Luego de un mes encerrada y sometida por ese hombre, volver al casino fue como emerger de lo profundo del mar y tomar el primer ansiado respiro. En el casillero, modelé mi uniforme con una gran sonrisa: una ceñida falta roja a media rodilla, una blusa blanca de mangas largas, medias oscuras y altos tacones negros. Nunca me había sentido más orgullosa de mi trabajo que en ese momento, cuando me veía con en el espejo y todo sabía a libertad. —¡Sue! La voz chillona de Annabelle, mi amiga, me hizo girarme con un sobresalto. Ella entró al vestidor de mujeres y me abrazó, casi haciéndome tropezar. Me reí. —¿Qué es esto? Ella se alejó, sus ojos marrones estaban algo llorosos. Anny era solo un año menor que yo, castaña y alta. —Pensé que habías renunciado. ¿Por qué desapareciste de la noche a la mañana? ¿Tu hermano también volvió? Mi emoción se tornó algo amarga y solo pude negar. Samuel era un cobarde y hablar de él no arreglaría nada. Mejor evité el tema y la tomé del brazo para c
Y la sensación caliente que comenzaba a recorrer mi cuerpo, se disipó de golpe. Lo miré, molesta y más ofendida que nunca. —No entiendo de qué habla... Solté un quejido bajo cuando envolvió mi cintura con un brazo y brusco me pegó a su pecho. Sonrió sin humor, mirándome con esos azules ojos cargados de incredulidad. —¿Crees que no te vigilo? Eres una descarada. Me llené de indignación. —Te vi abrazada a ese mocoso cuando llegué, como una niña, ¿te gustó tanto?Solté un pequeño grito cuando me sujetó del cuello y me aplastó contra el espejo a mis espaldas. Sí, definitivamente era un loco en todo el sentido del término. —¿Piensas que te dejé volver aquí para que coquetees con mis empleados? Hice un gesto y sujeté su muñeca, tratando de que me soltará. Temía que el escándalo atrajera la atención de algún compañero y nos vieran en esa situación comprometedora, conmigo sobre el lavabo y él entre mis piernas. —A usted... ¿por qué le importaría lo que yo haga con mi vida personal? —no
Ahora que Christian sabía todo y me apoyaba, lo que yo sentía por él solo se hizo más fuerte. Comencé a preguntarme sí, de no estar Jonathan Verstappen de por medio, podríamos él y yo haber tenido algo. Esa duda llenó mis pensamientos en los días siguientes, cada vez que llegaba al casino y nuestras miradas se cruzaban, compartiendo un gran secreto y complicidad. Y esa sensación solo creció cuando le avisaron que había obtenido el puesto de guardaespaldas para cuidar a una persona “importante” dentro la mansión Verstappen. Aunque nadie sabía se trataba de mí. Esa noche, después del trabajo, sus amigos abrieron una botella de champaña y festejamos con Cris por ese inesperado ascenso. —¡Seguramente el jefe buscaba seguridad para su esposa secreta! —bromearon los chicos. —¡Felicidades, Cris! —le susurré, escondiendo una sonrisa—. Y gracias. Con discreción, él tomó mi mano y la apretó. Mientras Anny y otros compañeros llenaban los vasos entre risas y bromas, Cris llevó los labios a m
¿A eso se había referido al decir que equilibraríamos la balanza? Azoté la puerta y me arranqué el costoso collar del cuello, sin importarme que se deshiciera en cristales a mis pies. Ardiendo en ira, paseé por toda mi habitación, maldiciéndolo de todas las formas que conocía. Nunca, en toda mi vida y posiblemente jamás, me fuese a topar con alguien tan despreciable como Verstappen. Y me desprecié a mí misma por haberme acostado con él ebria, dejando que me marcará el cuerpo y yo marcando el suyo. Durante más de dos horas, anduve inquieta, acercándome ocasionalmente a la puerta para oír algo, cualquier cosa... Pero luego me alejaba arrepentida y más molesta. Él me había humillado al echarme del comedor para quedarse con esa chica a solas, haciendo quién sabe qué. ¿Qué tipos de cosas dije sobre Cris que le molestaron tanto? No lo entendía, ¿acaso estaba celoso, herido en su ego? Finalmente, cerca de las 2 de la mañana, terminé tumbada en la cama, adormilada e incapaz de seguir des
