El alféizar bajo mis pies descalzos se sentía frio, igual que el viento que me daba en la cara, y las manos me temblaban mientras observaba el suelo muy por debajo de mí. ¿Sobreviviría a la caída? Fijé los ojos en el árbol, muy cercano a la ventana y traté de vislumbrar sus brazos en plena oscuridad. Si llegaba a ellas, ¿lograría escapar?
Debía hacerlo, sí fallaba, ¿qué me esperaría?
No lo pensé demasiado, solo tomé valor y me impulsé tanto como pude, y salté al exterior. Enseguida sentí el golpe de las hojas contra la cara y luego las ramas, hasta que pude sujetarme a un brazo.
Sin embargo, mi agarre no fue suficiente y resbalé, golpeándome mientras caía... Contuve un grito cuando me di de lleno contra el césped y por un momento permanecí tendida allí, aturdida de dolor y a punto de desmayarme. No había anticipado que saltaría desde 4 metros.
Mientras trataba de mantenerme consciente, vi las luces de la primera planta encenderse y voces urgidas llenar el silencio. ¿Ya se habían dado cuenta? Me asalto el pánico y me levanté como pude, buscando desesperada donde esconderme. A pocos metros, alcancé a ver un almacén de jardinería, junto en el momento en que a las voces se les unían unos aterradores ladridos. ¿Había perros allí?
Aterrada quise correr, pero al dar el primer paso noté un tirón en el tobillo que me hizo tropezar y contener un quejido. El dolor me nubló los sentidos y estuve a punto de rendirme. No, no podía flaquear tan fácil. Con solo fuerza de voluntad, me puse de pie otra vez y comencé a moverme, sí llegaba al almacén, podría ocultarme allí y cuando amaneciera, solo buscaría la puerta de rejas por donde había entrado esa mañana.
Solo debía aguantar...
—¡Alto ahí!
Una potente luz blanca me cegó e iluminó todo a mi alrededor. Escuché pasos venir hacía mí, ladridos y gritos, justo cuando el dolor en mi tobillo ardía y me hacía caer de nuevo.
—¡Deténgase, señorita Miller!
Desde el suelo, con los ojos entrecerrados por la intensidad de las lamparás, miré cómo un grupo de hombres se acercaban desde la mansión, tirando de feroces perros con gruesas correas que parecían a nada de romper.
Retrocedí llena de miedo, ¿qué clase de loco era para cazarme de esa manera?
—¿Está herida? —uno de los hombres se separó del grupo, era alto y joven, de intenso cabello negro. Parecía ser el jefe de esos vigilantes.
Respingué cuando se arrodilló y tomó mi tobillo con una inusual delicadeza.
—Está torcido, necesitará al médico.
Me tomó del brazo y quiso levantarme, pero yo me negué.
—¡No volveré adentro! ¡Quiero irme a mi casa!
—Por favor, señorita...
Sentí la humedad llenar mis ojos, pero no eran por el dolor en mi pie, sino de impotencia por esa situación de pesadilla.
—¡Vaya y dígale a su jefe que no me va a arrastrar...!
—No hace falta que grites así, te escucho bien —su voz fue como un cuchillo cortando el aire.
Enterré las uñas en el césped, observando como se abría paso entre sus hombres y perros, hasta pararse frente a mí. Temerosa, alcé la cabeza y miré su rostro, oculto en sombras. ¿Qué expresión tenía?
—Así que pensabas que podrías irte en plena noche, ¿no? —tenía un tono aterradoramente sereno—. Ignoraste todo lo que te dije y saltaste desde tu ventana, qué valor tienes, mujer.
Reprimí mis ganas de arrastrarme lejos de él, cuando hincó una rodilla y puso sus ojos a mi nivel. Entonces fui capaz de ver su expresión, era de completa y fría calma.
—Supongo que no sabías que tengo circuito cerrado en esta mansión, es decir, hay cámaras por doquier.
Expiré entre labios y mi alma cayó a mis pies. Nunca tuve la menor oportunidad de irme, eso quería decir. Era realmente una rehén, SU rehén. Ni siquiera me quejé o puse la menor resistencia cuando me jaló del brazo y me subió sobre su hombro. Me devolvió al interior de la cálida mansión, pero no me llevó a mi habitación, sino a otra en la tercera planta. La nueva habitación era más ostentosa que la otra y mucho más grande, tanto cómo mi departamento.
