Aria King era la secretaria de Maxwell Kensington desde hacía varios años. Era una mujer trabajadora y se sentía afortunada de trabajar para el CEO y presidente de Kensington Company, quien, más allá de ser su jefe, era un amigo cercano.
Se conocían desde que ella era una niña, lo que había forjado un vínculo especial entre ellos. Ahora a sus veinticinco años, podía pagar las facturas, dormir tranquila en su decente departamento y continuar al lado de Maxwell, obteniendo más conocimiento. ¿Qué si su vida era color rosa? No, en absoluto. Aria debía lidiar con las exigencias de su jefe, un adicto al trabajo y obsesivo por la perfección y puntualidad. Aún así, era su amigo de la infancia, su jefe y se acostumbró. —¿Nos vamos? —Sí, vamos —confirmó dándole un vistazo con sus profundos ojos azules. Kensington era un tipo alto, fornido, de rasgos masculinos, realmente atractivo. El espécimen que volvía loca a las mujeres, que a su paso, capturaba la atención. Su cabello oscuro prolijo, contrastaba perfectamente con su piel pálida, Siempre moderno y elegante enfundado en un traje costoso, usando un perfume carísimo, impactaba. Ni hablar de su inteligencia, cuando hablaba era como si sus palabras fluían suavemente de una manera tan natural que desconcertaba. Tenía una manera admirable de conectar con las personas de inmediato. No era perfecto, pero era lo más cercano a la perfección. En su opinión, ella lo consideraba enigmático, guapo e intelectual, a juzgar por eso era demasiado extraño que a sus treinta años, Maxwell aún continuaba soltero. El hombre subió al auto deportivo y ella abordó de copiloto poniéndose el cinturón de seguridad. Mientras se ponían en marcha, Aria se miró a sí misma. Estaba vestida con una elegante falda negra y una blusa blanca de seda, era un atuendo sofisticado, aunque aún no lo terminaba de pagar. Sus zapatos eran unos stilettos negros que recibió de regalo de Maxwell, así que se convirtieron en sus favoritos. En su delicado cuello solo llevaba un collar decente y unos pendientes pequeños que brillaban con sutilidad había optado por hacerse un recogido en un moño bajo, lo que le daba un aspecto pulido y organizado, ideal para el entorno profesional en el que trabajaba. —Aria, ¿has hecho lo que te pedí? —Por supuesto, jefe. Él sonrió. Aunque dentro de la compañía mantenía la formalidades delante de los demás, ellos a solas se relajaban y solo eran un par de amigos. —De acuerdo, ¿tienes hambre? Él, siempre tan atento, a veces Aria sentía que se preocupaba mucho por ella. —Tampoco has comido, estoy bien. Ah, ¿por qué has reservado en el restaurante de aquel hotel? —Está a dos horas de la compañía, lo más probable es que nos quedemos. —No me dijiste que reservara habitaciones. —No es menester, conozco al dueño. Me quedaré en la suite. —¿Y yo? Digo, en esta temporada es frecuente que esté abarrotado de turistas alojados. —La suite es lo suficientemente espaciosa, ¿por qué te preocupas? Ella suspiró. —No me preocupo, está bien. —¿Sebastián se ha vuelto un celoso insoportable? —No es eso. Nosotros somos como hermanos, tú y yo... Ha sido siempre así —comentó sonriente —. No hay razón para que mi novio me cele de ti. Maxwell se quedó en silencio. "Hermanos, mejores amigos, amistad". Cada palabra era un altísimo muro entre ambos. —Hemos llegado. Aria se sintió un poco fuera de lugar mientras se sentaba en la mesa del restaurante, rodeada de la elegancia del lugar y la conversación animada entre Maxwell Kensington y el empresario que estaban conociendo. No era la primera vez que lo acompañaba a sus encuentros, pero incluso con el pasar de los años no desaparecía esa sensación de sentirse menos. Maxwell estaba en un pedestal, ella solo miraba hacia arriba. La cena continuó, una charla en torno a proyectos y la posibilidad de colaboraciones. Maxwell siempre había tenido una forma de hacer que las conversaciones fluyeran, y Aria disfrutaba viendo cómo se desenvolvía con facilidad. Después de un rato, Aria pidió permiso para ir al baño. Mientras se lavaba las manos, su teléfono vibró en el bolsillo. Al mirar la pantalla, se encontró con un mensaje de un número desconocido. Al abrirlo, su corazón se hundió al ver fotos de su novio, Sebastián, junto a un mensaje de una mujer que afirmaba que él le era infiel. Las imágenes eran devastadoras y Aria sintió que el mundo se le venía abajo. “Tu novio es un mentiroso. Te está engañando. Aquí tienes la prueba”. El mundo se desmoronó a su alrededor. Aria sintió que las paredes del baño se cerraban