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TUYA POR ELECCIÓN
TUYA POR ELECCIÓN
Por: Tatty G.H
MONEDA DE CAMBIO

Esa noche la casa estaba llena, había clientes y apuestas en cada mesa, la música resonaba por las salas y las bebidas llegaban una tras otra. Miré a los apostadores en mi mesa y con una sonrisa profesional les coloqué 2 cartas delante de cada uno.

El juego de esa noche era el blackjack, un juego de cartas sencillo donde ganaba quién se acercará más a los 21 puntos con solo 3 cartas, y yo era quién dirigía el juego, era la Crupier.

—¿Podría invitarte un trago, preciosa? —musitó a uno de los apostadores, estirando los dedos sobre la mesa y acariciando mi mano—. Cuando acabe esto, ¿qué tal sí te llevo a cenar?

Reprimí una expresión de desagrado. Ya llevaba 3 años trabajando en ese casino y los clientes siempre me pedían cenas, salidas, citas e incluso intimidad, pero ya había aprendido a manejar todo eso.

Mi trabajo consistía en ser mejor que ellos y sacarles cuanto dinero pudiera.

—Nena, ¿me rechazarás un simple trago? —insistió el hombre.

Con cortesía le sonreí al cliente y revelé mi ultima carta. Era un juego perfecto.

—¡21 puntos! ¡La casa gana!

Los jugadores en la mesa maldijeron y arrojaron sus cartas con molestia.

—¡Demonios! Creí que esta vez lo tenía —dijeron levantándose.

Me sentí tan aliviada cuando ese hombre abandonó el juego y dejó de molestarme, entonces suspiré y se masajeé mis adoloridos tobillos; los tacones me estaban matando. Mientras dejaba ir la vista, a la distancia vi aparecer al dueño del casino, Jonathan Verstappen, acompañado por un grupo de jugadores.

Cómo todas, no pude evitar seguirlo con la mirada.

Lo observé aflojarse la corbata con actitud malhumorada, alejándose entre las mesas, hasta desaparecer dentro de la exclusiva zona VIP, reservada para los adinerados y clientes privados. Jonathan Verstappen era muy apuesto, rubio y alto, y tenía la cadena de casinos más popular en las Vegas. Pero su vida privada estaba llena de escándalos, rumores que lo relacionaban con la mafia y romances breves que nunca acababan en buenos términos. Decían que era temperamental y demandante, un hombre aterrador.

—¡Sue!

Me sobresalté al oír la voz de mi hermano gemelo y rápida volví a mí lugar de trabajo. Pensé que me regañaría por holgazanear, pero Samuel solo tomó mi bolso y sacó mi cartera.

—¿Qué haces? —inquirí al verlo sacar las llaves de mi auto.

—Me voy a casa. Tengo algo que resolver.

¿Se iba? Tomé su mano antes de que él pudiera alejarse. Samuel era un guardia allí, no podía botar el trabajo sin más.

—Aún no terminan nuestros turnos...

Molesto, él se sacudió mi mano de encima.

—Nos vemos en casa, Sue. Allí te lo explicaré todo.

Desconcertada, lo miré alejarse. Últimamente Sam se comportaba extraño, no parecía el mismo de siempre y eso comenzaba a preocuparme, después de todo, solo lo tenía a él, era mi unico hermano y familia.  Al terminar mi turno por la madrugada, volví a casa dispuesta a hablar con él, pero al llegar descubrí que no estaba. ¿Se había ido a embriagar con sus amigos? ¿Estaba apostando en el casino? Sam era un caso perdido, un desastre andante.

Con los tobillos adoloridos por los tacones y la cabeza palpitando por el largo turno que acababa de hacer, me arrastré hasta mi recamará y sin quitarme la falda del trabajo, me tendió boca arriba sobre mi cómoda cama. Estaba tan cansada que ni siquiera me di cuenta de en qué momento mis parpados se cerraron y el sueño me venció.

Sin embargo, sí noté cuando una gran mano presionó mi boca y algo pesado aplastó mi cuerpo.

Entonces abrí los ojos de par en par, con el corazón golpeando en el pecho cómo si quisiera salir huyendo.

