Apenas dormí nada, en cuanto el sol se asomó por las ventanas, salí de la cama y me asomé al pasillo. Estaba vacío.
Lo había pensado toda la noche, preguntándome sí podía ser cierto y llegué a la conclusión de que debía saberlo, antes de que mi tiempo allí se alargará. ¿Jonathan Verstappen pertenecía a la mafia? Y sí era cierto, ¿qué papel tendría dentro de ese peligroso sistema?
En el mayor silencio, me puse a buscar en los muebles cualquier cosa que me dijera algo sobre él. Después de todo, esa era su habitación y quizás allí hubiera algo que me dijera sí yo estaba viviendo en la casa de un mafioso, sí mi hermano y yo peligrábamos...
Mientras seguía buscando, escuché un ruido detrás de mí. Me volví de golpe y vi a Jonathan de nuevo, estaba de pie en mi puerta, con la llave de la cerradura en un mano, en pijama, y esta vez con una sonrisa amplia en su rostro.
Parecía estar de mejor humor que durante la noche. Mucho mejor.
—¿Qué estás haciendo, mujer? —preguntó, su voz suave y peligrosa—. Pareces haber perdido algo.
Me alejé de su guardarropa, sintiéndome un poco asustada, pero me mantuve firme.
—Estoy buscando... algo para comer —le dije, intentando mantener la calma para que no me descubriera.
Jonathan se rió y negó con la cabeza, jugando con las llaves en sus dedos.
—Eres terrible para mentir, Suzanne.
Aunque tenía la boca seca, me esforcé por tragar saliva.
—Es verdad lo que digo —insistí—. Sus empleadas traen mi comida aquí. Esperaba el... desayuno.
Él asintió sonriendo sin creerme, pero se paseó por la habitación, buscando mi supuesto desayuno. Sin embargo, la habitación se encontraba implacable.
—¿Crees que puedes hacerme creer algo así? —se jactó, parándose frente a mí con las manos en los bolsillos.
Me mantuve quieta y evitando mirarlo a la cara por miedo a ver su expresión. Sabía que no sería fácil lidiar con él.
—Y ya no es necesario que comas aquí sola —agregó y yo levanté la mirada, más que sorprendida—. Después de todo, ya no tiene caso ocultarte, porque anoche ya lo arruinaste. Puedes comer conmigo.
Mis labios se separaron ligeramente y no pude evitar sentirme incómoda con la sugerencia de Jonathan. Por un instante me imaginé sentándome a la mesa con él, siendo observaba todo el tiempo por su inquisitiva mirada, recibiendo su mal carácter.
—No, gracias —le dije—. Prefiero comer sola.Al oírme, Jonathan curvó una dorada cejas.
—Creo que me has malentendido, Sue —era tan alto que tuvo que inclinarse ligeramente para nivelar nuestras miradas—. No te estaba haciendo una petición.
Su sonrisa, antes solo juguetona, se tornó peligrosa en un segundo.
—No vas a comer sola —me dijo despacio—. Vas a comer conmigo.
Me llenó el terror. Sabía perfectamente que no podía escapar de Jonathan, y que estaba atrapada en su mansión, atada a sus caprichos. Pero no me daba por vencida. Estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para protegerme a sí misma de él.
—Prefiero no comer con usted —fui clara. Estaba lista para cualquier represalia.
Jonathan se rió de nuevo, pero esta vez noté un timbre molesto.
—Estás siendo muy difícil, Sue —señaló y alargó una mano para alcanzar una de las mías. Cerró los dedos en torno a mi delgada muñeca—. Pero no te preocupes. Te voy a enseñar a comer conmigo.
Quise oponerme, pero él tiró de mí fuera de la habitación, por el largo pasillo y las escaleras, hasta llevarme al comedor. Sin ocultar más su enfado, me soltó brusco frente a la enorme mesa donde comía.
Las 2 sirvientas allí desviaron la vista cuando él me tomó por el hombro y me obligó a sentarme en la silla junto a la suya.
—Sírvanle el desayuno —les ordenó y ellas se apresuraron a obedecerle.
En menos de medio minuto, ya tenía frente a mí jugo, café, fruta y una fila de platos ligeros. Miré la comida, se veía muy bien, pero yo seguía sin hambre. Su sola presencia me revolvía el estomago.
—¿Realmente quieres agotar con mi paciencia desde tan temprano? —preguntó con una voz de hielo, mirándome de reojo al tiempo que bebía su café.
Yo me pregunté lo mismo, ¿de verdad quería sacar a ese hombre de sus casillas y provocarle? Expiré lento, tomando los cubiertos y comenzando a comer, más a fuerza que de voluntad.
