Capítulo 04

Él, ni siquiera había tenido el valor de decirle la verdad todos esos años, pero ahora no podía seguir ocultando lo que sentía. Ella, sentada a un extremo del sofá lo miraba a la expectativa, no quería que se andara por las ramas, tampoco quería que fuera el grano, en realidad no deseaba que hablaran de lo que pasó.

—Max, ¿no crees qué es innecesario conversar de lo que pasó? De hecho no quiero hablar de eso, dejémoslo así.

Él negó con la cabeza.

—Me gustas tanto que cada vez que te veo, siento que mi corazón está a punto de estallar. Puede sonar a cursilería, especialmente viniendo de mí, pero no puedo evitarlo. Desde que regresé, esa emoción ha resurgido con una fuerza que me sorprende, y no logro desprenderme de lo que siento por ti —comenzó a decir, dejando a ella cada vez más perpleja y sin palabras.

—¿Por qué me dices esto? Es decir...

—Aria, ni siquiera pensaba decirte esto, me prometí a mí mismo respetar tus decisiones y tu relación con Sebastián, pero ese maldito infeliz ha sido un imbécil contigo, ya no estás atada de él y ese es el lado positivo de la situación, realmente nunca fue alguien que me gustara para ti —agregó haciendo una mueca.

—¿Por qué ahora? Maxwell, solo podemos ser amigos, no esperes más de mí. ¿Acaso piensas que todo será igual que antes? —inquirió, frustrada —. Nosotros hemos sido amigos por años, soy tu secretaria. Nuestros padres son cercanos, ¿cómo puedes pensar que nosotros...

Maxwell se aclaró la garganta.

—¿Hay algo que nos impida estar juntos? todo lo que has mencionado no es un impedimento alguno, incluso es favorecedor que nuestros padres sean cercanos.

Ella se levantó y se cruzó de brazos.

—¿No estás escuchando? No siento amor por ti, no amor romántico, Max. ¿Podrías dejar de hablar de una relación entre nosotros? Por favor, no arruines nuestra amistad —emitió afectada.

A lo que él se levantó y aproximándose una sonrisa desganada atravesó sus labios.

—¿Arruinar algo que no puede existir? Los amigos no se enredan, nosotros lo hicimos, ¿por qué deberíamos seguir llamándole a esto "amistad"? —soltó impotente, con el enojo apoderándose de su ser —. ¿Por qué no podríamos intentarlo? No te pido que sea ahora, sino después.

—No será ahora, tampoco en el futuro —pronunció mirándolo a sus ojos, sin vacilar —. Maxwell, detente, por favor.

Kensington se apretó el tabique de la nariz con frustración y finalmente giró la cabeza a ella, asintiendo.

—Tienes razón, no debería arrastrarte a algo que no quieres, ha sido un error confesarte lo que siento, peor aún acostarme contigo. Pero nada puede ser como antes y no puedo olvidar lo de anoche, Aria.

Él le acunó el rostro, ella temblaba de los nervios.

—Sé que podrás encontrar a alguien que sí te corresponda, además tú y yo ni siquiera somos del mismo mundo, alguien a tu altura y posición social llegará a tu vida, entonces sabrás que esto es solo una confusión momentánea —mientras le decía estas palabras, ella misma sentía que le estaba mintiendo en sus narices, que se mentía a sí misma y además deseaba algo que en realidad no quería que pasara.

Sin embargo, todavía no lo sabía.

Cuando intentó abrazarlo, él se lo permitió, entonces Aria aspiró su perfume, aún confusa con la explosión de emociones y aleteos en su estómago. Mientras que, Maxwell, se sentía perdido, impotente y molesto consigo mismo.

Ella suspiró al sentir su delicado beso en su coronilla. Incluso ante el rechazo, Maxwell no dejaba de ser dulce con ella. Aunque temía que su sentencia se cumpliría y nada sería como antes.

"...nada puede ser como antes y no puedo olvidar lo de anoche, Aria".

Bufó.

