La mañana llegó y la torturó con su claridad, parpadeó varias veces encontrándose en la suite presidencial completamente sola, en una cama gigantesca, además de eso y lo más bochornoso, es que estaba desnuda.
Se sentía expuesta incluso con las sábanas cubriendo su piel pálida, de inmediato se llevó ambas manos a la boca y abrió los ojos de par en par, recordando de súbito todo lo que pasó la noche anterior. Chilló al volver a ese escenario prohibido y desastroso, en el que ellos dos protagonizaron sin pudor. —¿Qué es lo que hice? —comenzó diciendo, todavía aturdida, es que no podía huir de la vergüenza que sentía en ese momento. Aria quería tomar el primer vuelo a Japón y no mirar atrás, eso era lo que cruzaba su mente en medio de la desesperación. Durante todos esos años, nunca pensó que terminaría acostándose con su jefe, más allá de eso, su amigo de años, alguien con quien nunca creyó que se enredaría; definitivamente había perdido la cabeza, como si no fuera suficiente el recordatorio de las palabras de Maxwell volvieron a su cabeza, lo que le dijo esa noche repercutía en su ser dejándola anonadada, ella continuaba incrédula al saber que... ¿Kensington tenía sentimientos por ella? —No, no puede ser —batió la cabeza —. Seguramente escuché mal, además puede que se me nubló la cabeza y él en realidad no dijo esas palabras. Dios mío, ¿qué se supone que haga? ¿cómo demonios podría mirarlo a la cara después de lo que pasó entre nosotros? Maldición, Aria, ¿por qué tuviste que acostarte con Maxwell? De pronto cayó como un balde de agua fría la última llamada telefónica con Sebastián. Su expresión cambió y resopló porque la cólera había regresado a ella. Es imbécil se había atrevido a engañarla con alguien más, fue cruel con sus palabras y le terminó de la noche a la mañana. Otra vez se miró a sí misma en esa situación y pensó que no era tan diferente a él. Pero, en su noviazgo con aquel tipejo nunca lo traicionó. Maxwell, enfundado en un costoso traje negro, peinado prolijo y saturando el espacio con su perfume exclusivo que evocaba poder y masculinidad, se presentó en la habitación clavando sus potentes ojos azules en ella, dedicándole una sonrisa, esa que derretía a las mujeres, una sonrisa que normalmente a ella no le provocaba algo descomunal como al resto. Ella era la excepción. Ahora, apenas sosteniendo sus ojos con su débil mirada ámbar, la boca se le secó al verlo allí parado y su corazón que normalmente mantenía la calma, se batió imperioso contra las paredes pecho. "Siempre he sentido algo especial por ti, Aria... Solo un beso, Aria. Solo uno". Recordó al verlo, sintiendo sus pulmones atrofiados. —... Pensaba dejarte descansar un poco más, sin embargo tenemos una reunión pendiente y no puedo faltar, de hecho si no te apresuras llegaremos tarde y no quiero enfadarme —fue lo primero que le dijo y ella se quedó en silencio, como si las palabras estaban atascadas en su garganta, en realidad no sabía cómo iniciar una conversación como si nada, sin embargo al susudicho se le daba bien conversar e ignorar lo sucedido. —Yo... Iré a vestirme, me daré prisa —aseguró a la mujer, sin mirarlo a los ojos, entonces con la sábana envolviendo su cuerpo, dejó la cama y avanzó pasando como un rayo a su lado, pero eso no fue suficiente para no ser detenida por sus dedos largos y ávidos que atenazaron su muñeca, aunque sin hacerle daño. Entonces como si no estuvieran lo suficientemente cerca, se inclinó. —Anoche, perdí el control, lo siento mucho. ¿Te hice daño? Ella se soltó. —No, estoy bien. Y se fue. Aria no esperaba esa respuesta de su parte, no creyó que le importaría que él no le tomara importancia a lo acontecido. Una vez en el baño dejó escapar el aire retenido y se quedó inmóvil un rato, solo entonces se miró en el espejo, observó su piel. Aferrada al lavabo se permitió un tiempo a solas. Ella que se había guardado para el matrimonio, ahora solo un sueño lejano, terminó entregándose a Maxwell en medio de su resquemor. No midió sus actos en el momento, estaba cegada. Ahora él, solo se disculpaba por perder el control. Sonrió con amargura. Borró el gesto. —¿Por qué me enfadaría que piense así? No debería ser relevante para mí —se encogió de hombros. Pero lo era. Mientras se duchaba, los pensamientos sobre lo ocurrido la abrumaban. Se sintió perdida, reflexionando sobre su decisión de haber cruzado esa línea. Después de un rato, eligió ropa de su maleta y salió de la habitación. Maxwell la observó de arriba abajo, y ella sintió que los nervios la invadían. Durante el trayecto en el auto, ella se mantuvo distante, mirando por la ventanilla. A cada momento, Maxwell la miraba, pero ella hacía como que no se daba cuenta. *** La