sobre ella mientras el dolor la invadía. Intentó disimular su angustia, respirando hondo, pero las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos. Con manos temblorosas, marcó el número de Sebastián. La llamada sonó y, finalmente, pudo escuchar su voz. —¿Qué quieres, Aria? —contestó él, con un tono brusco que la tomó por sorpresa. —Sebastián, necesito saber la verdad... —su voz temblaba—. Me han enviado fotos de ti con otra mujer. Así que dime la verdad, no te lo pido, lo exijo. Hubo un silencio tenso al otro lado de la línea, y luego Sebastián soltó una risa burlona. Ella se estremeció hasta la médula. Jamás hubiera pensado que Sebastián la engañaría, pero sí había estado actuando los últimos días un poco extraño con ella. Ahora la indiferencia tenía sentido. —¿Qué m****a quieres que te diga? En realidad no tengo tiempo para tus reclamos. Esto se acabó, Aria. Entre nosotros ya no existe nada en absoluto. —Y con eso, colgó. Aria se quedó mirando el teléfono, sintiéndose completamente desolada. La sensación de vacío se instaló en su pecho, y el dolor era casi insoportable.Al salir del baño, Aria avistó a la distancia a Maxwell solo. Para su sorpresa, él estaba bebiendo. Era inusual verlo así, ya que Maxwell rara vez consumía alcohol; siempre decía que le nublaba el juicio y lo hacía actuar de manera tonta.Se acercó con prontitud a él. —Maxwell, ¿estás bien? —inquirió Aria, tratando de ocultar su propio dolor.Él levantó la vista, y su expresión cambió al notar la angustia en el rostro de Aria.—Sí, solo necesito relajarme un poco —aseguró, su voz un poco más grave de lo habitual.—¿Dónde está el señor Collins? —Hace unos minutos se fue, le surgió un imprevisto. —Ya es tarde, deberíamos ir a descansar. Él continuó bebiendo mientras Aria lo miraba con desaprobación. —Maxwell, ¿qué crees que estás haciendo? —inquirió tratando de mantener la calma —. Deja de beber, te embriagarás. ¿Recuerdas la última vez que bebiste? Terminaste llorando como un crío por aquel gatito sin hogar, por favor detente. —Solo… esta vez—balbuceó él, intentando sonreír, pero
La mañana llegó y la torturó con su claridad, parpadeó varias veces encontrándose en la suite presidencial completamente sola, en una cama gigantesca, además de eso y lo más bochornoso, es que estaba desnuda. Se sentía expuesta incluso con las sábanas cubriendo su piel pálida, de inmediato se llevó ambas manos a la boca y abrió los ojos de par en par, recordando de súbito todo lo que pasó la noche anterior. Chilló al volver a ese escenario prohibido y desastroso, en el que ellos dos protagonizaron sin pudor. —¿Qué es lo que hice? —comenzó diciendo, todavía aturdida, es que no podía huir de la vergüenza que sentía en ese momento. Aria quería tomar el primer vuelo a Japón y no mirar atrás, eso era lo que cruzaba su mente en medio de la desesperación. Durante todos esos años, nunca pensó que terminaría acostándose con su jefe, más allá de eso, su amigo de años, alguien con quien nunca creyó que se enredaría; definitivamente había perdido la cabeza, como si no fuera suficiente el rec
Él, ni siquiera había tenido el valor de decirle la verdad todos esos años, pero ahora no podía seguir ocultando lo que sentía. Ella, sentada a un extremo del sofá lo miraba a la expectativa, no quería que se andara por las ramas, tampoco quería que fuera el grano, en realidad no deseaba que hablaran de lo que pasó. —Max, ¿no crees qué es innecesario conversar de lo que pasó? De hecho no quiero hablar de eso, dejémoslo así. Él negó con la cabeza. —Me gustas tanto que cada vez que te veo, siento que mi corazón está a punto de estallar. Puede sonar a cursilería, especialmente viniendo de mí, pero no puedo evitarlo. Desde que regresé, esa emoción ha resurgido con una fuerza que me sorprende, y no logro desprenderme de lo que siento por ti —comenzó a decir, dejando a ella cada vez más perpleja y sin palabras.—¿Por qué me dices esto? Es decir...—Aria, ni siquiera pensaba decirte esto, me prometí a mí mismo respetar tus decisiones y tu relación con Sebastián, pero ese maldito infeliz h
