Con el mismo ceño fruncido que siempre, Thomas salió del entrenamiento. Red le había dado el visto bueno. Lo sorprendió diciéndole que Sophia le había escrito de manera voluntaria, sin él siquiera pedírselo, diciéndole que había cumplido con su primer día de condena. Se lo agradecía en el alma, pues el equipo tenía un importante partido en unos días y debía mantenerse dentro de la formación. Sólo había habido una sola ocasión en la que no había sido titular, y fue cuando internaron a Xavier por una infección pulmonar.Tomó su bolso y sus cosas y bajó de la camioneta para entrar a su casa, donde lo esperaba su hijo. Hubiese preferido dejarlo en la casa de alguno de sus hermanos, pero ninguno podía cuidarlo. No le gustaba dejar a un niño de casi once años sólo, pero tenía que entrenar, y Xavier se aburría cada vez que lo llevaba al club. «Si no puedo jugar, ¿qué sentido tiene que venga? Prefiero quedarme en casa», le había dicho su hijo.Finalmente, metió la llave en el ojo de la cerrad
Nuevamente el tiempo estaba sumamente cambiante. Ahora hacía un calor terrible, algo que obligó a Sophia a ir al hospital de niños en el automóvil para poder evitar un golpe de calor. Dejó el auto aparcado en su lugar del estacionamiento y bajó del vehículo. Había llegado cinco minutos más temprano de lo normal por haber cambiado su medio de transporte, pero tan pronto salió del refugio fresco que le ofrecía el aire acondicionado de la cabina, se vio golpeada por el duro mazo caliente del cemento del asfalto, subiéndose y colándose bajo su vestido.Acomodando la tira de su bolso, empujó la puerta de vidrio e ingresó al glorioso soplo del aire acondicionado del interior del hospital. Adentro, sólo estaba Ernesto, el guardia que era su amigo, esperándola como todos los días que asistía al hospicio.—Buenos días, Ernesto —lo saludó Sophia. A Ernesto se le pusieron coloradas las mejillas, y nada tenía que ver ese subidón de temperatura con el calor sofocante de afuera.—¡Hola, Sophia! ¡Mu
—Bueno, parece que ya saben cómo recibir a nuestros invitados —dijo Sophia, guiñándole un ojo a Thomas antes de volver su atención a los pequeños—. Pero recuerden, no vamos a jugar con ellos como si fueran juguetes. Hoy, Thomas y Xavier nos van a acompañar mientras leemos una historia muy emocionante.Los niños asintieron, aunque algunos continuaron observando a Xavier con curiosidad. Uno de los más pequeños, un niño de cabello rizado se acercó a Xavier y le ofreció un coche de juguete.—¿Quieres jugar conmigo? —le preguntó con una sonrisa.Xavier, sin saber cómo reaccionar, miró a su padre antes de negar con la cabeza. El niño no se desanimó y se sentó junto a él, comenzando a empujar el cochecito por el suelo.Sophia notó la incomodidad de Xavier, pero decidió no forzarlo a participar. Sabía que necesitaría tiempo para adaptarse al ambiente. En cambio, tomó su lugar en el centro de la sala y comenzó a preparar el libro que había elegido para ese día.—¡Muy bien! ¡Todos a sentarse! ¡
Para cuando Thomas se dio vuelta y observó a los recién llegados, la vena del cuello automáticamente empezó a latir con fuerza. Gabriel y Lucas tenían la extraña habilidad de arruinar los mejores momentos. Ya había pasado cuando Thomas casi había marcado un try, y ahora había pasado lo mismo, cuando quería invitar a Sophia a tomar un café. Aquellos dos esbeltos jugadores caminaban por el pasillo con una sonrisa cínica pintada en sus rostros. La presencia de Gabriel siempre había sido suficiente para desencadenar la rabia contenida de Thomas, pero hoy, con Xavier al lado, el fuego se encendió con mayor intensidad.—¿Qué demonios hacen aquí? —gruñó Thomas, su tono era bajo y cargado de amenaza.—La pregunta es: ¿Qué haces TÚ aquí, bestia? —se le burló Gabriel en medio de una risa, pero antes de que pueda contestar, levantó una mano ordenando silencio—. Ya lo sé. No me digas nada. Estás cumpliendo con tu trabajo social para no ir a la cárcel por no ser profesional en el campo de juego, ¿
