener más la ira acumulada por la injusta cometida por el equipo de árbitros, cerró el puño y se lo hundió en la cara a Gabriel. Más pronto que tarde, los treinta jugadores, y algunos suplentes, estaban intercambiando golpes en un burdo intento de detener la pelea iniciada.

El partido había terminado, pero la batalla entre Thomas y Gabriel apenas había comenzado. Los conflictos en el campo solo eran el preludio de una confrontación mucho más profunda que se avecinaba.

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