Dos hombres de mediana edad se acercaron a la casita campestre. Aún no era mediodía y un delicioso aroma a comida preparándose en el horno salía de su interior. Gabriel se escondió tras un arbusto, siendo secundado por Lucas, que no dejaba escapar oportunidad para filmar todo lo acontecido.
—¿Y? ¿Cómo me veo? —le preguntó Gabriel a Lucas luciendo su uniforme del equipo de rugby para el que jugaba. La camiseta verde se ajustaba a su atlético cuerpo, resaltando el contorno de cada abdominal y tendón que se marcaba en él.
—¡Absolutamente impactante! ¡Te aseguro que caerá rendida a tus pies! —exclamó Lucas sin dejar de filmar—. ¡Y lo mejor de todo es que esto irá derechito a tus redes! ¡Sumarás muchos seguidores! ¡Funcionará mejor que ir al hospital a sacarse fotos con esos mocosos enfermos!
—Muy bien, deséame suerte, amigo. Aunque claro que no la necesito —rio Gabriel. Ágilmente saltó la tranquera de madera que marcaba el límite de la propiedad privada y atravesó el jardín frontal con total seguridad.
Golpeó la puerta tres veces y esperó con la misma confianza que llevaba al campo de juego. Dentro, escuchó pasos que se acercaban lentamente. Las manos de Gabriel se acomodaron instintivamente en su cintura, queriendo dar la impresión de un hombre fuerte y seguro. La puerta se abrió con suavidad, revelando a Sophia, quien lo miró con una mezcla de sorpresa y desconcierto.
—Gabriel… —dijo ella, arqueando una ceja, sin moverse de la puerta.
Él sonrió, mostrando todos sus dientes como si fuera una escena ensayada.
—Sophia, vine a verte. Quería que nos conociéramos un poco más… —dijo, inclinándose ligeramente hacia adelante, como si con esa cercanía pudiera convencerla de inmediato.
Sophia no dejó de mirarlo, notando su uniforme y el aroma a colonia que traía consigo.
—¿No era más fácil… no sé, llamarme? —respondió, cruzando los brazos con un gesto de incomodidad.
Gabriel soltó una risa suave, tratando de mantener el aire de superioridad que le caracterizaba.
—No soy del tipo que hace cosas convencionales. Prefiero las sorpresas. —Dio un paso adelante, como si quisiera entrar sin que ella lo invitara—. Y además, ¿quién diría que no a una sorpresa como yo?
Sophia lo miró en silencio por un momento, sintiendo el calor de la cocina detrás de ella, como una protección. Gabriel era atractivo, sí, pero esa seguridad desbordante y su falta de tacto la ponían nerviosa e incómoda.
—Aprecio la visita, Gabriel, pero estoy bastante ocupada ahora mismo —contestó con firmeza, manteniendo su postura en la puerta.
Gabriel parpadeó. No estaba acostumbrado a esa respuesta, y mucho menos en esa situación. Había asumido que su presencia sería suficiente para dejarla impresionada.
Desde los arbustos, Lucas seguía grabando todo, esperando algún gesto que mostrara el momento triunfal de su amigo.
—No te preocupes, corazón. Yo puedo ayudarte en lo que sea. Para eso existe un verdadero hombre. —sin esperar que lo invitaran a entrar, Gabriel hizo ingreso a la casa. Observó todo a detalle—. Vaya, que… Rústico.
—Yo prefiero el término “hogareño”, si no te importa —le dijo Sophia, mirándolo desde la puerta.
—Se nota que aquí te hace falta el toque masculino —apreció Gabriel, empezando a dar indicaciones de lo que veía en su cabeza—. Unos botines por allá, unos cuantos balones, una campera de cuero colgada en la silla, perfume masculino, posters de bandas de rock y de autos. Algo que indique que en esta casa hay un macho que provee y que protege.
—¿Acaso te parezco que estoy desprotegida? —preguntó Sophia, con sarcasmo. Sarcasmo que no fue comprendido por Gabriel.
—¡Claro que sí! Una mujer como tú, viviendo sola, tan lejos de la ciudad… Cualquiera podría aprovecharse de eso. Pero por suerte, tengo la solución para tu problema.
Mientras iba diciendo esto se sentó en una de las sillas de la cocina, y olió con ganas lo que se estaba cocinando en el horno.
—¿Y cuál sería esa solución? —quiso saber Sophia, yendo a ver la comida que se cocinaba.
