En la mañana siguiente, la mujer se despertó temprano y verificó que todo estuviera bien con su pequeño hijo. Al cerciorarse de que todo estaba bajo control, revisó su teléfono durante el desayuno. De pronto, el apetito desapareció; la inapetencia llegó cuando sus ojos se clavaron en la pantalla y vieron aquellas fotografías en las que Maxwell aparecía besándose con una mujer. Aquellas imágenes resultaron ser más contundentes que las anteriores, y su corazón se agrietó aún más. Ella quedó desolada.No sabía cómo reaccionar ante aquellas imágenes que claramente no eran un montaje. Trató de adivinar o de comprender quién era esa mujer, pero no pudo ver su identidad. Era como si alguien realmente hubiera planificado todo eso para hacerle daño. Todavía no podía creer que Maxwell realmente le hubiera sido infiel; él no era ese tipo de persona.Hizo a un lado el desayuno y se levantó, tratando de calmar su respiración y los latidos de un corazón que galopaba con fiereza dentro de su pecho.
Maxwell avanzó hacia el gran ventanal de su oficina y se quedó allí un rato, observando el panorama que se extendía frente a sus ojos. La ciudad entera podía apreciarse desde allí, una vista única y envidiable. Con una mano metida en el bolsillo de su pantalón, mientras con la otra sostenía el teléfono, esperaba ansiosamente una llamada de Aria.Cuando ella lo llamó unas horas atrás, él estaba duchándose y no pudo contestar. Al intentar devolver la llamada, tampoco obtuvo respuesta, así que ahora solo esperaba que Aria finalmente lo volviera a llamar. En realidad, se preguntaba la razón por la que lo había estado llamando. Lo primero que se le cruzó por la cabeza era que podría tratarse de Arthur, pero si ese fuera el caso, hasta un mensaje le habría enviado.Maxwell frunció el ceño al notar que Amanda todavía no había llegado a su puesto. Justo cuando creyó conveniente llamarla para preguntarle por qué no había venido al trabajo, ella hizo acto de presencia.—Buenos días, señor Maxwe
Cuando Aria sintió que ya no podía más, decidió marcharse del bar. Ni siquiera podía sostenerse bien mientras avanzaba hacia la salida. Afortunadamente, logró tomar un taxi y le pidió al conductor que la llevara a casa. Dando varios pasos con torpeza, pudo ingresar a su departamento y, de pronto, las luces se encendieron de sorpresa.Quedó un poco encandilada por la luz repentina y, finalmente, allí estaba Elena, mirándola.—Aria, lo siento mucho. Estaba demasiado preocupada por ti. Te llamé varias veces al teléfono, pero nunca contestaste. También te dejé varios mensajes de texto, pero no recibí respuesta. Entonces me inquieté, pensé que algo te había ocurrido. ¿Estás bien?—Sí, lo siento mucho... Estoy demasiado cansada —explicó a duras penas, y Elena se dio cuenta de que estaba ebria.—Oh, déjame ayudarte a llegar a tu habitación.Aria aceptó la ayuda, y en poco tiempo estuvo en su recámara. Se sentó al borde de la cama y tomó una profunda bocanada de aire mientras trataba de estab
Los niños saltaron de alegría al ver a Elena llegar por ellos al jardín de infantes. Sabían que ese día los llevaría a pasear antes de regresar a casa, y la emoción se reflejaba en sus pequeños rostros. Mientras avanzaban caminando, platicaban animadamente.—¡Hoy vamos a comer brochetas de pollo! —anunció Elena dulcemente, sonriendo al ver sus reacciones.Maximiliano, Arthur y Ariadna coincidieron en ser unos verdaderos adoradores de las brochetas de pollo. El entusiasmo se desbordaba entre ellos, y era evidente que Elena había hecho la elección perfecta al llevarlos a ese nuevo lugar que había abierto en la ciudad.Al llegar al restaurante, los niños no podían esperar para hacer sus pedidos; sin embargo Elena los ayudó a elegir asegurándose de que todos pudieran disfrutar de una buena comida. Finalmente, las brochetas llegaron a la mesa, y los niños comenzaron a comer llenos de felicidad. —¿Les gusta? —preguntó, riendo al verlos devorar la comisa.—¡Sí! ¡Nos encanta!Después de ter
