Cubriéndose con el paraguas, Sophia ingresó a su auto. Aquella lluvia los había sorprendido, algo que no era normal para iniciar el mes de octubre, pero esa alternancia en el clima era un clásico de todos los años. Se encontraban en plena primavera y el clima estaba sumamente cambiante: Si una mañana había un sol espectacular, con una temperatura agradable al cuerpo, lo más probable era que al mediodía uno esté asándose, sudando a mares por el calor que había, para finalizar el día temblando de frío y sacando la ropa de invierno del armario.La mujer dejó sus cosas en el asiento del acompañante y encendió el motor del auto para moverse con lentitud y cuidado hacia el siguiente hospicio: El hogar de ancianos “Justo Juez”. Ya le había mandado un mensaje a Thomas de que iba a estar allí, como todos los días en los que tenía que realizar su labor de voluntaria, pero él nunca aparecía. Ya habían pasado dos semanas desde el inicio de su probation y aún no había asistido ni una sola vez a ni
Cuando Sophia hizo acto de presencia, interrumpiendo la charla entre él y el Oso, Thomas entendió que ya se había cumplido el tiempo de la visita.—¿Ya nos vamos? —preguntó, solo para confirmar lo que suponía.—Sí, ya terminó tu primer día —le dijo con una sonrisa la mujer.—Vaya… Se fue… muy rápido, ¿no? —suspiró Thomas. Sophia lo observó con interés; aparentemente, Thomas no quería irse, algo que le sorprendió, pues no se imaginaba esa reacción en él. Esperaba que su pupilo esté feliz por haber terminado un día de su condena, especialmente luego de perder el tiempo en un hogar de ancianos, escuchando historias de gente que ya tiene un pie en la tumba, cuando podría estar haciendo otra cosa.Thomas se despidió de Don Augusto con un apretón de manos, y dejó al anciano donde estaba, sentado en el sillón, mirando hacia el exterior por la ventana, observando la lluvia que caía con mucha menor intensidad que hacía una hora. Sophia tomó sus cosas y se dirigió a la salida acompañada por Tho
Thomas se estacionó frente a la casa de su ex, con las manos apretadas sobre el volante. Su camioneta rugía suavemente, acompañando el latido agitado de su corazón. Ese viernes se suponía que podía pasar tiempo con Xavier, su hijo. Sin embargo, las cosas nunca eran tan simples cuando se trataba de ella.Miró su teléfono una vez más, repasando los mensajes de la última semana. «Xavier no va contigo este fin de semana. Nos vamos de viaje, así que no nos molestes.» Uno de tantos textos secos y cortantes. Sabía que no podía responder con ira o frustración. Había aprendido por las malas que cada palabra en falso podía ser utilizada en su contra. Pero eso no cambiaba el vacío que sentía cada vez que lo apartaban de su hijo. Xavier significaba más para él de lo que podía expresar, aunque rara vez tenía la oportunidad de demostrarlo.Finalmente, apagó el motor y salió del vehículo. Tocó el timbre, esperando lo peor. El viento soplaba suavemente, pero el ambiente era pesado, cargado de tensión
Con el mismo ceño fruncido que siempre, Thomas salió del entrenamiento. Red le había dado el visto bueno. Lo sorprendió diciéndole que Sophia le había escrito de manera voluntaria, sin él siquiera pedírselo, diciéndole que había cumplido con su primer día de condena. Se lo agradecía en el alma, pues el equipo tenía un importante partido en unos días y debía mantenerse dentro de la formación. Sólo había habido una sola ocasión en la que no había sido titular, y fue cuando internaron a Xavier por una infección pulmonar.Tomó su bolso y sus cosas y bajó de la camioneta para entrar a su casa, donde lo esperaba su hijo. Hubiese preferido dejarlo en la casa de alguno de sus hermanos, pero ninguno podía cuidarlo. No le gustaba dejar a un niño de casi once años sólo, pero tenía que entrenar, y Xavier se aburría cada vez que lo llevaba al club. «Si no puedo jugar, ¿qué sentido tiene que venga? Prefiero quedarme en casa», le había dicho su hijo.Finalmente, metió la llave en el ojo de la cerrad