Sobre una cómoda cama que olía exactamente a él, un médico vino y me examinó el adolorido tobillo. Después de ese tiempo, ya se había inflamado y dolía al menor toque.
—Es un esquince —informó, pero dirigiéndose siempre a Jonathan, no a mí.
Él se acercó con los brazos despreocupadamente cruzados sobre el pecho y me miró el pie sin ninguna expresión, mientras el doctor recogía sus cosas.
—¿Deberá guardar reposo? —preguntó sin interés.
—Así es. Que no haga ningún sobreesfuerzo o tardará en sanar.
Lo vi esconder una sonrisa afilada, antes de estrechar la mano del médico y despedirlo. Cuando nos quedamos a solas, se volvió hacía mí y por fin me miró con el enfado que había estado guardando. Yo desvié la mirada, decidida a ignorarlo.
—¿Estás satisfecha ahora? —inquirió, inclinándose y sujetándome la cara.
Contuve un quejido y tuve que verlo. Parecía rabioso, tan enfurecido que las venas de las cien eran visibles en su clara piel. Sus ojos refulgían de un intenso y aterrador brillo azul.
—¿Acaso enloqueciste? —en mi caída del árbol, las ramas me habían arañado la cara y partido el labio, pero yo no me di cuenta hasta que el médico lo dijo.
Le dirigí una mirada llena de desafío, aunque en mi interior solo quería esconderme.
—¿Y usted creyó que le obedecería sin quejas? Está equivocado, ¡usted es un...!
Me hizo callar apretándome las mejillas. Por un momento, solo permaneció en silencio, mirándome con esos ojos brillando en un gélido azul celeste, mientras sus facciones mostraban un enfado de nivel mayor. Su desprecio por mí era algo que ni siquiera trataba de ocultar, me odiaba quizás tanto cómo odiaba a Samuel.
—Sí mis sabuesos te hubiesen encontrado antes que mis hombres, ahora estarías muerta —dijo secamente, asustándome aún más. ¿Se refería a esos perros enormes?—. Ten en cuenta eso sí planeas hacer lo mismo de nuevo, aunque me aseguraré de que no puedas.
Al ver el cambio en mi expresión, las comisuras se curvaron y formaron una sonrisa tan arrogante como divertida.
—¿Ahora estás asustada? ¿Por fin aceptas tu situación?
Sus dedos aligeraron la presión en mi rostro, al tiempo que él subía a la cama y, cuidando de no tocar mi vendado pie, apartó mi cabello y acercó sus labios a mi oído.
—¿Lo ves ahora? Tú, Suzanne Miller —mencionó por primera vez mi nombre, aunque con evidente desagrado—, estarás atrapada aquí por 3 meses y quizás para siempre, sí no haces tu trabajo y convences a tu repugnante hermano de regresar, con Emily, claro.
Tragué saliva cuando apoyó el torso sobre mi estomago y el aroma de su perfume llenó todos mis sentidos. El calor de su cuerpo, a pesar mío, traspasó mi ropa y calmó el frío que sentía por haber huido en plena noche.
—Toma en cuenta esto, porque es mi única advertencia para ti—agregó bajando la voz y deslizando los labios por mi cuello, rozándome la piel—. No toleraré más intentos de fuga, si se te ocurre intentar la misma estupidez de esta noche, haré que lo lamentes. O mejor...
Me sobresalté cuando buscó mis ojos y me forzó a verlo a la cara. Tenía la expresión más peligrosa que nunca vi en nadie. Siempre creí que Jonathan Verstappen debía su éxito a su atractivo e inteligencia, pero quizás había algo más tras todo eso.
—Haré que te sea imposible hacerlo de nuevo, ¿eso quieres? Puedo hacerlo, aún no sabes quién soy.
Quise negar, pero no pude, estaba paralizada. ¿Realmente era solo el dueño de una cadena de casinos? ¿Ocultaba algo más?
—Ahora, al menos por un tiempo, no podrás intentar ninguna tontería —sonrió un poco y miró mi boca, mejor dicho, mi labio partido.
Frunció sus doradas cejas e hizo una mueca de disgusto, como un niño que ha descubierto que uno de sus juguetes se ha roto.
