Años atrás Julieta estaba en su habitación, absorta en el acto de acurrucar a su pequeño bebé recién nacido, Maxwell. Eran momentos de pura ternura; su pequeño era un niño precioso, su angelito, y cada vez que lo sostenía en sus brazos, sentía que el mundo se detenía. Con cada suave movimiento, Julieta se perdía más en su amor por él. Era su debilidad, su razón de ser, la persona por la que daría su vida y lo protegería de cualquier maldad que pudiera acecharlo. Mientras lo miraba dormido, le susurró en voz baja:—Siempre estaré contigo, sin importar lo que pase. Eres lo más hermoso que me ha pasado en la vida, y soy afortunada de tenerte.Sus palabras estaban llenas de amor hacia su pequeño hijito. Ella sabía que su papel como madre era un privilegio, y estaba decidida a ser la mejor para él.Lo que Julieta no sabía era que Máximo, estaba en el umbral de la puerta de la habitación, observándola. Desde su posición, podía ver la dulzura en el rostro de Julieta mientras acariciaba al
Alessandro no podía dormir esa noche. Era como si el insomnio se apoderara de su cuerpo y no lo dejara en paz. Intentó buscar la manera de conciliar el sueño tomando un poco de té, pero eso no funcionó. Su mente seguía girando en torno a la vida de su hija, y cada vez se sentía más preocupado.—Cariño, ¿por qué no estás en la cama? —preguntó Jasmine, mirándolo con curiosidad. Alessandro alzó la cabeza y conectó con sus ojos, tomando una profunda bocanada de aire.—No puedo conciliar el sueño. Lo intenté durante un largo rato en la cama y finalmente me preparé un té para ver si lo logro. Pero creo que tampoco surtirá efecto.Jasmine hizo una mueca y, lamentándolo, se acercó a él y lo abrazó por detrás, dejando un beso en su mejilla.—Todos estos días has podido dormir bien, pero ahora pareces demasiado preocupado. Por favor, dime qué es lo que está pasando y si puedo ayudarte.Él exhaló.—Nuestra hija merece ser feliz, pero tengo un terrible presentimiento de que al lado de Maxwell no
Estela terminó de hacer unas cosas en el trabajo y luego ingresó a la oficina de Noah. Él estaba completamente enfrascado en un caso importante, que lo tenía bastante estresado. Estela se acercó y rodeó el escritorio; sabía que tenía muchísimo trabajo por hacer, pero aún así tenía que darse un poco de tiempo para descansar. No quería verlo saturado.—¿Por qué no terminas eso después? Tengo entendido que todavía tienes dos meses. —Lo sé, pero es que es bastante complejo. Me gustan los retos, pero este es un verdadero desafío. También lo hago porque tengo algunos planes, después te diré. —También te irá bien, no te preocupes por eso. Sin embargo, hazme caso y vamos a comer algo por allí. ¿Te gustaría un postre italiano? Hay un famoso lugar por aquí que los vende —intentó convencerlo y él la miró con una sonrisa.—De verdad me gustaría ir, pero no puedo dejar esto de lado. Mientras más trabaje en esto, me sentiré menos estresado. Sin embargo, te prometo que podríamos hacer algo después
Durante el resto de la jornada laboral, Aria no pudo concentrarse como al principio; su mente giraba en torno a lo que Sebastián había insinuado sobre Maxwell. La inquietud se apoderó de ella, y finalmente tomó la drástica decisión de dejar el diseño para más tarde. Cuando el bullicio del día se desvaneció, recogió sus cosas con premura. Al salir, notó que Luna la miraba con una expresión de preocupación, como si hubiera querido decirle algo, pero Aria ya se había marchado, dejando a su amiga con una sensación de inquietud. En el camino hacia su auto, Aria recibió un mensaje de Sebastián, indicándole que quería encontrarse en un restaurante que solía estar bastante vacío. La idea de verlo de nuevo le provocó un nudo en el estómago. Condujo hacia la dirección indicada, sintiendo cómo sus nervios escalaban hasta lo más profundo de su ser. La ansiedad la invadía, cuestionándose si realmente era una buena idea reunirse con él. Por un lado, no podía ignorar las dudas que la acechaban so