—Imagínatelo así —empezó Gabriel—. Una casa grande, lujosa, moderna, en uno de los barrios más exclusivos de la ciudad. Hordas de fans afuera de la propiedad, gritando y clamando mi nombre. Yo, volviendo destrozado de otro exitoso partido de rugby, que claramente gané para mi equipo. Todo golpeado y sudado, mientras mi chica me espera en casa, con la comida ya lista, luciendo su mejor lencería y sirviéndome la cena.
—¡Imagínate esa escena! —rio con sorna la muchacha.
—Y mientras tanto, se acercan los niños riendo y practicando pases con las pelotas. —Gabriel se puso de pie y se acercó a Sophia, que seguía tensa e incómoda—. Cinco me parece un buen número para empezar.
—¿Cinco pelotas? —le preguntó Sophia con timidez. Gabriel dejó salir una carcajada sonora.
—¡No, querida! ¡Muchachos! ¡Cinco muchachos, fuertes y grandes como yo! Es importante para un hombre de treinta empezar a sentar cabeza y elegir a una buena madre para sus hijos.
—De eso no tengo duda… —susurró Sophia. Yendo a apagar el horno. Sintió la presencia de Gabriel peligrosamente cerca.
—Y, ¿adivina quién sería la madre? —preguntó Gabriel.
—Déjame pensarlo…
—¡Pues claro que tú, Sophia! —Ahora sí, Gabriel la había arrinconado contra la encimera de la cocina.
—¡Ay, pero… Gabriel que cosas dices! —rio incómodamente Sophia, escapando de la cercanía para poder buscar una ruta de salida. Sin embargo, Gabriel —lejos de entender la negativa— seguía insistiendo—. No tengo palabras para… expresar lo que dices.
—Sólo necesito que me digas que sí. —una vez más arrinconó a Sophia, pero esta vez sin posibilidad de dejarla escapar—. Seguro que un beso te convence, ¿no?
Los labios de Gabriel estaban acercándose peligrosamente al rostro de Sophia.
—Ay, Gabriel… Creo que antes de darte un beso prefiero bailar un ¡TANGO!
Los ladridos de un perro se escucharon por toda la casa. Rex, alertado por la palabra de seguridad de su dueña, salió de su escondite y se abalanzó sobre Gabriel, mordiéndolo en las nalgas, que gritó adolorido por la agresión sufrida.
Aprovechando la confusión, Sophia abrió la puerta y dejó salir a Gabriel siendo perseguido por su perro. Ágil, el muchacho saltó la tranquera mientras Rex seguía ladrando afuera enfurecido. Lucas, que no había dejado de filmar nada de lo ocurrido, observó como Gabriel se miraba lo que quedaba del pantalón blanco que había formado parte de su uniforme de rugby, mientras el rostro se le torcía de odio e ira.
—Y, bueno… ¿cómo te fue? —preguntó Lucas con una sonrisa sin dejar de filmar.
Gabriel se retorcía, sobándose las nalgas mientras trataba de mantener algo de dignidad. Los ladridos de Rex seguían llenando el aire ladrándole del otro lado de la tranquera, y Sophia, desde la puerta, no pudo evitar esbozar una sonrisa discreta.
—¡Esto no se termina aquí! ¡Tendrás noticias de mis abogados! —gritó Gabriel, aunque su tono de voz era más una mezcla de dolor y humillación que de amenaza real.
Sophia cruzó los brazos y lo miró con calma, aunque su corazón latía a mil por hora.
—¿Tus abogados? ¿Por qué? —preguntó con un tono inocente—. No hice más que intentar protegerme… Y parece que mi perro está de acuerdo.
Lucas, que había estado grabando todo, dejó de filmar por un momento y le dio una palmada a Gabriel en el hombro, como quien consuela a un amigo que acaba de perder un partido.
—¡Hombre, esto es oro puro! —dijo entre risas—. ¡Tendrás más visualizaciones que nunca! Todos van a amarte por esto. Una visita "romántica" convertida en tragedia... ¡Es perfecto!
—¡Ni se te ocurra subir eso! ¡A mi nadie me dice que no! —le gruñó, tomándolo del cuello de la camiseta y jalándolo hacia su rostro.
Gabrie liberó el agarre de la camiseta de su amigo y se giró hacia Sophia, mostrando una sonrisa forzada.