Mientras Jonathan y yo comíamos juntos, comencé a sentirme un poco más confiada. Él no me habló más, se concentró por completo en la tableta que sujetaba con la mano derecha al tiempo que comía con la izquierda. Parecía absorto en lo que veía.
Yo comí lo más silencioso y rápido que pude, ansiosa por terminar para poder irme. ¿Iba a ser rutinario obligarme a acompañarlo en la mesa? La sola idea me quitó todo apetito. No soportaba verlo, tenerlo cerca, y sabía que él tampoco me quería, yo le desagradaba mucho más de lo que él a mí.
Entonces, ¿por qué seguía buscándome?
—Me voy —dije levantándome.
—Siéntate y quédate allí —ni siquiera se digno a verme, solo me dio una orden seca—. Espera a que yo termine.
Conteniendo un suspiro irritable, volví a dejarme caer en la silla y esperé hasta que él terminó su café, pero no tocó el resto de su comida. Después de ese desayuno incómodo, Jonathan al fin dejó la tableta y me llevó a la habitación de nuevo.
Al volver a mi único lugar seguro, empecé a sentir un poco de alivio de que la comida hubiera terminado, pero no sabía lo que vendría. En lugar de encerrarme como ya era su costumbre, él entró a la habitación conmigo y, usando su llave, nos encerró.
—¿Q-qué hace? —pregunté viéndolo girarse.
Instintivamente retrocedí hasta el pie de la cama. ¿Iba a tratar de propasarse conmigo? El miedo me invadió y mi mente se llenó de planes para intentar huir, ¿saltaría desde esa ventana tan alta? ¿Podría golpearlo? ¿Gritaría por ayuda?
—Ya ha sanado de tu tobillo, ¿cierto? —dio un paso hacía mí y yo me alejé más, hasta caer sentada sobre la cama.
Lo miré aproximándose, tenía una mirada profunda que no me gustó nada. Su pijama, de un intenso color azul, resaltaba su piel clara y cabello rubio. Incluso llevaba los botones superiores de la camisa abiertos, mostrando gran parte de su pecho.
—Estás bien ahora, es hora de que empieces a hacer tu parte.
Y, justo en ese momento, sacó mi celular de su bolsillo y me lo arrojó a las manos. Bajé la mirada, mirando mi desgastado celular y sintiendo tanta nostalgia, hacía 2 años Samuel me lo había regalado de cumpleaños. ¿Y ahora debía utilizarlo para forzarlo a regresar y corregir su fatal error?
—Llámalo.
Con dedos temblorosos marqué el numero de mi hermano. Una parte de mi rezó porque tomará la llamada, pero la otra, la otra dudó. ¿Si contestaba Jonathan lo amenazaría de muerte como la vez anterior?
Me mordí el labio cuando comenzó a sonar y los segundos pasaron. No respondía.
—Hazlo de nuevo —lo oí decir cuando la llamada pasó al buzón.
Repetí el proceso, ahora segura de que era inútil. Samuel no tomaría mi llamada. Pero aún así le marqué, dos, cuatro, cinco veces, una vez tras otra. Sin éxito.
—¡Maldito imbécil! —gritó Jonathan arrebatándome el celular y arrojándolo al suelo, aunque sin romperlo.
Me encogí de miedo sobre la cama, mirando como su enfado crecía sin control.
—¡Cómo carajos se atreve! —tiró las cosas encima de una mesita y se sujetó a los bordes con fuerza, hasta que se le marcaron las venas de las manos—. Bastardo idiota, ¿cree que puede jugar conmigo?
Bajó la cabeza, rechinando los dientes y apretando la mandíbula como nunca antes. Su cabello dorado le cayó sobre los ojos celeste, pero él ni siquiera lo apartó. Parecía absorbido por su propia rabia.
Y aunque yo le temía y aborrecía, entendía bien su enojo. Mi hermano se había llevado a su hermana, la había sacado de su casa a escondidas para poder huir con ella a quién sabe donde. ¿Quién no enfurecería por algo así?
—L-lo llamaré otra vez... —me oí decir con voz frágil.
Y eso fue suficiente para que él me mirará de reojo al instante, con esos ojos claros refulgiendo con verdadera ira. Expiró profundo entre labios, enderezándose y volviéndose hacía la cama, hacía mí.
—Por supuesto que lo harás —su voz fue baja y pausada, aterradoramente serena—. Llamarás a ese idiota todos los días, hasta que logres que responda y entonces le harás volver. Sabes que de eso depende que en 3 meses puedas irte de aquí, ¿verdad?
Asentí enseguida. Pero al parecer era insuficiente para él, ya que se acercó a la cama con una intención clara. Yo rápida me giré y traté de arrastrarme lejos de su alcancé, sin embargo, él fue más rápido y cerró los dedos en torno a mi tobillo.
