Tras recobrar el aliento, Gala bajó del auto, observando con asombro y confusión todo lo que había a su alrededor. Hectáreas tras hectáreas de verde le dieron la bienvenida. También el olor a flores frescas y tierra húmeda. Parpadeó dando un amplio recorrido con su mirada.
— ¿Tú… vives aquí? — preguntó la joven, atontada.
— Sí, y es donde lo harás tú también a partir de ahora. ¿Por qué? ¿Te desagrada la vida en el campo? — quiso saber con arrogancia y fastidio. No le sorprendería en lo absoluto su rechazo por aquel lugar. A Giulia tampoco le gustaba la vida en aquellas tierras, y cuando lo dejó, no desaprovechó la oportunidad para confesarle en su cara que repudiaba todo de aquel lugar. Desde el olor a pasto hasta el merodear de los bichos.
Pero, para su completa sorpresa, la respuesta de Gala fue todo lo contrario.
— No, de hecho, es… un lugar hermoso. Creo que va a gustarme la vida aquí.
Ramsés la miró contrariado.
— ¿Qué?
— Sí, bueno, jamás he estado en un lugar como este, pero me gusta, y si es aquí donde formaremos nuestro hogar, me adaptaré rápidamente.
Ramsés negó, sin comprender del todo aquel dulce optimismo al que se aferraba su esposa, aunque, si lo pensaba bien, su tía ya se lo había advertido. Era buena para fingir, solo que… no esperó que tanto, y ese hecho no supo cuánto le fastidió.
— Como sea — replicó, y ordenó a sus peones que se encargaran del equipaje, mientras otros lo ponían al tanto sobre las novedades de las últimas horas en su ausencia — Bien, tú encárgate de llevarlas a la casa grande y dile a María que le muestre sus habitaciones — le dijo a uno de sus hombres —. El resto venga conmigo. No podemos perder esta cosecha.
— ¿A dónde vas? — quiso saber Gala tras las órdenes de su esposo.
Varios peones se miraron las caras y abrieron los ojos, de pronto nerviosos y asustados.
— ¿Por qué te importa? — preguntó Ramsés, despectivo.
— No, yo solo…
— Tú, solo obedeces a mis órdenes y respondes a mis preguntas, no al contrario — y sin más, la dejó allí.
Gala bajó la mirada, avergonzada y humillada por las palabras de su esposo.
— Mi niña, ¿estás bien? ¡Ese hombre…!
— Estoy bien, nana.
— Pero niña…
— Nana, por favor, no digas nada ni discutas con él.
— No entiendo por qué te estás dejando tratar de esta forma. Tú… no eres así.
— Esto es nuevo para los dos, entiéndelo. Está nervioso, al igual que yo.
Pero la mujer negó.
— No es motivo para tratarte de esta forma — la mujer alzó la mano y le acarició la mejilla —. Mi niña, tú no estás acostumbrada a los malos tratos. ¡Vayámonos de aquí!
Pero Gala negó.
— Fue la última voluntad de mis padres, nana, por favor, deja que la cumpla y la respete — replicó con voz entrecortada.
La mujer exhaló y terminó por asentir. Solo… rogaba que no se arrepintiera.
— Sé que nada de esto te gusta, pero es mi nueva vida a partir de ahora. Soy la señora de Casablanca. Y si así mis padres lo decidieron, seré una buena esposa. No voy a defraudarlos en donde sea que se encuentren — y miró al cielo con nostalgia.
Mientras tanto, en la cosecha, Ramsés no comprendía qué diablos pudo haber ocurrido para que aquella palabra llegara a sus tierras. Era muy estricto con los cuidados. No por nada era reconocido por ser uno de los mejores hacendados de aquellas tierras.
— Esto debe tener una explicación y la quiero antes de que caiga la noche. ¡En mis tierras no permito esta clase de descuidados! ¿Entendido? — expresó con autoridad.
— ¡Sí, patrón!
Durante las horas siguientes, terminó por inspeccionar personalmente el resto de sus cultivos, terminando casi a las nueve de la noche en los establos, inquieto y pensativo. Su esposa no había abandonado sus pensamientos ni siquiera por un momento, y le fastidiaba de sobremanera no poder concentrarse lo suficiente en sus asuntos.
— Al diablo — gruñó para sí mismo, y dejó todo lo que estaba haciendo para ir a la casa grande.