reunión tuvo lugar en una moderna sala de conferencias, iluminada por amplios ventanales que ofrecían una vista espectacular de la ciudad. En el centro, una mesa de madera pulida estaba rodeada de sillas elegantes, y un proyector mostraba gráficos y datos que Maxwell y Aria habían preparado. —Es un placer conocerlos. ¿Son pareja? —preguntó con una sonrisa y una ceja levantada. Aria sintió cómo la sangre le subía a la cara, sonrojándose intensamente. Maxwell, al notar su incomodidad, se enderezó en su silla y adoptó una expresión seria. —No, no somos pareja —explicó, intentando mantener la calma. La mirada del cliente se volvió más intensa, pero antes de que pudiera hacer un nuevo comentario, Aria se apresuró a intervenir. —Exacto, solo somos amigos fuera del trabajo —aclaró, con un tono ligeramente tembloroso, evitando el contacto visual y aún roja de vergüenza. Su corazón latía con fuerza, y la incomodidad de la situación parecía aumentar. Después de que esta finalizó, Aria se dirigió a Maxwell. —Aprovecharé para comprar algunas cosas —dijo, tratando de mantener la distancia. —Necesitamos hablar —respondió él, serio. Ella sacudió la cabeza. —No hay nada que hablar. Pero él la apresó. —No te dejaré ir — aseguró con la firme mirada que la apuntaba. Aria King tragó con dureza. Nunca antes había visto su mar brillando tanto, sus ojos imperiosos sacudiendo cada centímetro de su ser. —Max... —casi inaudible, pronunció.Él, ni siquiera había tenido el valor de decirle la verdad todos esos años, pero ahora no podía seguir ocultando lo que sentía. Ella, sentada a un extremo del sofá lo miraba a la expectativa, no quería que se andara por las ramas, tampoco quería que fuera el grano, en realidad no deseaba que hablaran de lo que pasó. —Max, ¿no crees qué es innecesario conversar de lo que pasó? De hecho no quiero hablar de eso, dejémoslo así. Él negó con la cabeza. —Me gustas tanto que cada vez que te veo, siento que mi corazón está a punto de estallar. Puede sonar a cursilería, especialmente viniendo de mí, pero no puedo evitarlo. Desde que regresé, esa emoción ha resurgido con una fuerza que me sorprende, y no logro desprenderme de lo que siento por ti —comenzó a decir, dejando a ella cada vez más perpleja y sin palabras.—¿Por qué me dices esto? Es decir...—Aria, ni siquiera pensaba decirte esto, me prometí a mí mismo respetar tus decisiones y tu relación con Sebastián, pero ese maldito infeliz h
Dos meses después...Al fin sus dedos abandonaron el teclado, se dejó caer sobre la silla. Ese día se sentía más cansada de lo habitual, era como si sus extremidades estaban entregadas por completo a la debilidad constante y no podía controlarlo. Durante el almuerzo, mientras intentaba comer algo ligero, una sensación extraña comenzó a invadir su estómago. Las náuseas la sorprendieron y, sin pensarlo dos veces, se levantó de la mesa y se dirigió rápidamente al baño.Una vez dentro, se apresuró a entrar en un cubículo, cerrando la puerta detrás de ella con un leve golpe. Se apoyó contra la pared fría, intentando calmarse mientras la sensación desagradable continuaba arremetiendo. Aria respiró hondo, tratando de controlar su respiración. Se sentó en el inodoro, cerrando los ojos y concentrándose en hacer que las náuseas desaparecieran. Pasaron varios minutos, y el tiempo se alargó mientras se sentía atrapada entre la desagradable sensación. Se tomó un momento más para asegurarse de q
Cuando llegó, la puerta estaba entreabierta, y al entrar, su cuerpo entero estaba temblando debido a la situación. Al instante, sus ojos se fijaron en Maxwell, que estaba apoyado contra la pared de su sofisticada sala de estar. Su rostro estaba pálido y sudoroso, y cada respiración que intentaba tomar era un esfuerzo evidente. La angustia en su mirada era palpable; sus labios se habían tornado de un color azulado y sus manos temblaban mientras luchaba por obtener aire.Aria sintió que el pánico comenzaba a apoderarse de ella, pero sabía que necesitaba actuar. Se acercó rápidamente a él, recordando lo que había aprendido sobre cómo ayudar a alguien en un ataque de asma. Y es que, sabiendo que Maxwell solía padecer de asma, se informó sobre el asunto. De alguna manera, verlo así le recordó a aquel día, cuando lo vio por primera vez y Maxwell tan solo era un jovencito, en aquel entonces la madre de Aria, enfermera, le salvó la vida. —Maxwell, ¿puedes escucharme? —dijo, tratando de ma