Nuevamente el tiempo estaba sumamente cambiante. Ahora hacía un calor terrible, algo que obligó a Sophia a ir al hospital de niños en el automóvil para poder evitar un golpe de calor. Dejó el auto aparcado en su lugar del estacionamiento y bajó del vehículo. Había llegado cinco minutos más temprano de lo normal por haber cambiado su medio de transporte, pero tan pronto salió del refugio fresco que le ofrecía el aire acondicionado de la cabina, se vio golpeada por el duro mazo caliente del cemento del asfalto, subiéndose y colándose bajo su vestido.Acomodando la tira de su bolso, empujó la puerta de vidrio e ingresó al glorioso soplo del aire acondicionado del interior del hospital. Adentro, sólo estaba Ernesto, el guardia que era su amigo, esperándola como todos los días que asistía al hospicio.—Buenos días, Ernesto —lo saludó Sophia. A Ernesto se le pusieron coloradas las mejillas, y nada tenía que ver ese subidón de temperatura con el calor sofocante de afuera.—¡Hola, Sophia! ¡Mu
—Bueno, parece que ya saben cómo recibir a nuestros invitados —dijo Sophia, guiñándole un ojo a Thomas antes de volver su atención a los pequeños—. Pero recuerden, no vamos a jugar con ellos como si fueran juguetes. Hoy, Thomas y Xavier nos van a acompañar mientras leemos una historia muy emocionante.Los niños asintieron, aunque algunos continuaron observando a Xavier con curiosidad. Uno de los más pequeños, un niño de cabello rizado se acercó a Xavier y le ofreció un coche de juguete.—¿Quieres jugar conmigo? —le preguntó con una sonrisa.Xavier, sin saber cómo reaccionar, miró a su padre antes de negar con la cabeza. El niño no se desanimó y se sentó junto a él, comenzando a empujar el cochecito por el suelo.Sophia notó la incomodidad de Xavier, pero decidió no forzarlo a participar. Sabía que necesitaría tiempo para adaptarse al ambiente. En cambio, tomó su lugar en el centro de la sala y comenzó a preparar el libro que había elegido para ese día.—¡Muy bien! ¡Todos a sentarse! ¡
Para cuando Thomas se dio vuelta y observó a los recién llegados, la vena del cuello automáticamente empezó a latir con fuerza. Gabriel y Lucas tenían la extraña habilidad de arruinar los mejores momentos. Ya había pasado cuando Thomas casi había marcado un try, y ahora había pasado lo mismo, cuando quería invitar a Sophia a tomar un café. Aquellos dos esbeltos jugadores caminaban por el pasillo con una sonrisa cínica pintada en sus rostros. La presencia de Gabriel siempre había sido suficiente para desencadenar la rabia contenida de Thomas, pero hoy, con Xavier al lado, el fuego se encendió con mayor intensidad.—¿Qué demonios hacen aquí? —gruñó Thomas, su tono era bajo y cargado de amenaza.—La pregunta es: ¿Qué haces TÚ aquí, bestia? —se le burló Gabriel en medio de una risa, pero antes de que pueda contestar, levantó una mano ordenando silencio—. Ya lo sé. No me digas nada. Estás cumpliendo con tu trabajo social para no ir a la cárcel por no ser profesional en el campo de juego, ¿
—El equipo de Los Espartanos perdió por 26 a 27 contra Los Hunos este fin de semana —decía el comentarista en la televisión del canal local, en la sección de deportes—. Otro pésimo rendimiento por parte del equipo del viejo Red García, el entrenador que hace ya diez años lleva adelante a los hijos de Esparta.—Yo no sé qué están esperando para sacarlo de la dirección del equipo, Johnny. Es evidente que no sabe lo que está haciendo. Ya es el tercer partido consecutivo que pierden —masculló otro de los periodistas.—Bueno, pero no te olvides de que Red tuvo victorias también, Rock —dijo la única mujer del plantel—. El problema, en mi opinión, no es el entrenador, sino los primera y segunda línea. Red sigue insistiendo en poner el trío Rogers-Taylor-Sclavi como pilares y hooker. Creo que deberían renovar un poco el plantel, porque no estaría funcionando para nada.—Mmm… No lo creo, Vicky. No son tanto los forwards sino los backs… —dijo Johnny—. Para mí tienen más que ver los backs. Se le