—Pudiste evitarte esto y quedarte quieta como te dije.
Llevó la yema de un dedo a mi labio y presionó ligeramente. Yo contuve un gesto de dolor.
—¿Pensaste que podrías salir de aquí y desaparecer de mi vista como si nada? —murmuró, llevando el dedo a tráves de los rasguños en el resto de mi cara—. ¿Causaste este desastre solo por ese inutil intento de escape? Eres más ingenua de lo que pensé.
Me estremecí cuando, a pesar de la herida, acercó su boca y con su lengua separó mis labios.
—Aunque, debo darte crédito, no esperaba que saltaras desde la segunda planta —dijo, hablando contra mi boca—. Eso fue interesante.
Cerré los ojos con fuerza y quise apartar el rostro, pero su mano se mantuvo firme y me obligó a permanecer quieta, para poder besarme a placer. Despreciaba tanto a ese hombre y cara toque suyo era desagrado puro.
—¿Acaso... usted no me despreciaba por ser hermana de quién le arrebató a su hermana? —le recordé para salvarme de ese repentino interes en mí.
Él se detuvo y no tardó en soltar un suspiro cargado de irritación. Entonces yo abrí los ojos, solo para ver cómo sus ojos seguían fijos en mí, llenos de una intensidad que nunca vi en ningún otro hombre. Jonathan Verstappen estaba a otro nivel, era tentador, un imán para cualquier mujer, ¿pero eso me incluía?
—Me desagradas, es cierto, pero no me disgusta del todo la idea de juguetear contigo, y hacerselo saber al imbecil de Miller.
Esas palabras, tan frías e insensibles, tiñieron mi piel de rojo. Y tuve el impulso de gritarle que no estaba dispuesta a llegar a nada con él, sin embargo, ni siquiera pude formar media palabra. Sin aviso sus labios se unierón a los míos otra vez, pero más agresivos que antes. Pronto noté el sabor metálico de mi propia sangre en su boca, y no pude evitar hacer un gesto de dolor cuando profundizó el beso, lastimándome.
—¡E-espere...! —traté de hablar.
Incluso llevé mis manos a su pecho y traté de empujarlo con todas mis fuerzas, antes de que las cosas llegarán a un nivel peligroso para mí. Pero él frenó mis intentos al sujetar mis muñecas y aplastarme con todo su peso contra el colchón, olvidandose incluso de mi tobillo adolorido. Antes de poder pensar en otra forma de alejarlo, él coló una pierna entre las mías y me levantó la camisa, para poder acariciarme la cintura.
Enrojecí, entrando en pánico total. No quería eso, menos con él. No quería que un tipo como Jonathan Verstappen pusiera sus manos sobre mí, primero prefería morir. Pero no podía ni respirar, él no me lo permitía.
—¡Basta...! —pedí en vano, comenzando a inquietarme.
¿Realmente terminaría acostandome con el tipo que me tenía allí cómo moneda de cambio? ¿Se lo pondría tan fácil?
—¿Crees que te haré mía? —jadeó deteniendose en el acto.
Cuando se irguió sobre mí, vi una sonrisa engreída en su boca. Sin la menor sensación de deseo, se limpió los labios y me miró con ojos burlones. Yo estaba roja, respirando con rápidez y con los ojos humédos por el pánico.
—Te lo dije, no me interesas.
Burlandose de mí, me bajó la camisa, hasta volver a cubrir mi abdomen. Luego inclinó el rostro hasta posicionarlo muy cerca del mío. Sus ojos eran muy azules, como un cielo al desnudo. ¿Cómo alguién así de apuesto podía tener esa personalidad tan terrible?
—Pero, si quiero, puedo olvidar mi desprecio hacía ti por una noche —suspiró cerca de mis labios—, así que te sugiero no repetir lo que hiciste hoy.
Ese tipo era un demente, ya lo sabía, pero también tenía algo más, era un imán, y despertaba una atracción magnética que me confundía.
Hola, querida lectora. Gracias por interesarte en mi trabajo y espero puedas acompañarme a lo largo de esta historia. ¡Espero contar contigo!
