2. Gala le tiene miedo a las alturas

La ceremonia se llevó a cabo de forma rápida y casi fría, y aunque Gala todo el tiempo mantuvo una sonrisa y su dulce optimismo, no sería hasta después de dar el “sí, quiero”, cuando descubriría su nueva realidad. Cruda y devastadora.

Por supuesto, antes de firmar su destino, Gala tuvo preguntas, como de dónde se conocían él y sus padres, pero, ninguna de ellas fue respondida, a excepción de un “no tengo tiempo para tus preguntas. Continuamos o lo dejamos aquí. Tú tienes más que perder” de su parte. Por lo que Gala se vio en la obligación de asentir y unir su vida en matrimonio al hombre que estaría por conocer.

— ¿Tienes tu equipaje contigo? — fue lo primero que le preguntó Ramsés a Gala luego de haberse convertido en marido y mujer. Ni siquiera hubo beso, lo que abochornó ante a todos a la pobre Gala.

Con voz dulce, ella respondió:

— No, no sabía que…

— ¿Que qué? ¿Qué después de convertirte en la esposa de alguien te irías a vivir con él? — se burló Ramsés de forma cínica, y la cortesía de Gala se transformó de pronto en una mirada confusa.

— No, no es eso, es solo que… no tuve tiempo. Pero después de la celebración me aseguraré de tener mis maletas listas.

Ramsés frunció el ceño.

— ¿Celebración? ¿Qué celebración?

— De nuestra boda. ¿Es que… no tendremos una? — quiso saber, confundida.

— No lo había pensado, ni siquiera me pasó por la mente — respondió de forma desinteresada, y Gala miró a su nana completamente desconcertada, pero la mujer solo negó con la cabeza y la miró con compasión. ¡Pobre de su niña! ¡Ese hombre era cruel y no lo disimulaba! ¿Qué habían hecho sus padres? ¡¿Qué?!

— En ese caso, tendrás que darnos un poco de tiempo para que mi nana y mi chofer empaquen también — quiso comprender que una boda apresurada, y que por esa razón no tendrían una celebración.

Ramsés rio.

— Ni tu nana ni tu chofer vendrán con nosotros. No los vas a necesitar en tu nueva vida.

— Pero…

— A ver, Gala, ¿hace menos de cinco minutos te acabas de convertir en la señora de Casablanca y ya me quieres llevar la contraria?

— No es mi intención, es solo que… me gustaría que ellos pudieran venir conmigo, por favor. Son como mi familia. Lo único que tengo.

“Lo único que tengo”

Ramsés miró aquellos ojos suplicándole y por un momento se sintió confundido. ¿En frente de quién estaba? Aquella no parecía ser la mujer que describió Beatriz de Lima, aunque conocía muy bien a las de su tipo y lo fácil que se les daba fingir ser quienes no eran. ¡Muy fácil! Sin embargo, le pareció una actitud muy extraña, demasiado. No le gustó.

Miró a la mujer que la acompañó durante toda la ceremonia y luego echó un rápido vistazo al chofer en la puerta. Exhaló. Puede que sea una fichita, pero acababa de perder a sus padres y le dio cierto cargo de conciencia.

— Solo ella — terminó cediendo con gesto insípido.

Gala asintió, agradecida, y se acercó a su nana, ahora con mirada y sonrisa triste.

— Mi niña, no me gusta para nada la actitud de ese hombre.

— Seguro tuvo un mal día, nana, es todo — continuó defendiendo la pobre Gala, esperanzada, muy a pesar de que dentro de ella algo comenzaba a romperse. —. Vamos, que debemos empacar.

— Jamás has salido de casa, no… de esta forma. Me preocupa la vida que ese hombre pueda darte.

— Nana, ahora soy la señora de Casablanca. Mi lugar es donde esté mi marido.

La nana asintió, desconfiada, pero ahora más que nunca era cuando debía estar a su lado… sobre todo para lo que sospechaba, se avecinaba.

Horas más tarde, después de haber empacado, Gala se encontró con su nuevo esposo a los pies de las escalinatas de su casa. Dejar toda su vida atrás le costaría muchísimo, y no solo porque desconocía lo cruel que podía ser el mundo, sino por el valor sentimental que representaba todo lo que había dentro de aquellas paredes.

— ¿Eso es lo que vas a llevar?

— ¿Es muy poco?

— Demasiado para lo que vas a necesitar, pero ya te darás cuenta tú sola.

