Gala se quedó lívida por largos segundos.
— ¿Qué? — consiguió preguntar, atándose la bata y abrazándose a sí misma.
— Te dije largo, vamos, fuera de esta habitación. ¡Salte! — y señaló la puerta.
Gala ahogó un jadeo y negó con la cabeza, desconcertada, llorosa.
— ¡Pero…!
— ¿Es que no me escuchaste? ¡FUERA! ¡LARGO! — gritó el brasileño, fuera de sí.
Para ese punto, Gala intentó alcanzar su maleta, buscando desesperada y con manos temblorosas algo con lo que cubrirse, pero sin pensarlo y rebasado por el resentimiento, Ramsés la tomó del brazo y la sacó de la habitación sin pensar en las consecuencias, no fue hasta después de largos segundos e inhalaciones profundas cuando reaccionó.
— ¡Carajo! — gruñó, ¿qué había hecho? Estaba semi desnuda y… ¡Idiota! ¡Mil veces idiota!
Salió a buscarla. No había sido su intención. No de esa forma, pues a final de cuentas, sea cual sean sus planes de venganza, ella seguía siendo su esposa y nadie más que él, tenía el derecho de verla con poca ropa.
Abrió la puerta y se detuvo al encontrarla allí, tratando de cubrirse con sus propias manos lo que podía de su cuerpo, mientras era observada y juzgada por las empleadas de aquella hacienda, que no demoraron en murmurar entre sí lo que sea que fuera.
— ¿Qué están mirando? ¡Largo de aquí todos! ¡Vamos! ¡Fuera! ¡Los quiero fuera ahora mismo! — todo el mundo comenzó a desaparecer, presas del miedo y de las consecuencias.
En cuanto no hubo nadie, Ramsés miró a su joven esposa y las lágrimas que empañaban terriblemente sus ojos.
— Gala… — intentó acercarse a ella mientras se quitaba la chaqueta, pero ella retrocedió y lo miró con horror y miedo.
— No me toques — dijo voz quebrada, pero alzó el mentón, y ya sin un dejo de pudor, caminó hasta la habitación de su nana.
Llamó con labios temblorosos hasta que la mujer abrió, y entró, ajena a la mirada descompuesta de Ramsés, que jamás se había sentido tan culpable de nada como en ese momento.
— ¡Por Dios, mi niña! ¡Estás casi desnuda!
— Nana… — la inocente y abatida Gala corrió a los brazos de la única mujer que, en esos momentos, podía darle consuelo.
— ¡Mi niña, mi niña! — exclamó la mujer, tomando sus mejillas con preocupación — ¿Qué fue lo que pasó? ¿Es que acaso ese hombre intentó…?
Pero Gala negó, y limpiándose una lágrima, dijo:
— Tenías razón, nana. Ese hombre… mi marido, es un monstruo. ¡Lo odio! ¡Lo odio!
Ramsés escuchó aquellas palabras detrás de la puerta y sintió que su corazón se paralizaba. ¿Qué diablos le importaba a él si lo odiaba o no? A final de cuentas, ese era su propósito, provocar que lo odiara con todas las fuerzas de sus entrañas. Que lo aborreciera de la misma forma en la que él llegó a aborrecer a Giulia. Su hermana.
Y como si ya no hubiese hecho suficiente por esa noche, abrió la puerta y entró a la habitación.
Las dos mujeres en el interior, abrazadas la una a la otra, ahogaron jadeos de asombro.
— ¿Qué hace aquí? ¿Cómo se atreve? ¿Con qué derecho entra así a la habitación? — preguntó la nana de su joven esposa, protegiendo a esa dulce niña con su cuerpo.
Pero Ramsés no se inmutó.
— Con el derecho que me da que esta es mi casa, y yo salgo y entro de donde me venga en gana — entonces miró a Gala —. Tú vienes conmigo.
— ¡No irá a ningún lado con usted! ¡Y para que ya lo vaya sabiendo, mi niña y yo nos iremos mañana a primera hora de aquí! ¡Ella no tolerará sus humillaciones! ¿Quién se cree?
De solo pensar que Gala se podía marchar, no lo soportó.
— ¿Y a dónde van a ir? — preguntó con burla.