Me desplomé encima de su pecho, jadeante y sin palabras para expresar todo lo que acababa de sentir. Mis piernas seguían estremeciéndose y en mi interior su cálida semilla seguía fluyendo. Era el primer orgasmo que experimentaba, se sentía como pararte sobre el borde del cielo y tirarte al vacío. Cuando alcé la mirada para ver la cara del hombre que acababa de darme el mejor placer de mi vida, lo descubrí con los párpados cerrados, ya durmiendo. En lugar de enfadarme, contuve una sonrisa. Acababa de venirse y ya dormía. Con un gesto bajé de él y me dirigí al baño. Mi cuerpo seguía caliente y lo único que deseaba era una ducha fría. Saqué las toallas y volví al cuarto, buscando el pijama. Entonces vi la botella de vino derramada a los pies de la cama. Suspirando me arrodillé y la levanté, luego metí la mano bajo la cama para saber hasta dónde había llegado el desastre. Fue en ese momento, que mis dedos se movieron a la base de la cama y rocé algo bien sujeto a la madera. Cuidando de
Volví al casino, pero con los nervios a flor de piel. Jonathan resultaba ser más peligroso de lo que yo había anticipado, no, mejor dicho, era peor de lo que Samuel seguro creía. Hasta ahora, me tomaba sus amenazas contra mi hermano como un mero efecto de su odio, pero le creía incapaz de hacerle daño. Bueno, eso acababa de cambiar. Ahora sabía que Jonathan Verstappen era perfectamente capaz de ir tras mi hermano y matarlo. La vida de Samuel peligraba y él no lo sabía, por eso no respondía a mis llamadas. Sin embargo, yo lo sabía. Con la mayor calma que pude fingir, resistí el resto de la noche. Incluso cuando Jonathan regresó, yo aparenté no haber visto lo que vi y me comporté como siempre. Ambos bebimos y conversamos con sus invitados, yo aparentando ser su esposa y él fingiendo magníficamente no ser un criminal de alto cargo. Cuando llegamos a casa, él enseguida se arrancó la ropa y, totalmente ebrio, me sometió en la sala. —Hoy estás extrañamente cooperativa —apuntó jadeante, a
—¿No me dirás nada, Sue? Dejé mi bolsa sobre la cama del hotel, aun procesando ese beso en la carretera y todo lo que me había dicho. La idea de vivir juntos era muy apresurada, apenas nos habíamos acercado y Christian ya quería iniciar una vida de pareja conmigo. Noté sus brazos rodearme desde atrás con confianza, como sí ya fuésemos una pareja. —Vamos, Sue, solo dime que podremos intentarlo. Prometo hacerte feliz y protegerte toda mi vida. Me llevé una mano al pecho, sintiendo los torpes latidos de mi corazón. ¿Podríamos dar ese gran paso? Me asustaba aceptar y terminar en una relación que nunca me hiciera feliz. Pero era Christian, mi amigo y quién me había salvado de ese encierro, ¿debería aceptar sin más? En sus brazos, me giré y le sonreí, aparentando que todo iba bien. —Hablemos de nosotros después, ¿quieres? Ahora necesito ver a mi hermano. Habíamos llegado a New York por la tarde y apenas tenía el tiempo suficiente para ir a la cafetería donde lo había citado. Esa noc
Jamás, ni en mi peor pesadilla, imaginé que él me atraparía. Pero allí estaba, en New York, a medianoche, sujetándome del brazo y clavándome los dedos, sacándome del hotel y empujándome al frio asiento de su camioneta Cadillac. Antes de que cerrará mi puerta de un portazo, apenas alcancé a ver a Chris ser sacado del hotel a empujones y arrojado a otro coche. Jonathan subió al asiento del copiloto y encendió el motor. Me arrojo mi bolso a las piernas. —A la próxima, será mejor que revises lo que te llevas. Mientras salíamos a la autopista, mis manos nerviosas vaciaron el bolso y lo toqué con cuidado. Una parte abultada en la parte de abajo me hizo ponerme fría. —¿Piensas que no imaginaba que aún tenías la estúpida esperanza de irte? —escupió con rabia, apretando el volante y mirando la saturada carretera con ojos duros—. Por eso hice colocar un rastreador en cada una de las cosas que te compré. Solo para estar seguro. Apreté el costoso bolso negro de piel y cerré los ojos, sintién