—Nos veremos pronto, Sophia —dijo con una voz cargada de promesas, pero Sophia no lo escuchó. De hecho no estaba allí. Ya había cerrado la puerta tras de sí, dejando el incidente afuera, como un mal recuerdo que quería dejar atrás.
Mientras Rex volvía a su lado, meneando la cola, satisfecho. Sophia suspiró. Su pequeño refugio campestre ya no parecía tan seguro con la amenaza de Gabriel aun flotando en el aire. Pero, por suerte, tenía aliados inesperados, tanto humanos como animales.
El suave tintineo de la bicicleta de Sophia acercándose a la entrada del club alertó al guardia de la entrada. Saliendo de la recepción, enfrentó a la recién llegada mientras sobre su cabeza se lucía el enorme cartel que indicaba el nombre del club Los Espartanos, con el perfil de un soldado, luciendo su casco, delante de una pelota de rugby.—Buenas tardes, señora —le dijo el guardia. Sophia se mordió los labios al escucharlo al guardia decirle “señora”, pero le respondió con amabilidad.—Buenas tardes, caballero. Soy la doctora Milstein. Vengo para hablar con…—Ah, sí. Me avisaron de que iba a llegar. Pase, por favor. La están esperando.—¿Hacia dónde tengo que ir? —le preguntó Sophia.—Hacia la oficina del entrenador. En este momento está ocupado, pero espérelo allí. Él ya sabe que tenía que venir hoy. Tiene que seguir derecho por este camino, doblar a la izquierda en la primera puerta que vea, siga por el pasillo derecho. Va a ver una máquina expendedora, ahí no. Doble a la derech
Ya fuera, Sophia tomó una respiración profunda, intentando calmar los latidos acelerados de su corazón. El encuentro con Thomas Sclavi había sido exactamente lo que temía: intenso, desafiante, y con una sensación palpable de peligro latente. Sin embargo, sabía que no podía dejarse intimidar. Ella había manejado situaciones complejas antes y, aunque Sclavi era un hombre formidable, también era su trabajo ayudarlo a cumplir con su sentencia. El honor y el prestigio de su padre dependían de eso.Mientras esperaba en el pasillo, el sonido de los gritos y risas de los jugadores atravesaban la pared del vestuario, creando una atmósfera vibrante, pero cargada. El club de rugby parecía ser un lugar tan imponente como sus miembros. Sophia, sin embargo, se obligó a centrarse en lo que venía. Tenía que encontrar una manera de manejar a Thomas sin perder su control ni su profesionalismo. Los minutos pasaban y ella seguía allí, con la espalda pegada a la pared del pasillo del club, esperando a que
Thomas llegó al Bodegón de Carlos, con el corazón en un puño y secundado por sus amigos. El lugar estaba lleno de gente que charlaba animadamente, y la música era enérgica y alegre. Totalmente lo contrario al malhumor generalizado del capitán del equipo de Los Espartanos.—¡Ya les dije que me dejen solo! —les gruñó Thomas a sus amigos—. ¡No hace falta que estén ustedes tres!—¡Claro que sí! Seremos testigos de tu buen comportamiento —aseguró Castor.Athos observó el reloj. Habían llegado diez minutos después de la nueve a causa del tráfico, y Sophia aún no estaba en el bodegón.—Ya tendría que estar aquí… ¿Por qué no está aquí? —le gritó Thomas a Athos.—Ten paciencia, amigo. Recuerda el tráfico que hubo cuando vinimos. Debe tener el mismo problema. Más si viene en bicicleta, con la oscuridad y la gente circulando como loca, debe ser precavida. —Athos intentaba mantener a raya a Thomas que se comía las uñas de los nervios.Sin embargo, Monty —un poco más despierto que el resto de sus
Sophia se despertó al otro día con dolor de cabeza y cuello. Se la había pasado llorando toda la noche cuando salió y vio el penoso estado en que había quedado su jardín luego del arrebato de ira de Thomas.Durante la noche, la mujer había encendido la linterna de su celular y evaluado el daño que aquel loco había provocado en su casa: Sus flores habían terminado arrancadas de cuajo y pisoteadas. Violentas y profundas huellas de neumáticos ahora señalaban un camino de destrucción. Dos árboles frutales tenían las ramas rotas, ramas que tenían frutos madurando y que había cuidado por todo un año, y su huerto de hierbas aromáticas estaba totalmente arruinado. Pero lo más grave de todo era la tranquera de madera, completamente inservible, pues la violencia con la que Thomas había embestido contra ella había provocado que las bisagras sean violentamente arrancadas de la puerta, destrozando la madera en el interín, partiéndola y astillándola.La mujer, por primera en varios meses, se quedó
