Maxwell avanzó hacia el gran ventanal de su oficina y se quedó allí un rato, observando el panorama que se extendía frente a sus ojos. La ciudad entera podía apreciarse desde allí, una vista única y envidiable. Con una mano metida en el bolsillo de su pantalón, mientras con la otra sostenía el teléfono, esperaba ansiosamente una llamada de Aria.Cuando ella lo llamó unas horas atrás, él estaba duchándose y no pudo contestar. Al intentar devolver la llamada, tampoco obtuvo respuesta, así que ahora solo esperaba que Aria finalmente lo volviera a llamar. En realidad, se preguntaba la razón por la que lo había estado llamando. Lo primero que se le cruzó por la cabeza era que podría tratarse de Arthur, pero si ese fuera el caso, hasta un mensaje le habría enviado.Maxwell frunció el ceño al notar que Amanda todavía no había llegado a su puesto. Justo cuando creyó conveniente llamarla para preguntarle por qué no había venido al trabajo, ella hizo acto de presencia.—Buenos días, señor Maxwe
Cuando Aria sintió que ya no podía más, decidió marcharse del bar. Ni siquiera podía sostenerse bien mientras avanzaba hacia la salida. Afortunadamente, logró tomar un taxi y le pidió al conductor que la llevara a casa. Dando varios pasos con torpeza, pudo ingresar a su departamento y, de pronto, las luces se encendieron de sorpresa.Quedó un poco encandilada por la luz repentina y, finalmente, allí estaba Elena, mirándola.—Aria, lo siento mucho. Estaba demasiado preocupada por ti. Te llamé varias veces al teléfono, pero nunca contestaste. También te dejé varios mensajes de texto, pero no recibí respuesta. Entonces me inquieté, pensé que algo te había ocurrido. ¿Estás bien?—Sí, lo siento mucho... Estoy demasiado cansada —explicó a duras penas, y Elena se dio cuenta de que estaba ebria.—Oh, déjame ayudarte a llegar a tu habitación.Aria aceptó la ayuda, y en poco tiempo estuvo en su recámara. Se sentó al borde de la cama y tomó una profunda bocanada de aire mientras trataba de estab
Los niños saltaron de alegría al ver a Elena llegar por ellos al jardín de infantes. Sabían que ese día los llevaría a pasear antes de regresar a casa, y la emoción se reflejaba en sus pequeños rostros. Mientras avanzaban caminando, platicaban animadamente. —¡Hoy vamos a comer brochetas de pollo! —anunció Elena dulcemente, sonriendo al ver sus reacciones. Maximiliano, Arthur y Ariadna coincidieron en ser unos verdaderos adoradores de las brochetas de pollo. El entusiasmo se desbordaba entre ellos, y era evidente que Elena había hecho la elección perfecta al llevarlos a ese nuevo lugar que había abierto en la ciudad. Al llegar al restaurante, los niños no podían esperar para hacer sus pedidos; sin embargo Elena los ayudó a elegir asegurándose de que todos pudieran disfrutar de una buena comida. Finalmente, las brochetas llegaron a la mesa, y los niños comenzaron a comer llenos de felicidad. —¿Les gusta? —preguntó, riendo al verlos devorar la comisa. —¡Sí! ¡Nos encanta! D
—Me debías este café —comenzó diciendo Estela, esa mañana, mirando a Melisa y ella asintió con una sonrisa en los labios. —Sí, deberíamos hacer planes para salir en otra ocasión. —Lo apuntaré mentalmente, también suena genial. Así que siguieron platicando, hasta que llegó el momento de la despedida. Luego de eso, Noah pasó por ella y fueron a comer juntos a un restaurante lujoso para almorzar, aunque lo más importante para ella, era estar con Noah viviendo momentos que luego guardaría en su corazón. *** Aria, recibió ese día dos fotografías más en donde finalmente estaba viendo el rostro de esa mujer con la que Maxwell se había enredado. Aria abrió los ojos de par en par y se cubrió la boca. —Amanda, m*****a sea, es Amanda —escupió mientras estaba encerrada en el cubículo del baño para evitar que las personas se dieran cuenta de su situación. Su corazón ahora mismo recibía un golpe. Sintió que de un momento a otro todo se volvía borroso y respirar una labor titánica. Con ra
