Capítulo 05

Dos meses después...

Al fin sus dedos abandonaron el teclado, se dejó caer sobre la silla. Ese día se sentía más cansada de lo habitual, era como si sus extremidades estaban entregadas por completo a la debilidad constante y no podía controlarlo.

Durante el almuerzo, mientras intentaba comer algo ligero, una sensación extraña comenzó a invadir su estómago. Las náuseas la sorprendieron y, sin pensarlo dos veces, se levantó de la mesa y se dirigió rápidamente al baño.

Una vez dentro, se apresuró a entrar en un cubículo, cerrando la puerta detrás de ella con un leve golpe. Se apoyó contra la pared fría, intentando calmarse mientras la sensación desagradable continuaba arremetiendo.

Aria respiró hondo, tratando de controlar su respiración. Se sentó en el inodoro, cerrando los ojos y concentrándose en hacer que las náuseas desaparecieran. Pasaron varios minutos, y el tiempo se alargó mientras se sentía atrapada entre la desagradable sensación.

Se tomó un momento más para asegurarse de que estaba lista para salir antes de levantarse y lavarse las manos. Mirándose en el espejo, notó lo pálida que estaba, pero al menos se sentía un poco más aliviada.

—¿Qué está pasando conmigo?

No tenía idea, aunque tenía el ligero presentimiento de que sí. Haciendo cuentas mentales llegó a la conclusión de que tal vez la pesadilla se volvería realidad.

Al salir se topó con Emily. Ella frunció el ceño al verla andando con dificultad y viendo que estaba pálida como una hoja de papel.

—¿Te encuentras bien? No pareces estarlo —se acercó tomándola por el brazo.

—Solo necesito volver a mi lugar y tomarme un descanso.

—¿Segura?

—Sí —forzó una sonrisa, pero solo deslizó una mueca en el intento.

Poco tiempo después, estaba de regreso en su lugar y Maxwell pasó por allí con el teléfono en la oreja.

Se volvió a ella.

—¿Has redactado la carta que te pedí?

—Sí, lo hice.

—De acuerdo.

Y, entró a su oficina. La interacción entre ellos era cada vez más corta, limitada al trabajo, y definitivamente ella extrañaba aquellos días en los que después del trabajo iban a algún lugar y solo se olvidaban de lo laboral, pero ahora esos días no existían. Su amistad se había ido por un caño, las cosas se complicaron después de aquella noche.

En la tarde, ella entró para dejarle un folio en su escritorio. Pero Maxwell ni siquiera le respondió.

—¿Continuarás tratándome de esta manera? Ahora ni siquiera me miras a la cara. Eres un imbécil —añadió y solo ahora Kensington dejó de lado lo que hacía.

—¿Cómo me has llamado?

Ella quiso soltar una carcajada.

—Imbécil, imbécil ¡Eres un imbécil! —explotó —. Todo este tiempo me has tratado como a cualquiera de los empleados, estás tan diferente conmigo...   No entiendo que hice mal, no te comprendo, Maxwell.

—¿Estás consciente de lo que haces? —soltó acercándose y ella retrocedió, terminó detenida por él —. ¿Por qué elevas la voz, eh? Supongo que te olvidas de que soy tu jefe.

—¡Al diablo con eso! Maxwell, si te resulta terrible que no te haya aceptado...

—Me casaré, ¿por qué debería importarme eso? Si tomé distancias, es porque resultará extremadamente incómodo salir contigo a algún lado, cuando ya estoy en una relación.

En ese momento, Aria sintió una estocada. Pero, ¿por qué le dolía el corazón?

—¿Te casarás? —estaba atónita.

—Entonces, ¿sería correcto que sea como antes, estando a punto de casarme?

Aria aún procesando la noticia, negó.

—Max, ¿por qué no me lo habías dicho?

—No te concierne los asuntos personales de tu jefe. 

Ella aborreció sus palabras sabiendo que lo estaba haciendo a modo de venganza. Pero, ¿una boda así de la nada? Además, ella no lo había visto nunca con una mujer.

—No tienes que hablarme así.

De pronto se formó un nudo en su garganta, no tenía idea de por qué estaba tan sensible y emocional que cualquier palabra dura haría que rompiera en llanto.

—¿Y, como quieres que te hable, eh? ¿Pretendes que algo funcione, sin tomar en cuenta... —se detuvo —. Aria, tengo trabajo que hacer, por favor, sal.

—Definitivamente no pensé que eras este tipo de persona, pero ahora me doy cuenta que estoy conociendo la peor versión de ti.

Y, con eso, Aria acabó derramando algunas lágrimas, girando sobre sus talones se marchó, con pasos furiosos. Embravecida por su actitud, rota por la noticia y derrumbada por la confusión que la habitaba.

Maxwell reflexionó en sus palabras y resopló. No podía ser amigo de quién amaba, ni aceptar su rechazo.

***

Cuando llegó a su departamento, encontró un sobre al lado de su puerta, con curiosidad lo tomó entre sus manos y decidió revisarlo luego. Adentro, se despojó del calzado y se quedó en el sofá.

Dejó el sobre sobre la mesita, al lado de la bolsa que había comprado en la farmacia.

Fue un día de m****a. Un maldito día, así que, ¿cómo no sentirse fatal? Ya no pudo encapsular más el llanto y lo soltó.

Aria finalmente se secó las lágrimas que habían estado recorriendo su rostro. Con la mente aún agitada, entró al baño. Sabía que necesitaba respuestas.

Se hizo la prueba de embarazo y, mientras esperaba los segundos que parecían eternos, el tiempo se estiró y se volvió angustiante.

Los minutos pasaron lentamente, cada segundo sintiéndose como una eternidad. Aria miraba el test, con la mente llena de pensamientos contradictorios. Finalmente, cuando pudo girarlo entre sus manos, encontró la inquietante respuesta: positivo.

Ante la inminente noticia, se dejó caer al suelo, sintiendo que el mundo se desmoronaba a su alrededor. Las lágrimas brotaron de nuevo, esta vez con más fuerza, mientras su rostro se hundía en sus manos. Lloraba desconsoladamente.

Se sentó en el frío suelo del baño, sintiendo el peso de la realidad aplastarla. Las lágrimas caían sin control, mientras su mente luchaba por procesar la noticia que cambiaría todo. En ese momento de vulnerabilidad, se sintió completamente sola.

—Estoy embarazada, esto no es posible —soltó con dolor.

Salió del baño y se dirigió a su pequeña sala. El sobre seguía allí, de no ser porque el remitente era de parte de la familia Kensington, lo habría abierto luego.

Y, el dolor se volvió austero al ver que era la invitación de boda.

—Maxwell Kensington y Charlotte Williams... —susurró pasando saliva con dificultad, y luego miró su abdomen.

Su amigo, su jefe y el padre del bebé que llevaba en su vientre, se casaría con otra.  Y, ella sentía el ardor de los celos, como si solo ahora descubrió que sentía algo por él, y ya era demasiado tarde.

Su teléfono sonó, ella se volvió al aparato y lo tomo en sus manos.

Contestó.

—¿Sí? —ni siquiera miró la pantalla.

—Aria... Ven por favor, no sé dónde lo he dejado —soltó con la voz entrecortada —. Siento que ya no puedo más.

King abrió los ojos con temor. ¡Maxwell estaba teniendo un ataque de asma!

Olvidando la situación incómoda, sabía que no podía dejarlo en aquella situación peligrosa y tomó las llaves de su auto, saliendo de volada, con dirección a su piso.

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