Y lo primero que vi, fue a un hombre encima de mí. Sus cabellos, finos y dorados, brillaban bajo las luces rojas de las calles, y sus ojos, tan azules como el mismo cielo, me miraban fijamente, afilados y enfurecidos. Por un momento, quedé conmocionada por lo apuesto que era.

Pero finalmente lo reconocí, entonces solté un suspiro contra la palma de  su mano, abriendo desmesuradamente los ojos. Era Jonathan Verstappen.

—¿Dónde está ese bastardo? —la voz de él era grave, intensa y apenas contenida.

Mi primer impulso fue quitármelo de encima, pero cómo sí adivinará mis acciones, él tomo mis muñecas y las sujetó con una de las suyas.

—Lo mejor para ti es responder cuando te haga una pregunta.

¿Estaba teniendo un sueño muy lúcido por el agotamiento? No era posible, sentía el peso de ese intruso con viveza e incluso percibía el aroma de su costoso perfume. Él era real y estaba en MI departamento, en MI habitación, sobre MI cuerpo y sujetándome como un demente.

Mi jefe, con quién nunca antes había hablado o siquiera tenido contacto visual, de repente me cubría la boca y me miraba con ojos penetrantes.

—Mujer, te lo voy a preguntar una vez más. ¿Dónde carajos está ese idiota? —repitió él, en un tono bajo y enfurecido.

Aún sin entender por qué estaba allí o por qué hacía todo eso, comencé a negar una y otra vez. Entonces él quitó la mano de mi boca, pero solo para llevarla a su cuello.

—¿Realmente quieres protegerlo? —inquirió cerrando los dedos en torno a mi garganta—. Te recomiendo ser más sensata.

No entendía de qué hablaba y él parecía estar fuera de sí, entre la desesperación y la rabia. En ese momento me cuenta de nada de eso era normal y que ese hombre no debería estar allí, entonces reaccioné y comencé gritar.

—¡Sam! ¡Samuel!

El hombre sobre mí pareció reaccionar al nombre de mi hermano, enseguida se levantó y salió de la habitación en pocos pasos. Yo me quedé en la cama, sonrojada y jadeando, confundida. No comprendía qué ocurría o sí debería llamar a la policía.

—¡Anda, bastardo, sal ya! —gritó Jonathan Verstappen por todo el departamento.

Lo escuché dar pesados pasos por las habitaciones, abriendo y cerrando puertas como loco, arrojando objetos y rompiendo todo a su paso. ¿Acaso estaba frente a un demente? Sin pensarlo me levanté y fui tras él, solo para observar con horror cómo destruía todas sus cosas.

Cuando llegó a la habitación de mi hermano, abrió la puerta de una fuerte patada y entró. Lo seguí con cautela, pero al entrar vi que estaba vacía. Samuel se había ido.

—Maldito desgraciado —siseó Jonathan al ver el armario abierto y vacío.

Mis ojos cayeron en el cerdito de yeso roto en pedazos en el piso, vacío como mil veces antes y de nuevo por culpa de mi gemelo. Se había largado con el auto y con mis ahorros de un año. Ni siquiera fuí capaz de moverme cuando Jonathan pasó por mi lado y verificó cada rincón de la habitación.

—No puede ser. ¡Maldito sea! ¡Bastardo! —golpeó las cajoneras vacías, frustrado y furioso.

No reaccioné a su ira, solo siguí mirando mi alcancía rota, pensando en los turnos largos que tuve que hacer para poner dinero allí y en los cientos de sueños que iban dentro. ¿Por qué me hacía todo eso?

Un instante despues, escuché el sonido de un celular y luego la voz de Jonathan llenar el silencio.

—El imbécil se ha largado ya. No sé cuándo se fue ni donde pueda estar ahora.

Hizo una pausa, escuchando la voz del otro lado de la línea. Yo lo ignoré y me arrodillé, traté de recoger todo con cuidado. Sentía tanta frustración y enfado hacía Samuel que quería llorar. Él era mi gemelo y sabía que no podía, pero quería odiarlo por aprovecharse de mí.

—¿Qué sí dejó algo atrás que podamos usar? En realidad, parece que sí.

Algo en la voz de Jonathan me alertó y me hizo levantar la cabeza. Sus ojos, antes llenos de rabia contenida, ahora mostraban astucia e inteligencia. Y yo por fin me pregunté la razón de su intrusión en mi departamento. Él había ido allí en busca de mi hermano, ¿por qué? ¿Qué relación había entre un hombre como ese y Samuel?

