Capítulo 02

Al salir del baño, Aria avistó a la distancia a Maxwell solo. Para su sorpresa, él estaba bebiendo. Era inusual verlo así, ya que Maxwell rara vez consumía alcohol; siempre decía que le nublaba el juicio y lo hacía actuar de manera tonta.

Se acercó con prontitud a él.

—Maxwell, ¿estás bien? —inquirió Aria, tratando de ocultar su propio dolor.

Él levantó la vista, y su expresión cambió al notar la angustia en el rostro de Aria.

—Sí, solo necesito relajarme un poco —aseguró, su voz un poco más grave de lo habitual.

—¿Dónde está el señor Collins?

—Hace unos minutos se fue, le surgió un imprevisto.

—Ya es tarde, deberíamos ir a descansar.

Él continuó bebiendo mientras Aria lo miraba con desaprobación.

—Maxwell, ¿qué crees que estás haciendo? —inquirió tratando de mantener la calma —. Deja de beber, te embriagarás. ¿Recuerdas la última vez que bebiste? Terminaste llorando como un crío por aquel gatito sin hogar, por favor detente.

—Solo… esta vez—balbuceó él, intentando sonreír, pero terminó haciendo un puchero.

El corazón de Aria en ese momento dio un salto, tratando de comprender como ese hombre adulto podría resultarle tierno en aquel estado.

—Tienes que dejar de beber a raudales, Maxwell. Vamos, levántate, vayamos a la habitación —insistió, tratando de ayudarlo a ponerse de pie.

Maxwell se tambaleó, y Aria tuvo que hacer un esfuerzo considerable para sostenerlo.

—Eres tan pesada ahora mismo, Aria —murmuró él, con una risa tonta que no le sentaba nada bien—. Siempre estás tan… tan… molesta. Déjame beber.

—Y tú siempre estás tan… tan idiota cuando bebes —se defendió, tirando de su brazo con más fuerza. —Vamos, no me hagas arrastrarte hasta la habitación.

Maxwell se rió de nuevo, pero luego su expresión cambió.

—¿Sabes? A veces me pregunto si estoy haciendo lo correcto... —soltó, mientras Aria lo guiaba hacia el ascensor.

—¿Haciendo lo correcto en qué sentido? —curioseó, sintiendo que la situación se tornaba más extraña a cada momento —. Yo creo que eres muy bueno en lo que haces, no tienes idea de lo orgullosa que me siento de todo lo que has logrado. ¿A qué te refieres, Max?

Max, así le decía cariñosamente.

—En querer… en querer a la persona equivocada —admitió, su voz un poco más baja —. No es para mí, no puede ser para mí.

Aria se detuvo en seco, no podía entender por qué repentinamente Maxwell se refería a eso. Él jamás se había interesado por una mujer, siempre estuvo enfocado en su trabajo, ahora confesaba estar interesado en alguien.

—Maxwell, deja de decir tonterias. No es el momento. Estás ebrio —recordó, aunque en su interior sentía una punzada de curiosidad.

—Eso no significa que no sé lo que siento —bufó, mirándola a los ojos. Aria en sus ojos azulados pudo ver un brillo intenso—. Siempre he sentido algo especial por ti, Aria.

En ese momento Aria sintió que su corazón latía con fuerza, que su órgano vital estaba amenazando con salir de su pecho, a duras penas pudo reprimir ese espiral de emociones dejándola aturdida.

—Maxwell, no es el momento para esto. Estás confundido, ¿de acuerdo?

Sin embargo, él se acercó un poco más, su aliento a alcohol y su perfume saturaron el espacio dentro del elevador y se apropiaban de su vulnerabilidad.

—No estoy confundido, estoy cansado de seguir las reglas, de ser correcto, de ocultar lo que siento —confesó dejándola atónita.

—Maxwell, no… —murmuró, pero su voz se apagó cuando él se inclinó hacia ella, casi como si fuera a besarla.

—Solo un beso, Aria. Solo uno —emitió, y por un momento, ella se dejó llevar por la intensidad de la situación.

En realidad se sentía atrapada, confundida por la reciente ruptura y el engaño, ahora con un ebrio que la invitaba a cruzar la línea.

¡Era impensable!

Pero las circunstancias cambiaron tanto paso a lo que no se imaginó en su vida. Aria cerró los ojos y, sin pensarlo más, se acercó a él. Sus labios se encontraron, y el beso apenas un roce de labios.

—Vayamos a la habitación—solicitó Maxwell, con la voz cargada de ansias —. Aria...

La susodicha se apartó sintiéndose confundida y alterada.

—No deberíamos hacer esto, Maxwell. Estás ebrio, y yo estoy… no estoy pensando con claridad. Ninguno de los dos tiene la cabeza fría en este momento.

—¿Acaso crees que es solo cosa de un ebrio? —soltó deslizando una tonta sonrisa y ella tomó una profunda bocanada de aire—. Quiero estar contigo, Aria. Quiero pasar esta noche contigo.

Ella lo miró a los ojos, sintiendo que en medio de aquel caos emocional, ellos estaban enlazados. Tragó duro.

Una vez dentro, Aria se sintió un poco perdida. La habitación era elegante y espaciosa como solía. Maxwell se acercó rodeando su espalda, ella sintió un escalofrío de los pies a la cabeza ante su contacto y casi toca el cielo al sentir sus cálidos labios sobre su cuello.

—Aria… —acariciaba su piel.

Ella no pudo resistirlo.

Pronto se lanzó a sus brazos y se dejó llevar por aquel beso ardiente. Se sentía como el oculto y reprimido anhelo, podía ser liberado. El continuó, sus manos encontrando la cintura de Aria y atrayéndola hacia él. Aria sentía que en cualquier momento caería inconsciente porque olvidó cómo podía respirar.

El oxígeno no era indispensable, solo ambos.

—Tenemos que parar, porque esto es una locura... —pronunció sin aliento mientras sus manos se enredaban en el cabello oscuro de Maxwell.

—Aria, eres mía, me perteneces —atacó, su aliento caliente rozó su piel.

Los enormes ojos ámbar de Aria se abrieron de par en par, y estuvo a punto de obedecerle a la poca cordura que le quedaba. No lo hizo.

Con un movimiento decidido, Maxwell tiró de ella, llevándola a la cama. Aria se dejó caer suavemente, sintiendo que todo lo demás desaparecía y quedaban ellos dos.

—Eres increíble —susurró Maxwell, admirandola —. Realmente hermosa.

Aria sonrió, perdida en sus ojos.

—No exageres, siempre he sido... —ella no pudo terminar la frase, porque Maxwell volvió a capturar sus labios, adueñandose de ella.

La sincronía en aquel momento entre ellos, la forma en la que él la miraba, todo la envolvía en una miríada de sensaciones.

Maxwell se separó un momento, su rostro apenas a centímetros del de ella.

—¿Estás segura de esto? —inquirió, su voz era grave y profunda.

—No te detengas.

Cómplice de aquel sentir mutuo, él fue dejando un rastro de besos ardientes que la hicieron estremecer. Ella cerró los ojos, dejando que él se encargara.

Pronto la ropa desapareció.

Y, la habitación fue testigo de lo que pasó. Eso que cambiaría sus vidas para siempre.

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