—Debo irme a casa. Es lo único que pudo decir, apresurada y desapareció de su vista en un santiamén, mientras tanto Maxwell se quedó allí en pies, intentando controlar su alterada respiración, rebobinando en el tiempo, en lo que sentía por ella y en la idea de que en pocas semanas estaría desposando a una mujer que no amaba. —Aria... —susurró a solas y se dejó caer en el sofá. Ella dentro del elevador pudo recuperar el aliento y se llevó una mano a su pecho sintiendo como su corazón estaba agitado, de pronto sus labios temblaron y comenzó a llorar cubriéndose la cara, lloraba por la situación tan enredada en la que se encontraba; era una maraña de pensamientos en su mente, resultaba ser un extravío inminente. Deseaba poder decirle a Maxwell la verdad, pero si lo hacía, probablemente arruinaría la alianza, y no quería ser la razón de estropear algo que ya estaba decidido. Aria continuaba llorando en el ascensor, sintiendo cómo las lágrimas caían sin parar mientras revivía la inten
Maxwell miró la hora en su reloj y resopló, no podía creer que ella se había atrevido a faltar al trabajo sin avisar, incluso si hubiera avisado que no podría ir, se habría enfadado con ella por su incumplimiento.Más tarde, decidió llamarla a su teléfono pero no le contestó, luego ya no lo intentó más porque en su oficina un tercero apareció sin previo aviso. —Charlotte, ¿qué estás haciendo aquí? La pelirroja lo perforó con sus enormes ojos azules y él bufó. —¿Así tratas a tu prometida? Maxwell, no necesito una razón para venir a verte, sin embargo te echaba de menos —agregó en un tono más cariñoso y se acercó a él mientras rodeaba el escritorio y le daba un beso en la mejilla.Él se incómodo por su acto. —¿No ves que estoy trabajando? —Lo sé. Ella se sentó al frente. —¿Lo sabes? —deslizó una sonrisa sarcástica. —Sí, pero también deberías saber que soy tu prometida y en tu lista de prioridades también debes estar al corriente de que soy más relevante que tu trabajo. —¿Quién
Una vez en su departamento, Aria se dio una ducha rápida, tratando de despejar su mente, pero la impresión seguía atormentándola. Finalmente, cuando se sentó al borde de su cama, el peso de la situación la abrumó y rompió en llanto. Se sentía tan desafortunada, como si la vida le diera la espalda en el momento más crucial. Una inmensa bola curva la aplastaba, y en medio de su desesperación, comenzó a cuestionarse.—¿Cómo voy a enfrentar esto? —se preguntó, sintiendo que la ansiedad la consumía. Cada lágrima que caía era un recordatorio de la carga que llevaba—. ¿Qué mal hice para merecer algo así?Era demasiado injusto vivir aquella situación. La confusión y el miedo la rodeaban, como sombras que no la dejaban en paz. Aria anhelaba un desenlace, deseaba entender por qué todo estaba sucediendo y cómo podría salir adelante.Ni siquiera podía decirle a Maxwell. Ni a sus padres. Cuando la noche llegó ni siquiera se preocupó en comer algo, no tenía apetito. Por su parte, Maxwell sostení
Otro día en la oficina llegó.—Aria, siéntate. Necesitamos hablar sobre tu desempeño últimamente. —Maxwell cruzó los brazos, mirándola con decepción —. No puedo ignorar que ayer nunca llegaste a trabajar. Ni siquiera avisaste. —Lo siento, Maxwell. He estado lidiando con algunas cosas personales, pero estoy aquí ahora y haré mi trabajo, lo prometo. —Eso no es una excusa. —Su tono se volvió más severo—. Todos estamos lidiando con problemas personales, pero eso no significa que puedas dejar de lado tus responsabilidades. Ella no comprendía la razón por la que él estaba siendo demasiado duro con ella. De hecho era un completo idiota. —Entiendo, pero he estado intentando manejarlo lo mejor que puedo."Estoy embarazada de trillizos, no sé qué hacer, serán tus hijos pero no puedo decirte porque te vas a casar con alguien más, y de seguro tus padres estarán decepcionados de ti". Pensó con dolor. —No parece que lo estés haciendo. —Maxwell se inclinó hacia adelante, su mirada fija en ella
Aria volvió a su puesto de trabajo, pero nada era igual. Se sentía incómoda cerca de él. Cada vez que veía a Maxwell, un escalofrío de inquietud le recorría la espalda. Él entró a su oficina con el semblante serio, con los ojos profundos como un mar tempestuoso en el que Aria temía naufragar. Ella lo miró pasar, sintiendo emociones conflictivas en su interior; pero decidió concentrarse en su trabajo, aferrándose a la rutina como un escape. Sin embargo, la culpa comenzó a enredarse en su mente, la acusaba por lo que hizo hace un momento. ¿Cómo había podido reaccionar así? Se sintió desbordada por la rabia y la tristeza, y un suspiro profundo escapó de sus labios. En ese momento, recordó el ungüento que llevaba en su bolsa, un pequeño frasco que había comprado por si acaso. Con una resolución temblorosa, se levantó y se dirigió a la oficina de Maxwell.Al entrar, era casi palpable el enojo de Kensington. Maxwell la miró con seriedad, su expresión implacable y su mirada intensa hacían q