— ¿Se cree que mi niña está desamparada? ¿Es que acaso no vio la mansión de donde la sacó para traerla a este lugar tan oscuro y triste?
Ramsés apretó los puños, y antes de que dijera algo que no podía, exhaló largo y se las arregló para tomar del brazo a Gala.
— ¡Suéltela! — gritó la mujer.
— ¡Suéltela usted o será quien se vaya de esta casa en ese preciso instante!
De tan solo imaginarlo, Gala abrió los ojos.
— Iré contigo, ya déjala — habló Gala al fin, limpiándose restos de lágrimas secas con rabia, y muy a pesar de la insistencia de su nana, se fue con Ramsés.
No dijo nada al salir de la habitación ni tampoco al entrar a la suya.
— ¿Qué quieres? — preguntó con dolor, marcando distancia.
— Que me cumplas como esposa. Esta noche te convertirás en mi mujer — y comenzó a desabotonarse la camisa, pero la voz femenina de su esposa lo detuvo.
— No.
Ramsés entornó los ojos y ladeó una sonrisa.
— ¿No? ¿Y esa no era la razón por la que estabas aquí, semi desnuda, hace un momento? Estás ansiosa por ser follada y es lo que te daré.
— Eres un cretino — gruñó Gala, dolida, arrepentida por ese matrimonio.
— No te hagas la dulce paloma, que conozco muy bien a las de tu tipo. Eres igual a ella — soltó Ramsés para después arrepentirse.
— ¿A ella? ¿A quién… te refieres con ella?
— A nadie — gruñó, dándole la espalda y cerrando los ojos por un breve instante.
— Dijiste que era igual a ella. ¿De quién estás hablando? — pero Ramsés guardó silencio — ¿Por qué no respondes? ¿A quién te acabas de referir? ¿Con quién me estás confundiendo? ¡Dímelo!
— ¡No tengo por qué darte explicaciones! — gritó Ramsés y giró con gesto sombrío. Gala enmudeció — Piensa lo que te dé la gana — y salió de la habitación, para no volver hasta el alba.
Gala despertó en aquel sillón en el que se hizo un ovillo, apenas dio la luz del día. Echó un rápido vistazo a la cama y descubrió que las sábanas seguían intactas. No regresó en toda la noche. ¿A dónde… habría ido? Se preguntó, para entonces, ser sacada de sus cavilaciones con el llamado de la puerta.
— ¿Sí? — respondió con dulce timidez, alisándose ligeramente el cabello.
Una mujer entró a la habitación, tomándola por sorpresa. Se trataba de María. La conoció la noche anterior. Había sido amable con ella.
— Buenos días, señora. ¿Durmió bien? — preguntó María, abriendo las ventanas — El desayuno está por servirse y el patrón pregunta por usted. ¿Quiere que le avise que la espere?
— No, yo… — sacudió la cabeza. Los recuerdos de la noche anterior vinieron a su cabeza. La humillación por la que la hizo pasar. Todo. Apartó las sábanas y salió enseguida de la cama.
— ¿En dónde está?
— ¿El patrón? En el comedor.
Sin decir una sola palabra, o tan siquiera cambiarse de ropa, Gala salió de la habitación y no se detuvo hasta llegar al comedor, en donde lo encontró. Varias empleadas estaban allí, y no dudaron en mirarla con bochorno. Para ese momento todos sabían que el patrón y ella no habían tenido su noche de bodas.
Ramsés alzó la vista fuera del periódico de ese día y la miró con ojos entornados.
— ¿Qué haces aquí así? — señaló su atuendo. Tan solo la misma bata de anoche la cubría.
— ¿Cómo? Anoche te importó.
Ramsés rio y negó con la cabeza. Pidió a sus empleadas que se retiraran y lo dejaran solo con su esposa.
— Siéntate — y señaló una silla a su lado.
— No compartiré la mesa contigo, no después de…
— ¿De qué? ¿De no haberte foll4do?
— De haberme confundido con otra mujer. Soy ahora tu esposa y me debes respeto.
Ante la valentía de Gala, Ramsés dejó el periódico a un lado y se incorporó.
— ¡El respeto se gana, y tú no has hecho nada para que yo tenga respeto por ti!