Entró por la cocina, como solía. María y las empleadas de la casa estaban allí, caminando de un lado a otro.
— Ya la conocí. Es muy bonita — le dijo María. Aquella mujer a la que quería tanto como a su madre.
Ramsés bebió un vaso de agua y volteó los ojos.
— ¿En dónde está?
— En la habitación, cómo lo ordenaste.
— ¿Bajó a cenar?
— Le avisé, pero prefirió esperarte.
Ramsés frunció el ceño.
— ¿Esperarme? ¿Por qué?
— No lo sé, ve tú y averígualo.
— María… — asfixiado, se frotó el rostro y salió de la cocina, dirigiéndose a la habitación que había asignado para su esposa, pero apenas tocó y entró, no la vio. Su equipaje tampoco estaba allí. ¿Qué carajos? Comenzó a revisar habitación tras habitación, y no fue hasta que llegó a la suya cuando se dio cuenta de que la luz estaba encendida.
Tomó el pomo y lo giró sin dudarlo, pero apenas se abrió la puerta, se quedó de pie bajo el marco.
— ¿Qué haces aquí? — preguntó enseguida al descubrir a su joven esposa sentada en el filo de la cama, ataviada dentro de un discreto juego de lencería que apenas era cubierto por una bata del mismo color y tela.
Gala se incorporó fuera de la cama lentamente, con las manos cruzadas al frente y las mejillas sonrojadas. Ramsés, por su lado, ante la perfecta y ambiciosa vista que tuvo frente a sí, pasó un trago de asombro y fascinación, pero, tan rápido cómo se dio cuenta por donde iban sus pensamientos, evitó mirarla. No, no iba a desearla. No podía. No quería. ¡Se negaba!
— Te pregunté qué estás haciendo aquí, responde — gruñó con los dientes apretados.
— Yo, bueno, no sabía a qué hora ibas a llegar, pero, creí que… al hacerlo, ibas a querer que… estuviese lista — animó Gala con timidez.
Ramsés frunció el ceño y alzó el rostro.
— ¿Lista para qué?
— Para, bueno, eso… nuestra noche de recién casados — comentó la joven con una media sonrisa. Conocía muy bien cuál era su deber de esposa. Había soñado toda su vida por convertirse en una.
Ramsés se tensó, y con ojos entornados, se acercó a ella, rodeándola. Gala sintió el corazón martillear en sus orejas.
— Entonces estás lista para que te folle, ¿eh? — le dijo de forma despreciable, y Gala giró la cabeza, mirándolo de pronto con desconfianza y confusión. Ramsés rio —. Es eso por lo que estás aquí, ¿no? Entonces acuéstate y abre tus piernas para mí.
Gala parpadeó, confundida y abochornada por el juego de palabras de su reciente esposo. Él era muy tosco y poco educado.
— ¿No… vas a besarme? — preguntó inocente, con la mirada gacha, de pronto ya tensa e incómoda.
En una zancada, Ramsés se acercó a ella y le alzó el rostro. Su dulce mirada lo traspasó, tanto que, por un momento, creyó estar en presencia de una dulce hada, pero no se permitió nublarse, así que con una mano, la tomó de la cintura y la pegó a él.
Pero algo ocurrió cuando iba a besarla. Bajó la mirada y notó que… en aquella lencería, a la altura de la curva que sujetaba sus pechos, estaban bordadas sus propias iniciales.
Soltó a su joven esposa con gesto brusco, y la miró con ojos abiertos, de pronto recordando. Era la lencería que… le había regalado a Giulia una noche antes de que lo dejara. Una lencería que jamás usó y que… ahora la llevaba puesta su propia hermana.
Apretó los puños con demasiado fuerza, rabioso, y un ser superior a él tomó el control.
Entonces hizo lo impensable y lo humillante para una joven que estaba apenas a medio vestir en su habitación.
— ¡Fuera de aquí!