La nueva habitación donde me recluyeron, resultó ser la habitación del mismo Jonathan Verstappen, por eso era mucho más grande y lujosa que la anterior. Al día siguiente de mi intento de huida, escuché como venían personas y ponían barrotes en las ventanas del primer y segundo nivel. —No es necesario colocar seguridad aquí —dijo Jonathan, mirando el jardín desde el ventanal al lado de la cama, mientras su servidumbre sacaba su ropa y pertenencias—. No creo que seas tan estúpida como para saltar desde el tercer nivel. No le respondí, ni siquiera lo miré. Nunca en mi vida había odiado tanto a alguien como ahora odiaba a ese hombre. Incluso me avergonzaba haber admirado su éxito por años en secreto, sin saber que era un tirano en toda regla. —Y recuerda mantenerte aquí, no quiero verte en el resto de la mansión. Sabes que no eres una invitada aquí —me recordó antes de salir, dejándome en un silencio incómodo con las chicas de servicio. ¿Tanto me odiaba como para prohibirme salir de l
—No sabíamos que Verstappen se hubiese casado. Sonreí con esfuerzo, caminando de puntillas sobre el hilo entre la verdad y la mentira. Quería decirle al invitado frente a mí que yo no estaba casada con ese tipo, que en realidad era una prisionera allí, convertida injustamente en rehén. —¡Y menos sabíamos que su mujer fuese tan bella! —sonrió y chocó su copa con la mía, tan alegre por nosotros—. ¡Enhorabuena por la boda, Jonathan! Me tensé cuando otra copa se unió al brindis, la de mi supuesto marido. Estaba al lado mío, sujétandome contra su costado con un brazo firme. —Gracias, Demetri. Suzanne y yo estamos muy felices —fue su descarada respuesta. Los tres nos llevamos el vino a la boca, pero yo solo fingí beber, no quería embriagarme y decir más de lo debido. Aunque mi hermano fuese un cobarde de lo peor, yo no podía dejar que Jonathan lo culpará de cosas que nunca hizo. —A propósito, ¿cómo se conocieron? —otro invitado de Jonathan hizo la pregunta del millón—. Nunca la había
Apenas dormí nada, en cuanto el sol se asomó por las ventanas, salí de la cama y me asomé al pasillo. Estaba vacío. Lo había pensado toda la noche, preguntándome sí podía ser cierto y llegué a la conclusión de que debía saberlo, antes de que mi tiempo allí se alargará. ¿Jonathan Verstappen pertenecía a la mafia? Y sí era cierto, ¿qué papel tendría dentro de ese peligroso sistema? En el mayor silencio, me puse a buscar en los muebles cualquier cosa que me dijera algo sobre él. Después de todo, esa era su habitación y quizás allí hubiera algo que me dijera sí yo estaba viviendo en la casa de un mafioso, sí mi hermano y yo peligrábamos... Mientras seguía buscando, escuché un ruido detrás de mí. Me volví de golpe y vi a Jonathan de nuevo, estaba de pie en mi puerta, con la llave de la cerradura en un mano, en pijama, y esta vez con una sonrisa amplia en su rostro. Parecía estar de mejor humor que durante la noche. Mucho mejor. —¿Qué estás haciendo, mujer? —preguntó, su voz suave y p
—¡No! ¡Aléjese! Aunque traté de impedírselo, terminé con el rostro contra el colchón y con las manos tras la espalda, bien sujetas por una de las suyas, incapaz de soltarme. ¿Realmente iba a pasar? Estaba loco, era totalmente un demente. —¡¿Acaso perdió la cabeza?! —le grité, mirándolo sobre el hombro. Jonathan Verstappen estaba arrodillado justo detrás mío, sujetándome por las muñecas y sacándome el pantalón del pijama. El aire frío del aire acondicionado me puso la piel de gallina cuando quedé solo en bragas. —¿Realmente quieres saberlo? —me suspiró en el cuello, causándome un estremecimiento—. Tal vez sí he perdido la cabeza, porque de otra forma, no me explicaría porque ansío cogerme a la hermana del bastardo que me arrebató a Emily. Cerré los ojos cuando se llevó los dedos a los botones de la camisa, pero no los desabotonó como una persona normal, sino que oí como los desprendía de un tirón. —Sin duda debo estar loco, Suzanne —bajó la voz y sin que yo pudiera impedírselo, m
