7 - Parte II

Mateo

—Mira, Gabriella. Normalmente no soy grosera o antipática —escuché a la mujer que me tenía loco, hablar. —Pero te pido encarecidamente que cuando termines de cenar te retires de mi casa.

Y con eso se levantó de la silla dejando a Gabriella pasmada y sin nada que argumentar. —Iré a la cocina, acompañame, nena.

Invitó a mi mejor amiga a ir detrás de ella y gustosa se levantó si siguió a su madre.

—Te lo advertí, ahora levántate, que te acompañaré a la salida.

Le hablé con brusquedad a la mujer que dió más problemas en menos de una hora.

Ella sin nada que decir se levantó y se disculpó con Sophia y Lucas que quedaron en la mesa. El único en responderle fue mi amigo, porque Sophia la ignoró por completo.

—De verdad lo siento, Mateo —decia ella mientras caminaba hasta la puerta. —No sabía que te iba a causar problemas con tu novia.

Yo me detuve y por un momento pensé en ahorcarla.

—No sabía que te gustaban mayores.

—No sabes de lo que hablas, mejor ahórrate tu maldito veneno y vete.

—¿Bárbara lo sabe? —me miró con una sonrisa triunfadora.

—¿Saber qué, Gabriella? —pregunté con fastidio.

Ella se carcajeó como si supiera algo que yo no. —Que estás saliendo con la amiga de su mamá.

Carajo, me reí, pero de alivio.

—Estás malditamente loca, de verdad, pero si salgo o no con Sophia no es tu problema. Métete en tus propios asuntos y en vez de estar pendiente de mi vida, busca terapia para que tu pequeño cerebro avance. —le dije mientras le tocaba la frente con mi dedo índice.

Abrí la puerta para ella. —Ahora lárgate, y deja en paz a mi mejor amiga. ¿Te queda claro?

—Me quedó claro, coge abuelas —se burló.

—Me cojo mujeres experimentadas, no a locas y obsesivas como tú. Hablas desde la envidia porque sabes que esas dos cogidas básicas no podrás repetirlas conmigo.

Ella quedó boquiabierta y sin dejarla replicar le cerré la puerta en la cara.

Normalmente soy un caballero. Pero hoy justamente no, no con ella. Es una m*****a loca.

Y aún con el pensamiento de que ella creyó que estaba saliendo con Sophia, me devolví al comedor.

Justo cuando llegué al umbral de la puerta, desde la cocina venían Bianca y Bárbara, la primera con el postre favorito de su hija y mío y la otra con los platos que se dispuso a acomodar en cada puesto.

—Eres la mejor, Bianca —dije sin pensarlo, solo mirándola fijamente.

—Mi mamá es una Diosa —habló Bárbara, sumida en su pedazo de cheesecake, sin prestarle atención a nada más a su alrededor.

—Lo es, si —respaldó Sophia con la boca llena de pastel y guiñándome un ojo. Fue imposible no avergonzarme, ella sabía lo que estaba pasando, no es tonta.

—Eres un desastre, cariño —escuché decir, era Bárbara viendo a su novio con la boca totalmente llena de pastel, todos nos reímos de él avergonzandolo, pero Bianca siendo un completo ángel le dio otra rebanada del postre.

—Lo mal acostumbras siempre —refunfuñó su hija.

Reímos todos a la par. Y éstos momentos eran los que apreciaba muchísimo, porque cosas así nunca las tendría en mi casa y mucho menos con mis padres.

Podría asegurar que mi madre no sabe cuál es mi postre favorito. Pero para Bianca nunca fue difícil recordarlo, en cada cumpleaños que pasé aquí, me lo preparó y me dió toda la atención y cariño que necesité.

El problema fue que no lo vi como un gesto maternal a partir de los diecisiete años, si no que empecé a verla con otros ojos.

Y aunque algunos pensaran que ésto es de gente mal de la cabeza, la verdad es que me importa muy poco.

Estaba perdidamente enamorado de esta mujer y no creo que pueda recuperarme si en algún momento todo llegase a terminar.

Nos quedamos un rato hablando y pasándola bien hasta que Sophia tuvo que irse porque según ella tenía una cita con un hombre guapísimo. Evidentemente a cenar no irían y por eso confesó haberse arreglado tanto esa noche.

Todos nos despedimos de ella y entre Lucas, Bárbara y yo organizamos todo en la cocina y el comedor para ayudar a Bianca.

—¿Te quedas hoy, guapo? —me preguntó mi mejor amiga.

A lo que asentí y la atraje a mí para darle un abrazo y un beso en la frente.

—Me quedaré —respondí.

—Bien, así mamá no se queda sola. Lucas y yo iremos a lo de sus padres porque mañana tendremos un día con ellos en la piscina.

—¿Y no me invitas? —pregunté indignado.

—No, imbécil —replicó Lucas.

Bárbara se carcajeó. —Es algo medio especial, es el aniversario de mis suegros.

—¿Y tu madre sabe? —fruncí el entrecejo.

—Justo le diré ahorita, porque fue hace una hora que mi suegra me escribió haciéndome la invitación formal.

—Bueno, acepto quedarme para no dejar a tu mamá sola.

—Asegurate que esté lejos de mi papá. No quiero que le haga daño.

Yo asentí un poco incómodo y ella beso mi mejilla para salir a lo de su madre para decirle que se iría.

Lucas se aseguro de que su novia se hubiera ido totalmente al segundo piso y me miró con picardía.

—Aprovecha el tiempo en estos días con tu amada.

—Cierra la boca, imbécil.

Se carcajeó y siguió arreglando los platos en su lugar.

Sin embargo, me sentía un poco incómodo con ésto. Sé que Bárbara no sabe lo que está pasando entre su madre y yo, pero me pone bajo presión el que ella me pida velar por la seguridad de ella.

Cuando realmente lo que quiero hacer es tenerla desnuda entre mis brazos.

—Serán unos días largos —susurré y Lucas golpeó mi hombro juguetonamente.

—Aprovecha y sácala de aquí. Bianca lleva tiempo sin salir a solas.

Y medité eso. Lucas tenía razón, los únicos viajes en los que habíamos estado juntos, habían sido los familiares.

Pero eso iba a cambiar este fin de semana, haría todo por ella y para ella.

—Eres un cabronazo con suerte —soltó y fue inevitable no sonreír. Porque no se trataba de suerte, se trataba del destino.

—Es una dicha tenerla y no es cuestión de suerte, si no del destino.

Él sonrió y lo ayudé para que terminara más rápido.

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