— ¡Tampoco he hecho lo contrario! — se defendió la muchacha — ¿Por qué eres… de esta forma conmigo? ¿Por qué? Si no querías casarte conmigo… ¿por qué mis padres me prometieron en matrimonio a ti?
— No voy a discutir contigo — y harto, decidió que salir de allí era lo mejor, pero esta vez, Gala lo detuvo del brazo.
— ¿Por qué me tratas de esta forma? Tengo el derecho a saberlo.
Ramsés apretó los dientes.
— Suéltame…
— No, no lo haré hasta que me respondas. ¿Qué te hice? ¿Qué te hice para que te comportes de este modo conmigo, desde el primer día?
— ¿Quieres saber qué hiciste, Gala? — la retó el brasileño, clavando su mirada en la suya — Cometer un error, uno irreparable, eso fue lo que hiciste.
Gala negó. No comprendía.
— ¿Qué error cometí? ¿De qué hablas?
— De la noche en la que me dejaste, de la noche en la que me convertiste en el hazmerreír de todos y te largaste.
Gala entornó los ojos, peor que antes.
— ¿De quién estás hablando? Porque… esa no soy yo.
Al darse cuenta de lo que acababa de decir, la lucidez de Ramsés volvió. Sacudió la cabeza y se soltó de un tirón, dejándola allí parada, con más preguntas y dudas que antes. Dudas que estaba dispuesta a resolver.
Lo siguió.
— ¡Desde que llegué aquí solo he intentado ser una buena esposa! ¿Por qué me odias? ¿Por qué, Ramsés Casablanca? — exigió saber. Su voz, aunque firme, temblaba. Todo de ella lo hacía.
Ramsés se detuvo a mitad de la estancia y apretó los puños antes de girarse con fuerza y dar un par de severos pasos hacia ella.
— ¡Porque te rechazo como mi esposa! ¡Porque… esto fue un mald¡to error! ¡Tú eres un error! ¿Lo entiendes ahora? ¡Un jodido e irremediable error, Gala de Lima! — espetó hiriente, no solo cortándole el aliento a la pobre Gala, sino convirtiéndola todavía más en el escudriño de todos los que escucharon el rechazo de su esposo en ese momento.
Con increíble valentía, aunque temblaba horrores, Gala limpió las lágrimas en sus ojos y alzó el mentón sin apartar su mirada de la suya.
— Eres un ser humano miserable — refutó con voz rota, quebrada.
— Y no sabes cuanto más podría serlo.
— No me quedaré a tu lado a averiguarlo — decidió de pronto, ese matrimonio había sido un error. Uno muy grande. Dios, que la perdonaran sus padres, pero… no podía.
Con gesto arrogante, el Casablanca estiró una sonrisa y señaló la puerta. Fuera se avecinaba una tormenta de última hora.
— Allí tienes la puerta, pues largarte en cuanto quieras.
Ante las crueles y decididas palabras, Gala apretó los puños.
— Lo haré, solo necesito que uno de tus hombres me lleve y no volverás a saber de mi en tu vida, si es lo que tanto quieres.
No, por alguna extraña razón, no era lo que quería.
— Mis hombres no van a servirte.
— Entonces necesito un auto.
— En los establos hay caballos, es lo único que tengo para ti. Ve — ofreció, creyendo que con eso la dejaría de manos cruzadas, sin sospechar siquiera que la valiente muchacha lo tomaría como opción.
Horas más tarde, Ramsés Casablanca se enteraría de lo peor.
— ¡¿Cómo que mi esposa no está en la hacienda?!
— ¡¿Qué diablos quieres decir con que mi esposa no está en la hacienda?! ¡Habla ya! — exigió el brasileño con vehemencia, incorporándose fuera de su silla.— Patrón, no lo sé, uno de los peones me dijo que la vio cabalgar quién sabe a dónde. No parecía muy… — bajó la mirada.Ramsés entornó los ojos.— ¿Muy qué? ¡Termina de hablar con un demonio!— No parecía saber muy bien lo que hacía ni a dónde iba. La verdad es que… le ensillaron al caballo más agresivo, patrón. ¡Le ensillaron a la morena!— ¡¿Qué carajos?!Sin esperar a nada, Ramsés le dio la vuelta al escritorio y salió de su despacho, sin atender el llamado de nada ni de nadie. Continuó y no se detuvo hasta llegar a los establos.— ¡Felipe! ¡Felipe! — llamó al seguramente culpable de todo aquello.El hombre joven salió con los ojos bien abiertos.— ¡Patrón!— ¡¿Qué fue lo que hiciste?!— ¿De qué habla, patrón? ¡No le entiendo!— ¡De mi esposa! ¡De mi jodida esposa! ¡De eso hablo! ¿En dónde está?— Yo, bueno, yo… no lo sé, patrón.