Y solo entonces me percaté por primera vez de su aspecto. Estaba descalza y sin camisa, solo en bra y falda. 

Con cautela, dejé los pedazos de la alcancía en el suelo y me puse de pie. Recordé que ese hombre, aunque fuera mi jefe, era un desconocido y, sobre todo, recordé lo que se decía de su carácter impredecible y su relación peligrosa con la mafia.

—Perfecto, prepara todo —dijo él terminando su llamada—. Usaremos una moneda de cambio.

Guardó su celular en el bolsillo de su impecable traje negro y yo me pregunté sí mi vida peligraba.

—Dime tu nombre.

Tragué saliva con esfuerzo.

—Suzanne... Miller.

Él se llevó las manos a los bolsillos y continuó mirándomé, análizandome, escrudiñándome

—Tú trabajas como crupier en uno de mis casinos, ¿no es cierto? —asentí, temiendo cada palabra suya—. Y tu hermano Samuel Miller es guardia, ¿verdad?

Asentí otra vez. Jonathan sacó un cigarro y un encendedor dorado, y con una calma inquietante lo encendió y le dio una calada. El humo subió al techo en una suave estela plateada.

—¿Tienes idea de por qué vine aquí?

Negué una vez y él soltó una breve risita entre dientes. Luego dejó caer su cigarrillo y lo aplastó bajo el zapato, hasta extinguir la pequeña brasa. Cuando volvió a verme, sus ojos parecían haberse oscurecido 2 tonos.

—En realidad, tu hermano me ha robado algo importante y lo quiero de vuelta.

Solté un suspiro cargado de incredulidad. ¿Samuel le había robado al dueño del casino? ¿Cómo era posible?

—¿Qué... dice?

Por instinto retrocedí cuando él avanzó un paso. Podía ver cómo se ponía el sol a través de las cortinas cerradas, entendí que ahora estaba sola.

—Tomó algo mío, de mi propia casa y se fugó, llevándoselo con él —me explicó lentamente.

Fruncí las cejas, contrariada y luego sentí tanta avergonzada. Samuel no solo era un adicto al juego, sino un ladrón de lo peor. Saber que mi hermano incluso había tomado algo de un tipo como Jonathan Verstappen, me hizo sentir terrible y culpable.

Llena de pena, traté de remediar el desastre.

—Lo siento, yo no lo sabía y mi hermano le devolverá...

Pero mis disculpas murieron cuando escuché la puerta del departamento abrirse de golpe y luego el sonido de pesadas pisadas recorriendo las habitaciones. ¿Iban a embargarme por culpa de Samuel?

Asustada miré a aquel hombre frente a mí, pero solo encontré una indiferencia escalofriante y ni una gota de compasión.

—Sé que tu hermano me devolverá lo que tomó —dijo él, avanzando y tomándome repentinamente del brazo—. Lo sé porque tú lo forzaras a hacerlo.

´Traté de resistime, pero eso solo sirvió para que él me lanzará una mirada de helada advertencia.

—Tú harás que él vuelva y me entregue lo que se llevó —me apretó el brazo y me hizo salir al pasillo.

Palidecí al ver un puñado de hombres recorriendo las habitaciones y vaciando cada cajón y mueble. Yo no entendía qué buscaban o porque todo eso me estaba pasando a mí. ¿Tal valioso era lo que mi hermano había tomado?

¿Cómo se había atrevido a robarle a Jonathan Verstappen, sabiendo su fama de implacable y sus nexos con la mafia?

—Puedo saber... ¿qué tomó mi hermano de usted?

Jonathan se volvió hacía mí y estudió mi expresión asustada. Apenas pude contener un estremecimiento.

—Él se llevó a mi hermana esta mañana, huyó con ella.

Exhalé de golpe, sintiendo cómo mi piel se volvía blanca. En medio del tumulto, entendí la ira de aquel hombre, pero enseguida me arrepentí.

—Y tú serás la moneda de cambio con la que negociaré para traerla de regreso.

Jonathan tiró de mí con fuerza hacia la calle.

—¿No es lo más justo? Él tomó a mi hermana y yo tomaré a la suya.

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