Thomas llegó al Bodegón de Carlos, con el corazón en un puño y secundado por sus amigos. El lugar estaba lleno de gente que charlaba animadamente, y la música era enérgica y alegre. Totalmente lo contrario al malhumor generalizado del capitán del equipo de Los Espartanos.—¡Ya les dije que me dejen solo! —les gruñó Thomas a sus amigos—. ¡No hace falta que estén ustedes tres!—¡Claro que sí! Seremos testigos de tu buen comportamiento —aseguró Castor.Athos observó el reloj. Habían llegado diez minutos después de la nueve a causa del tráfico, y Sophia aún no estaba en el bodegón.—Ya tendría que estar aquí… ¿Por qué no está aquí? —le gritó Thomas a Athos.—Ten paciencia, amigo. Recuerda el tráfico que hubo cuando vinimos. Debe tener el mismo problema. Más si viene en bicicleta, con la oscuridad y la gente circulando como loca, debe ser precavida. —Athos intentaba mantener a raya a Thomas que se comía las uñas de los nervios.Sin embargo, Monty —un poco más despierto que el resto de sus
Sophia se despertó al otro día con dolor de cabeza y cuello. Se la había pasado llorando toda la noche cuando salió y vio el penoso estado en que había quedado su jardín luego del arrebato de ira de Thomas.Durante la noche, la mujer había encendido la linterna de su celular y evaluado el daño que aquel loco había provocado en su casa: Sus flores habían terminado arrancadas de cuajo y pisoteadas. Violentas y profundas huellas de neumáticos ahora señalaban un camino de destrucción. Dos árboles frutales tenían las ramas rotas, ramas que tenían frutos madurando y que había cuidado por todo un año, y su huerto de hierbas aromáticas estaba totalmente arruinado. Pero lo más grave de todo era la tranquera de madera, completamente inservible, pues la violencia con la que Thomas había embestido contra ella había provocado que las bisagras sean violentamente arrancadas de la puerta, destrozando la madera en el interín, partiéndola y astillándola.La mujer, por primera en varios meses, se quedó
Un viento amenazador y frío corría por toda la ciudad. El clima había cambiado abruptamente, una vez más. De pasar de tener una hermosa temperatura de veinte a veinticinco grados, ahora Los Espartanos tenían que recibir el gélido ventarrón en sus rodillas y piernas desnudas mientras entrenaban en el campo de rugby. Hoy tocaba físico, y Thomas podía dejar salir un poco de la frustración que sentía corriendo como un loco y tackleando a sus compañeros de equipo.Había faltado las primeras dos semanas de su condena social. De hecho, aquella molesta mujer le seguía mandando mensajes, “recordándole” amablemente el horario y el lugar en el cual lo iba a estar esperando, pero él nunca respondía; ni siquiera para decirle que no iba a ir. Así como ella lo había plantado en El Bodegón de Carlos, Thomas estaba devolviéndole el favor. E iba a seguir así hasta que Sophia le pida perdón: Por haberlo dejado plantado y por no ir a cenar con él cuando fue a pedírselo a su casa.La alta figura de Red se
Una horda de rugbiers vistiendo camisetas verdes entró al vestuario. Todos reían y hablaban animadamente, todos salvo uno: Gabriel. No había sido una buena práctica para él, por primera vez en su vida había errado la patada a los palos, y eso era algo que no se podía permitir, su racha invicta estaba en juego. Se quitó la camiseta luciendo sus abdominales y pectorales, marcados y tonificados, y se desplomó en el banco mientras se limpiaba la cara con la camiseta toda sudada.—¡Hey, muchachos! ¿Saben cómo le dicen a Gabriel? —dijo uno de sus compañeros. Gabriel lo miró con mala cara—. Araña de sótano: ¡Puro culo!La carcajada en el vestuario fue generalizada, excepto Gabriel que seguía mirando a sus compañeros con ganas de asesinarlos.—¿Saben cual es la comida favorita de Gabo? —preguntó otro, los muchachos dijeron que no riendo a carcajadas—. ¡La milanesa de nalga!Otra vez las risas se hicieron escuchar.—¿Saben a qué se dedica Gabriel cuando no juega al rugby? ¡Es delivery! —exclam