Gala y su nana se miraron, sin comprender.

El trayecto en auto duró alrededor de quince minutos, y al llegar a un hangar, en donde los esperaba un helicóptero, Gala no pudo evitar preguntar, inquieta.

— ¿A dónde vamos?

— A casa.

— Pero… ¿en eso?

— ¿Qué tiene?

— Nada, es solo que… no me gusta volar.

— Por carretera serían horas.

— No me importaría.

— Pero a mí sí. ¿Crees que soy la clase de hombre a quien le gusta perder el tiempo?

— No, pero…

— Entonces sube.

Con lágrimas contenidas, pues la forma tan déspota en la que la trataba su nuevo marido, la desconcertaba. Al principio todo indicaba que había tenido un mal día, pero, ahora… parecía más enojado con ella que cualquier otra cosa. ¿Por qué?

Pero terminó por asentir y tomó su equipaje.

— Deja eso, mis hombres se encargan — ordenó Ramsés.

Gala volvió a asentir con la mirada gacha y se acercó al helicóptero. Sus pasos tímidos exasperaron al hacendado, pero no fue hasta que, harto de verla perder el tiempo, la tomó el brazo a punto de subirla el mismo al bendito helicóptero cuando notó lo helada que estaba y la forma en la que temblaba su cuerpo.

¿Qué carajos? La soltó y la miró a la cara. Estaba pálida. Tenía lágrimas en sus ojos y respiraba agitada.

— ¿Qué te pasa? ¿Todo esto por no subirte a un helicóptero? ¡Tus malcriadeces no las voy a consentir!

— No es eso, yo… es que…

— ¡Le tiene miedo a las alturas! — intervino su nana, que la conocía muy bien, y la estrechó en sus brazos con protección y cariño.

Ramsés se quedó helado por un segundo y apretó los puños. De pronto culpable. Exhaló de mala gana y ordenó con simples señas y palabras precisas que tomarían la carretera.

— Usted irá en la otra camioneta — le dijo a la mujer que protegía a su joven esposa con esmero.

Pero aquella anciana era de temple y decisión.

— Iré con ella, me necesita.

— No me contradiga. Aquí el que da las órdenes soy yo. Y a quien ella va a necesitar a partir de ahora será a mí, su marido — gruñó Ramsés. ¿Quién diablos se creía que era?

— Usted no me da órdenes. En todo caso, lo haría mi niña.

— Nana, estaré bien — habló Gala al fin, ahora más tranquila —. No hace falta discutir.

— Mi niña, ¿está segura?

— Sí, ve, yo estaré bien.

La mujer exhaló profundo y asintió, despidiéndose momentáneamente de ella.

Ramsés abrió la puerta trasera para su nueva esposa y los dos subieron antes de emprender camino.

Durante el trayecto de dos horas y media, Gala no dijo ni una sola palabra, e invadida por los nuevos sentimientos que ahora la acompañaban, se quedó profundamente dormida.

Al darse cuenta, Ramsés aprovechó para observarla con demasiado interés y determinación. En serio era hermosa, incluso más que… ella. Sus mechones dorados por el sol y sus labios rosados como dos cerezas jugosas, lo atraparon tanto que, de un momento a otro, se vio a sí mismo acercándose demasiado.

Sin ánimos de despertarla, pues lo cazaría en una situación en la que jamás iba a estar con ella, alzó la mano y apartó un mechón que le impedía ver de lleno su rostro. Gala se removió, pero no abrió los ojos, y contrario a eso, su rostro cayó a un lado de la ventana, pero Ramsés fue más rápido y metió la mano, evitando que se golpeara y quedando demasiado cerca de sus labios.

Tras sentir el cálido y firme contacto contra una de sus mejillas, Gala abrió los ojos de a poco, y entonces lo vio.

Su marido estaba a escasos centímetros de su rostro, y como si él hubiese reclamado ese poder desde el primer momento en el que se conocieron, a Gala se le cortó aliento. Los dos se quedaron prendados al otro, confundidos por lo que sus corazones sin preverlo experimentaron.

— ¿Qué haces? — preguntó ella, tímida y sonrojada.

Al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, Ramsés apartó la mano y se acomodó en su asiento, dándose cuenta enseguida de que habían llegado. Entonces respondió:

— Nada, bájate, ya llegamos. — y salió el primero, necesitando del aire. Necesitando… organizar su mente. ¿Qué carajos había sido eso? ¿Qué carajos estaba ocurriéndole?

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