Al sentir su fuerza, de mis labios escapó un quejido débil.
—Supongo que aún no ha sanado del todo —tiró de mi pie y me arrastró hasta el borde de la cama.
Boca arriba, lo miré respirando por la boca, algo adolorida y bastante asustada. Él estaba al pie de la cama, inclinado sobre mí, sujetando mi pie como sí yo fuese capaz de escaparme.
—Tu estúpido hermano está cometiendo un gran error ocultándose y ocultando a Emily —murmuró, mirándome quieta en su cama—. Es un gran idiota al que odio como no tienes idea.
Me mordí el interior de la mejilla cuando soltó mi tobillo, para subir la mano por mi pierna en una lenta caricia.
—Y siendo sincero contigo, no puedo evitar verlo en ti. Después de todo son gemelos, ¿no es así? Tienen un parecido increíble.
Su caricia se detuvo sobre mi cadera y su dedo índice tiró sutilmente del resorte en la cintura de mi pijama.
—Creo que conforme más lo odio a él, más desprecio a su hermana...
Creí que razonaría y se detendría allí, que me repetiría su desagrado por mí y se iría, pero sucedió todo lo contrario. Su dedo me bajo el pantalón un poco, lo suficiente para que él pudiera ver mi ropa interior.
—Veo que llevas puesto una pieza que yo mismo te compré —dijo, mirando el encaje negro entre mis muslos.
Me puse roja y en automatico cerré las piernas. No había querido usar esa tanga, pero él me había llevado allí solo con lo poco que llevaba puesto, y ahora toda la ropa que debía usar era cosa elegida por él.
—Es un poco injusto, ¿no te parece? —su pregunta vino acompañada por una mirada inusual, ¿era deseo?—. Miller se ha burlado de mí, tiene a mi hermana con él y se atreve a desafiarme ocultandose.
Soltó una breve risita, a la vez que bajaba, hasta detenerse a un palmo de mi pecho. Sentí su respiración muy cerca del corazón. ¿Qué pretendía?
—Debería equilibrar un poco el juego, ¿no crees? —suspiró despacio, confundiendome todavía más—. Despues de todo, él te ha dejado atras para mí. Lo tomaremos como una... compensación por su error.
Lo entendí demasiado tarde, no fui capaz de ir contra él, apenas alcancé a mirar cómo sus rasgos se ensombrecían, llenandose de un peligroso deseo incontenible. Al instante siguiente, su mano derecha ya sujetaba a las mías y sus labios estaban sobre los míos, mientras apoyaba todo su peso en mi cuerpo.
Jadeé sin aliento, mientras u mano izquiera me subía la camisa y acariciaba mi torso, hasta llegar a mis pechos y comenzar a estrujarlos por encima del bra.
—¡¿Q-ué hace?! —alcancé a decir, tratando de girarme y salir de allí.
Jonathan dejó de besarme, pero solo lo hizo para decirme una sola cosa al oído.
—Sé que Miller sedujó a mi hermana, que juega con ella, así que... ¿por qué yo no puedo tomar a la suya y divertirme un rato contigo? Es lo más justo, Sue.
Esa noche la casa estaba llena, había clientes y apuestas en cada mesa, la música resonaba por las salas y las bebidas llegaban una tras otra. Miré a los apostadores en mi mesa y con una sonrisa profesional les coloqué 2 cartas delante de cada uno. El juego de esa noche era el blackjack, un juego de cartas sencillo donde ganaba quién se acercará más a los 21 puntos con solo 3 cartas, y yo era quién dirigía el juego, era la Crupier. —¿Podría invitarte un trago, preciosa? —musitó a uno de los apostadores, estirando los dedos sobre la mesa y acariciando mi mano—. Cuando acabe esto, ¿qué tal sí te llevo a cenar? Reprimí una expresión de desagrado. Ya llevaba 3 años trabajando en ese casino y los clientes siempre me pedían cenas, salidas, citas e incluso intimidad, pero ya había aprendido a manejar todo eso. Mi trabajo consistía en ser mejor que ellos y sacarles cuanto dinero pudiera. —Nena, ¿me rechazarás un simple trago? —insistió el hombre. Con cortesía le sonreí al cliente y reve
Ni siquiera me permitió vestirme, solo fue mi habitación para tomar mi celular y luego me llevó a la calle. —Llamarás a tu despreciable hermano y solucionaremos esto —dijo empujándome al interior de una camioneta negra con los cristales polarizados. En vano traté de abrir la puerta para escapar, él las aseguró todas y después de ponerse al volante, se puso en movimiento. Bajo las ultimas luces del día, la camioneta recorrió las calles a gran velocidad. Nerviosa, me abracé a mí misma, tenía frío y no traía blusa, además, ese hombre me ponía los pelos de punta. No sabía qué pretendía hacer conmigo, había dicho que me usaría para forzar a Samuel a devolverle a su hermana, pero yo no entendía cómo haría eso. ¿Qué pasaría con mi trabajo? Debía ir al casino, tenía cuentas qué pagar. Luego de un tiempo, la camioneta disminuyó la velocidad, hasta detenerse de golpe. Jonathan bajó y me forzó a salir con él. A alzar la vista, me sorprendió ver que estaba frente a una enorme mansión de muro
