La mañana llegó y la torturó con su claridad, parpadeó varias veces encontrándose en la suite presidencial completamente sola, en una cama gigantesca, además de eso y lo más bochornoso, es que estaba desnuda. Se sentía expuesta incluso con las sábanas cubriendo su piel pálida, de inmediato se llevó ambas manos a la boca y abrió los ojos de par en par, recordando de súbito todo lo que pasó la noche anterior. Chilló al volver a ese escenario prohibido y desastroso, en el que ellos dos protagonizaron sin pudor. —¿Qué es lo que hice? —comenzó diciendo, todavía aturdida, es que no podía huir de la vergüenza que sentía en ese momento. Aria quería tomar el primer vuelo a Japón y no mirar atrás, eso era lo que cruzaba su mente en medio de la desesperación. Durante todos esos años, nunca pensó que terminaría acostándose con su jefe, más allá de eso, su amigo de años, alguien con quien nunca creyó que se enredaría; definitivamente había perdido la cabeza, como si no fuera suficiente el rec
Él, ni siquiera había tenido el valor de decirle la verdad todos esos años, pero ahora no podía seguir ocultando lo que sentía. Ella, sentada a un extremo del sofá lo miraba a la expectativa, no quería que se andara por las ramas, tampoco quería que fuera el grano, en realidad no deseaba que hablaran de lo que pasó. —Max, ¿no crees qué es innecesario conversar de lo que pasó? De hecho no quiero hablar de eso, dejémoslo así. Él negó con la cabeza. —Me gustas tanto que cada vez que te veo, siento que mi corazón está a punto de estallar. Puede sonar a cursilería, especialmente viniendo de mí, pero no puedo evitarlo. Desde que regresé, esa emoción ha resurgido con una fuerza que me sorprende, y no logro desprenderme de lo que siento por ti —comenzó a decir, dejando a ella cada vez más perpleja y sin palabras.—¿Por qué me dices esto? Es decir...—Aria, ni siquiera pensaba decirte esto, me prometí a mí mismo respetar tus decisiones y tu relación con Sebastián, pero ese maldito infeliz h
Dos meses después...Al fin sus dedos abandonaron el teclado, se dejó caer sobre la silla. Ese día se sentía más cansada de lo habitual, era como si sus extremidades estaban entregadas por completo a la debilidad constante y no podía controlarlo. Durante el almuerzo, mientras intentaba comer algo ligero, una sensación extraña comenzó a invadir su estómago. Las náuseas la sorprendieron y, sin pensarlo dos veces, se levantó de la mesa y se dirigió rápidamente al baño.Una vez dentro, se apresuró a entrar en un cubículo, cerrando la puerta detrás de ella con un leve golpe. Se apoyó contra la pared fría, intentando calmarse mientras la sensación desagradable continuaba arremetiendo. Aria respiró hondo, tratando de controlar su respiración. Se sentó en el inodoro, cerrando los ojos y concentrándose en hacer que las náuseas desaparecieran. Pasaron varios minutos, y el tiempo se alargó mientras se sentía atrapada entre la desagradable sensación. Se tomó un momento más para asegurarse de q
Cuando llegó, la puerta estaba entreabierta, y al entrar, su cuerpo entero estaba temblando debido a la situación. Al instante, sus ojos se fijaron en Maxwell, que estaba apoyado contra la pared de su sofisticada sala de estar. Su rostro estaba pálido y sudoroso, y cada respiración que intentaba tomar era un esfuerzo evidente. La angustia en su mirada era palpable; sus labios se habían tornado de un color azulado y sus manos temblaban mientras luchaba por obtener aire.Aria sintió que el pánico comenzaba a apoderarse de ella, pero sabía que necesitaba actuar. Se acercó rápidamente a él, recordando lo que había aprendido sobre cómo ayudar a alguien en un ataque de asma. Y es que, sabiendo que Maxwell solía padecer de asma, se informó sobre el asunto. De alguna manera, verlo así le recordó a aquel día, cuando lo vio por primera vez y Maxwell tan solo era un jovencito, en aquel entonces la madre de Aria, enfermera, le salvó la vida. —Maxwell, ¿puedes escucharme? —dijo, tratando de ma
