Él, ni siquiera había tenido el valor de decirle la verdad todos esos años, pero ahora no podía seguir ocultando lo que sentía. Ella, sentada a un extremo del sofá lo miraba a la expectativa, no quería que se andara por las ramas, tampoco quería que fuera el grano, en realidad no deseaba que hablaran de lo que pasó.
—Max, ¿no crees qué es innecesario conversar de lo que pasó? De hecho no quiero hablar de eso, dejémoslo así. Él negó con la cabeza. —Me gustas tanto que cada vez que te veo, siento que mi corazón está a punto de estallar. Puede sonar a cursilería, especialmente viniendo de mí, pero no puedo evitarlo. Desde que regresé, esa emoción ha resurgido con una fuerza que me sorprende, y no logro desprenderme de lo que siento por ti —comenzó a decir, dejando a ella cada vez más perpleja y sin palabras. —¿Por qué me dices esto? Es decir... —Aria, ni siquiera pensaba decirte esto, me prometí a mí mismo respetar tus decisiones y tu relación con Sebastián, pero ese maldito infeliz ha sido un imbécil contigo, ya no estás atada de él y ese es el lado positivo de la situación, realmente nunca fue alguien que me gustara para ti —agregó haciendo una mueca. —¿Por qué ahora? Maxwell, solo podemos ser amigos, no esperes más de mí. ¿Acaso piensas que todo será igual que antes? —inquirió, frustrada —. Nosotros hemos sido amigos por años, soy tu secretaria. Nuestros padres son cercanos, ¿cómo puedes pensar que nosotros... Maxwell se aclaró la garganta. —¿Hay algo que nos impida estar juntos? todo lo que has mencionado no es un impedimento alguno, incluso es favorecedor que nuestros padres sean cercanos. Ella se levantó y se cruzó de brazos. —¿No estás escuchando? No siento amor por ti, no amor romántico, Max. ¿Podrías dejar de hablar de una relación entre nosotros? Por favor, no arruines nuestra amistad —emitió afectada. A lo que él se levantó y aproximándose una sonrisa desganada atravesó sus labios. —¿Arruinar algo que no puede existir? Los amigos no se enredan, nosotros lo hicimos, ¿por qué deberíamos seguir llamándole a esto "amistad"? —soltó impotente, con el enojo apoderándose de su ser —. ¿Por qué no podríamos intentarlo? No te pido que sea ahora, sino después. —No será ahora, tampoco en el futuro —pronunció mirándolo a sus ojos, sin vacilar —. Maxwell, detente, por favor. Kensington se apretó el tabique de la nariz con frustración y finalmente giró la cabeza a ella, asintiendo. —Tienes razón, no debería arrastrarte a algo que no quieres, ha sido un error confesarte lo que siento, peor aún acostarme contigo. Pero nada puede ser como antes y no puedo olvidar lo de anoche, Aria. Él le acunó el rostro, ella temblaba de los nervios. —Sé que podrás encontrar a alguien que sí te corresponda, además tú y yo ni siquiera somos del mismo mundo, alguien a tu altura y posición social llegará a tu vida, entonces sabrás que esto es solo una confusión momentánea —mientras le decía estas palabras, ella misma sentía que le estaba mintiendo en sus narices, que se mentía a sí misma y además deseaba algo que en realidad no quería que pasara. Sin embargo, todavía no lo sabía. Cuando intentó abrazarlo, él se lo permitió, entonces Aria aspiró su perfume, aún confusa con la explosión de emociones y aleteos en su estómago. Mientras que, Maxwell, se sentía perdido, impotente y molesto consigo mismo. Ella suspiró al sentir su delicado beso en su coronilla. Incluso ante el rechazo, Maxwell no dejaba de ser dulce con ella. Aunque temía que su sentencia se cumpliría y nada sería como antes. "...nada puede ser como antes y no puedo olvidar lo de anoche, Aria". Bufó. *** Y, tal como había dicho, ocurrió. Maxwell se volvió hermético y distante con ella. Los días en la compañía, eran una tortura, él estaba más desafiante, exigente y de mal humor. Así que, esa mañana, cuando