Cubriéndose con el paraguas, Sophia ingresó a su auto. Aquella lluvia los había sorprendido, algo que no era normal para iniciar el mes de octubre, pero esa alternancia en el clima era un clásico de todos los años. Se encontraban en plena primavera y el clima estaba sumamente cambiante: Si una mañana había un sol espectacular, con una temperatura agradable al cuerpo, lo más probable era que al mediodía uno esté asándose, sudando a mares por el calor que había, para finalizar el día temblando de frío y sacando la ropa de invierno del armario.La mujer dejó sus cosas en el asiento del acompañante y encendió el motor del auto para moverse con lentitud y cuidado hacia el siguiente hospicio: El hogar de ancianos “Justo Juez”. Ya le había mandado un mensaje a Thomas de que iba a estar allí, como todos los días en los que tenía que realizar su labor de voluntaria, pero él nunca aparecía. Ya habían pasado dos semanas desde el inicio de su probation y aún no había asistido ni una sola vez a ni
Cuando Sophia hizo acto de presencia, interrumpiendo la charla entre él y el Oso, Thomas entendió que ya se había cumplido el tiempo de la visita.—¿Ya nos vamos? —preguntó, solo para confirmar lo que suponía.—Sí, ya terminó tu primer día —le dijo con una sonrisa la mujer.—Vaya… Se fue… muy rápido, ¿no? —suspiró Thomas. Sophia lo observó con interés; aparentemente, Thomas no quería irse, algo que le sorprendió, pues no se imaginaba esa reacción en él. Esperaba que su pupilo esté feliz por haber terminado un día de su condena, especialmente luego de perder el tiempo en un hogar de ancianos, escuchando historias de gente que ya tiene un pie en la tumba, cuando podría estar haciendo otra cosa.Thomas se despidió de Don Augusto con un apretón de manos, y dejó al anciano donde estaba, sentado en el sillón, mirando hacia el exterior por la ventana, observando la lluvia que caía con mucha menor intensidad que hacía una hora. Sophia tomó sus cosas y se dirigió a la salida acompañada por Tho
Thomas se estacionó frente a la casa de su ex, con las manos apretadas sobre el volante. Su camioneta rugía suavemente, acompañando el latido agitado de su corazón. Ese viernes se suponía que podía pasar tiempo con Xavier, su hijo. Sin embargo, las cosas nunca eran tan simples cuando se trataba de ella.Miró su teléfono una vez más, repasando los mensajes de la última semana. «Xavier no va contigo este fin de semana. Nos vamos de viaje, así que no nos molestes.» Uno de tantos textos secos y cortantes. Sabía que no podía responder con ira o frustración. Había aprendido por las malas que cada palabra en falso podía ser utilizada en su contra. Pero eso no cambiaba el vacío que sentía cada vez que lo apartaban de su hijo. Xavier significaba más para él de lo que podía expresar, aunque rara vez tenía la oportunidad de demostrarlo.Finalmente, apagó el motor y salió del vehículo. Tocó el timbre, esperando lo peor. El viento soplaba suavemente, pero el ambiente era pesado, cargado de tensión
Con el mismo ceño fruncido que siempre, Thomas salió del entrenamiento. Red le había dado el visto bueno. Lo sorprendió diciéndole que Sophia le había escrito de manera voluntaria, sin él siquiera pedírselo, diciéndole que había cumplido con su primer día de condena. Se lo agradecía en el alma, pues el equipo tenía un importante partido en unos días y debía mantenerse dentro de la formación. Sólo había habido una sola ocasión en la que no había sido titular, y fue cuando internaron a Xavier por una infección pulmonar.Tomó su bolso y sus cosas y bajó de la camioneta para entrar a su casa, donde lo esperaba su hijo. Hubiese preferido dejarlo en la casa de alguno de sus hermanos, pero ninguno podía cuidarlo. No le gustaba dejar a un niño de casi once años sólo, pero tenía que entrenar, y Xavier se aburría cada vez que lo llevaba al club. «Si no puedo jugar, ¿qué sentido tiene que venga? Prefiero quedarme en casa», le había dicho su hijo.Finalmente, metió la llave en el ojo de la cerrad