Gala se quedó lívida por largos segundos.— ¿Qué? — consiguió preguntar, atándose la bata y abrazándose a sí misma.— Te dije largo, vamos, fuera de esta habitación. ¡Salte! — y señaló la puerta.Gala ahogó un jadeo y negó con la cabeza, desconcertada, llorosa.— ¡Pero…!— ¿Es que no me escuchaste? ¡FUERA! ¡LARGO! — gritó el brasileño, fuera de sí.Para ese punto, Gala intentó alcanzar su maleta, buscando desesperada y con manos temblorosas algo con lo que cubrirse, pero sin pensarlo y rebasado por el resentimiento, Ramsés la tomó del brazo y la sacó de la habitación sin pensar en las consecuencias, no fue hasta después de largos segundos e inhalaciones profundas cuando reaccionó.— ¡Carajo! — gruñó, ¿qué había hecho? Estaba semi desnuda y… ¡Idiota! ¡Mil veces idiota!Salió a buscarla. No había sido su intención. No de esa forma, pues a final de cuentas, sea cual sean sus planes de venganza, ella seguía siendo su esposa y nadie más que él, tenía el derecho de verla con poca ropa.Abri
— ¡¿Qué diablos quieres decir con que mi esposa no está en la hacienda?! ¡Habla ya! — exigió el brasileño con vehemencia, incorporándose fuera de su silla.— Patrón, no lo sé, uno de los peones me dijo que la vio cabalgar quién sabe a dónde. No parecía muy… — bajó la mirada.Ramsés entornó los ojos.— ¿Muy qué? ¡Termina de hablar con un demonio!— No parecía saber muy bien lo que hacía ni a dónde iba. La verdad es que… le ensillaron al caballo más agresivo, patrón. ¡Le ensillaron a la morena!— ¡¿Qué carajos?!Sin esperar a nada, Ramsés le dio la vuelta al escritorio y salió de su despacho, sin atender el llamado de nada ni de nadie. Continuó y no se detuvo hasta llegar a los establos.— ¡Felipe! ¡Felipe! — llamó al seguramente culpable de todo aquello.El hombre joven salió con los ojos bien abiertos.— ¡Patrón!— ¡¿Qué fue lo que hiciste?!— ¿De qué habla, patrón? ¡No le entiendo!— ¡De mi esposa! ¡De mi jodida esposa! ¡De eso hablo! ¿En dónde está?— Yo, bueno, yo… no lo sé, patrón.
Cabalgó en contra de la tempestad y no se detuvo hasta que la morena lo hizo en un sendero bastante alejando de la hacienda. — ¿Es aquí, morena? — le preguntó al animal como si este fuese a responderle, pero estaba seguro de que no lo habría llevado allí por nada, así que, sin esperar más, le acarició el pelaje y entró a las profundidades de aquellos matorrales. — ¡Gala! — comenzó a llamar. Para esa hora todo se encontraba a oscuras y verla entre las ramas y el agua sería completamente difícil. Hasta que un mechón de cabello brillante llamó su atención entre un charco de agua. Entornó los ojos, tratando de darle forma a aquel rostro que de pronto lo dejó helado. — ¡Gala! — gritó y corrió hasta ella, arrodillándose sobre un pozo de charco y tomando el débil y pálido rostro de su esposa entre sus manos. Tiró de ella contra su cuerpo. Temblaba y estaba completamente entumida de pies a cabeza — ¡Dios, no! — pensó, preocupado, asustado, enojado. ¡¿Cómo se le había ocurrido hacer semejan
Tratando de contener el horror y el miedo que pasaba por sus venas en ese momento, Ramsés tomó a Gala contra su pecho y la recostó contra el respaldo de la cama. Rápido, se quitó la camisa y la rasgó hasta conseguir un suficiente pedazo de tela que le permitiera hacer un torniquete en torno a la pierna de su joven esposa. No sabía hace cuánto la había picado el animal, ni cuán lejos hubiese viajado ya el veneno por su sistema; lo cierto es que cualquier cosa podría ayudar en ese momento, sobre todo porque ya era bastante experto en picaduras.— ¡María! ¡Adrián! ¡Vengan! — llamó con fuerza. Enseguida estos subieron. Los puso al tanto de la situación, preocupándolos también, pero lo importante ahora era conseguirle tiempo suficiente al doctor para llegar a la hacienda.— ¿Sí, patrón?— ¡Trae el botiquín contra picaduras! ¡María… ayúdame a desvestirla! ¡Tiene fiebre y tenemos que bajársela a cómo de lugar!La mujer obedeció enseguida, al igual que el otro hombre.— ¿Qué sabes del doctor?