volvía a ser lunes, se sintió ofuscada por la idea de volver a trabajar. Aria comenzó a revisar su armario. Sabía que incluso sintiéndose desanimada, tenía que cuidar de su apariencia. Optó por una blusa de seda color azul, pero al probársela, sintió que no era lo suficientemente formal. Luego, se le ocurrió una falda lápiz negra que siempre le había encantado, pero al combinarla con la blusa, no lograba sentirse completamente satisfecha. Después de varios intentos, finalmente se decidió por una elegante blusa blanca que resaltaba su figura y una chaqueta entallada que le daba un aire profesional. Y por último, se puso unos stilettos blancos. Al verse en el espejo, Aria sintió una oleada de inseguridad. Aunque la ropa le quedaba bien, no podía evitar dudar de sí misma. A pesar de su inseguridad, se recordó que era capaz y que había trabajado duro para estar allí. Con un profundo suspiro, Aria se recompuso y se puso en marcha. La morena Emily, la saludó desde la recepción, Aria se forzó a devolver el gesto, a pesar de sentirse llena de inquietud. Una vez en el elevador que llevaba directo al piso presidencial, tomó una bocanada de aire. —Allá vamos —susurró pensando en lo difícil que sería ese día. Antes de que las puertas se cerraran, Maxwell ingresó y ella parpadeó confusa sobre él. —¿Qué? ¿Te sorprende que no esté en me oficina? —cuestionó viéndola a través de las puertas espejadas, con las manos en los bolsillos en un gesto despectivo, rozando el desparpajo. Entonces miró su rolex y la volvió a ver —. Me gusta ser puntual, hoy el tráfico ha sido insoportable, sin embargo aún faltan diez minutos para comenzar la jornada. —No he dicho nada —comentó pausada, abrazada a sus cosas —. Es decir, no te estoy pidiendo explicaciones. —¿Así le hablas a tu jefe? —cuestionó sin bromear, ella respiró hondo. —Porque eres mi Jefe, no deberías contarme o darme este tipo de explicaciones —señaló. Él iba a decir algo, pero las puertas del ascensor se abrieron. Y, Aria se apresuró en avanzar hacia su lugar de trabajo y silenciosa se sentó allí. Maxwell entró a su oficina y se puso a revisar su itinerario, que previamente le había enviado Aria. Mientras leía lo que tenía que cumplir ese día, su mente se desviaba hacia la el retrato de ella; su mirada, sus labios, su tono de voz o la forma en la que sonreía. El CEO se dejó caer sobre sus silla giratoria, y clavando los ojos en el techo se resignó a estar atrapado en un enamoramiento no correspondido, encarcelado en una emoción que no parecía pertenecerle, aunque tampoco tenía intenciones de arrojarlo a un tacho de basura. De pronto sus pensamientos se vieron interrumpidos por la llamada telefónica de su padre. El señor Máximo tenía algo que decirle. —Padre, ¿qué ocurre? —¿Que estás esperando? —¿De qué hablas? —Charlotte Williams, la hija de unos colegas, está interesa en una alianza, aunque presumo que le interesas también. Y, sus padres están encantados con la idea de que te cases con ella. —¿Por qué aceptaría? La compañía está bien sin una alianza, padre, no me casaré. —Ya tienes treinta años, acepta el matrimonio si quieres continuar en la presidencia. —Padre, no puedo creerlo, ahora me estás condicionando. ¿No ha sido suficiente todo mi trabajo y esfuerzo aportado en la compañía? —Al contrario, estoy orgulloso de ti y también quiero verte formar una familia, además siempre hay que ir por más —agregó dejándolo aturdido. —No puedo casarme. Y, colgó la llamada.Dos meses después...Al fin sus dedos abandonaron el teclado, se dejó caer sobre la silla. Ese día se sentía más cansada de lo habitual, era como si sus extremidades estaban entregadas por completo a la debilidad constante y no podía controlarlo. Durante el almuerzo, mientras intentaba comer algo ligero, una sensación extraña comenzó a invadir