Luego de esa primera vez, él desapareció por el resto del día y yo permanecí todo el tiempo en la cama, mirando al techo, sin decir una palabra, tratando de recuperar fuerzas y procesar lo que había ocurrido entre él y yo. Había vivido hasta ese momento esperando conocer a un buen hombre al cuál me hiciera feliz entregarme, pensando que solo con él podría disfrutarlo. Pero, las cosas habían resultado muy diferente a mis planes. Un tipo molesto, al que despreciaba y al que parecían faltarle 2 pares de tornillos en la cabeza, había tomado mi virginidad y yo no había podido detenerlo. Lo que era peor, ¿lo había disfrutado? A pesar del dolor, el desprecio y rechazo, ¿acaso había gozado que me tomará? Por la noche, finalmente expiré hondo y con las piernas débiles, me levanté para darme una ducha, con la intención de borrar sus huellas y todo rastro suyo de mí. No obstante, cuando salí de la bañera y, envuelta en una toalla, dejé el baño, lo encontré esperando por mí sentado al borde de
Exactamente una semana más tarde, Jonathan Verstappen regresó a casa. Lo hizo durante la madrugada y fue directo a mi habitación. Entre sueños lo sentí arrancarme las sábanas que me envolvían y, al momento siguiente, ya tenía sus manos separándome las piernas y sus labios invadiendo los míos. —¿Has logrado avanzar en tu tarea, Suzanne? —me susurró con voz ronca, subiéndome la camiseta y llevando una diestra mano a mi espalda. Sentí el broche de mi bra abrirse y justo después su mano ya estaba acariciándome los pechos con verdaderas ansias. Me alcé sobre los codos, sintiendo una especie de calor arder desde mi vientre y llegando rápidamente a todas mis extremidades. —Espero buenas noticias tuyas —agregó con un jadeo y terminó el beso para verme bajo la tenue luz de la lampará de lectura al lado de la cama. Sonrojada, alcé la cabeza y lo observé arrodillado entre mis piernas, ya desnudo y erguido ante mí. Incluso sin tanta luz que lo iluminará, fui completamente capaz de apreciar el
Luego de un mes encerrada y sometida por ese hombre, volver al casino fue como emerger de lo profundo del mar y tomar el primer ansiado respiro. En el casillero, modelé mi uniforme con una gran sonrisa: una ceñida falta roja a media rodilla, una blusa blanca de mangas largas, medias oscuras y altos tacones negros. Nunca me había sentido más orgullosa de mi trabajo que en ese momento, cuando me veía con en el espejo y todo sabía a libertad. —¡Sue! La voz chillona de Annabelle, mi amiga, me hizo girarme con un sobresalto. Ella entró al vestidor de mujeres y me abrazó, casi haciéndome tropezar. Me reí. —¿Qué es esto? Ella se alejó, sus ojos marrones estaban algo llorosos. Anny era solo un año menor que yo, castaña y alta. —Pensé que habías renunciado. ¿Por qué desapareciste de la noche a la mañana? ¿Tu hermano también volvió? Mi emoción se tornó algo amarga y solo pude negar. Samuel era un cobarde y hablar de él no arreglaría nada. Mejor evité el tema y la tomé del brazo para c
Y la sensación caliente que comenzaba a recorrer mi cuerpo, se disipó de golpe. Lo miré, molesta y más ofendida que nunca. —No entiendo de qué habla... Solté un quejido bajo cuando envolvió mi cintura con un brazo y brusco me pegó a su pecho. Sonrió sin humor, mirándome con esos azules ojos cargados de incredulidad. —¿Crees que no te vigilo? Eres una descarada. Me llené de indignación. —Te vi abrazada a ese mocoso cuando llegué, como una niña, ¿te gustó tanto?Solté un pequeño grito cuando me sujetó del cuello y me aplastó contra el espejo a mis espaldas. Sí, definitivamente era un loco en todo el sentido del término. —¿Piensas que te dejé volver aquí para que coquetees con mis empleados? Hice un gesto y sujeté su muñeca, tratando de que me soltará. Temía que el escándalo atrajera la atención de algún compañero y nos vieran en esa situación comprometedora, conmigo sobre el lavabo y él entre mis piernas. —A usted... ¿por qué le importaría lo que yo haga con mi vida personal? —no