por unAria se despertó temprano y se preparó para llevar a los trillizos al jardín de infantes. Apenas podía encargarse de hacer el desayuno, y aunque quería centrarse en eso, su mente seguía girando en torno a las fotografías. Su corazón estaba destrozado; dolía demasiado, pero al fin había tomado la decisión de hablar con Maxwell. Justo lo haría ese día, después de llevar a los niños al jardín.—¡Niños, por favor, dense prisa! No quiero llegar tarde al trabajo, y apuesto a que ustedes tampoco quieren llegar tarde al jardín de infantes.La pequeña Ariadna apareció en la cocina, robándole una tostada a su madre y comiéndola con avidez. Cuando Aria la miró, Ariadna solo se encogió de hombros y le dedicó una inocente sonrisa.—Ve, llama a tus hermanitos para que también se apresuren, ¿de acuerdo?Ariadna obedeció de inmediato y corrió a avisarle a sus hermanos, Maximiliano y Arthur, que se dieran prisa.—¡Ya vamos, mamá!***Esa mañana, Estela se encontraba en la cocina preparando el d
Amanda tenía las manos temblorosas y era incapaz de sostenerle la mirada a Maxwell. Sabía que su final se acercaba, que ya no iba a funcionar como ella quiso, o se odiaba a sí misma por haber enviado esas últimas dos fotografías por error en un desliz de su dedo.—¿Tienes algo que decirme?—Sí, el empresario alemán...—Basta, no quiero saber nada de trabajo en este momento. Apuesto que tienes algo más importante que decirme.—No sé qué es lo que quiere escuchar, señor Maxwell.—¿Continuarás aferrada al silencio y a la mentira? No entiendo cómo pudiste ser capaz de hacer algo así. Confíe en ti y te di oportunidades maravillosas que cualquier otra persona hubiera querido. El hecho de estar en esta compañía ya debe ser algo importante para ti; no cualquiera puede ingresar aquí, sin embargo, actuaste muy mal.—¿Por qué me dice eso?—Supongo que tienes memoria a corto plazo, así que voy a refrescarte la mente —le respondió claramente con un tono sarcástico. Ella al fin levantó la cabeza y
Máximo, enfadado, volvió a marcar el número telefónico de Sebastián, pero nuevamente el hombre no había tomado la llamada. Trató de contener su ira, aunque era una tarea complicada. Abigail pasó por ahí con una taza en la mano mientras clavaba los ojos en su marido.—¿Te ocurre algo, Máximo? —quiso saber, después de darle un segundo sorbo a su bebida caliente.—No es algo de tu incumbencia. Además, ¿por qué no estás en la cama? —casi se lo reclamó, y ella lo ignoró, sentándose en el sofá.—¿Crees que soy una niña o algo parecido? Además, después del infarto, no quiero estar solo postrada en una cama. Ya me siento mejor.—¿Acaso estás buscando que te dé un segundo infarto? Esta vez podría ser fulminante.—No, solo estoy sentada, bebiendo algo. No estoy haciendo nada que altere mi salud, así que deja de exagerar.Él resopló.Luego de eso, Máximo se sentó a su lado, aún pendiente del teléfono, esperando de alguna manera recibir una llamada de parte de Sebastián. No ocurrió.Abigail se di
Años atrás Julieta estaba en su habitación, absorta en el acto de acurrucar a su pequeño bebé recién nacido, Maxwell. Eran momentos de pura ternura; su pequeño era un niño precioso, su angelito, y cada vez que lo sostenía en sus brazos, sentía que el mundo se detenía. Con cada suave movimiento, Julieta se perdía más en su amor por él. Era su debilidad, su razón de ser, la persona por la que daría su vida y lo protegería de cualquier maldad que pudiera acecharlo. Mientras lo miraba dormido, le susurró en voz baja:—Siempre estaré contigo, sin importar lo que pase. Eres lo más hermoso que me ha pasado en la vida, y soy afortunada de tenerte.Sus palabras estaban llenas de amor hacia su pequeño hijito. Ella sabía que su papel como madre era un privilegio, y estaba decidida a ser la mejor para él.Lo que Julieta no sabía era que Máximo, estaba en el umbral de la puerta de la habitación, observándola. Desde su posición, podía ver la dulzura en el rostro de Julieta mientras acariciaba al