— ¿Qué diablos acaba de decir? — preguntó Ramsés entre dientes, enojado. Su mirada lanzando dardos imaginarios.Adelina abrió la boca, pero la cerró en cuantos todos volvieron a escuchar esa dulce y suave voz.— Ah, me… duele — se quedó Gala en medio de la bruma que todavía la rodeaba.— Está reaccionando, eso es bueno — dijo el doctor de pronto, acercándose a la escena para examinar mejor a la débil muchacha.Ramsés se hizo a un lado con gesto confuso y ansioso. ¿Qué carajos había querido decir esa entrometida mujer con que ese hombre era el verdadero amor? No, no podía ser. Se mesó el cabello con desespero, y de solo pensar que pudiese ser cierto, lo hizo salir de la habitación como alma que llevaba el diablo.Amanecía cuando Gala al fin abrió los ojos. Lo hizo despacio y con muchísimo esfuerzo.— ¿Nana…? — musitó débilmente al reconocer a la mujer su lado.Adelina se incorporó en cuanto la vio despierta.— ¡Mi niña! ¡Al fin abres tus ojos! ¡Estaba tan preocupada! ¿Cómo te sientes?—
— Siéntate — ordenó el brasileño a su joven esposa y entró al cuarto de baño solo para salir un par de segundos después.Gala obedeció cabizbaja, pero fue más por el leve mareo que le causó ver la sangre en sus heridas que por cualquier otra cosa.Al darse cuenta de la palidez y de que estaba a punto de perder el conocimiento, Ramsés se acercó rápidamente y la tomó casi en el aire.— ¡Gala! — exclamó su nombre con posesión, llevándola a la cama. La recostó sobre las almohadas y abrió enseguida el botiquín de primeros auxilios y empapó un apósito con alcohol antes de llevarlo a su nariz.La jovencita tardó en reaccionar, pero lo hizo.En cuanto la vio despierta, Ramsés respiró de alivio y se incorporó, colocando los brazos en jarra.— ¿Por qué diablos te interpusiste? — exigió saber, sin mirarla.Gala pasó un trago, intimidada por la tenacidad de su voz, y se pegó contra el respaldo de la cama.— No está bien lo que haces. ¿Por qué te desquitas con él?Ramsés negó y sonrió con ironía.—
— Mi niña, ¿estás segura de que quieres hacer esto? — preguntó Adelina a su dulce e inocente muchacha —. Ese hombre…— Ese hombre es mi esposo. Ese hombre fue el que eligieron mis padres para mi futuro. Quiero intentarlo, nana. Quiero hacer que mi matrimonio funcione.— No quiero que salgas lastimada.— Eso no pasará, confía en mí, por favor — rogó con esperanza e ilusión, y a Adelina no le quedó más remedio que acompañarla en sus decisiones.En ese momento, María llamó a la puerta.— ¿Estás lista?Gala asintió con entusiasmo y se despidió de su nana con un beso en la mejilla antes de seguir a María a la cocina, dejando a Adelina con esa sensación en su pecho.Mientras tanto, la mujer que había visto crecer al dueño de aquellas tierras y su joven esposa, se ensimismaban por largas en su objetivo.Entraba la madrugada de aquel día, cuando Ramsés llegó a la casa grande, sacudiendo el polvo de sus botas. Había llegado tarde con toda intención, y es que mientras más tiempo pasara lejos de
Al separarse, ninguno de los dos dijo una sola palabra. Gala todavía asimilaba lo que acababa de suceder mientras la mente de Ramsés trabajaba a mil por hora. Algo despertó en él. Algo muy fuerte e inevitable. ¡Irrepetible! Algo de lo que estaba seguro no sentiría dos veces en esa y todas sus vidas.Sus ojos brillaron. Echaron chispas. Y sus manos hormigueando como nunca antes, se posaron sin pensarlo sobre la cintura de su joven esposa, y la pegó a él con más fuerza de la necesaria, entonces, un ser primitivo y superior a él tomó el control de sus decisiones, y le devolvió el beso con energía e intensidad, rozando sus dientes con los suyos, saboreando su lengua y su sabor.Gala ahogó un jadeo y abrió los ojos, pero no hizo absolutamente para separarse, al contrario, se hizo del cuello de su camisa y se sumergió en la necesidad de ser de pronto devorada por él.En ese momento, los dos no pensaban en nada, salvo en el momento que estaban viviendo.Con posesión, Ramsés arrastró una mano