—El equipo de Los Espartanos perdió por 26 a 27 contra Los Hunos este fin de semana —decía el comentarista en la televisión del canal local, en la sección de deportes—. Otro pésimo rendimiento por parte del equipo del viejo Red García, el entrenador que hace ya diez años lleva adelante a los hijos de Esparta.—Yo no sé qué están esperando para sacarlo de la dirección del equipo, Johnny. Es evidente que no sabe lo que está haciendo. Ya es el tercer partido consecutivo que pierden —masculló otro de los periodistas.—Bueno, pero no te olvides de que Red tuvo victorias también, Rock —dijo la única mujer del plantel—. El problema, en mi opinión, no es el entrenador, sino los primera y segunda línea. Red sigue insistiendo en poner el trío Rogers-Taylor-Sclavi como pilares y hooker. Creo que deberían renovar un poco el plantel, porque no estaría funcionando para nada.—Mmm… No lo creo, Vicky. No son tanto los forwards sino los backs… —dijo Johnny—. Para mí tienen más que ver los backs. Se le
Gabriel se levantó de la cama sin siquiera molestarse en ponerse el bóxer, dejando en la cama a las trillizas con las que había estado la noche anterior, durmiendo satisfechas por el rendimiento del jugador. Caminó callado y con el ceño fruncido en dirección a la cocina de su muy lujoso apartamento, y apretó el botón que elevaba las cortinas.Mientras el Sol de la mañana entraba tímidamente por las ventanas de su penthouse, Gabriel se sirvió un café y se apoyó en la barra desayunadora a beberlo con tranquilidad. El día iba a ser bastante movido y necesitaba un momento de calma para poder pensar y organizar su jornada. No sólo tenía entrenamiento, debía ir a otro de esos estúpidos eventos benéficos, esta vez para ayudar a reunir fondos para los bomberos voluntarios; además de que tenía una sesión de fotos para renovar sus perfiles en redes sociales. Todo sea para seguir proyectando su imagen de jugador y persona ejemplar. Ese había sido el consejo de su representante y había funcionado
Había sido una buena tarde de lectura en el hospital de niños. Sorpresivamente, Xavier se había animado a leer un capítulo junto con Sophia y su padre, aunque se frustraba por no poder leer con la misma fluidez y exactamente tal cual lo había hecho la mujer.—¿Por qué no leo como tú lo haces? —le preguntó Xavier a Sophia mientras se preparaban para retirarse.—Porque yo llevo años haciendo esto, Xavier —le explicó con calma Sophia—. Por eso es importante leer en voz alta, de vez en cuando. Le vas dando agilidad y entonación a tu discurso. Mejoras en tu pronunciación, tu ortografía y además de que vas escuchándote mientras lees, lo cual ayuda a tu comprensión lectora. Es agotador, lo sé. Pero los buenos resultados llevan un poco más de esfuerzo.Xavier se le quedó mirando. Aquella mujer era diferente el resto de novias de su padre, especialmente a la última. Era como una mezcla de maestra y mamá que siempre había buscado en cada una de las mujeres que le habían presentado. —¿Tú crees
La tarde en el café transcurría más relajada de lo que Sophia había anticipado. El ambiente fresco de los aires acondicionados parecía disipar cualquier rastro de la tensión que había sentido antes. Xavier, sentado frente a ella, removía su refresco con la pajita, una chispa de entusiasmo brillaba en sus ojos mientras conversaba con su padre. Aunque Thomas mantenía su habitual fachada seria, había algo distinto en él. Su rigidez habitual había dado paso a una actitud más accesible, casi… cómoda.—Sophie, ¿te gustan los superhéroes? —preguntó Xavier de repente, sus ojos fijos estaban en ella con curiosidad genuina.Sophia parpadeó, sorprendida por el cambio de tema. No era algo que hubiera esperado, pero no pudo evitar sonreír ante la espontaneidad del niño.—Bueno, no soy una experta, pero sí, me gustan. ¿Tienes un favorito? —respondió, sintiendo cómo el ambiente se volvía más ligero.Xavier asintió con entusiasmo, casi saltando en su asiento.—¡Los X-men! ¡Son geniales! Papá me regal