***

Y, tal como había dicho, ocurrió. Maxwell se volvió hermético y distante con ella. Los días en la compañía, eran una tortura, él estaba más desafiante, exigente y de mal humor.

Así que, esa mañana, cuando volvía a ser lunes, se sintió ofuscada por la idea de volver a trabajar.

Aria comenzó a revisar su armario. Sabía que incluso sintiéndose desanimada, tenía que cuidar de su apariencia.

Optó por una blusa de seda color azul, pero al probársela, sintió que no era lo suficientemente formal. Luego, se le ocurrió una falda lápiz negra que siempre le había encantado, pero al combinarla con la blusa, no lograba sentirse completamente satisfecha.

Después de varios intentos, finalmente se decidió por una elegante blusa blanca que resaltaba su figura y una chaqueta entallada que le daba un aire profesional. Y por último, se puso unos stilettos blancos.

Al verse en el espejo, Aria sintió una oleada de inseguridad. Aunque la ropa le quedaba bien, no podía evitar dudar de sí misma. A pesar de su inseguridad, se recordó que era capaz y que había trabajado duro para estar allí. Con un profundo suspiro, Aria se recompuso y se puso en marcha.

La morena Emily, la saludó desde la recepción, Aria se forzó a devolver el gesto, a pesar de sentirse llena de inquietud.

Una vez en el elevador que llevaba directo al piso presidencial, tomó una bocanada de aire.

—Allá vamos —susurró pensando en lo difícil que sería ese día. Antes de que las puertas se cerraran, Maxwell ingresó y ella parpadeó confusa sobre él.

—¿Qué? ¿Te sorprende que no esté en me oficina? —cuestionó viéndola a través de las puertas espejadas, con las manos en los bolsillos en un gesto despectivo, rozando el desparpajo. Entonces miró su rolex y la volvió a ver —. Me gusta ser puntual, hoy el tráfico ha sido insoportable, sin embargo aún faltan diez minutos para comenzar la jornada.

—No he dicho nada —comentó pausada, abrazada a sus cosas —. Es decir, no te estoy pidiendo explicaciones.

—¿Así le hablas a tu jefe? —cuestionó sin bromear, ella respiró hondo.

—Porque eres mi Jefe, no deberías contarme o darme este tipo de explicaciones —señaló.

Él iba a decir algo, pero las puertas del ascensor se abrieron. Y, Aria se apresuró en avanzar hacia su lugar de trabajo y silenciosa se sentó allí.

Maxwell entró a su oficina y se puso a revisar su itinerario, que previamente le había enviado Aria. Mientras leía lo que tenía que cumplir ese día, su mente se desviaba hacia la el retrato de ella; su mirada, sus labios, su tono de voz o la forma en la que sonreía.

El CEO se dejó caer sobre sus silla giratoria, y clavando los ojos en el techo se resignó a estar atrapado en un enamoramiento no correspondido, encarcelado en una emoción que no parecía pertenecerle, aunque tampoco tenía intenciones de arrojarlo a un tacho de basura.

De pronto sus pensamientos se vieron interrumpidos por la llamada telefónica de su padre. El señor Máximo tenía algo que decirle.

—Padre, ¿qué ocurre?

—¿Que estás esperando?

—¿De qué hablas?

—Charlotte Williams, la hija de unos colegas, está interesa en una alianza, aunque presumo que le interesas también. Y, sus padres están encantados con la idea de que te cases con ella.

—¿Por qué aceptaría? La compañía está bien sin una alianza, padre, no me casaré.

—Ya tienes treinta años, acepta el matrimonio si quieres continuar en la presidencia.

—Padre, no puedo creerlo, ahora me estás condicionando. ¿No ha sido suficiente todo mi trabajo y esfuerzo aportado en la compañía?

—Al contrario, estoy orgulloso de ti y también quiero verte formar una familia, además siempre hay que ir por más —agregó dejándolo aturdido.

—No puedo casarme.

Y, colgó la llamada.

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