En la madrugada desperté con un sobresalto, con el corazón latiendo a mil por hora y empapada en sudor. La noche era oscura y silenciosa, solo interrumpida por el sonido de las luces de la ciudad que brillaban como estrellas en el cielo. Me senté en la cama y miré al alrededor, intentando recordar dónde estaba. Y como un golpe, volvió a mi mente todo lo que había pasado esa tarde conmigo y ese hombre. Recordé cómo él había aparecido en mi departamento, me había llevado a su mansión y cómo Samuel se negó a regresar, condenándome a ser una rehén.La mansión de Jonathan Verstappen era un lugar de lujo y opulencia, pero en ese momento, parecía un lugar de encierro y prisión. Ya no me parecía nada bonita y solo quería salir de allí e irme a casa. La habitación era grande y lujosa, con una cama de matrimonio que parecía haber sido diseñada para un rey. Pero yo no era una reina. Era solo una chica normal, que había sido tomada como moneda de cambio por su desquiciado jefe y ahora, se encont
El alféizar bajo mis pies descalzos se sentía frio, igual que el viento que me daba en la cara, y las manos me temblaban mientras observaba el suelo muy por debajo de mí. ¿Sobreviviría a la caída? Fijé los ojos en el árbol, muy cercano a la ventana y traté de vislumbrar sus brazos en plena oscuridad. Si llegaba a ellas, ¿lograría escapar? Debía hacerlo, sí fallaba, ¿qué me esperaría? No lo pensé demasiado, solo tomé valor y me impulsé tanto como pude, y salté al exterior. Enseguida sentí el golpe de las hojas contra la cara y luego las ramas, hasta que pude sujetarme a un brazo. Sin embargo, mi agarre no fue suficiente y resbalé, golpeándome mientras caía... Contuve un grito cuando me di de lleno contra el césped y por un momento permanecí tendida allí, aturdida de dolor y a punto de desmayarme. No había anticipado que saltaría desde 4 metros. Mientras trataba de mantenerme consciente, vi las luces de la primera planta encenderse y voces urgidas llenar el silencio. ¿Ya se habían da
La nueva habitación donde me recluyeron, resultó ser la habitación del mismo Jonathan Verstappen, por eso era mucho más grande y lujosa que la anterior. Al día siguiente de mi intento de huida, escuché como venían personas y ponían barrotes en las ventanas del primer y segundo nivel. —No es necesario colocar seguridad aquí —dijo Jonathan, mirando el jardín desde el ventanal al lado de la cama, mientras su servidumbre sacaba su ropa y pertenencias—. No creo que seas tan estúpida como para saltar desde el tercer nivel. No le respondí, ni siquiera lo miré. Nunca en mi vida había odiado tanto a alguien como ahora odiaba a ese hombre. Incluso me avergonzaba haber admirado su éxito por años en secreto, sin saber que era un tirano en toda regla. —Y recuerda mantenerte aquí, no quiero verte en el resto de la mansión. Sabes que no eres una invitada aquí —me recordó antes de salir, dejándome en un silencio incómodo con las chicas de servicio. ¿Tanto me odiaba como para prohibirme salir de l
—No sabíamos que Verstappen se hubiese casado. Sonreí con esfuerzo, caminando de puntillas sobre el hilo entre la verdad y la mentira. Quería decirle al invitado frente a mí que yo no estaba casada con ese tipo, que en realidad era una prisionera allí, convertida injustamente en rehén. —¡Y menos sabíamos que su mujer fuese tan bella! —sonrió y chocó su copa con la mía, tan alegre por nosotros—. ¡Enhorabuena por la boda, Jonathan! Me tensé cuando otra copa se unió al brindis, la de mi supuesto marido. Estaba al lado mío, sujétandome contra su costado con un brazo firme. —Gracias, Demetri. Suzanne y yo estamos muy felices —fue su descarada respuesta. Los tres nos llevamos el vino a la boca, pero yo solo fingí beber, no quería embriagarme y decir más de lo debido. Aunque mi hermano fuese un cobarde de lo peor, yo no podía dejar que Jonathan lo culpará de cosas que nunca hizo. —A propósito, ¿cómo se conocieron? —otro invitado de Jonathan hizo la pregunta del millón—. Nunca la había