Dos meses después...Al fin sus dedos abandonaron el teclado, se dejó caer sobre la silla. Ese día se sentía más cansada de lo habitual, era como si sus extremidades estaban entregadas por completo a la debilidad constante y no podía controlarlo. Durante el almuerzo, mientras intentaba comer algo ligero, una sensación extraña comenzó a invadir su estómago. Las náuseas la sorprendieron y, sin pensarlo dos veces, se levantó de la mesa y se dirigió rápidamente al baño.Una vez dentro, se apresuró a entrar en un cubículo, cerrando la puerta detrás de ella con un leve golpe. Se apoyó contra la pared fría, intentando calmarse mientras la sensación desagradable continuaba arremetiendo. Aria respiró hondo, tratando de controlar su respiración. Se sentó en el inodoro, cerrando los ojos y concentrándose en hacer que las náuseas desaparecieran. Pasaron varios minutos, y el tiempo se alargó mientras se sentía atrapada entre la desagradable sensación. Se tomó un momento más para asegurarse de q
Cuando llegó, la puerta estaba entreabierta, y al entrar, su cuerpo entero estaba temblando debido a la situación. Al instante, sus ojos se fijaron en Maxwell, que estaba apoyado contra la pared de su sofisticada sala de estar. Su rostro estaba pálido y sudoroso, y cada respiración que intentaba tomar era un esfuerzo evidente. La angustia en su mirada era palpable; sus labios se habían tornado de un color azulado y sus manos temblaban mientras luchaba por obtener aire.Aria sintió que el pánico comenzaba a apoderarse de ella, pero sabía que necesitaba actuar. Se acercó rápidamente a él, recordando lo que había aprendido sobre cómo ayudar a alguien en un ataque de asma. Y es que, sabiendo que Maxwell solía padecer de asma, se informó sobre el asunto. De alguna manera, verlo así le recordó a aquel día, cuando lo vio por primera vez y Maxwell tan solo era un jovencito, en aquel entonces la madre de Aria, enfermera, le salvó la vida. —Maxwell, ¿puedes escucharme? —dijo, tratando de ma
—Debo irme a casa. Es lo único que pudo decir, apresurada y desapareció de su vista en un santiamén, mientras tanto Maxwell se quedó allí en pies, intentando controlar su alterada respiración, rebobinando en el tiempo, en lo que sentía por ella y en la idea de que en pocas semanas estaría desposando a una mujer que no amaba. —Aria... —susurró a solas y se dejó caer en el sofá. Ella dentro del elevador pudo recuperar el aliento y se llevó una mano a su pecho sintiendo como su corazón estaba agitado, de pronto sus labios temblaron y comenzó a llorar cubriéndose la cara, lloraba por la situación tan enredada en la que se encontraba; era una maraña de pensamientos en su mente, resultaba ser un extravío inminente. Deseaba poder decirle a Maxwell la verdad, pero si lo hacía, probablemente arruinaría la alianza, y no quería ser la razón de estropear algo que ya estaba decidido. Aria continuaba llorando en el ascensor, sintiendo cómo las lágrimas caían sin parar mientras revivía la inten
Maxwell miró la hora en su reloj y resopló, no podía creer que ella se había atrevido a faltar al trabajo sin avisar, incluso si hubiera avisado que no podría ir, se habría enfadado con ella por su incumplimiento.Más tarde, decidió llamarla a su teléfono pero no le contestó, luego ya no lo intentó más porque en su oficina un tercero apareció sin previo aviso. —Charlotte, ¿qué estás haciendo aquí? La pelirroja lo perforó con sus enormes ojos azules y él bufó. —¿Así tratas a tu prometida? Maxwell, no necesito una razón para venir a verte, sin embargo te echaba de menos —agregó en un tono más cariñoso y se acercó a él mientras rodeaba el escritorio y le daba un beso en la mejilla.Él se incómodo por su acto. —¿No ves que estoy trabajando? —Lo sé. Ella se sentó al frente. —¿Lo sabes? —deslizó una sonrisa sarcástica. —Sí, pero también deberías saber que soy tu prometida y en tu lista de prioridades también debes estar al corriente de que soy más relevante que tu trabajo. —¿Quién
Una vez en su departamento, Aria se dio una ducha rápida, tratando de despejar su mente, pero la impresión seguía atormentándola. Finalmente, cuando se sentó al borde de su cama, el peso de la situación la abrumó y rompió en llanto. Se sentía tan desafortunada, como si la vida le diera la espalda en el momento más crucial. Una inmensa bola curva la aplastaba, y en medio de su desesperación, comenzó a cuestionarse.—¿Cómo voy a enfrentar esto? —se preguntó, sintiendo que la ansiedad la consumía. Cada lágrima que caía era un recordatorio de la carga que llevaba—. ¿Qué mal hice para merecer algo así?Era demasiado injusto vivir aquella situación. La confusión y el miedo la rodeaban, como sombras que no la dejaban en paz. Aria anhelaba un desenlace, deseaba entender por qué todo estaba sucediendo y cómo podría salir adelante.Ni siquiera podía decirle a Maxwell. Ni a sus padres. Cuando la noche llegó ni siquiera se preocupó en comer algo, no tenía apetito. Por su parte, Maxwell sostení