Tendré Trillizos de mi Jefe
Tendré Trillizos de mi Jefe
Por: DaysyEscritora
Capítulo 01

Aria King era la secretaria de Maxwell Kensington desde hacía varios años. Era una mujer trabajadora y se sentía afortunada de trabajar para el CEO y presidente de Kensington Company, quien, más allá de ser su jefe, era un amigo cercano.

Se conocían desde que ella era una niña, lo que había forjado un vínculo especial entre ellos.

Ahora a sus veinticinco años, podía pagar las facturas, dormir tranquila en su decente departamento y continuar al lado de Maxwell, obteniendo más conocimiento.

¿Qué si su vida era color rosa? No, en absoluto. Aria debía lidiar con las exigencias de su jefe, un adicto al trabajo y obsesivo por la perfección y puntualidad.

Aún así, era su amigo de la infancia, su jefe y se acostumbró.

—¿Nos vamos?

—Sí, vamos —confirmó dándole un vistazo con sus profundos ojos azules.

Kensington era un tipo alto, fornido, de rasgos masculinos, realmente atractivo. El espécimen que volvía loca a las mujeres, que a su paso, capturaba la atención. Su cabello oscuro prolijo, contrastaba perfectamente con su piel pálida,

Siempre moderno y elegante enfundado en un traje costoso, usando un perfume carísimo, impactaba. Ni hablar de su inteligencia, cuando hablaba era como si sus palabras fluían suavemente de una manera tan natural que desconcertaba. Tenía una manera admirable de conectar con las personas de inmediato.

No era perfecto, pero era lo más cercano a la perfección.

En su opinión, ella lo consideraba enigmático, guapo e intelectual, a juzgar por eso era demasiado extraño que a sus treinta años, Maxwell aún continuaba soltero.

El hombre subió al auto deportivo y ella abordó de copiloto poniéndose el cinturón de seguridad.

Mientras se ponían en marcha, Aria se miró a sí misma. Estaba vestida con una elegante falda negra y una blusa blanca de seda, era un atuendo sofisticado, aunque aún no lo terminaba de pagar. Sus zapatos eran unos stilettos negros que recibió de regalo de Maxwell, así que se convirtieron en sus favoritos.

En su delicado cuello solo llevaba un collar decente y unos pendientes pequeños que brillaban con sutilidad había optado por hacerse un recogido en un moño bajo, lo que le daba un aspecto pulido y organizado, ideal para el entorno profesional en el que trabajaba.

—Aria, ¿has hecho lo que te pedí?

—Por supuesto, jefe.

Él sonrió. Aunque dentro de la compañía mantenía la formalidades delante de los demás, ellos a solas se relajaban y solo eran un par de amigos.

—De acuerdo, ¿tienes hambre?

Él, siempre tan atento, a veces Aria sentía que se preocupaba mucho por ella.

—Tampoco has comido, estoy bien. Ah, ¿por qué has reservado en el restaurante de aquel hotel?

—Está a dos horas de la compañía, lo más probable es que nos quedemos.

—No me dijiste que reservara habitaciones.

—No es menester, conozco al dueño. Me quedaré en la suite.

—¿Y yo? Digo, en esta temporada es frecuente que esté abarrotado de turistas alojados.

—La suite es lo suficientemente espaciosa, ¿por qué te preocupas?

Ella suspiró.

—No me preocupo, está bien.

—¿Sebastián se ha vuelto un celoso insoportable?

—No es eso. Nosotros somos como hermanos, tú y yo... Ha sido siempre así —comentó sonriente —. No hay razón para que mi novio me cele de ti.

Maxwell se quedó en silencio. "Hermanos, mejores amigos, amistad". Cada palabra era un altísimo muro entre ambos.

—Hemos llegado.

Aria se sintió un poco fuera de lugar mientras se sentaba en la mesa del restaurante, rodeada de la elegancia del lugar y la conversación animada entre Maxwell Kensington y el empresario que estaban conociendo.

No era la primera vez que lo acompañaba a sus encuentros, pero incluso con el pasar de los años no desaparecía esa sensación de sentirse menos. Maxwell estaba en un pedestal, ella solo miraba hacia arriba.

La cena continuó, una charla en torno a proyectos y la posibilidad de colaboraciones. Maxwell siempre había tenido una forma de hacer que las conversaciones fluyeran, y Aria disfrutaba viendo cómo se desenvolvía con facilidad.

Después de un rato, Aria pidió permiso para ir al baño. Mientras se lavaba las manos, su teléfono vibró en el bolsillo. Al mirar la pantalla, se encontró con un mensaje de un número desconocido. Al abrirlo, su corazón se hundió al ver fotos de su novio, Sebastián, junto a un mensaje de una mujer que afirmaba que él le era infiel. Las imágenes eran devastadoras y Aria sintió que el mundo se le venía abajo.

“Tu novio es un mentiroso. Te está engañando. Aquí tienes la prueba”.

El mundo se desmoronó a su alrededor. Aria sintió que las paredes del baño se cerraban sobre ella mientras el dolor la invadía. Intentó disimular su angustia, respirando hondo, pero las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos.

Con manos temblorosas, marcó el número de Sebastián. La llamada sonó y, finalmente, pudo escuchar su voz.

—¿Qué quieres, Aria? —contestó él, con un tono brusco que la tomó por sorpresa.

—Sebastián, necesito saber la verdad... —su voz temblaba—. Me han enviado fotos de ti con otra mujer. Así que dime la verdad, no te lo pido, lo exijo.

Hubo un silencio tenso al otro lado de la línea, y luego Sebastián soltó una risa burlona. Ella se estremeció hasta la médula.

Jamás hubiera pensado que Sebastián la engañaría, pero sí había estado actuando los últimos días un poco extraño con ella. Ahora la indiferencia tenía sentido.

—¿Qué m****a quieres que te diga? En realidad no tengo tiempo para tus reclamos. Esto se acabó, Aria. Entre nosotros ya no existe nada en absoluto. —Y con eso, colgó.

Aria se quedó mirando el teléfono, sintiéndose completamente desolada.

La sensación de vacío se instaló en su pecho, y el dolor era casi insoportable.

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