—Debo irme a casa. Es lo único que pudo decir, apresurada y desapareció de su vista en un santiamén, mientras tanto Maxwell se quedó allí en pies, intentando controlar su alterada respiración, rebobinando en el tiempo, en lo que sentía por ella y en la idea de que en pocas semanas estaría desposando a una mujer que no amaba. —Aria... —susurró a solas y se dejó caer en el sofá. Ella dentro del elevador pudo recuperar el aliento y se llevó una mano a su pecho sintiendo como su corazón estaba agitado, de pronto sus labios temblaron y comenzó a llorar cubriéndose la cara, lloraba por la situación tan enredada en la que se encontraba; era una maraña de pensamientos en su mente, resultaba ser un extravío inminente. Deseaba poder decirle a Maxwell la verdad, pero si lo hacía, probablemente arruinaría la alianza, y no quería ser la razón de estropear algo que ya estaba decidido. Aria continuaba llorando en el ascensor, sintiendo cómo las lágrimas caían sin parar mientras revivía la inten
Maxwell miró la hora en su reloj y resopló, no podía creer que ella se había atrevido a faltar al trabajo sin avisar, incluso si hubiera avisado que no podría ir, se habría enfadado con ella por su incumplimiento.Más tarde, decidió llamarla a su teléfono pero no le contestó, luego ya no lo intentó más porque en su oficina un tercero apareció sin previo aviso. —Charlotte, ¿qué estás haciendo aquí? La pelirroja lo perforó con sus enormes ojos azules y él bufó. —¿Así tratas a tu prometida? Maxwell, no necesito una razón para venir a verte, sin embargo te echaba de menos —agregó en un tono más cariñoso y se acercó a él mientras rodeaba el escritorio y le daba un beso en la mejilla.Él se incómodo por su acto. —¿No ves que estoy trabajando? —Lo sé. Ella se sentó al frente. —¿Lo sabes? —deslizó una sonrisa sarcástica. —Sí, pero también deberías saber que soy tu prometida y en tu lista de prioridades también debes estar al corriente de que soy más relevante que tu trabajo. —¿Quién
Una vez en su departamento, Aria se dio una ducha rápida, tratando de despejar su mente, pero la impresión seguía atormentándola. Finalmente, cuando se sentó al borde de su cama, el peso de la situación la abrumó y rompió en llanto. Se sentía tan desafortunada, como si la vida le diera la espalda en el momento más crucial. Una inmensa bola curva la aplastaba, y en medio de su desesperación, comenzó a cuestionarse.—¿Cómo voy a enfrentar esto? —se preguntó, sintiendo que la ansiedad la consumía. Cada lágrima que caía era un recordatorio de la carga que llevaba—. ¿Qué mal hice para merecer algo así?Era demasiado injusto vivir aquella situación. La confusión y el miedo la rodeaban, como sombras que no la dejaban en paz. Aria anhelaba un desenlace, deseaba entender por qué todo estaba sucediendo y cómo podría salir adelante.Ni siquiera podía decirle a Maxwell. Ni a sus padres. Cuando la noche llegó ni siquiera se preocupó en comer algo, no tenía apetito. Por su parte, Maxwell sostení
Otro día en la oficina llegó.—Aria, siéntate. Necesitamos hablar sobre tu desempeño últimamente. —Maxwell cruzó los brazos, mirándola con decepción —. No puedo ignorar que ayer nunca llegaste a trabajar. Ni siquiera avisaste. —Lo siento, Maxwell. He estado lidiando con algunas cosas personales, pero estoy aquí ahora y haré mi trabajo, lo prometo. —Eso no es una excusa. —Su tono se volvió más severo—. Todos estamos lidiando con problemas personales, pero eso no significa que puedas dejar de lado tus responsabilidades. Ella no comprendía la razón por la que él estaba siendo demasiado duro con ella. De hecho era un completo idiota. —Entiendo, pero he estado intentando manejarlo lo mejor que puedo."Estoy embarazada de trillizos, no sé qué hacer, serán tus hijos pero no puedo decirte porque te vas a casar con alguien más, y de seguro tus padres estarán decepcionados de ti". Pensó con dolor. —No parece que lo estés haciendo. —Maxwell se inclinó hacia adelante, su mirada fija en ella