Un viento amenazador y frío corría por toda la ciudad. El clima había cambiado abruptamente, una vez más. De pasar de tener una hermosa temperatura de veinte a veinticinco grados, ahora Los Espartanos tenían que recibir el gélido ventarrón en sus rodillas y piernas desnudas mientras entrenaban en el campo de rugby. Hoy tocaba físico, y Thomas podía dejar salir un poco de la frustración que sentía corriendo como un loco y tackleando a sus compañeros de equipo.Había faltado las primeras dos semanas de su condena social. De hecho, aquella molesta mujer le seguía mandando mensajes, “recordándole” amablemente el horario y el lugar en el cual lo iba a estar esperando, pero él nunca respondía; ni siquiera para decirle que no iba a ir. Así como ella lo había plantado en El Bodegón de Carlos, Thomas estaba devolviéndole el favor. E iba a seguir así hasta que Sophia le pida perdón: Por haberlo dejado plantado y por no ir a cenar con él cuando fue a pedírselo a su casa.La alta figura de Red se
Una horda de rugbiers vistiendo camisetas verdes entró al vestuario. Todos reían y hablaban animadamente, todos salvo uno: Gabriel. No había sido una buena práctica para él, por primera vez en su vida había errado la patada a los palos, y eso era algo que no se podía permitir, su racha invicta estaba en juego. Se quitó la camiseta luciendo sus abdominales y pectorales, marcados y tonificados, y se desplomó en el banco mientras se limpiaba la cara con la camiseta toda sudada.—¡Hey, muchachos! ¿Saben cómo le dicen a Gabriel? —dijo uno de sus compañeros. Gabriel lo miró con mala cara—. Araña de sótano: ¡Puro culo!La carcajada en el vestuario fue generalizada, excepto Gabriel que seguía mirando a sus compañeros con ganas de asesinarlos.—¿Saben cual es la comida favorita de Gabo? —preguntó otro, los muchachos dijeron que no riendo a carcajadas—. ¡La milanesa de nalga!Otra vez las risas se hicieron escuchar.—¿Saben a qué se dedica Gabriel cuando no juega al rugby? ¡Es delivery! —exclam
Cubriéndose con el paraguas, Sophia ingresó a su auto. Aquella lluvia los había sorprendido, algo que no era normal para iniciar el mes de octubre, pero esa alternancia en el clima era un clásico de todos los años. Se encontraban en plena primavera y el clima estaba sumamente cambiante: Si una mañana había un sol espectacular, con una temperatura agradable al cuerpo, lo más probable era que al mediodía uno esté asándose, sudando a mares por el calor que había, para finalizar el día temblando de frío y sacando la ropa de invierno del armario.La mujer dejó sus cosas en el asiento del acompañante y encendió el motor del auto para moverse con lentitud y cuidado hacia el siguiente hospicio: El hogar de ancianos “Justo Juez”. Ya le había mandado un mensaje a Thomas de que iba a estar allí, como todos los días en los que tenía que realizar su labor de voluntaria, pero él nunca aparecía. Ya habían pasado dos semanas desde el inicio de su probation y aún no había asistido ni una sola vez a ni
Cuando Sophia hizo acto de presencia, interrumpiendo la charla entre él y el Oso, Thomas entendió que ya se había cumplido el tiempo de la visita.—¿Ya nos vamos? —preguntó, solo para confirmar lo que suponía.—Sí, ya terminó tu primer día —le dijo con una sonrisa la mujer.—Vaya… Se fue… muy rápido, ¿no? —suspiró Thomas. Sophia lo observó con interés; aparentemente, Thomas no quería irse, algo que le sorprendió, pues no se imaginaba esa reacción en él. Esperaba que su pupilo esté feliz por haber terminado un día de su condena, especialmente luego de perder el tiempo en un hogar de ancianos, escuchando historias de gente que ya tiene un pie en la tumba, cuando podría estar haciendo otra cosa.Thomas se despidió de Don Augusto con un apretón de manos, y dejó al anciano donde estaba, sentado en el sillón, mirando hacia el exterior por la ventana, observando la lluvia que caía con mucha menor intensidad que hacía una hora. Sophia tomó sus cosas y se dirigió a la salida acompañada por Tho