—Me debías este café —comenzó diciendo Estela, esa mañana, mirando a Melisa y ella asintió con una sonrisa en los labios. —Sí, deberíamos hacer planes para salir en otra ocasión. —Lo apuntaré mentalmente, también suena genial. Así que siguieron platicando, hasta que llegó el momento de la despedida. Luego de eso, Noah pasó por ella y fueron a comer juntos a un restaurante lujoso para almorzar, aunque lo más importante para ella, era estar con Noah viviendo momentos que luego guardaría en su corazón.***Aria, recibió ese día dos fotografías más en donde finalmente estaba viendo el rostro de esa mujer con la que Maxwell se había enredado. Aria abrió los ojos de par en par y se cubrió la boca. —Amanda, maldita sea, es Amanda —escupió mientras estaba encerrada en el cubículo del baño para evitar que las personas se dieran cuenta de su situación. Su corazón ahora mismo recibía un golpe. Sintió que de un momento a otro todo se volvía borroso y respirar una labor titánica. Con rapidez
Aria King era la secretaria de Maxwell Kensington desde hacía varios años. Era una mujer trabajadora y se sentía afortunada de trabajar para el CEO y presidente de Kensington Company, quien, más allá de ser su jefe, era un amigo cercano. Se conocían desde que ella era una niña, lo que había forjado un vínculo especial entre ellos.Ahora a sus veinticinco años, podía pagar las facturas, dormir tranquila en su decente departamento y continuar al lado de Maxwell, obteniendo más conocimiento. ¿Qué si su vida era color rosa? No, en absoluto. Aria debía lidiar con las exigencias de su jefe, un adicto al trabajo y obsesivo por la perfección y puntualidad. Aún así, era su amigo de la infancia, su jefe y se acostumbró. —¿Nos vamos? —Sí, vamos —confirmó dándole un vistazo con sus profundos ojos azules. Kensington era un tipo alto, fornido, de rasgos masculinos, realmente atractivo. El espécimen que volvía loca a las mujeres, que a su paso, capturaba la atención. Su cabello oscuro prolijo,
Al salir del baño, Aria avistó a la distancia a Maxwell solo. Para su sorpresa, él estaba bebiendo. Era inusual verlo así, ya que Maxwell rara vez consumía alcohol; siempre decía que le nublaba el juicio y lo hacía actuar de manera tonta.Se acercó con prontitud a él. —Maxwell, ¿estás bien? —inquirió Aria, tratando de ocultar su propio dolor.Él levantó la vista, y su expresión cambió al notar la angustia en el rostro de Aria.—Sí, solo necesito relajarme un poco —aseguró, su voz un poco más grave de lo habitual.—¿Dónde está el señor Collins? —Hace unos minutos se fue, le surgió un imprevisto. —Ya es tarde, deberíamos ir a descansar. Él continuó bebiendo mientras Aria lo miraba con desaprobación. —Maxwell, ¿qué crees que estás haciendo? —inquirió tratando de mantener la calma —. Deja de beber, te embriagarás. ¿Recuerdas la última vez que bebiste? Terminaste llorando como un crío por aquel gatito sin hogar, por favor detente. —Solo… esta vez—balbuceó él, intentando sonreír, pero
La mañana llegó y la torturó con su claridad, parpadeó varias veces encontrándose en la suite presidencial completamente sola, en una cama gigantesca, además de eso y lo más bochornoso, es que estaba desnuda. Se sentía expuesta incluso con las sábanas cubriendo su piel pálida, de inmediato se llevó ambas manos a la boca y abrió los ojos de par en par, recordando de súbito todo lo que pasó la noche anterior. Chilló al volver a ese escenario prohibido y desastroso, en el que ellos dos protagonizaron sin pudor. —¿Qué es lo que hice? —comenzó diciendo, todavía aturdida, es que no podía huir de la vergüenza que sentía en ese momento. Aria quería tomar el primer vuelo a Japón y no mirar atrás, eso era lo que cruzaba su mente en medio de la desesperación. Durante todos esos años, nunca pensó que terminaría acostándose con su jefe, más allá de eso, su amigo de años, alguien con quien nunca creyó que se enredaría; definitivamente había perdido la cabeza, como si no fuera suficiente el rec