Cabalgó en contra de la tempestad y no se detuvo hasta que la morena lo hizo en un sendero bastante alejando de la hacienda. — ¿Es aquí, morena? — le preguntó al animal como si este fuese a responderle, pero estaba seguro de que no lo habría llevado allí por nada, así que, sin esperar más, le acarició el pelaje y entró a las profundidades de aquellos matorrales. — ¡Gala! — comenzó a llamar. Para esa hora todo se encontraba a oscuras y verla entre las ramas y el agua sería completamente difícil. Hasta que un mechón de cabello brillante llamó su atención entre un charco de agua. Entornó los ojos, tratando de darle forma a aquel rostro que de pronto lo dejó helado. — ¡Gala! — gritó y corrió hasta ella, arrodillándose sobre un pozo de charco y tomando el débil y pálido rostro de su esposa entre sus manos. Tiró de ella contra su cuerpo. Temblaba y estaba completamente entumida de pies a cabeza — ¡Dios, no! — pensó, preocupado, asustado, enojado. ¡¿Cómo se le había ocurrido hacer semejan
Tratando de contener el horror y el miedo que pasaba por sus venas en ese momento, Ramsés tomó a Gala contra su pecho y la recostó contra el respaldo de la cama. Rápido, se quitó la camisa y la rasgó hasta conseguir un suficiente pedazo de tela que le permitiera hacer un torniquete en torno a la pierna de su joven esposa. No sabía hace cuánto la había picado el animal, ni cuán lejos hubiese viajado ya el veneno por su sistema; lo cierto es que cualquier cosa podría ayudar en ese momento, sobre todo porque ya era bastante experto en picaduras.— ¡María! ¡Adrián! ¡Vengan! — llamó con fuerza. Enseguida estos subieron. Los puso al tanto de la situación, preocupándolos también, pero lo importante ahora era conseguirle tiempo suficiente al doctor para llegar a la hacienda.— ¿Sí, patrón?— ¡Trae el botiquín contra picaduras! ¡María… ayúdame a desvestirla! ¡Tiene fiebre y tenemos que bajársela a cómo de lugar!La mujer obedeció enseguida, al igual que el otro hombre.— ¿Qué sabes del doctor?
— ¿Qué diablos acaba de decir? — preguntó Ramsés entre dientes, enojado. Su mirada lanzando dardos imaginarios.Adelina abrió la boca, pero la cerró en cuantos todos volvieron a escuchar esa dulce y suave voz.— Ah, me… duele — se quedó Gala en medio de la bruma que todavía la rodeaba.— Está reaccionando, eso es bueno — dijo el doctor de pronto, acercándose a la escena para examinar mejor a la débil muchacha.Ramsés se hizo a un lado con gesto confuso y ansioso. ¿Qué carajos había querido decir esa entrometida mujer con que ese hombre era el verdadero amor? No, no podía ser. Se mesó el cabello con desespero, y de solo pensar que pudiese ser cierto, lo hizo salir de la habitación como alma que llevaba el diablo.Amanecía cuando Gala al fin abrió los ojos. Lo hizo despacio y con muchísimo esfuerzo.— ¿Nana…? — musitó débilmente al reconocer a la mujer su lado.Adelina se incorporó en cuanto la vio despierta.— ¡Mi niña! ¡Al fin abres tus ojos! ¡Estaba tan preocupada! ¿Cómo te sientes?—
— Siéntate — ordenó el brasileño a su joven esposa y entró al cuarto de baño solo para salir un par de segundos después.Gala obedeció cabizbaja, pero fue más por el leve mareo que le causó ver la sangre en sus heridas que por cualquier otra cosa.Al darse cuenta de la palidez y de que estaba a punto de perder el conocimiento, Ramsés se acercó rápidamente y la tomó casi en el aire.— ¡Gala! — exclamó su nombre con posesión, llevándola a la cama. La recostó sobre las almohadas y abrió enseguida el botiquín de primeros auxilios y empapó un apósito con alcohol antes de llevarlo a su nariz.La jovencita tardó en reaccionar, pero lo hizo.En cuanto la vio despierta, Ramsés respiró de alivio y se incorporó, colocando los brazos en jarra.— ¿Por qué diablos te interpusiste? — exigió saber, sin mirarla.Gala pasó un trago, intimidada por la tenacidad de su voz, y se pegó contra el respaldo de la cama.— No está bien lo que haces. ¿Por qué te desquitas con él?Ramsés negó y sonrió con ironía.—
