7 - Parte I

Bianca

La chica no dejaba hablar a mí hija, mal miraba a Lucas, hizo muecas de asco ante mi comida y de paso no le quitaba la mirada de encima a Mateo.

Sophia la miraba con los ojos entrecerrados cada vez que le pedia algo a Mateo.

Yo me mantuve serena, pero iba a reaccionar si volvía a interrumpir a mi bebé.

Con Bárbara nadie se mete y menos si yo estaba de testigo.

—Justo hoy estaba en clase se ciencias y el profesor me dijo que había pasado con buena nota y...

Gabriella volvió a interrumpirla.

—Todo el mundo le pasa la materia a ese profesor, linda.

Bárbara la miró con una ceja alzada. Pero antes de que mi hija replicara lo hice yo.

—Claro, Gabriella, todo el mundo le pasa pero mi hija no es todo el mundo y estoy orgullosa de sus logros académicos.

Ella se puso pálida ante mis palabras con cero tono de broma y asintió.

Lucas sonrió con burla y la comida prosiguió.

—Me puedes servir más ensalada, Mateo.

Y de nuevo con lo mismo. Pero esta vez fue turno de Sophia.

Tomó el cuenco de ensalada y se lo dió en las manos, —Sírvete tú misma, Mateo no es tu mandadero.

Ella quedó tiesa pero igual tomo el recipiente y le dio las gracias.

Sophia le acarició el brazo a Mateo cuando él le dió las gracias.

—¿Y tú qué pintas en todo ésto? —le preguntó directamente Sophia. —Nunca te habíamos visto y no me mal intérpretes, Bianca permite a quien quiera en su casa, pero tú no eres ni amiga de los chicos.

Automáticamente las conversaciones se detuvieron y caímos en un momento incómodo. Mi mejor amiga tenía una lengua bastante afilada.

—Pues la verdad es que siempre he visto a Barbie en la universidad y es buena onda, pero la verdad vine aquí para ver a Mateo.

Fue inevitable no rodar los ojos con fastidio.

—Él no parece cómodo con tu presencia, ¿O lo estás, cariño? —le preguntó mi amiga a Mateo.

El carraspeó, pero no dudo en hablar. —No lo estoy, llevo dos años sin tener contacto con ella.

Sophia le sonrió falsamente a la chica que estaba roja y no sabía si de la ira o de la pena, pero ya yo estaba harta de ésto. Quería una cena tranquila, no este circo y por algo le había pedido a mi ex marido que se fuera.

—Mira, Gabriella. Normalmente no soy grosera o antipática —comencé, ganándome la atención de todos. —Pero te pido encarecidamente que cuando termines de cenar te retires de mi casa.

Con eso me levanté de mi asiento dejándola pasmada. —Iré a la cocina, acompañame, nena.

Le pedí a mi hija y ella con una sonrisa triunfal también se levantó y me acompañó dejando todo el show detrás de nosotras.

—Eres una Diosa, mami —me dijo mi hija, y fue inevitable no sonrojarme porque así me llamaba su amigo.

—Ya estaba harta que te interrumpiera —confesé, mientras caminaba a la nevera y sacaba de él cheesecake de frutos rojos que había hecho en la mañana.

Era el postre favorito de mi hija y de Mateo.

Ella sonrió feliz por ver el postre.

—Esperemos que se vaya la loca para poder sacarlo.

Ella soltó una carcajada que me llenó de vida.

—¿No sé qué haría sin ti, mami? —vino a mí y me abrazó y yo a ella. Sintiendo su aroma a flores gracias a los productos de cabello que me pedía que le comprara.

Tal vez no trabaje, pero mis padres me había dejado una buena herencia cuando murieron haces algunos años, y con eso pretendía organizarme e invertirlo en algo para que a Bárbara le quedase algo cuando yo ya estuviera presente, pero del resto vivíamos bien y bueno, Iván es un esposo terrible, pero no un mal padre.

Él se encarga de pagar cada centavo de los estudios de nuestra hija, y también sería capaz de darle un riñón sin que ella se lo pidiera.

Escogí un buen padre para mí hija, pero no un buen esposo y eso estaba bien, siempre y cuando mi hija fuera feliz.

—Harías todo, porque no me necesitas para brillar —le susurré y le llene su carita de besitos.

Ella solo reía pero me miró a los ojos y soltó unas palabras que me dejaron fría. —Te necesito para brillar. Porque tu luz ilumina a todos y aunque no me digas algunas cosas, sabes que yo estaré para tí sin importar nada.

Inmediatamente sentí mis ojos cristalizarse, pero no quise saber a qué se referían sus palabras. Internamente si sabía, pero tenía miedo de perderte.

—No te digo algunas cosas porque no quiero perderte.

Ella asintió con sus ojos cristalizados también pero me dió una sonrisa radiante.

—Tú te aseguraste de darme una vida feliz aunque mi padre no te estuviera devolviendo ni la mitad de lo que tú nos dabas. Ahora es mi momento de verte feliz, mamita, cuando sea el momento hablaremos de todo.

Yo sollocé y ella volvió a abrazarme. —Nunca ha sido una carga amarte, mi bebé, tampoco lo fue cuando lo hice con tu papá, pero a veces hay cosas que no se pueden recuperar.

—Eso lo entiendo, mami, por eso ahora es tu momento de vivir. Nunca es tarde para volver a querer, ni para volver a quererte. Estás preciosa y lo que más quiero es que seas feliz.

Yo le sonreí y le limpié sus ojitos, ella había sacado todo de Iván, pero al menos teníamos los ojos parecidos y tenía unas pecas preciosas que había amado desde que noté como le fueron saliendo en su infancia.

Ella es lo más bonito que me pasó en la vida, y nunca interpondría mi felicidad por encima de ella, porque es mi beba, mi niña, ella es lo más importante que tengo.

—Tenerte es mi felicidad, linda —besé si frente con dulzura.

Al momento escuchamos la puerta principal ser abierta y luego cerrada de un portazo.

Suspiramos ambas y luego de limpiarnos los ojos por haber llorado tanto, nos fuimos al comedor. Yo con el postre en las manos y ella con los platos y cucharas para el este.

Apenas dejamos todo en la mesa, entró Mateo también y nos sonrió por el postre que le esperaba en la mesa.

—Eres la mejor, Bianca —dijo, con esa voz melodiosa que me daba escalofríos en la piel.

—Mi mamá es una Diosa —habló Bárbara, sumida en su pedazo de cheesecake.

—Lo es, si —respaldó Sophia con la boca llena de pastel.

Lucas ni podía hablar por lo llena que tenía la boca y fue inevitable no reírnos de él.

—Eres un desastre, cariño —le dije entre risas y él se sonrojó por vergüenza, pero se le pasó de inmediato cuando le puse otra porción en el plato.

—Lo mal acostumbras siempre —refunfuñó mi hija.

Yo le besé la mejilla y me senté para comer de mi porción.

En definitiva, siempre quisiera estar así, en familia y unidos.

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