su estómago. Las náuseas la sorprendieron y, sin pensarlo dos veces, se levantó de la mesa y se dirigió rápidamente al baño.Una vez dentro, se apresuró a entrar en un cubículo, cerrando la puerta detrás de ella con un leve golpe. Se apoyó contra la pared fría, intentando calmarse mientras la sensación desagradable continuaba arremetiendo. Aria respiró hondo, tratando de controlar su respiración. Se sentó en el inodoro, cerrando los ojos y concentrándose en hacer que las náuseas desaparecieran. Pasaron varios minutos, y el tiempo se alargó mientras se sentía atrapada entre la desagradable sensación. Se tomó un momento más para asegurarse de q
Cuando llegó, la puerta estaba entreabierta, y al entrar, su cuerpo entero estaba temblando debido a la situación. Al instante, sus ojos se fijaron en Maxwell, que estaba apoyado contra la pared de su sofisticada sala de estar. Su rostro estaba pálido y sudoroso, y cada respiración que intentaba tomar era un esfuerzo evidente. La angustia en su mirada era palpable; sus labios se habían tornado de un color azulado y sus manos temblaban mientras luchaba por obtener aire.Aria sintió que el pánico comenzaba a apoderarse de ella, pero sabía que necesitaba actuar. Se acercó rápidamente a él, recordando lo que había aprendido sobre cómo ayudar a alguien en un ataque de asma. Y es que, sabiendo que Maxwell solía padecer de asma, se informó sobre el asunto. De alguna manera, verlo así le recordó a aquel día, cuando lo vio por primera vez y Maxwell tan solo era un jovencito, en aquel entonces la madre de Aria, enfermera, le salvó la vida. —Maxwell, ¿puedes escucharme? —dijo, tratando de ma
—Debo irme a casa. Es lo único que pudo decir, apresurada y desapareció de su vista en un santiamén, mientras tanto Maxwell se quedó allí en pies, intentando controlar su alterada respiración, rebobinando en el tiempo, en lo que sentía por ella y en la idea de que en pocas semanas estaría desposando a una mujer que no amaba. —Aria... —susurró a solas y se dejó caer en el sofá. Ella dentro del elevador pudo recuperar el aliento y se llevó una mano a su pecho sintiendo como su corazón estaba agitado, de pronto sus labios temblaron y comenzó a llorar cubriéndose la cara, lloraba por la situación tan enredada en la que se encontraba; era una maraña de pensamientos en su mente, resultaba ser un extravío inminente. Deseaba poder decirle a Maxwell la verdad, pero si lo hacía, probablemente arruinaría la alianza, y no quería ser la razón de estropear algo que ya estaba decidido. Aria continuaba llorando en el ascensor, sintiendo cómo las lágrimas caían sin parar mientras revivía la inten
Maxwell miró la hora en su reloj y resopló, no podía creer que ella se había atrevido a faltar al trabajo sin avisar, incluso si hubiera avisado que no podría ir, se habría enfadado con ella por su incumplimiento.Más tarde, decidió llamarla a su teléfono pero no le contestó, luego ya no lo intentó más porque en su oficina un tercero apareció sin previo aviso. —Charlotte, ¿qué estás haciendo aquí? La pelirroja lo perforó con sus enormes ojos azules y él bufó. —¿Así tratas a tu prometida? Maxwell, no necesito una razón para venir a verte, sin embargo te echaba de menos —agregó en un tono más cariñoso y se acercó a él mientras rodeaba el escritorio y le daba un beso en la mejilla.Él se incómodo por su acto. —¿No ves que estoy trabajando? —Lo sé. Ella se sentó al frente. —¿Lo sabes? —deslizó una sonrisa sarcástica. —Sí, pero también deberías saber que soy tu prometida y en tu lista de prioridades también debes estar al corriente de que soy más relevante que tu trabajo. —¿Quién