— Mi niña, ¿estás segura de que quieres hacer esto? — preguntó Adelina a su dulce e inocente muchacha —. Ese hombre…— Ese hombre es mi esposo. Ese hombre fue el que eligieron mis padres para mi futuro. Quiero intentarlo, nana. Quiero hacer que mi matrimonio funcione.— No quiero que salgas lastimada.— Eso no pasará, confía en mí, por favor — rogó con esperanza e ilusión, y a Adelina no le quedó más remedio que acompañarla en sus decisiones.En ese momento, María llamó a la puerta.— ¿Estás lista?Gala asintió con entusiasmo y se despidió de su nana con un beso en la mejilla antes de seguir a María a la cocina, dejando a Adelina con esa sensación en su pecho.Mientras tanto, la mujer que había visto crecer al dueño de aquellas tierras y su joven esposa, se ensimismaban por largas en su objetivo.Entraba la madrugada de aquel día, cuando Ramsés llegó a la casa grande, sacudiendo el polvo de sus botas. Había llegado tarde con toda intención, y es que mientras más tiempo pasara lejos de
Al separarse, ninguno de los dos dijo una sola palabra. Gala todavía asimilaba lo que acababa de suceder mientras la mente de Ramsés trabajaba a mil por hora. Algo despertó en él. Algo muy fuerte e inevitable. ¡Irrepetible! Algo de lo que estaba seguro no sentiría dos veces en esa y todas sus vidas.Sus ojos brillaron. Echaron chispas. Y sus manos hormigueando como nunca antes, se posaron sin pensarlo sobre la cintura de su joven esposa, y la pegó a él con más fuerza de la necesaria, entonces, un ser primitivo y superior a él tomó el control de sus decisiones, y le devolvió el beso con energía e intensidad, rozando sus dientes con los suyos, saboreando su lengua y su sabor.Gala ahogó un jadeo y abrió los ojos, pero no hizo absolutamente para separarse, al contrario, se hizo del cuello de su camisa y se sumergió en la necesidad de ser de pronto devorada por él.En ese momento, los dos no pensaban en nada, salvo en el momento que estaban viviendo.Con posesión, Ramsés arrastró una mano
Al separarse ligeramente de ese pequeño ser que llevaba una luz natural consigo, Ramsés pasó un trago. Para ese momento sus ojos guardaban cientos de emociones. Emociones jamás experimentadas. Inconexas. Vibrantes. Era demasiado para procesar. Tanto que tuvo que dar un paso hacia atrás, pensando seriamente sobre lo que estaba ocurriendo, sobre lo que… iba a pasar entre ellos. Jamás fue su plan. Jamás su idea fue llevarla a la cama, al contrario, la quería a su lado como una esposa virgen, y después de asegurarse de que hubiera derramado hasta la última de sus lágrimas, dejarla. Dejarla cómo lo hizo Giulia consigo. Esa era su venganza. Lamentaba no poder llevarla a cabo… lamentaba que su deseo por esa muñequita de cristal fuese más grande.Despacio, sin apartar sus ojos de los suyos, se inclinó sobre su cuerpo. Gala contuvo el aliento en todo momento. No dejaba de observar su rostro, cada pliegue y curvatura. Su expresión llena de vulnerabilidad y bienvenida, atormentándolo, seduciéndol