Aria ya no fue la misma desde que supo esa verdad oculta. Durante todo el camino de regreso a casa, se sentía extraviada en sus propios pensamientos mientras trataba de entender cómo era posible que Maxwell no era realmente el hijo biológico de Abigail. Más allá de eso, se preguntaba intensamente qué había llevado a Máximo a ocultarlo por tanto tiempo, incluso continuaba con la mentira. Ella no sabía qué hacer en ese momento; se sentía atrapada en una profunda indecisión. Por un lado, quería hacer lo correcto, y por otro, deseaba no alborotar el avispero. En realidad, no sabía qué camino tomar.—¿Y si de pronto alguien más ya lo sabe? —se preguntó, confundida—. Tal vez lo sabe y se está haciendo el desentendido.Frustrada y llena de inseguridad, golpeó el volante de su auto y se detuvo de pronto, respetando la señalización del semáforo.Sentía su corazón ultrajado y su mente encarcelada por tantos pensamientos enredados al mismo tiempo.Ese día, recibió una llamada de parte de Elena
Se puso una cómoda pijama y se sentó en posición de indio sobre la cama, con la tablet entre sus piernas. A medida que la pantalla se iluminaba, volvió a sumergirse en sus pensamientos, cada vez más intranquilos.Así que Máximo realmente se había atrevido a contratar a alguien para vigilarla, y esa persona era nada menos que su exnovio, Sebastián. Aún no podía creerlo; eran demasiadas casualidades juntas. ¿Qué objetivo podía tener Máximo al vigilarla? Solo de pensar en lo que él podría ser capaz de hacer, un temblor recorrió su cuerpo. ¿Qué demonios estaba intentando conseguir con eso? La inquietud la invadía, y cada vez se sentía más intrigada por las razones que motivaban a Máximo a mantenerla bajo observación, como si hubiera cometido un crimen. Además, la mención de Sebastián sobre otra verdad oculta, que supuestamente era perturbadora, le enviaba un escalofrío desde los pies hasta la cabeza. La incertidumbre la mantenía en vilo; no sabía qué esperar y eso la atormentaba.Después
Cuando abrió los ojos por la mañana, lo primero que hizo fue palpar a su lado, pero estaba vacío. Suspiró hondo y se sentó sobre la cama; Maxwell ya se había ido. Hizo un puchero y luego se miró a sí misma, aferrando las sábanas a su cuerpo desnudo. La sonrisa apareció en su cara al recordar lo que hicieron, y entonces sintió el calor atrapando cada capa de su piel.Se alarmó demasiado cuando vio su reloj, que marcaba casi las 10 de la mañana. Abrió los ojos de par en par, sin poder dar crédito a la hora; ya era demasiado tarde. Maldijo en voz baja, poniéndose en marcha. Con razón el silencio envolvía la casa, puesto que solamente estaba ella allí.Aunque, después de tomar una ducha y vestirse, vio a Elena moviéndose en la cocina.—Buenos días, Elena —saludó.En ese momento, Aria pensó si Elena había visto salir a Maxwell de allí o no. Entonces se puso nerviosa.—Aria, espero que hayas tenido un buen descanso. No te desperté porque creí que estabas bastante agotada, lo siento.—Si lo
Máximo se sentó en su oficina, rodeado de un silencio inquietante que le otorgaba una extraña tranquilidad. Había tomado una decisión que cambiaría el rumbo de su vida y, sin duda, el de Aria. La certeza de que ella no podría revelar su secreto a Maxwell le otorgaba una paz que no había sentido en mucho tiempo. —Esto es lo mejor, —murmuró para sí mismo, mientras aparecía una maligna sonrisa en su cara. Había contratado a un sicario, un profesional que se encargaría de eliminar cualquier amenaza que Aria pudiera representar. La idea de que su plan estaba en marcha lo llenaba de una satisfacción oscura.Algo que no sabía cómo explicar. Sin embargo, estaba pidiéndole al cielo que todo saliera tal como lo planeó. Mientras tanto, Aria conducía con dirección a la compañía de Maxwell. Su mente estaba ocupada en pensamientos sobre su relación con él y como la vida se empeñaba en poner bolas curvas en su camino. Era como si el peligro siempre la estaba acechando. De repente, un enorme ca