Una vez en su departamento, Aria se dio una ducha rápida, tratando de despejar su mente, pero la impresión seguía atormentándola. Finalmente, cuando se sentó al borde de su cama, el peso de la situación la abrumó y rompió en llanto. Se sentía tan desafortunada, como si la vida le diera la espalda en el momento más crucial. Una inmensa bola curva la aplastaba, y en medio de su desesperación, comenzó a cuestionarse.—¿Cómo voy a enfrentar esto? —se preguntó, sintiendo que la ansiedad la consumía. Cada lágrima que caía era un recordatorio de la carga que llevaba—. ¿Qué mal hice para merecer algo así?Era demasiado injusto vivir aquella situación. La confusión y el miedo la rodeaban, como sombras que no la dejaban en paz. Aria anhelaba un desenlace, deseaba entender por qué todo estaba sucediendo y cómo podría salir adelante.Ni siquiera podía decirle a Maxwell. Ni a sus padres. Cuando la noche llegó ni siquiera se preocupó en comer algo, no tenía apetito. Por su parte, Maxwell sostení
Otro día en la oficina llegó.—Aria, siéntate. Necesitamos hablar sobre tu desempeño últimamente. —Maxwell cruzó los brazos, mirándola con decepción —. No puedo ignorar que ayer nunca llegaste a trabajar. Ni siquiera avisaste. —Lo siento, Maxwell. He estado lidiando con algunas cosas personales, pero estoy aquí ahora y haré mi trabajo, lo prometo. —Eso no es una excusa. —Su tono se volvió más severo—. Todos estamos lidiando con problemas personales, pero eso no significa que puedas dejar de lado tus responsabilidades. Ella no comprendía la razón por la que él estaba siendo demasiado duro con ella. De hecho era un completo idiota. —Entiendo, pero he estado intentando manejarlo lo mejor que puedo."Estoy embarazada de trillizos, no sé qué hacer, serán tus hijos pero no puedo decirte porque te vas a casar con alguien más, y de seguro tus padres estarán decepcionados de ti". Pensó con dolor. —No parece que lo estés haciendo. —Maxwell se inclinó hacia adelante, su mirada fija en ella
Aria volvió a su puesto de trabajo, pero nada era igual. Se sentía incómoda cerca de él. Cada vez que veía a Maxwell, un escalofrío de inquietud le recorría la espalda. Él entró a su oficina con el semblante serio, con los ojos profundos como un mar tempestuoso en el que Aria temía naufragar. Ella lo miró pasar, sintiendo emociones conflictivas en su interior; pero decidió concentrarse en su trabajo, aferrándose a la rutina como un escape. Sin embargo, la culpa comenzó a enredarse en su mente, la acusaba por lo que hizo hace un momento. ¿Cómo había podido reaccionar así? Se sintió desbordada por la rabia y la tristeza, y un suspiro profundo escapó de sus labios. En ese momento, recordó el ungüento que llevaba en su bolsa, un pequeño frasco que había comprado por si acaso. Con una resolución temblorosa, se levantó y se dirigió a la oficina de Maxwell.Al entrar, era casi palpable el enojo de Kensington. Maxwell la miró con seriedad, su expresión implacable y su mirada intensa hacían q
Cuando la jornada terminó, tomó su bolsa y salió con prontitud. Tan pronto el viento frío de la noche golpeó su rostro, su teléfono sonó. Abigail había citado a Aria en un lugar sofisticado. El lugar era tan refinado, tanto como la madre de Maxwell, quién la esperaba, su postura erguida y su mirada penetrante delataban lo estricta que era, más allá de su amabilidad. —Aria, estás aquí, agradezco que hayas venido —comenzó Abigail, dándole un beso en la mejilla —. Hay algo importante que necesito discutir contigo.Aria asintió, sintiendo un nudo en el estómago. —Por supuesto. —¿Quieres algo? —No, estoy bien, se lo agradezco. —De acuerdo, entonces empezaré, iré directo al grano, como ya sabes Maxwell debe casarse con Charlotte Williams —declaró Abigail sin rodeos—. Es una decisión que beneficiará a ambas familias. Los Williams tienen una posición social impecable, y Charlotte es la candidata perfecta para ser la esposa de mi hijo.El corazón de Aria se contrajo, pero mantuvo su rost